39 Como una antorcha
Audrey dejó caer el ramo al suelo, y sus manos viajaron de forma instintiva hasta el rostro de Connor. Había deseado tocar ese rostro desde hacía tanto tiempo, que en cuanto lo hizo le pareció mentira.

La piel suave de sus mejillas acaloradas le quemó en la punta de los dedos, con los que recorrió con cuidado el borde de la boca entreabierta y anhelante. Ella pudo ver su manzana de Adán moverse al tragar saliva. La deseaba. La deseaba como ella o deseaba a él, no cabía duda.

Continuó el recorrido por su hermoso y viril rostro, como si estudiara una obra de arte, con cuidado, con delicadeza, con admiración, como un David tallado en piedra, o un dios griego que se tornaba en carne y en hueso temblando bajo su delicado toque.

Él se estremeció y apretó las manos, enterrándolas en las caderas de la chica, acercándose un poco más a ella, mientras Audrey recordaba respirar y se sentía mareada enredando los dedos en el cabello de Connor.

— ¿Qué es esto que estamos haciendo? — él preguntó con l
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