— ¿Niña podemos hablar? —preguntó Iley en voz baja nada más atravesar las puertas del cuarto. Felipe las había guiado a la habitación y se había marchado con premura. Como si no pudiera estar mucho tiempo respirando el mismo aire que Elena.—No. No podemos. Márchate y déjame sola. No quiero verte. Lo menos que quiero es insultarte y agravar más esta situación.—Estoy de tu lado, Lena. Espero que me permitas explicarte mis razones para hacer lo que hice.—Y yo espero que tus razones sean lo suficientemente buenas como para que tuviera que salir de mi casa. Vete ya. No es el momento de ponerse melancólicos conmigo. Tú elegiste. Y en tu elección no estoy yo. Iley no volvió a hablar. Salió cabizbaja de esa habitación demasiado fría. No pudo evitar que una lágrima se derramara por su mejilla. A Elena nunca le había gustado la soledad y en esos momentos estaba completamente sola. Y esa mujer de coraza de hierro tenía muchas heridas de gravedad en su alma. Elena no salió de su habitación e
Elena anduvo por el castillo el resto de la tarde. Se lo conocía de memoria. Había aprendido cada salida, cada pasadizo, cada maravilloso lugar que escondía esa edificación de piedra sólida. Había vivido muchos momentos tristes tras esas paredes pero amaba su hogar. A la hora de la cena pidió que le subieran la comida a la habitación excusándose tras un terrible dolor de cabeza. Lo menos que quería era comer con Teresa. Esa mujer destilaría veneno por todos sus poros y ella no iba a quedarse callada. El toque a la puerta hizo que se levantara del diván al lado de la ventana donde estaba contemplando el atardecer. No era la cena. Era su peor pesadilla. Felipe. —Vengo a informarte princesa que si no bajas a cenar con nosotros, tu futura familia, no comerás en absoluto. Tienes dolor de cabeza, tómate un analgésico. Pero te quiero en la mesa. A mi lado. Como te corresponde. Y ese tonito que expresó superioridad en cada sílaba hizo que Elena apretara los dientes. Felipe era capaz de
Elena no podía quedarse dormida. Sus pensamientos se sucedían a velocidad de vértigo y no tenía nada claro. No quería casarse con Felipe. De niña había anhelado una boda digna de cuentos de hadas pero al crecer se había dado cuenta que el amor no era más que una obra barata y que estaba hecho para los ilusos. Con diecinueve años había creído amar al hombre al que le había entregado su cuerpo. Solo para darse de bruces contra el suelo cuando ese mísero pescador aceptó el dinero de su padre para irse a estudiar una carrera a una de las universidades más prometedoras de Italia. No había dudado. No la había elegido. Y cuando había vuelto convertido en uno de los mejores abogados del país, Elena había hecho su elección también. Lucio podía meterse el título y el dinero por donde le pareciera. Pero un breve vistazo hacia Elena le había confirmado todo lo que necesitaba saber. No había vuelta atrás. Había comprendido que no se casaría por amor. Pero eso no significaba que tenía que casar
Las armaduras antiguas habían sido limpiadas hasta sacarle brillo. Los cuadros relucían y todas las ventanas estaban abiertas dejando pasar la claridad del día. Además había una gran alfombra roja que recorría el pasillo que la llevó a la sala del trono pero, Elena no notó nada de eso pues estaba concentrada en calmar los salvajes latidos de su corazón. Quería hacer la caso a su instinto y correr en la dirección contraria. Mandar todo a la basura y dejar que el mundo a su alrededor se fuera al infierno. Pero no podía y no quería. No dejaría a Iley atrás, no dejaría que pagara sus culpas cuando era la más inocente en esa historia, en ese juego de reyes. Entró con paso firme en la habitación y con la barbilla levantada. Las palabras de su madre hicieron eco en su memoria "Recuerda que eres una dama. Y las damas hacen lo que tienen que hacer con dignidad. No permitas que nadie te avasalle. Si vas a mirarte los pies que sea para ver lo lindo que te quedan los zapatos". Y aunque la últi
El baile continuó por media hora más. Hasta el momento que sirvieron unos canapés a base de pescados y mariscos. Elena estaba revolviendo la comida de un lado a otro del plato. Y la mueca que tenía su cara ya había levantado la curiosidad a más de uno.—Come, Elena. No querrás que piensen que estás triste por tu propia boda. —susurró Felipe. Para quien mirara vería como el rey acariciaba a su esposa. Nada más lejos de la realidad.—No me gusta el pescado. —refunfuñó de mal humor.—Estoy seguro que puedes hacer un esfuerzo. No le faltes el respeto a tu nación despreciando un producto típico de su tierra.—Así me gusta —dijo Felipe cuando vio que cortaba un pequeño trozo con el cuchillo y se lo introducía en la boca— .Ves como no está tan malo. Quizás hasta acabe gustando te. Elena obvió las palabras de su marido. Estaba concentrada en no sentir el sabor de lo que estaba comiendo y caía como grandes piedras en su estómago. Se llevó cuatro veces más el tenedor a los labios. Hasta que s
Elena despertó en su cama sintiéndose agotada. Los rayos del atardecer se colaban por los cristales de las ventanas sumiendo la habitación en naranja y dorado. Intentó levantarse dos veces hasta que se pudo incorporar del todo. A los lejos se seguían escuchando el sonido de las trompetas, los tambores y los fuegos artificiales. Talovara estaba de fiesta. Su pueblo estaba festejando que tendrían un rey en el trono que velaría por sus intereses. Elena se sentía feliz pero, no era una felicidad extrema. Había deseado que las cosas fueran diferentes. Que su padre hubiera sido un buen rey. Que hubiera conquistado el trono porque el anterior rey era un chapucero y no por mera codicia y poder. Nunca se había sentido orgullosa de que Emiliano usurpara el lugar de su mejor amigo. Maximiliano era un mejor hombre de lo que Emiliano jamás sería. Un hombre que había sabido ganarse el corazón de su gente a través de la bondad y no del miedo. Pero si algo no podía cambiarse era el pasado. Había esc
— ¿Por qué motivo no me contestas el teléfono? —fueron las palabras que escuchó Elena nada más descolgar el celular al ver la llamada entrante de Alexis. Desde su coronación dos días atrás estaba distraída. Como en las nubes. Incluso pensaba que se estaba volviendo un poco paranoica pues se sentía bajo constante vigilancia. Lo más extraño era que cada vez que miraba hacia atrás no veía ni siquiera un sombra. Quizás era los nervios, quizás fuera intuición pero, había algo que no terminaba de gustarle.—Alexis, amor, he estado ocupada.—No me digas. Me dijiste que para mí siempre había tiempo. —Cielo... No acabó de hablar porque el teléfono se les deslizó de las manos al chocar contra una poderosa espalda. Una tan fuerte y contorneada que si no fueran por los amplios reflejos de Felipe había caído al suelo de forma poco digna. No acabó de hablar porque el teléfono se les deslizó de las manos al chocar contra una poderosa espalda. Una tan fuerte y contorneada que si no fueran por lo
Felipe había pensado que era una persona que al no, no y al sí, sí. Al parecer ese concepto se aplicaba con cualquiera menos con su esposa. Al salir de Talovara había asumido que había tomado la decisión acertada. Media hora después de partir de Italia rumbo a Arabia se había dado que no podía estar más equivocado. Por esa razón ninguna de sus anteriores compañeras de cama lo acompañaban en sus viajes de negocios. Las mujeres eran demasiado emotivas, demasiado sentimentales. Demasiado cambiantes. Quizás ese era el motivo de que muchos poetas y músicos la compararan con la luna. En un día, una fase, al siguiente día, otra. No sabía que lo había llevado a tomar tan errada decisión. "No digas eso”, le dijo su mente, “tenías un ataque de celos que no podías contigo”. Y sabía en lo más profundo de su corazón que aunque Elena se hubiera empecinado en no ir, él hubiera hecho lo que hubiera querido. Aunque hubiera demostrado minutos atrás que opinaba todo lo contrario. La deseaba, eso n