Audrey se apresuró a pedalear para llegar pronto al hospital, se sentía como una colegiala montando esa cosa vieja a la que le sonaba todo menos el claxon. Pero era una buena idea para ahorrar, sobre todo si necesitaba movilizarse más allá del hospital para ir al banco, por ejemplo, o hacer compras, que no eran muchas…Había practicado en ella toda la tarde del día anterior, a pesar del ardor y la comezón que le provocaban los raspones de sus rodillas, pero se sentía lo suficientemente segura como para tomar la calle e ir hasta el trabajo, seguramente con los días sería más fácil.Connor había llegado temprano y estaba pensativo, el nuevo horario de Oliver comenzaría a funcionar ese día y le preocupaba su adaptación a tanta ocupación, acababa de ajustar los detalles con el chofer para que se ocupara de llevarlo y de traerlo la casa a la escuela, de escuela a la casa, y luego a las Academias en donde cursaría algunas de las numerosas disciplinas que Bethany había planeado para él.— Es
— ¿Qué te pasa? — Alice le preguntó cuando la vio pasar como un torbellino sin saludar a nadie.— ¡Mejor no preguntes!— Audrey… — Insistió la otra enfermera yendo tras ella.La rubia se puso las manos en la cintura e inspiró profundo.— ¡Es Evans!— ¿El Doctor Connor Evans? — Ladeando la cabeza en señal de interrogación ya que la rubia siempre lo llamaba por su nombre de pila.— ¡Sí, ese Evans!, ¡Acaba de humillarme porque no tengo un medio de trasporte apropiado que no destone en el aparcamiento de vehículos! — Dijo furibunda.Alice se quedó estupefacta. Audrey siempre estaba defendiendo al Doctor Connor por su manera de ser y de tratar a los compañeros de trabajo y empleados, ¡Pero ahora lo acusaba de ser un ogro?— ¡No me lo creo!— ¿Qué? ¿Qué es lo que no te crees?— ¡Que lo acuses de algo! Tu siempre le estas buscando una explicación su forma de ser.— Ay, por favor, no empieces, ¡No vas a decir “te lo dije”!— Es en serio, Audrey, y ¡Si, si te lo dije!, no puedes decir que no t
— ¡Vamos, Audrey! Debes saber quién te lo envió — Una de las enfermeras comentó dándole vueltas con cuidado a la caja llena de chocolate y tratando de hallar algún vestigio del admirador secreto de la rubia.— Si no dices nada, comenzaremos a dar nombres hasta que reacciones a alguno — Amenazó otra entre risas.— ¿Y qué les hace creer que trabaja en este hospital? Puede venir de alguien de fuera — Alice soltó de pronto cuando vio la incomodidad de Audrey y su negativa a soltar la lengua.Cuando los demás comenzaron a regresar a sus labores, la rubia murmuró un agradecimiento por lo bajo a su compañera y nueva amiga:— ¡Gracias!— No hay de qué — Guiñándole un ojo antes de volver al trabajo.Audrey esperó a que ya todos estuvieran ocupados y se acercó a Ben encontrándolo con las narices metidas en una pila de historias médicas por clasificar.— Hola otra vez — Ella dijo con cautela.— Hola — Él respondió sin mucho ánimo.— Quería darte las gracias… por el chocolate.Ben levantó la mira
Audrey se había mantenido alejada con mucho esfuerzo del cardiólogo atendiendo a las sugerencias de Loretta, pero nunca dejó de observarlo en silencio y preguntarse qué diablos le pasaba, y por qué se sentía tan extrañamente atraída a él como un imán.Como la vez que tuvo que asistirlo en cirugía y casi deja caer los instrumentos al suelo por los nervios, ella intentaba comprender lo sucedía en su pecho, pero se negaba a volver acercarse por temor a no poder manejar esa actitud voluble e imprevista del galeno, en la que un día la saludaba cordialmente, incluso cariñosamente, y al día siguiente parecía que la odiaba.El maldito cambio de humor con ella era insoportable, y Audrey nunca fue persona de pisar en falso, odiaba las medias tintas, ¡O era blanco, o era negro! Pero a quien no podía rehusarse era a Oliver, el pequeñín la buscaba cada vez que iba al hospital y pasaba largos ratos con ella para que le contara cuentos, o lo llevara a los columpios del área pediátrica.Además, ella
— ¡Oliver, ven acá! — El padre del niño soltó con un toque de angustia en el tono de su voz mientras Audrey se esforzaba por disimular el nerviosismo que le produjo la declaración que el pequeño Oliver acababa de hacerle.— Oli, ve con tu padre, y ya lo sabes, ¡Eres muy inteligente, pórtate bien, cariño! — Le dijo ayudándolo a bajar de la bicicleta.El pequeñín extendió sus manitas cariñosamente hacia la rubia y ella se inclinó a su nivel para abrazarlo. Connor sintió cómo una gota helada recorrió su espina dorsal ante la escena.¿Sería posible? ¿Habría estado equivocado durante todo ese tiempo en el que pensó que odiaba a la chica? No pudo evitar sentir la boca seca y llevarse la mano a la frente dolorosamente, sacando cuentas de que hacía prácticamente un año desde el ingreso de Audrey como enfermera al hospital, y poco más de un año desde que él albergó en su corazón lo que siempre creyó que era un odio visceral.— ¡Papi! — El niño canturreó dando saltitos de alegría al correr a su
El despachador volvió a preguntarle si era Audrey Adkins y la rubia necesitó dos segundos para responder, sobre todo al notar la expresión de Ben y su cara larga.— Firme aquí — dijo el despachador de la floristería y Audrey sintió que vivía un deyabu, levantando la vista hacia Ben que parecía perdido en sus pensamientos con la mirada triste clavada en las doce rosas rojas que permanecían en la mano de la rubia envueltas en un fino papel de celofán muy bien decorado como un arreglo floral costoso.— Que termines de pasar un bonito día Audrey — Ben soltó de pronto y se dio la vuelta.— Ben, ¡Espera!El hombre se detuvo, pero no le dio la cara.— Esto no es mi culpa... te aseguro que… — Ella trató de explicar.Sabía que no era justo con Ben después de que durante meses se portara tan lindo con ella, pero no podía controlar lo que otra persona hiciera, y menos si ella no le había dado "alas"— No importa, Audrey, sé que solo somos amigos — Dijo lamentándose para sí mismo por ser un idiot
Audrey se sentía ahogada, como si le estuvieran presionando el pecho con fuerza. Comenzó a caminar en sentido contrario dándole la espalda a Connor y a los demás, directamente hacia los casilleros del personal.— Audrey, ¿A dónde vas? — Alice preguntó sin disimular su preocupación por la rubia.— ¡A tomar aire!— ¿A los casilleros?— ¡Necesito estar sola!Ella empujó la puerta esperando que no hubiera nadie, y suspiró al encontrar que efectivamente el lugar estaba vacío. Cerró la puerta tras de sí y caminó hasta pegar la espalda a la pared de enfrente mientras clavaba la mirada en las doce rosas rojas que parecía burlarse de ella y de sus sentimientos.Estaba muy confundida, no sabía exactamente que pensar, ¿Se estaría burlando de ella? ¿Era un juego para él? ¿Estaba probando algo? No era posible que alguien como Connor Evans fuera a fijarse en ella en serio.Él era un hombre con una carrera de renombre, un físico impresionante y una enorme billetera. Además, su carácter era voluble.
Audrey dejó caer el ramo al suelo, y sus manos viajaron de forma instintiva hasta el rostro de Connor. Había deseado tocar ese rostro desde hacía tanto tiempo, que en cuanto lo hizo le pareció mentira.La piel suave de sus mejillas acaloradas le quemó en la punta de los dedos, con los que recorrió con cuidado el borde de la boca entreabierta y anhelante. Ella pudo ver su manzana de Adán moverse al tragar saliva. La deseaba. La deseaba como ella o deseaba a él, no cabía duda.Continuó el recorrido por su hermoso y viril rostro, como si estudiara una obra de arte, con cuidado, con delicadeza, con admiración, como un David tallado en piedra, o un dios griego que se tornaba en carne y en hueso temblando bajo su delicado toque.Él se estremeció y apretó las manos, enterrándolas en las caderas de la chica, acercándose un poco más a ella, mientras Audrey recordaba respirar y se sentía mareada enredando los dedos en el cabello de Connor.— ¿Qué es esto que estamos haciendo? — él preguntó con l