Capitulo 5 Amanecer

Aunque no era un cocinero estrella, cocinaba de tanto en tanto.

Le encantaba tomar el café de la mañana allí mirando el mar, haciendo una caminata, saliendo a trotar con Teo, admirando desde un rocoso paso que había toda la extensión de colores, podía pasar horas, lo disfrutaba.

-Amigo ven aquí, ¿Quieres otra galleta? -. Teo ladró fuertemente moviendo su cola.

-Conocí alguien esta noche, sé que te va a gustar mi amigo, vamos a descansar, mañana será otro día-. Apagando las luces del interior, entró a su habitación, Teo gustaba de dormir junto al balcón de la habitación, allí tenía una cómoda almohada super grande en la cual el gustaba de dormir, era tibia y suave, en pocos minutos ya estaba dormido plácidamente, Juan Carlos después de un baño, se hundió en sus cobijas, por más que daba vueltas el sueño no acudía.

Cada momento de aquella escena en casa de Naomi la tenía grabada, los ojos profundos de Ani, su perfume tenue pero exquisito, respiró hondo convenciéndose a sí mismo que no quería una relación ni líos sentimentales en su vida, al inicio la magia llenaba el espacio, casi todas eran iguales, dulces, comprensivas, amables, luego empezaban los reclamos, tiempo que no podía en ocasiones tener disponible, los celos, no quería enamorarse, debía darse un tiempo.

Ani parecía una chica sencilla, humilde, era claro que no se parecía a Naomi, pero era imposible por ahora. El motivo en sí no lo sabía explicar, era una negación, aunque le gustaba y mucho.

Sintió unas piedrecillas que golpeaban su ventana, se quedó atento para comprobar que eran pequeños golpes en su ventanal, volvió a escucharlas, las piedras se lanzaban con suavidad, podía decir que eran chicas, pero sonaban en coro, así que decidió encender su lámpara, se acercó a la ventana, su sorpresa fue mayúscula, una chica en un gorro azul y bicicleta, le agitó la mano saludándole, él hizo lo mismo.

El hizo señas que esperase, bajó las escaleras en su pantalón de noche, tomo una camiseta para cubrirse, quitando los cerrojos desactivó la alarma, la puerta se abrió… él quedó mudo.

-Hola, lo siento aparecer así tan tarde, y sin invitación-. Le miraba ruborizada. -Dejaste el teléfono en casa, lo noté mientras limpiaba, así que te lo vine a devolver, no ha parado de sonar, igual estamos no muy lejanos-. Dijo mientras señalaba en dirección a su casa.

El no musitaba palabra, le miró perplejo.

-Señorita Ani; locamente demencial pedalear cuarenta cuadras-. Era algo que le parecía loco. Ella sacó de su mochila el teléfono, lo sostenía en sus manos. Le hizo pasar a la amplia sala, era una magnifica casa y ahora ella era una invitada sorpresiva.

Era de un estilo medieval, le habían hecho algunas reformas, pero conservando mucho de su originalidad, eso le sorprendió gratamente, ella se acomodó en el cómodo sofá, sonriendo le extendió su mano entregándole su teléfono en sus propias manos.

-Lamento la hora, pero no demoraré, solo vine a traértelo, en verdad quería una excusa para tomar el aire fresco-.

-Lo deduzco por el viaje que te has dado hasta aquí, imagino que lo requerías-. Dijo él señalando la vista desde allí. -El aire… querías tomar aire, yo, en ocasiones suelo tomarlo hace falta-. Concluyó la palabra y se colocó de pie.

-Venga, deja tu bolso aquí, ¿Quieres un café? Le ofreció mientras caminaba hacia la cocina. Era un sueño aquello, tenía que ser.

-Bien, me gustaría con un trozo de torta-.

-No tengo torta...vivo so…-.

-Yo traje, dijo extrayendo del bolso una caja con un trozo impecablemente arreglado. -Dejaste tu trozo en casa, así que agregue otra porción, ¿No te gustó? creo que, por tus ojos, y tu mirada, es una completa tentación-. Y sonriendo la colocó sobre el amplio mesón de mármol.

-Si, por eso no la quise comer toda, quería degustarla nuevamente en unas horas nada más, solo que la olvidé al igual que mi teléfono,

bien ya está lista el agua, haremos un delicioso café con leche, ya viene todo listo, ¿Qué te parece? -.

-Bien, esta genial-.

Mientras él servía el café, recorrió la cocina que era de ensueño, tonos azules entre claros y medios en algunos muebles, el amplio mesón en mármol italiano era de una exquisitez única, luego las sillas que hacían tono con él, un frutero en cristal y el comedor que era muy elegante. Admiró el jarrón que lucía unas hermosas flores.

El mesón de mármol se robaba todas las miradas, era una hermosa cocina, apreciaba el buen gusto en cada detalle.

La pared azul vintage en una ele hacía un aporte a la belleza de aquel lugar. Todo era hermoso, algo que llamó su atención fue una antigua radio que lucía perfectamente en la sala, todo era un juego de colores tenues y vivos, invitaba a quedarse allí horas.

Los sillones blanco marfil, con los cojines crema y bordó con unos toques en su estampado daban un encanto a todo el lugar.

Los cuadros se notaban de un gusto, tal como él era.

-No es tan grande como el comedor de tu casa-.

-Mejor así, la verdad es que tienes una casa preciosa-.

-Gracias, igual tu casa es un lugar acogedor-

Ani se disculpó dando el primer sorbo de café, era impulsiva, le dijo en modo de secreto, él dijo haberlo notado, pero le gustaba, nada planeado, era mucho mejor en ocasiones, que aquello de pasar días, meses, intentando realizar algo, al final nunca podías lograrlo, muchas veces le había sucedido, sabía por qué lo decía, había planeado pasar su vida con alguien, ahora era solo una sombra que pasaba frente a él, ella solo le escuchaba con suma atención.

Ella cambiando un poco de tema, le contó algunas cosas de familia, su sueño era ir a Italia a un curso en el verano, eso sí, asociado a la cocina, esta le apasionaba enormemente.

Ella era pastelera, pero había aprendido de los libros muchísimo, era una chef empírica en muchas cosas. El comprendió el porqué de su pasión por los postres, y a juzgar por su torta era toda una estrella del sabor. Tomaron café amenamente entre anécdotas de harina, azúcar, y cuentos de gasas, algodón, suturas, eran dos mundos diferentes.

Esa noche la enfermera estaba al cuidado de la abuela, ella se había tomado la noche para un paseo en bici a su casa, mirando el reloj de manilla rosa que traía se fijó en la hora, doce de la noche pasadas, se colocó en pie, era hora de marcharse. Juan Carlos se ofreció llevarla en su auto. Era lo menos que podía hacer después que ella se había tomado el tiempo para venir hasta su casa y traerle el teléfono.

-No-. Exclamo ella. -Tomaste vino en casa, y no una copa, varias, yo diría que más de tres, estaba exquisito-. Reía ahora con soltura.

-Al menos déjame caminar a tu lado, no creo que la bici se ponga celosa-. Reía mirándole.

-No, no es necesario, es cerca, unos pedalazos y ya-.

-Tengo una idea, espera que amanezca un poco, ven descansa un poco en mi estudio, hay un sillón cómodo, a las cinco y media que esté ya rayando el sol, puedes irte.

-No puedo, te imaginas, yo aquí durmiendo plácidamente-.

- ¿Te espera tu esposo en casa? Preguntó él-.

-No tengo un romeo que me espere en casa, pero si una abuela-.

-Tampoco tengo una esposa histérica que llegue ahora pasada de copas y vaya a ser un escándalo, así que te quedas, aquí está la manta, no te hagas de rogar vale-.

-Es que llegar a casa en la madrugada…bueno, estaría bien, creo que lo hace un tanto misterioso-.  Soltaba la risa sonora.

-Saliste sola en la madrugada, así que imagino que no están buscándote por toda la ciudad-. Juan Carlos le animó.

-Tienes razón- ¿Seguro que no es molestia para ti? -.

-Ninguna, te lo puedo asegurar, Teo aprueba que te quedes, de lo contrario, estaría reclamando, y como ves, duerme plácidamente-.

Él se fue a su cama dando vueltas, ella acomodada en el sillón, luego de que rechazara una de las habitaciones de huéspedes, no lograba conciliar el sueño, intentaba dormirse, pero el sueño se fue, y al igual que su vecino no llegaba.  Se paseó el amplio estudio mirando el gran balcón, tenía unas cómodas poltronas de descanso acogedoras e irresistibles, se quedaría allí mirando la madrugada, sintió pasos, él se disculpó tampoco lograba dormir, le gustaba su clara espontaneidad, no se reservaba nada, le hizo varias preguntas sobre su trabajo en la clínica.

Las horas comenzaron a correr con lentitud, parecía que el mismo tiempo se detuvo, que se negaba a correr veloz, porque hablaron de sus vidas, un poco de esto, otro poco de aquello, y así, la luz del amanecer les sorprendía, ella tenía la firme sensación que era muy diferente a los amigos de Naomi, era gentil, amable, sencillo, cálido, y humano.

Porque al parecer su hermana era todo lo contrario, y nada llena de nobleza.

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