JESÚS. Regresé a la mansión muy entrada la noche, todos ya deberían estar dormidos pero vi una luz provenir de la sala. Fui hasta allá y encontré a una dormida Nicolle en el gran mueble con un libro tirado en el suelo. Me acerqué para observarla, traía el mismo vestido de hoy en la mañana, su cabello estaba totalmente suelto y libre, con mis dedos sostuve un pequeño mechón, su pelo era suave y ondulado, con un buen aroma. —Muchacha tonta, mañana seguro te dolerá todo por dormir ahí. —ella solo arrugó un poco su nariz respingona, la cargué en mis brazos con cuidado de no despertarla, recostó su cabeza sobre mi hombro y subí con ella hacia arriba.Nicolle era demasiado esbelta y muy ligera, no era un problema llevarla en brazos, entré a su dormitorio y la acosté en la cama con cuidado, quité sus zapatos y fui a mi habitación para cambiarme y dormir. Tuve que salir todo el día para no estar en compañía de mí ahora esposa, y evitar la incomodidad que ella provocaba a nuestro alrededor.
ELENA. Ya había oscurecido, estuve todo el día metida en la empresa. Vagaba por mi propio estudio, buscando inspiración para mis diseños. Trazaba líneas con el grafito pero no me convencían... —No, no, no. ¡Está horrible! —arranqué la hoja y la tiré al piso, así siguieron una tras otra. — ¡Ha! Mi cabeza duele de tanta rabia. Tocaron la puerta. —Adelante. —Me di la vuelta y miré al intruso — ¿Qué deseas ahora Ferrer? —Por favor Elena, solo quiero que me llames Antonio —sonreí de forma cínica. —Sabes que eso no pasará. Dime qué deseas y retírate, aún estoy ocupada. —él miró a su alrededor y vio todas las hojas arrugadas en el piso. —Ya es tarde, ¿Por qué no te has ido? —Debo terminar los nuevos diseños para la colección, no puedo irme aún. Me falta tan poco...—me dejé caer cansada en la silla frente a mi mesa de dibujo, buscaba descansar mi mente y mi cabeza, estaba agotada física y mentalmente. —Admiro eso de ti. —volteé a verlo, él sonreía—Siempre has luchado y trabajado, in
JESÚS CASTELOTerminé de desayunar y estaba a punto de irme cuando escuché los pasos de Nicolle. — ¡Milord, por favor espere! —ella bajaba los escalones de una manera tan apresurada que podía llegar a caerse. — ¡Ten cuidado!—le reclamé molesto. Se acercó a mí. — ¿Qué sucede Nicolle? — ¿Podríamos salir hoy? —Vos podéis salir, ya te dije que... —No yo sola, nosotros, usted y yo, salir juntos. —levanté una ceja. —Nicolle... —Por favor, no le pediré nada más, por favor. —sostuvo mis manos mientras me miraba con esos ojos lastimeros, chiquilla manipuladora. —De acuerdo. Solo por hoy. — ¡Gracias mi señor!— dijo con una gran sonrisa. — ¿A dónde le gustaría ir? —Tú eres la que me ha invitado ¿No tenías pensado nada?—pregunté divertido. —Si lo tengo... ~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~~La diligencia nos llevó hacia donde ella quiso, a la pintoresca plaza San Miguel, había muchas personas y los cajones de los puestos de mercados de la vista de los transeúntes, personas
ANTONIO.Ya no soportaba más esto, los halagos de la señora Belmonte y las miradas enamoradas de la señorita Esmee, me irritaban. Mi hermano se escapó, cuando él sería el más feliz de disfrutar de esta conversación. — ¿Qué me dice vos señor Ferrer?—Sí, mi señora. —mi sonrisa forzada decayó, al ver como mi hermano salía del club con mi Elena aferrada a su brazo. Apreté mis manos en puños, ¡Soy yo quien debe caminar de su lado, no mi hermano!— ¿Señor Ferrer hay un problema?—tuve que mantener mi compostura.—Ninguno, señora Belmonte de verdad que la estoy pasando muy bien en su compañía pero tengo un asunto importante que atender. —Miré a Esmee—. Hasta pronto señorita Esmee.—Hasta luego mi señor —dijo con la mejilla sonrojada. Cuando me despedí fui directamente hacia donde ellos dos se habían ido pero nos los encontraba, ya se habían marchado.Estaba colérico, descargué parte de mi ira golpeando una pared, respiré varias veces para mantenerme sereno y no llamar la atención. ELENA.
NICOLLEEl paseo que había dado con Jesús, me subió mucho el ánimo, le dije a una sirvienta que sería yo la que le llevara su comida al despacho pero al pasar no lo encontré por ningún lado, dejé la bandeja sobre una mesita. Y me acerqué a su escritorio repleto de documentos. — ¿Qué es lo que te tendrá tan ocupado? —cuando toqué algo, varias cosas cayeron de su escritorio y con rapidez comencé a recogerlas, entre esos documento encontré un retrato, lo tomé y fruncí el ceño al ver que era una mujer rubia poseedora de unos claros ojos azules, era linda de cierta manera. — ¿Qué haces Nicolle? —me sobresalté y me levanté del piso. —Lo siento, se cayeron y solo trataba de recogerlos. —él se acercó a mí. — ¿Qué escondes en tu mano? — ¡Nada! —levantó una ceja. —Odio las mentiras Nicolle. —avergonzada le entregué el retrato de la mujer. — ¿Quién es ella?—él lo miró y sonrió de una forma que no había visto antes y comencé a sentir un profundo rencor por la mujer del retrato. —Un anti
NICOLLE.Estaba en compañía de Elena pero no me podía concentrar en lo que decía, de mi mente no salía la mirada de Jesús sobre del retrato de la rubia mujer. ¿Por qué lo enamoró? ¿Qué tenía aquella mujer que yo no pudiera ofrecerle a mi esposo? Incluso pienso que yo soy mucho más bonita que ella.— ¿Nicolle?— ¿Usted conoce alguna mujer de la que estuviera enamorado Jesús?—pregunté y ella no demostró ninguna emoción. Dejó su taza sobre la mesita.— ¿Por qué la pregunta? —Encontré... Encontré el retrato de una mujer rubia y de ojos azules entre los documentos del Conde, él me dijo que estaba enamorado de ella y...—ella ríe. — ¿Y tú estás celosa? —bajé la mirada, avergonzada. —No se lo puedo negar Elena. —Jesús muy pocas veces me habló de tal mujer, sé que su nombre es Isabella Hudson, una tímida señorita y según la descripción de mi hermano, muy hermosa, por no decir que tiene caderas anchas y amplio escote— ¿Ella se ve mucho más mujer que yo? —Deja de decir idioteces. — ¡Jesús
JESÚS CASTELO.Abrí los ojos y su cabeza reposaba sobre mi pecho, la miré detallando su rostro, era una visión de dulzura y tranquilidad al mismo tiempo. Aparté su cabello sin despertarla, la puse a un lado, quité las sábanas y miré su cuerpo desnudo, esos senos firmes y medianos, sus caderas esbeltas y bellamente curvadas. —Eres preciosa. —me incliné y comencé a besar el comienzo de sus senos, ella se retorció y seguí con mi deber. Chupé su pezón y sus delgados brazos me envolvieron acercándome a ella, un gemido brotó en sus labios. Acaricié y recorrí con mis dedos cada curva, quité mi boca de su delicado pecho y me puse encima de ella para mirarla a los ojos. —Buenos días Nicolle. —ella sonrió. —Buen día mi Castelo. —apreciaba la escena que se desarrollaba ante mis ojos, su cabello esparcido en la almohada, mejillas rojas, ojos brillantes y una sonrisa cálida. Abrí sus piernas y volví hacerla mi mujer, una y otra vez. No quería detenerme. Ella era mía y nadie me iba a quitar
JESÚS. No recuerdo cuando fue la última vez que pisé la residencia de Palacios, al entrar ya nada era tan extravagante y de mal gusto como lo recordaba, mi hermana había decorado la gran residencia con mucha elegancia en cada detalle. El mayordomo me guió hasta la sala de visitas, donde mi hermana me esperaba con una mesa de bocadillos y jugo natural. — ¿Cómo has estado hermana?—Eso debería preguntarlo yo, se te ve de cierta manera ¿Feliz? Ya te acostumbraste a tu nueva esposa hermano. —dijo burlona, me senté y sonreí. —Nicolle es una buena esposa, no tengo de que quejarme. —Siempre estuvo enamorada de ti.—Lo sé desde hace mucho, por eso se coló a mi habitación cuando era una adolescente para robarme un beso —Elena soltó una gran carcajada. —Eso no lo sabía, no me sorprende. Esa muchacha te quiere mucho Jesús, no la destruyas como todo lo que tocas —me advirtió con profunda calma.—Entonces no la hubieras incitado a casarse conmigo.—Pero te recuerdo que tú fuiste él que dio l