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Capítulo 2 Entre Familia

Esa noche sus hermanos estarían en casa por pedido de Naomi, quien nada menos y nada más se había dado la tarea de inventar una de sus cenas, seguro que le saldría con alguna visita inoportuna, ese siempre era el broche final de su querida hermana.

Le había enviado a Lucas y Martin sus sobrinos sin avisarle, como siempre lo hacía, eran dos chicos traviesos de ocho y cinco años. Siempre lo hacía, todo a última hora y sin aviso previo.

Henry por lo menos era algo más considerado, aunque no tanto así Luisa su mujer que enviaba a su sobrina Zarina todas las tardes después de clases, por lo general le pasaban a buscar entre ocho o más tardar nueve de la noche, Zarina era una dulce chica, aunque tenía once años, le daba una mano en el jardín, y con algunas cosas de la pastelería, Ani hacia varias cosas para Emilia su amiga, y otros dos cafés, uno que otro fin de semana viajaba a Barcelona y trabajaba donde Paolo el fin de semana.

Cada vez que se reunían a cenar era una verdadera guardería, de paso siempre terminaba teniendo algunos cruces de palabra con Naomi, a menudo solían ir para cenar con la abuela, los chicos le pedían contaran cuentos, y por eso Candelaria la abuela horneaba galletas, algo que le hacía feliz, útil, y requerida para la familia.        

Naomi se había recibido, especializándose en el área de Pediatría y  

Henry en la ingeniería Civil, en la empresa había conocido a Luisa, al cabo de un año de salir juntos, se casaron.

Naomi y Tony Frank, se habían conocido en un viaje a Costa Rica, se podía decir que era un amor tórrido, pasional, así fue en realidad, amor a primera vista.

Solo Ani había heredado el gusto exquisito por la cocina era un talento de la abuela que había heredado, a los siete años hizo sus primeras galletas.

Ani se lavaba las manos, cuando justo en ese instante su teléfono repicaba insistentemente. Estaba casi segura de que sería su hermana, casi que podía saber para que le llamaba.                

-Hola- sí… que bueno escucharte ¿Como dices? ...te has vuelto loca ¿Invitaste al sujeto en cuestión? sin preguntarme-.

-Si, esta noche a las ocho estaremos en casa. Él llegará un poco más tarde, le dije que la cena será una delicia-. Dijo Naomi mientras reía.

-Tengo que dejarte linda, nos vemos en casa, deberías invitar a Pascual, Ani la verdad es que ya con tus treinta y dos años; es hora de que abordes algún tren, el amor no hace daño querida, deberías darte ese placer-. Naomi soltó una risa algo sarcástica, solía hacerlo siempre, era déspota cuando se lo proponía.

Aunque para que le cuidara sus hijos, cocinara y demás, bajaba un poco su acido humor. Le preguntó si la abuela había podido dormir bien esas noches, a lo que Ani respondió; -Perfecto-.

-Ya sabes que si pudiese te daría una mano, pero la verdad es que la soltera de la familia eres tú, ni modo-.

-Gracias por recordármelo, a veces se me olvida, tu abuela está bien, ya que estás tan preocupada por su salud…ella es una mujer fuerte, siempre esta con el ánimo arriba-.

- Ani, si te propones molestarme no te daré el gusto-. La voz de Naomi cambiaba de tono. -Y por favor, esta noche irá mi invitado, así que cuida cada detalle, quiero que se lleve una buena impresión de nuestra familia…Y no te fijes en él, porque él jamás se fijaría en alguien como tú, una simple cocinera-. Y antes que pudiera pronunciar palabra su hermana colgó el teléfono, siempre le dejaba hablando sola.

Justo ese día, ella organizaba una cena familiar con el fin de llevar a un amigo, ¿Que se traería entre manos su querida hermana?

Llevaría un amigo, estaba segura eso sí, que no era para presentárselo a ella, pero esto era un abuso de su parte, invitar un desconocido, solía aprovechar estas cenas para hacer sus chistes y bromas, le molestaba que siempre estuviera desesperada buscándole marido, tenía treinta y dos años, de ninguna forma estaba infeliz por faltarle un compañero de habitación, y un advenedizo en la ducha.

Ani organizaba el mantel para esa noche, y las servilletas, su mente trajo momentos en los que Naomi le había llevado cualquier cantidad de pretendientes, había desfilado unos soberbios personajes, señores maduros que en algunos casos parecían su padre, su mente evocó aquella cena con Daniel, un visitador médico, era alto, flaco, ojeras profundas, se había quedado por ratos dormido, lo que la hizo bostezar.

Pablo Cortez que hablaba por los codos, presumía de cantante, una sola copa había sido suficiente para desbordarse a cantar como Leonardo Favio, fue un concierto horrible que tuvo que soportar.

Eso si le había recalcado toda la noche que él tenía buen gusto, y le acompañaba una pensión, no era encantador, mucho menos su tipo, no era lo que ella soñaba.

Pascual el panadero, le invitó a una de esas cenas que le encantaba dar, era lindo chico, musculoso, atlético, pero su madre era algo de cuidado, le decía donde, como y cuando. Ella ya estaba bastante adulta para semejante control.

Aun así, su hermana quería casarla con Pascual. Pero definitivamente quería conocer alguien con quien conectaran al mirarse, un amor que moviera su corazón.

El horno activço la campanilla que indicaba que estaban listas las bandejas de galletas, con sus guantes en mano, procedió a sacar las bandejas, el olor era encantador, seducía el aroma de coco, canela, vainilla, las dejó enfriar, y se dio a la tarea de limpiar la lata del horno, dejando todo impecable.

La abuela le había enseñado algunas recetas de secretos que solo quedan en familia, en Tánger, se había enamorado del sabor mediterráneo de las cocinas, de hecho, antes de la enfermedad solía ir de tanto en tanto, le era tan a gusto el lugar, aún tenía muchas amistades allí, su abuela era de viajes, una mujer inquieta, sabía que estaba poco a poco apagándose la vida, pero quería vivir a plenitud hasta el último respiro.

Tánger poseía una magia que le envolvía, una que otra vez recibía cartas de sus amigas, eran preciados recuerdos para su abuela, el último viaje lo había realizado a pocos días de los médicos darle la noticia, su visita de días se extendió a unas semanas, cuando regresaba venia renovada, era quizás lo bien que se sentía, que se reflejaba en todo su ser.

Con el paso de la enfermedad se había privado de esos placeres, ahora quedaban álbumes llenos de recuerdos, cartas, y regalos que complementaban cada historia que recordaba como si fuera el día de los hechos.

Esperaba poder conocer un personaje avasallador, el amor de sus abuelos la inspiraba, se vieron, surgiendo amor a primera vista que les convenció de querer pasar el resto de sus días juntos. Lo habían logrado, durante sus primeros años de casados, vivieron en Tánger, allí fueron muy felices. Con el tiempo regresaron a España. Ani tenía algo muy claro, ella seria feliz, buscaría su felicidad a toda costa. El sonido del vapor de la tetera le trajo al mundo real, sirvió la infusión de menta, el olor era agradable y se sentía relajada con aquella taza en manos, imaginando la tina con agua tibia, sales de baño y aceite. Se daría prisa con la ensalada, observo el comedor que todo estuviera en orden.

Descorriendo las cortinas tonos crema, encendió los faroles de las esquinas del jardín, daban un lindo efecto.

-El efecto de la luz en las flores, es sencillamente maravilloso-. La abuela posó su mano sobre su hombro. -Amo este lugar, es tan reconfortante, cálido, los colores me animan mucho-

-Si, es reconfortante -Bien abuela subiré a darme un baño, porque en contados minutos tendremos una gran avalancha en la cocina-.

-Una tropa completa- Henry es como uno de los chicos, se une al clan- Candelaria fue a su habitación a darse un retoque.

Ani subió las amplias escaleras, en su habitación se despojó de su vestido, era de tez trigueña, siempre bronceada por el sol, sus piernas largas, su cabello castaño claro con algunos visos acentuados entre rojizos, ojos claros como mar, media un metro con setenta, le hubiese gustado tener un poco más de altura. Solía siempre llevar su cabello en una cinta, algún moño travieso y divertido. En la ducha el agua tibia le brindaba esa sensación de relax, pero aún tenía cosas que dejar ultimadas, rápidamente cerro la ducha extendiendo su mano, la toalla le cubrió su cuerpo.

Se coloco un lindo vestido en capas azul en tres tonos, con un estampado suave, su cabello lo recogió a medias, con una pinza, le hacía ver sus ojos que resaltaban.

Solo resaltó sus cejas, un toque de labial muy suave, rubor para sus mejillas, se aprobó a sí misma. Abriendo las ventanas ráfagas de aire fresco llenaron la habitación.

Era un lugar acogedor con una vista impresionante, se sentía feliz allí, era su hogar y no lo cambiaria, al menos no por el momento.

Mientras bajaba las escaleras, pasó revista a los últimos detalles, el timbre le advirtió que alguien había llegado, de lejos divisando el chico de la panadería de Pascual, levanto la mano agitándolas, el pedido había llegado a tiempo. Revisó y tomando la factura le entrego justo el precio de esta.

-Gracias Antonio, eres muy amable, toma, aquí esta tu propina-

-Tendrá una gran cena por lo que aprecio-

-Muchos invitados y un desconocido, gran cena, sin dudas-.

-Señorita Ani muchas gracias… ¿Sabe que estoy ahorrando para una pequeña motocicleta? Estoy a esto-. Recogiendo sus dedos unidos, sonrió.

-Entonces, subiré mi propina-. Ani le extendió dos billetes. -No creo que sea el monto final, pero pues ayuda-.

-Vaya que generosidad-. Le aseguro que cuando la vea en algún lugar con sus compras, la traeré a casa, sin tarifa alguna-

-Bien, no me opongo-.

El chico siguió su camino, tenía una segunda entrega que realizar.

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