Capítulo 5
Luego de la cena, Luna se retiró a descansar temprano. Antes de acostarse, solía siempre de disfrutar de una taza de leche bien caliente, un hábito que no había cambiado en muchos años.

A través de las finas cortinas, la oscuridad de la noche era intensa, y un haz de luz de los faros brillaba desde afuera de la ventana. El chirrido de los neumáticos contra el pavimento generaba un sonido estridente.

El Audi A6, en el que viajaba Andrés era el nuevo coche que Miguel le había regalado, como recompensa por su desempeño en la compañía.

Andrés bajó del coche, entró a la sala y dejó las llaves en la entrada. Sus ojos agudos escanearon la sala, pero no encontraron ninguna figura familiar. Solía haber una figura delgada sentada en el sofá, viendo aburridas telenovelas. Ahora, la sala estaba vacía, la mesa de café estaba limpia y no había bocadillos como solía haber. El brillo en los ojos de Andrés se atenuó un poco.

Liora salió de la cocina.

—Señor Martínez, ¿ya cenó?

—¿Dónde está Luna?

—Luna no se siente bien y se fue a dormir temprano.

—Iré a verla... —Andrés metió una mano en su bolsillo y se dirigió hacia arriba, con fatiga en su expresión. Después de subir unos escalones, se detuvo y dijo—: Mañana, Isabel volverá a casa al mediodía. Prepárale algunos de sus platos favoritos.

Liora afirmó.

—Como usted mande, señor.

Andrés subió al tercer piso y presionó la puerta de la habitación, pero esta vez no se abrió como solía hacerlo. Estaba cerrada desde adentro. Andrés frunció el ceño. Su habitación y la de Luna estaban en el tercer piso, mientras que la habitación de Miguel estaba en el segundo. Por lo general, no se permitía el acceso al segundo piso, y el cuarto piso era el lugar donde vivía Isabel.

Normalmente, Andrés podía entrar y salir de la habitación de Luna a su antojo; nunca estaba cerrada con llave. Pero esta vez, lo que encontró estaba más allá de sus expectativas. ¿Había Luna decidido realmente distanciarse de él?

Andrés tocó la puerta.

—Luna, ¿estás despierta?

Al oír la voz de la persona que tanto temía, Luna se envolvió en las sábanas, tapándose los oídos, sin querer enfrentarlo. De hecho, cuando Andrés regresó a casa en su coche, Luna ya se había despertado por el ruido exterior.

Andrés había comprado una casa: dos habitaciones, dos salas de estar, dos baños y una cocina. Casi nunca regresaba porque Luna estaba aquí. Ahora que él había regresado a casa, era principalmente por Isabel, quien regresaría del extranjero al día siguiente, luego de buscar tratamiento médico.

Isabel había tenido asma desde muy joven, y como el nivel médico en el país no era satisfactorio, Andrés la había llevado al extranjero para tratamiento.

El motivo de su visita tan tarde era para advertir a Luna que no moleste a Isabel.

Isabel Blanco y Andrés habían sido buenos amigos desde la infancia. Crecieron juntos en un orfanato, y pasaron por grandes dificultades, durmiendo en las calles y sufriendo mucho para sobrevivir. Casi dependían completamente el uno del otro. Andrés trajo a Isabel de regreso a la familia García en el segundo año de vivir allí. Miguel no se opuso a eso; simplemente significaba tener una persona más que alimentar, y la familia de Miguel no carecía de dinero para ello.

Mas ella ya conocía muy bien a Isabel debido a su experiencia pasada. Luna tenía una edad similar a Isabel. Isabel era poseedora de una belleza natural. Era pura y hermosa, y es el tipo de muchachas que atraía a todos con sus encantos Le gustaba siempre llevar vestidos blancos, su pelo negro y largo que le llegaba a la cintura y sus ojos transparentes y atractivos le robaban a más de uno suspiros y anhelos. Incluso Luna admitía que no podía competir con ella en belleza. Era normal que cualquiera se sintiese atraídos por ella.

Debido a la relación entre Isabel y Andrés, la envidia había convertido a Luna en una persona completamente diferente, molestándola a menudo cuando ella estaba a su alrededor.

Sin embargo, Isabel no se atrevía a quejarse porque tenía un secreto inconfesable. Gracias a ese secreto, Luna se atrevía a acosarla sin piedad. Pero luego... Isabel decidió irse del mundo de una manera bastante repentina. Tenía solo veinte años cuando decidió cortarse las venas de las muñecas y morir desangrada.

Luna todavía recordaba ese día, estaba cayendo una tormenta afuera y Andrés, que tenía las manos cubiertas de sangre, entró a su habitación como un demonio vengativo, su mirada llena de intenciones maliciosas, como un asesino infernal. Él agarró su cuello y dijo:

—¿Por qué? ¿Por qué no pudieron dejarla en paz? Luna... ¿Por qué no fuiste tú quien murió? Los que deberían morir son todos los desgraciados García.

En ese momento, Luna se dio cuenta de que Andrés realmente quería matarla.

La muerte de Isabel se convirtió en una pesadilla para el resto de su vida. Porque ella fue indirectamente responsable de esta. Durante los años posteriores a este suceso, Luna nunca pudo conciliar bien el sueño. Le debía demasiado a Isabel y estaba decidida a enmendar.
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