Felipe vio a la chica que estaba acostada en la cama y suspiró. El cabello castaño desparramado en la almohada le trajo a la memoria recuerdos de antaño. Habían pasado doce largos años desde que él había tenido que abandonar Talovara. Lo había hecho de forma inconsciente. El ardor y la piel desgarrada eran una constante de todo lo que se había atrevido a arriesgar y como todo había sido en vano.
Después de tanto tiempo transcurrido solo quedaban pequeñas marcas blancas en su piel tostada. Sin embargo las heridas de su corazón seguían abiertas y superando. La familia Fonetti le había quitado todo, hasta su propio padre. El corazón de Maximiliano Rinaldi no había aguantado ver a su heredero casi al borde de la muerte. Los latigazos que le había dado Elena como castigo habían hecho que tuviera grandes fiebres. Se la había visto cerquita de conocer al creador pero al parecer el destino seguía queriendo que él participara en el juego.
Había pasado de ser un simple peón a ser el rey. El que debía estar protegido por todos. Al que todos debían rendir pleitesía. El jefe. Había luchado como el que más para sacar a su familia adelante. Su madre y su hermana pequeña estaban acostumbradas a una vida de lujos pero se aclimataron bien. Cada uno aportó su granito de arena. Siempre con la idea de que reconquistarían a su pueblo y a su reino.
Emiliano había hecho una labor pésima durante su reinado. Había desbordado la economía del pequeño país que estaba cerca de la costa italiana. Había vaciado sus arcas reales en apuestas y juegos. Los habitantes en general tenían una opinión bastante pobre de su actual rey. Un hombre que los había llevado a la quiebra absoluta.
Pero ahí estaba Felipe. Con suficiente dinero para solventar a la isla que lo vio nacer y regresarla a sus tiempos de esplendor. Nunca les había perdido la pista a sus enemigos. Bien lo decía el refrán "ten a tus amigos cerca, y a tus enemigos, más cerca aún"
La vida le había dado un golpe de suerte después de tantas desgracias y con un poco de inversión bien hecha, Felipe se había convertido en uno de los hombres más ricos del mundo. Tenía mujeres a su antojo y dinero más que suficiente para que hasta la cuarta generación de su descendencia viviera ampliamente. También contaba con relaciones por todo el orbe y gran poder. Lo que muy pocos sabían era que él poseía un título de nacimiento. Un título que le había sido robado pero él siempre sería príncipe de corazón.
Había concertado una cita con Emiliano. Todo legal. Todo con abogados. Pero la serpiente que había usurpado el trono de su padre no sabía quién era en realidad. Antes de finalizar el mes todo lo que había perdido regresaría a sus manos. Y el por fin se sentiría en paz consigo mismo. Ayudaría a aquellos que lo habían ayudado tanto en el pasado y pondría en el lugar correspondiente a quien se lo merecía. Solo demostraría misericordia por quien de verdad lo valía. Por nadie más.
—Ya estás listo, mi vida. Es algo temprano. —La voz de Anastasia hizo que Felipe parpadeara muchas veces. Había estado perdido en sus planes.
—Sí pero, tengo muchas cosas que hacer. Mi avión privado te recogerá en un mes y prepárate que te voy a dar sorpresas.
Los ojos de Anastasia brillaron de júbilo. No por la fortuna en sí, sino por el detalle. Felipe se consideraba un buen observador del carácter humano y esa mujer a parte de sencilla, era exquisita. Su piel de alabastro requería que lo acariciaran constantemente. Esos ojos azules serían la envidia de cualquiera. Pero lo que hacía que su compañera de cama fuera especial, no era más que su dulzura. No había nada de falso o ficticio y eso para Felipe, era mucho.
Convivía con personas para las cuales la mentira era moneda de cambio. Por eso Anastasia había sido un soplo de aire fresco en su vida. Y uno que pensaba conservar a pesar de todo.
Felipe le dio un beso a su chica y se encaminó a la salida. Nunca se había sentido más bendecido por el futuro.
La reunión con Emilio fue a pedir de boca. El muy desgraciado estaba tan necesitado de capital que no tenía ni para un abogado decente. El petimetre del tres al cuarto no era tonto pero, había sido fácil de sobornar. Un consejo por aquí, otro por allá y lo tenían en el bolsillo. Lo que menos se imaginaría es que él sería el primero en acabar tras las rejas. Una persona que practicaba justicia no podía darse el lujo de aceptar sobornos y eso era lo que acababa de hacer. Nadie tenía derecho a pervertir el resultado solo por un fajo de billetes en el bolsillo.
Todo el mundo sabía que la monarquía se elegía de forma democrática en Talovara. Pero contaba con que lo siguieran queriendo después de todo. La familia Rinaldi había sido muy amada hasta que el bastardo había empezado a sembrar mentiras. Además él llevaba todo de sí para levantar a su país y regresarlo a lo que una vez fue.
—Ya está hecho, madre. —dijo nada más responder el teléfono. Volverían al lugar de donde nunca deberían haber salido y menos aún de la forma en que lo hicieron.
— ¡Que bueno, hijo mío! Parece que la vida no está devolviendo poco a poco lo que nos quitó.
Felipe Rinaldi salió de la sala adjunta donde estaban reunidos sus abogados sin mirar atrás. Era la hora de retomar su vida y de hacerlo con ganas. De ser el Rey de Talovara. Desterraría a esos malnacidos y lo haría con gusto.
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—Niña, tienes que comer. No me preocupes. Vas a caer enferma si no lo haces.
— ¿Por qué nunca me ha salido nada a derechas, Iley? ¿Por qué la vida se ha empeñado en complicarme la existencia?
—Me tienes a mí, pequeña —respondió mientras le acariciaba las ondas del cabello—.Dame el gusto, come un poco. —Y sonrió cuando Elena abrió la boca ante sus cucharadas de sopa.
—¿Y cuándo tú me faltes? ¿Qué será de mí?
Iley abrazó a su niña. Esa fragilidad que sólo mostraba ante ella le llegó al alma. La vida de Elena no había sido fácil. Nunca. Le había dado demasiados golpes pero quien mirara de fuera solo vería una princesa mimada, colmada de gustos.
Esa era la coraza de Elena para demostrar su fortaleza. Nunca le habían permitido demostrar debilidad o fragilidad. En ese mundo el pez grande siempre se comía al pequeño. Elena había aprendido a ser valiente a la fuerza.
—Venga vamos a dormir.
—Te quedas un rato conmigo.
—Siempre, pequeña. Siempre estaré de tu lado.
Y se acurruco junto a la niña que había visto nacer, crecer y convertirse en una mujer excelente aunque todos a su alrededor opinaran que era una malcriada.
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Felipe llegó al pequeño aeropuerto con una sonrisa en su rostro. Lo habían sacado de ahí casi a rastras pero había regresado colmado de poder y gloria.
Se deleitó contemplando el cambio que había dado ese pequeño país. Como la tecnología había abierto sus puertas y esa pequeña isla había entrado en el siglo XXI. La alegría se sentía en las calles y podía ver a los niños jugando.
Se respiraba tranquilidad. Talovara seguía siendo uno de los países más pacíficos del mundo. Y uno de los más bellos. La naturaleza se veía en cada esquina. A Felipe le enorgullecía enormemente saber que por su sangre corría la amabilidad de los talovarenos. Su mejor amigo iba sentado a su lado viendo todo a su paso.
— ¿Nos alojaremos en un hotel? —preguntó William indeciso. Felipe no podía estar tan loco como para plantar sus pies en la residencia real por muchos papeles que hubieran firmado.
—No —La seguridad salía de su tono de voz— .Voy a alejarme en mi casa. Voy a sacar la escoria de este país.
—Empezando por la mujer que te destruyó la vida ¿No es cierto?
—No te equivoques. Elena me importa un pimiento. Por mí puede pudrirse en el infierno. Pero no la quiero en esta tierra. No quiero que su maldad innata siga contaminando todo a su alrededor.
—Eres muy apasionado cuando hablas de la mujer que te dio latigazos. Todavía no sé como permitieron semejante atrocidad.
—En aquel entonces era una niña. Fue mi error no ver que era un lobo disfrazado de cordero. Y se lo permitieron porque este reino siempre ha castigado los errores. Fue mi culpa entrar en palacio.
—No la justifiques. Para la violencia no justificación alguna.
—No lo hago. Te aclaro un punto. Este país en el año 1998 era algo diferente a lo que viste hoy y siempre lo que ocurría en Palacio se quedaba en Palacio.
A Felipe se le cortó la respiración cuando miró la casa que lo vio nacer. Un lugar que había visto sus primeros pasos y cuando había salido su primer diente. Un sitio tan magnífico que había sido testigo de todas sus aventuras. Y desgraciadamente de unas cuantas lágrimas. Un lugar que lo había visto caerse pero, que jamás lo vio rendirse. Un lugar especial y único. El palacio sobresalía sobre una planicie. Las torres en forma de cono parecían que tocaban el cielo. Cada ventana tenía las cortinas corridas para que entrara claridad y se podía vislumbrar los muebles que habían pertenecido a generaciones anteriores. Los jardines lucían hermosos actuando como guardianes de esa mansión de piedra sólida. Felipe sabía que era una fortaleza inexpugnable. Jamás había sido derribado a pesar de los múltiples asedios que había sufrido con el paso de los años. Siempre se había mantenido en pie, cuidando a todos sus habitantes. Pudo ver las nuevas tecnologías empleadas. Los paneles solares que se
Las lágrimas falsas de algunos hicieron que Felipe contuviera el aliento. La gente podía ser muy hipócrita. Esas mismas personas que ahora lloraban habían sido los primeros que habían festejado el destierro de su familia. Una de las primeras cosas que haría cuando la corona estuviera en su cabeza sería despojar el castillo. No soportaría convivir con personas de doble cara y moral.—Lo lamento mucho, hijo. —Y Felipe sabía que el dolor que mostraba la expresión de Gregory era sincero.—Fue hace mucho. No te preocupes. —contestó quitándole hierro al asunto. De más estaba decir que había causado la muerte de su padre. De más estaba comunicar que una niña de catorce años había tenido parcialmente la culpa. De más estaba mostrar tristeza delante de esa gente que no eran más que una partida de vagos, que lo juzgarían nada más darse la espalda. Se demoraron conversando otro rato más. Mandaron a preparar sus habitaciones e hicieron los preparativos para cuando llegaran Teresa y Anabelle Rina
Felipe durmió como hace mucho que no dormía. Se sentía lleno. La luna creciente que mostraba el amplio ventanal de su cuarto le daba idea de un nuevo comienzo. Un comienzo para bien. Le habían acomodado un cuarto de forma muy parecida al suyo de niño. Alguien había guardado todos sus trofeos y medallas y estaban perfectamente colocados. Y agradecía el gesto enormemente. Se levantó temprano. Había muchas cosas para preparar y faltaba tiempo. Ya habría momento para dormir después de muerto. La noticia que no quedaba ningún Fonetti en el castillo lo llenó de dicha pero, al conocer que Iley se había marchado con Elena se entristeció un poco. Esa señora de casi cincuenta años que portaba en sus hombros muchísima sabiduría, había sido la doncella de Anabelle. Y estaba seguro que a su hermana le encantaría volver a verla. Desconocía que le veía de bueno a Elena que se había mantenido a su lado durante tantos años. La llegada del resto de los miembros de la familia fue grandemente celebrad
— ¿Qué me estás contando, Gregory? Jamás en la vida me casaré con Elena. Si no fuera por todo el daño que me causó, encima está el hecho de que mi madre la odia. Jamás la aceptaría como nuera. —respondió Felipe exaltado. Primero la negación de Anastasia de casarse y luego semejante bomba.—Es un vacío legal muy antiguo. La ley dice que en caso de que haya un nuevo rey que no haya obtenido el trono por herencia ni por la fuerza tiene que hacerse cargo de la antigua familia. Correr con sus gastos, con sus estudios. Y en caso de ser de géneros distintos tiene que casarse con esa persona.—Es arcaico, Greg. Estamos en el siglo XXI. No hay alguna manera de rodear ese artículo sin desobedecerlo.—Pues no —William se unió a la conversación. Él mismo se había pasado horas buscando salidas. No había encontrado ninguna— .Los reyes antiguos fueron claros y los muy puñeteros hicieron caso omiso a las curvas. No se puede hacer nada.—Estamos sumergidos en la actualidad —continuó Gregory— pero, en
Felipe regresó al castillo con suficientes planes para evitar que Elena huyera. Decidió que lo mejor sería poner alguien de confianza que le dijera cada paso que diera. Pero ahí estaba el problema. Las personas en las que podría confiar ciegamente eran escasas. Fácilmente las podía contar con una mano. Ya encontraría alguien. Si algo había aprendido cuando había empezado a ganar dinero, era que un buen fajo de billetes podía mover las montañas. Al poner un pie en la entrada no sabía dónde dirigirse primero, si a la habitación de su madre o a la Anastasia. Eligió sabiamente. Los gritos de su madre le echarían a perder lo que restaba de día, así que mejor dejarlos para el final. Se encaminó al ala oeste mirando las muchas pinturas que había colgadas en la pared contraria a los ventanales. Uno daría un breve salto al pasado solo viendo esas magistrales obras de arte. Cada cuadro mostraba un pedazo de la historia de Talovara. Y con cada trazo del pincel parecía que la pintura estaba v
Felipe sintió como Elena se tensó. Se habia puesto rigida en cuestiones de segundos. Sin soltarla la jaló a una silla y después de sentarla se aculilló delante de ella. No se observó un maltratador pero ver ese rostro tan blanco como las paredes de alrededor y sus manos apretadas intentar controlar los temblores lo hicieron sentir el ser más miserable del planeta. Y no debería sentirse culpable cuando él jamás le había hecho daño a la mujer que tenía al frente y que evitaba mirarlo directamente a los ojos. Todo lo contrario. — ¿Te hice una pregunta, Elena? Y Me gusta que me respondan cuando pregunte. —A ningún lado que te importe. No quería verte nunca más en la vida. Eso debería ser suficiente. —Estoy intentando ser cordial. No me provocas. —Pues puedes meterte la amabilidad por el trasero. Soy una ciudadana libre y puedo hacer lo que me dé la real gana. No le debo explicar a nadie. A la única persona que se lo debió morir hace años. —Sí, eres una persona libre pero también mi pr
El doctor Mateo entró en la estancia minutos después. Sus ojos vieron a una pareja que estaba distanciada no solo físicamente sino también de forma mental. A pesar de estar en la misma habitación, Felipe y Elena estaban a años luz. Los había traído a ambos al mundo. Había querido escapar de la contaminación y el ruido de las grandes ciudades y nada mejor que el reino de Talovara. Le gustó de inmediato y debido a que le había salvado la vida al antiguo rey en una gala, tenía contrato por tiempo indeterminado en la casa real. — ¿Puedes sentarte, pequeña? —sugirió cuando se acercó a Elena y esta no se movió. Esa niña que había visto crecer siempre había sido una persona esquiva. Siempre apartada en un rincón. Siempre alejada de las multitudes. Y a pesar de llevar más de treinta años en palacio no había podido averiguar la razón. —Vete, Felipe. No te quiero aquí. —Debería marcharse, Alteza. Soy muy capaz de hacer mi trabajo. Y la señorita no lo quiere aquí. —La señorita es mi prometi
— ¿Niña podemos hablar? —preguntó Iley en voz baja nada más atravesar las puertas del cuarto. Felipe las había guiado a la habitación y se había marchado con premura. Como si no pudiera estar mucho tiempo respirando el mismo aire que Elena.—No. No podemos. Márchate y déjame sola. No quiero verte. Lo menos que quiero es insultarte y agravar más esta situación.—Estoy de tu lado, Lena. Espero que me permitas explicarte mis razones para hacer lo que hice.—Y yo espero que tus razones sean lo suficientemente buenas como para que tuviera que salir de mi casa. Vete ya. No es el momento de ponerse melancólicos conmigo. Tú elegiste. Y en tu elección no estoy yo. Iley no volvió a hablar. Salió cabizbaja de esa habitación demasiado fría. No pudo evitar que una lágrima se derramara por su mejilla. A Elena nunca le había gustado la soledad y en esos momentos estaba completamente sola. Y esa mujer de coraza de hierro tenía muchas heridas de gravedad en su alma. Elena no salió de su habitación e