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CAPÍTULO 3: UN OBSTÁCULO ADORABLE

CAPÍTULO 3: UN OBSTÁCULO ADORABLE

Katherine nunca se había sentido tan intimidada y atraída a la vez. En menos de un día ha perdido su empleo y ganado otro, aunque todavía no entiende la magnitud de su decisión… o el precio que tendrá que pagar.

Con el corazón acelerado, sale de la oficina y encuentra a Lucy sentada en una de las sillas del pasillo, está concentrada en la Tablet. La pequeña levanta la mirada al verla y esboza una sonrisa traviesa.

—Mamá —dice con entusiasmo—, mira, tengo el video. Ese niño tuvo toda la culpa, no tú.

Katherine no puede evitar sonreír. Se agacha para quedar a su altura y acaricia suavemente el cabello de su hija.

—Gracias, mi amor. Pero no importa, el señor Salvatore ya lo sabe.

—¿Entonces no te despidió?

Katherine vacila. ¿Cómo explicarle lo que realmente pasó? Lucy no lo entendería. Ni siquiera ella lo entiende del todo.

—Bueno, técnicamente… —comienza, pero antes de que pueda continuar, la puerta de la oficina se abre de golpe.

Anthony aparece en el umbral, su figura dominante llena el espacio. Sus ojos oscuros las observan con detenimiento, como si estuviera calculando cada uno de sus movimientos.

—Ven conmigo. Vamos a hacer un ensayo antes de esta noche —ordena con voz firme, sin dar espacio para objeciones.

Katherine se pone de pie instintivamente, colocando a Lucy detrás de ella en un gesto protector.

—Todavía no le he dicho nada…

Anthony la interrumpe con un tono gélido y autoritario.

—Si digo que saltes, saltas. Si digo que vienes conmigo, me sigues. Sin cuestionar. ¿Entendido?

Katherine parpadea, sorprendida por la dureza de su voz. Quiere protestar, pero la intensidad de su mirada la deja sin aliento.

—No puedo dejarla sola —logra murmurar finalmente.

Anthony ladea la cabeza con un aire de impaciencia, como si hubiera anticipado esa respuesta.

—Ya me encargué de eso. —Desvía la mirada hacia el pasillo justo cuando una joven aparece, apresurándose hacia ellos.

—Aquí estoy, señor Salvatore —dice la chica, inclinando ligeramente la cabeza en un gesto de respeto que no pasa desapercibido para Katherine.

Anthony da un paso hacia ella, su presencia se vuelve aún más imponente.

—Te encargarás de cuidar a la niña. Si algo le pasa, aunque sea un rasguño, te lo haré a ti diez veces peor —advierte con un tono bajo y helado.

El rostro de la joven palidece, y Katherine siente un escalofrío recorrer su columna. Por un instante, piensa que Anthony está exagerando, pero la seriedad en su expresión y el miedo en los ojos de la chica le confirman lo contrario.

“¿Quién demonios es este hombre?”, se pregunta mientras lo observa incrédula.

—¿Mami, me conseguiste una niñera? —pregunta Lucy, ajena a la tensión que flota en el aire.

Katherine se esfuerza por sonreír, aunque su corazón sigue latiendo con fuerza.

—Sí, hijita. El señor… Anthony nos está ayudando con eso para que yo pueda trabajar con él.

Anthony se cruza de brazos, observándola con desafío y satisfacción, como si hubiera ganado una partida que ella no sabía que estaba jugando.

Katherine se tensa cuando ve a Lucy dar un paso adelante, con su Tablet aún en las manos, mientras Anthony la observa desde su imponente altura. Su hija, sin una pizca de miedo en sus ojos curiosos, inclina la cabeza hacia un lado, evaluándolo con la misma intensidad con la que él evalúa a sus enemigos.

—¿Tú eres Anthony? —pregunta la niña con una sonrisa inocente, pero sus ojos brillan con algo más: astucia.

Anthony alza una ceja, ligeramente sorprendido por el descaro de la pequeña. Su mirada, que normalmente haría temblar a cualquier adulto, no parece afectar a Lucy en absoluto.

—Lo soy ¿Y tú quién eres? —pregunta, pero sin rastro de dureza.

Lucy sujeta la Tablet contra su pecho y da un pequeño paso hacia él, desafiando la distancia que Katherine intentaba mantener entre ambos.

—Soy Lucy. Y si eres Anthony, ¿vas a ser mi nuevo papá?

Katherine siente que el aire se le atora en los pulmones.

—¡Lucy! —exclama, horrorizada. Se adelanta para tomar a su hija, pero Anthony levanta una mano, deteniéndola con un simple gesto.

Él se inclina ligeramente hacia la pequeña, su rostro ahora está a la altura de los ojos de Lucy. Sus labios se curvan apenas en una sonrisa que podría considerarse cálida si no fuera por el destello peligroso que nunca abandona su mirada.

—¿Y por qué piensas eso? —le pregunta con una curiosidad genuina.

Lucy parpadea, como si la respuesta fuera obvia.

—Porque escuché cuando le dijiste a mi mami que tiene que ser tu prometida. —La niña levanta un dedo, como si estuviera regañándolo—. Y si se va a casar contigo, entonces tú serías mi papá, ¿no?

Anthony suelta una breve risa, algo entre divertido y sorprendido por la lógica implacable de la niña. Katherine, por su parte, está al borde de la desesperación.

—Lucy, no es tan sencillo como eso —interviene Katherine rápidamente, tratando de enmendar el desastre.

Pero Anthony no le quita la mirada de encima a la pequeña. Su sonrisa se amplía un poco más, y aunque sigue siendo sutil, Katherine puede ver que la niña lo ha intrigado.

—Tienes razón, Lucy. Si fuera así de fácil, probablemente ya lo sería. —Sus palabras son suaves.

Lucy sonríe triunfante, como si acabara de ganar un argumento, y da un paso más hacia él. Antes de que Katherine pueda detenerla, Lucy extiende su mano hacia Anthony.

—Entonces, ¿me vas a cuidar igual que a mi mami?

La pregunta, directa y llena de una confianza infantil parece tomar a Anthony por sorpresa. Por un momento su semblante se suaviza y Katherine siente que está viendo una faceta completamente diferente de él.

Anthony se inclina y estrecha la pequeña mano de Lucy con una delicadeza que contrasta enormemente con su habitual rudeza.

—Por supuesto. A tu mamá y a ti.

Lucy sonríe ampliamente, satisfecha con su respuesta.

—Entonces, serás un buen papá.

Anthony suelta su mano, pero no antes de darle una pequeña palmadita en la cabeza, algo inusualmente afectuoso viniendo de él. Luego se pone de pie y mira a Katherine, quien todavía está tratando de procesar lo que acaba de pasar.

—Ahora sí, es hora de trabajar. Ella estará bien.

Lucy corre hacia la niñera con una risa ligera, pero no sin antes girarse para despedirse.

—Adiós, señor Anthony.

Él asiente y sus labios se curvan apenas en algo parecido a una sonrisa.

Cuando la puerta finalmente se cierra tras Lucy, Anthony vuelve a fijar su mirada en Katherine, quien lo observa como si intentara leerlo.

—Tienes una niña interesante. Astuta. No esperaba menos.

Su tono es tan neutro como siempre, pero Katherine no puede ignorar el leve brillo en sus ojos, un indicio de que Lucy ha logrado algo que pocos pueden: descongelar, aunque sea por un momento, al hombre de hielo que tiene frente a ella.

—Ahora que está resuelto, muévete. No me gusta perder tiempo —declara, girándose con la misma autoridad con la que había llegado.

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