Capítulo 6

Son más de las diez de la noche y yo me encuentro sumergida en la tina, mirando mi hermoso crisantemo, sigo pensando en la fiesta, en las razones de Viktor para casi obligarme a ir y los motivos de Irina para que se ofrezca. Estoy hecha un lío y el repicar de mi teléfono me desvía de mis nudos mentales. Salgo a toda prisa haciendo un desastre con el agua.

—Diga… —respondo con el aliento agitado por la carrera.

Hola, McKenzie. ¿En serio depende de ti lo de la fiesta? Te lo pregunto porque sabes que mi vida está en tus manos, recuérdalo —menciona hablando como niña pequeña pidiendo un dulce cuando hace un berrinche—. No quiero saber los motivos por los cuales depende de ti, lo que sí necesito que me digas, es si habrá o no fiesta. ¡Por favor! Di que sí, por favor, i que sí, por favor, por favor… —ruega con insistencia.

—Respira, Irina. —Al escuchar que le solicito de esta manera que pare un momento de hablar, suelta una carcajada y su risa es contagiosa y me uno a ella—. No lo he decido, deberás esperar mi respuesta, prometo que el lunes la sabrás.

—¡¿Hasta el lunes?! —exclama decepcionada ante mi respuesta y el chillido fue tal, que me hace comprender, lo que más temprano me advirtió Viktor, sobre mi preciado don de la audición.

—Sí y serás paciente. No me llamarás a cada hora para saber mi respuesta, ¿está bien? —pregunto con seriedad para que sepa que estoy hablando en serio y no lo tome como un juego, ella debe aprender a ser paciente.

Mmm… Estoy de acuerdo, pero ten en cuenta lo que te dije, mi vida está en tus manos. ¡Vienes a una fiesta o a un funeral! —insiste en presionarme y elevo los ojos al cielo. Su drama no conoce límites.

—Irina… ¿tú también me chantajeas?

McKenzie, no quiero presionarte, pero… ¡Espera! ¿Dijiste tú también? Ósea que, ¿mi hermano te chantajeó? No puedo creerlo, en serio le interesas. Solo utiliza trucos sucios cuando no tiene escapatoria, para que las cosas se den como él quiere. Está bien, está bien, esperaré a que me llames el lunes. Adiós, McKenzie. Besos.

Y cuelga sin dejarme preguntarle nada, como el huracán que es, llega, deja un desastre en mi cerebro y se va.

Los domingos aprovecho para dormir hasta tarde y éste en especial, porque tuve pesadillas en donde me la pasé corriendo durante casi toda la noche para escaparme de la ira de Irina, por negarme a ir a la fiesta. Estoy agotada. Decido no pensar hoy en los hermanitos rusos chantajistas y dejar que lo que reste del día pase tranquilo, ya la almohada me ayudará a tomar la mejor decisión, para mí o para ellos, no sé, solo espero que sea la correcta.

El lunes amaneció más pronto de lo que esperaba y sin tener una solución que nos favorezca a todos. Alguien va a salir mal parado en todo esto y temo ser yo. La llamada que debo de hacer es la más difícil que realizaré desde que recuerdo, porque sé que, al marcar el número de mi jefe, abriré una puerta para la que no estoy segura si me encuentro preparada.

Respiro profundo y tomo el móvil mirándolo por unos segundos, como esperando a que el aparato me dé la respuesta a mis dudas, me armo de valor y oprimo el contacto para enfrentarme de una vez por todas.

Buenos días, señorita Karlson —responde de inmediato un tanto burlón y el corazón se me acelera.

—Buenos días, señor, Novikov, me alegra encontrarlo de buen humor —digo sin dar preámbulos al asunto para no retrasar el desastre que vendrá.

McKenzie, espero que la formalidad del saludo no sea un reflejo de tu negativa —contesta ahora con una voz más que encantadora.

—¡Oh! Eh… No, para nada, la fuerza de la costumbre y contestándome con tanta formalidad pues… A decir verdad, lo llamo para aceptar su… tu amable chantaje, estoy segura de que mis oídos lo agradecerán en un futuro.

Así que, ¿solo has aceptado por el bien de tus oídos? ¡Estas hiriendo mi ego! —exclama fingiendo indignación.

—Bueno, mis oídos en definitiva importan más, que inflar tu ego.

Pues por el motivo que sea, me complace mucho que la respuesta sea positiva. Y me gusta mucho la franqueza con la que me hablas, a pesar de que yo soy el jefe y, además, quien paga tu sueldo.

¡¿Qué?! Cuantos aires de superioridad ¡Ahora si me va a botar! Enojada y un tanto picada con su prepotencia le respondo.

—Se… te lo voy a dejar en claro ahora mismo, Novikov. Sí, soy tu empleada y sí, eres el jefe, pero trabajo solo porque quiero. Porque para mí es un reto personal cumplir con los trabajos que les suponen muchas dificultades a otras personas. Amo lo que hago, por eso soy la mejor y no lo hago por la paga. El dinero para mí es solo papel y me trae más problemas que soluciones —suelto todo rápido, para que no me interrumpa y me haga cambiar de parecer—, me desagrada que la gente se cree superior a lo que en realidad es, solo por tener un estatus económico alto que puede cambiar de la noche a la mañana con tan solo tomar una mala decisión. —Termino furiosa mi discurso y a punto estoy de colgar, cuando vuelve a hablar.

McKenzie, yo… tienes toda la razón, te juró que no quise ofenderte, ni menospreciar tu trabajo. Creo… Creo que debo trabajar un poco más a la hora de querer decir un cumplido. Por favor, olvida lo que he dicho. Gracias por aceptar venir y hasta luego —responde y siento en su voz arrepentimiento genuino antes de cortar la comunicación.

¡Sí, en definitiva, está loco, o me quiere volver loca!

La mañana se me fue volando, después de la llamada que le hice a Viktor, mis computadoras comenzaron a sonar con los correos del trabajo, al ser una semana antes de las vacaciones de navidad y dos para año nuevo, se vuelve un poco pesado el organizar el cierre de todo en las oficinas de Spencer ASD y Novikov Enterprise. Yo, por norma general, suelo dejar listos todos los pendientes, para que cuando se regrese la semana siguiente de fin de año, no me vea superada con el trabajo pesado.

A las tres de la tarde todavía me encuentro frente a mi Laptop, solo despegándome el tiempo suficiente para un tente en pie, y el manos libres en mi oreja, en ese instante mi teléfono suena.

¡McKenzie! —Grita Irina al otro lado de la línea. El chillido hace que me retire de inmediato el manos libres y en cuanto considero oportuno, lo vuelvo a colocar para escuchar la interminable conversación de la chica—… ya son las tres de la tarde y, ¿no me has llamado? En serio, ¿valoras tan poco mi vida? O, en secreto, ¿te gusta torturarme? Pensé que ya éramos cercanas, casi mejores amigas, pronto a ser cuñadas y aquí estoy yo, siendo paciente y esperando a que mi celular suene, durante lo que parecen ser tres mil años, para que me digas que sí se hará la fiesta. ¡Y tú... haciendo lo que sea que haces y sin llamarme!

Y como siempre, el trofeo de «diva del drama» se lo lleva… ¡Irina Novikov!

No sé cómo logra decir tantas palabras sin tomar un respiro y sobretodo, sin sufrir un paro respiratorio.

—Hola, Irina. Cálmate que estás desvariando por la falta de oxígeno. Es cierto, y me disculpo por no llamarte de forma directa, creí que tu hermano te diría lo que charlamos.

—¡Y así fue, pero ustedes son tal para cual! A él más que a nadie en el mundo, le gusta hacerme sufrir; me dijo que hablaron, pero no de qué y también me contestó que, si tú no me habías llamado, eso no era asunto de él. Que no importa lo que hayas decidido, él igual no quiere fiesta. ¡Y ya! Eso fue todo lo que me dijo —menciona y sorbe su nariz húmeda, casi llorando.

—¿En serio? ¡Qué malvado de su parte! —expreso incrédula y con sorna al escuchar el drama de cómo le gusta a Viktor, hacer sufrir a su hermana. Según ella, claro.

—¿Ves a lo que tengo que enfrentarme? A diario McKenzie, a diario… Reconozco que durante el fin de semana no he sido la mejor hermana del mundo, y podría apostar que agoté su paciencia, para no agotar la tuya. ¡Pero no es justo que no me diga nada! ¿No crees? —pregunta con voz de niña berrinchuda. Y en este momento confirmo que en su diatriba anterior se exageró.

—Agradezco la condescendencia para con mis nervios y paciencia y, la verdad, no sabría decirte si fue justo o no, porque no sé nada de relaciones hermano-hermana. Sin embargo y para que estés tranquila, le dije al señor Novikov que sí habrá fiesta —concluyo y con cierto temor por la salud de mis oídos, de inmediato me retiro el manos libres.

—¡Gracias, gracias, gracias, no tienes idea de cuánto te lo agradezco! ¿Quieres que vayamos juntas de compras? Necesito prepararme y hacerle pagar a Viktor, por esto. Y no acepto un no como respuesta, dime, qué día puedes y nos encontramos en la cafetería, ¿sí?

—Yo… eh… No, de verdad lo siento Irina, esta semana la tengo complicada y no creo tener tiem…

Te dije no acepto un «no» como respuesta —Me interrumpe tajante y continúa diciendo. Te espero el jueves a medio día. Adiós, McKenzie. Por cierto, ¡eres la mejor! exclama entusiasmada y me cuelga dejándome con la mandíbula en el piso.

¡Dios de la vida! En serio que estos rusos son de armas tomar.

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