Capítulo 892
«Yo fui quien me la llevé. Firmado: José Rojas», rezaba la nota.

El señor Vázquez conocía, naturalmente, a José Rojas. Sabía que ese tipo era tal cual demonio. ¿Qué tenía que ver Nadia con él? De repente, el hombre comenzó a respirar con dificultad por el dolor agudo de su corazón. No fue sino hasta que su mujer sacó unas pastillas de su bolsillo y se las dio que pudo lograr tranquilizarse.

Prisión de la Capital.

En el interior de aquellos gruesos muros de concreto reforzado se alzaba un imponente edificio tal cual fortaleza. Soldados armados con rifles patrullaban por todas partes y el perímetro del lugar estaba cubierto de líneas listas para dar choques eléctricos y espinos. Ni siquiera un pájaro volando por el cielo podría entrar. El silencio absoluto a su alrededor era absoluto.

Cuando Nadia despertó, vio el techo de color morado oscuro y percibió un extraño aroma. Se levantó con dificultad agarrándose la cabeza, la cual le dolía ligeramente.

—¿Dónde estoy? ¿Dónde están mis padres?
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