Al entrar en la sala, los pesados pasos de las botas militares de José resonaban en el suelo de mármol. En el exterior, el viento despejó muy furioso las nubes y dio paso a una gran luna creciente que arrojaba una luz plateada a través de las ventanas y alargaba ferozmente la sombra del hombre.Justo cuando puso un pie en la antigua escalera, escuchó un ligero ruido procedente del segundo piso. De inmediato, retiró el pie y se quedó inmóvil, como si estuviera esperando a alguien en la segunda planta.Y así fue. Segundos más tarde, la figura de Nadia apareció en ese momento en su campo de visión. Tenía los párpados completamente caídos, la mirada vacía y un conejo de peluche en las manos. Bajó muy lento las escaleras y pasó al lado de José sin reconocerlo, como si no se hubiera percatado en absoluto de su presencia.Nadia atravesó la puerta y se aventuró en la noche sin rumbo aparente. El viento ondeaba su largo y hermoso cabello. José la siguió pacientemente hasta un pequeño almacén.N
«Yo fui quien me la llevé. Firmado: José Rojas», rezaba la nota.El señor Vázquez conocía, naturalmente, a José Rojas. Sabía que ese tipo era tal cual demonio. ¿Qué tenía que ver Nadia con él? De repente, el hombre comenzó a respirar con dificultad por el dolor agudo de su corazón. No fue sino hasta que su mujer sacó unas pastillas de su bolsillo y se las dio que pudo lograr tranquilizarse.Prisión de la Capital.En el interior de aquellos gruesos muros de concreto reforzado se alzaba un imponente edificio tal cual fortaleza. Soldados armados con rifles patrullaban por todas partes y el perímetro del lugar estaba cubierto de líneas listas para dar choques eléctricos y espinos. Ni siquiera un pájaro volando por el cielo podría entrar. El silencio absoluto a su alrededor era absoluto.Cuando Nadia despertó, vio el techo de color morado oscuro y percibió un extraño aroma. Se levantó con dificultad agarrándose la cabeza, la cual le dolía ligeramente.—¿Dónde estoy? ¿Dónde están mis padres?
El viento mecía con suavidad el pelo de Nadia y le desordenaba con delicadeza los mechones de cabello. Sostenía su conejito de peluche por las orejas, pero en su adorable rostro se mostraba una expresión pánico.Salió corriendo hacia José, quien se detuvo al verla. Nadia le agarró el cinturón militar y se escondió temerosa detrás de él. Extrañado por sus acciones, extendió un brazo y la cabeza de la chica apareció debajo de esta mientras sus dos manos se aferraban temblorosa a la ropa de José.—José... me atraparon y me trajeron acá y ellas se estaban metiendo conmigo.Todas las sirvientas de José tenían expresiones muy serias y amenazadoras en su rostro. Al escucharla llamar a José por su nombre de pila, fruncieron asombradas el ceño en señal de desagrado. Examinaron a Nadia con la mirada como solían hacer con los prisioneros. Cualquier mujer común estaría aterrorizada en esa difícil situación, pero ella no solo demostraba ser muy intrépida, sino que también llevaba en el rostro una e
—¡Eso sería genial! —contestó Nadia con gran entusiasmo.Las sirvientas que se llevaron fueron rápidamente reemplazadas por otras. Las nuevas eran igual de hermosas que los anteriores, de figura muy esbelta y vestidas con uniformes que se movían con gracia mientras preparaban una deliciosa comida.Nadia se puso los zapatos que estas le trajeron. Sin saber que estaba en grave peligro, caminó muy despreocupada hacia la mesa y devoró toda la comida con gran apetito.Las sirvientas fueron meticulosamente seleccionadas del subterráneo por ser las mejores. En solo un mes, ganaban tanto como una familia común en un año. Además de las tareas domésticas, también proporcionaban servicios físicos adicionales al dueño de la casa. Después de todo, todos los hombres se sentían solos durante la noche.No cualquier podía entrar en esa casa. Todas y cada una de las personas debían pasar un riguroso proceso de selección en el que se evaluaba tanto la apariencia como las habilidades culinarias.Una sirvi
En un estudio muy bien decorado con un impecable estilo europeo e iluminado por una luz tenue, se encontraba una imponente estatua de cobre de Jesucristo sobre un oscuro escritorio. La estatua tenía un crucifijo colgado del pecho.El ayudante estaba al otro lado, sosteniendo una fotografía.—Señor alcaide, será difícil localizar a esta persona. Allá no hay cobertura. Y ese hombre parece saber que le estamos buscando, pues desaparecieron sin dejar rastro alguno todas las pistas que encontramos.Sentado en una simple butaca, José jugueteaba con una pequeña navaja. La hoja estaba muy afilada y el mango estaba adornado con una esmeralda azul que irradiaba un resplandor brillante.—¿Cuál fue su última ubicación?—La Villa Invernal, pero cuando fuimos a buscarlo ya no había rastro alguno de él.—Di que vayan más hombres, que yo lo ordené. Lo quiero vivo o muerto.—Sí, señor —contestó enseguida el asistente.De repente, José recordó algo y esbozó una afilada sonrisa.—Bueno, no hace falta. Ir
Emma, quien estaba en la habitación cuidando al niño, también escuchó los firmes pasos y golpeó rápidamente la puerta del vestidor.—Señorita, regresó el señor.Al escuchar las palabras de Emma, Luna se puso de pie de inmediato, volvió a meter el celular dentro de la caja y la escondió apresurada de nuevo.Andrés escuchó ciertos susurros en la habitación, pero no pudo distinguir muy bien lo que decían. Agarró el pomo de la puerta y entró. Recorrió el lugar con la mirada, pero no vio a Luna. Emma fingió que se acababa de dar cuenta.—¡Oh, señor! La señorita está en el probador eligiéndose una ropa. Dijo que estaba algo cansada de la que tiene en su armario, así que vino a buscar algo nuevo.Andrés se dio cuenta de la mentira, pero decidió seguirla. Era bueno que se pusiera del lado de Luna, así no la iba a castigar. El hombre abrió de inmediato la puerta del vestidor y se encontró con Luna, que estaba saliendo en ese momento. Llevaba una pijama en la mano, pero no se fijó en la ropa q
El tocador estaba lleno de cosas. Pero casi todas estas eran en especial delicada joyería, a excepción de algunos cosméticos de Luna. Los sirvientes habían ordenado cuidadosamente los collares y los pendientes según sus preferencias. Para la gente común, todos esos artículos eran invaluables. Incluso unos pendientes de sencillos flecos con diamantes, que podrían pasar desapercibidos para la gente común, podrían valer lo mismo que una casa en Astraluna.Aunque se cayeran al suelo, nadie se atrevería a robarlos abiertamente. Cada joya tenía un número de identificación único y un logotipo con las iniciales de Luna finamente grabadas. Si alguien las robara y tratara de venderlas, cualquier experto podría reconocer la pieza al instante.En el estudio, Andrés estaba en una videoconferencia sobre un proyecto internacional de inversión en el sector de salud. En efecto, nunca había dejado de invertir grandes cantidades en empresas de investigación médica. Incluso creó una fundación para estas q
Álvaro salió del ascensor delante de Shirley, quien le seguía muy atenta a pequeños y apresurados pasos con una carpeta de documentos en las manos. Nunca había visto una escena tan imponente desde que llegó a la empresa.Aunque Shirley formaba parte del Departamento de Secretaría y era la única estudiante de prácticas al mando de María, no la había visto regresar a la empresa en muchísimo tiempo, por lo que fue transferida al mando inmediatamente de Álvaro.Luego de llegar a las manos de este, no tuvo ni un solo día de tranquilidad y descanso, de hecho, llevaba tres días seguidos sin lograr descansar.Si no fuera porque tenía el bono de fin de año triplicado, Shirley no seguiría a su lado, realmente ni muerta. Empezaba a añorar los tiempos en los que no tenía nada que hacer. Las luces de los flashes de las cámaras la deslumbraban tanto que apenas podía abrir los ojos. Tímidamente de pie al lado de Álvaro, Shirley lo miraba de vez en cuando con gran cautela para ver cómo enfrentaba con