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Un Contrato para Captar tu Corazón
Un Contrato para Captar tu Corazón
Por: Aurora Love
CAPÍTULO 1: EL FERRARI ROJO

Lizzie

Un plato volador se estrella contra la pared. Me agacho en un intento por esquivarlo, sin embargo, varios pedazos de la losa caen sobre mi cabeza.

—¡Y no vuelvas! —grita el chef y dueño del restaurante.

Tomo mis cosas apresuradamente y salgo corriendo del lugar. Agradezco que no haya nadie a esta hora, o esa habría sido la peor vergüenza de mi vida.

Aunque, si me pongo a recapitular todos los trabajos por los que he pasado en estos últimos diez años, en realidad esa no ha sido mi peor vergüenza.

Quizá podría enumerarlos, como cuando arruiné la pintura de la casa que se supone debía entregar en mi trabajo como carpintera, o aquella vez cuando por error imprimí los carteles de la tienda de ropa con un cien por ciento de descuento en lugar de un diez.

Esta vez, había arruinado la oportunidad de recibir una crítica de cinco estrellas por el crítico más importante de Nueva Jersey en el restaurante donde trabajaba hasta hace tan solo unos minutos.

Es definitivo, soy un total fracaso.

Me aguanto mis ganas de llorar porque no quiero que, además de despedida, el chef se regodee en mi miseria.

Camino por las calles de Newark a paso apresurado mientras intento llegar a mi casa. Al final termino por tomar un bus, es para lo único que me alcanza ahora mismo. El chef ni siquiera se dignó a pagarme lo último que gané hoy, así que tendré que ahorrar lo que me queda hasta que consiga un nuevo empleo.

Llego a mi casa y antes de entrar suspiro y pongo una buena cara. Lo último que quiero es que mi abuela se ponga peor de su estado de salud, y tampoco deseo que mi pequeño hermano de catorce años (casi quince) se dé cuenta de lo que pasa.

—¡Lizzie, cariño! ¿Por qué has vuelto tan temprano del trabajo? —Mi abuela mira la hora en su enorme y viejo reloj de pared. El aparato ya casi no da para más, pero para ella sigue siendo una reliquia de la que no se quiere deshacer—. A penas son las siete.

—Me dejaron salir temprano abuela —contesto con una sonrisa fingida.

—¡Oh! ¡Qué bueno! Ahí hay comida que preparé, come algo.

—Abuela, no era necesario, sabes que yo cocino cuando vuelvo.

—Tonterías niña, tengo catorce años cuidando de ustedes, no me vas a venir a decir cuándo debo parar.

Evito discutirle algo más porque sé que es una batalla que no ganaré. Mi abuela, la señora Cristina García, es una mujer de armas tomar.

Cuando mis padres murieron en aquel accidente hace tantos años, ella decidió que nos adoptaría a mí y mi hermano, y desde entonces ha cuidado de nosotros. Sin embargo, ahora siento que soy yo quien debe cuidar de ella, su estado de salud se ha deteriorado con el tiempo, cada vez sus medicinas son más caras, y el seguro no me cubre la mayoría de ellas.

Asiento y paso por la cocina, tomo un pan y una fruta, es todo lo que puedo comer ahora. De camino a mi habitación, veo a mi hermano jugando videojuegos en su habitación. Siquiera repara en mi presencia y me hace una seña con la mano a modo de saludo; está demasiado concentrado en lo suyo, como siempre.

Me lanzo en el colchón llena de frustración, necesito un trabajo ¡ya!

De inmediato me pongo a revisar las ofertas laborales en internet, pero para todas piden experiencia y currículos super elaborados que yo no poseo.

No sé cuánto tiempo pasa mientras deslizo el dedo por la pantalla viendo miles y miles de ofertas, hasta que me detengo en una que parece la más desesperada para mi situación.

“Se solicita joven o señorita con o sin experiencia para limpiar carteles”.

—¿Esto es en serio? —me pregunto a mí misma en voz alta.

Le doy clic al botón del anuncio, al parecer va muy en serio. El pago parece decente, y lo piden de manera inmediata.

Vuelvo a suspirar, y envío la solicitud de empleo, total ¿qué más podría pasar? Estoy desesperada y se me agotan las opciones. No solo necesito dinero para mi abuela y mi hermano, también para mis estudios nocturnos como veterinaria.

Ese sí es mi verdadero sueño, y aunque me cueste mucho tiempo, sé que algún día lo voy a conseguir.

Me echo a dormir intentando no pensar en nada, solo espero que me respondan la solicitud. De otro modo, tendré que pasar todo el día de mañana buscando otro empleo…

El sonido de la notificación de mi celular me despierta. Me levanto de un brinco y lo tomo con algo de desespero.

—¡Ah! No puedo creerlo —exclamo en voz baja.

Me aceptaron en el trabajo. Me solicitan como día de prueba hoy mismo. Miro la hora en el celular, todavía estoy a tiempo.

Salgo corriendo al baño, pero cuando intento entrar, está cerrado. Puedo escuchar el agua correr, estoy bastante segura de que es mi hermano el que está ahí metido.

—¡Eitan! ¡Sal de ahí!

—¡Está ocupado!

—¡Eitan! —canturreo con fastidio. Ese niño va a acabar con mi paciencia.

Mi abuela no parece estar en la casa. Suele salir muy temprano en la mañana a hacer sus compras. Son las siete de la mañana y me solicitan a las nueve. Si no entro ahora, no llegaré a tiempo, el trabajo es al otro lado de la ciudad.

Necesito hacerlo salir, así que voy hasta la llave del lavaplatos y la abro. Lo siguiente que escucho es como el coro de los ángeles. El grito de Eitan por el agua tan caliente.

Sale del baño con la toalla en la cintura y el cabello empapado.

—¡¿Qué te pasa?!

—Gracias por salir —digo guiñándole un ojo. Me meto corriendo al baño y le cierro la puerta. Lo escucho renegar, pero eso solo me hace reír.

Me cambio a toda prisa y ahora sí, salgo disparada para el trabajo. No es que me viese a mis veintiséis años limpiando carteles, pero mientras me mantenga a mí y a mi familia, lo acepto gustosa.

El auto se demora bastante en llegar, aun así, consigo bajar a tiempo.

Resulta que la locación varía dependiendo de dónde esté ubicado el cartel. Esta vez me ha tocado en un estacionamiento, y el cartel que debo limpiar es el enorme anuncio de la compañía de seguros más reconocida de toda la ciudad. La empresa Marriott.

—Muy bien, no es difícil, ¿entendiste? —me pregunta por última vez el encargado.

—Sí señor, quedará reluciente, se lo aseguro.

—Ok, volveré aquí en una hora para ver tu progreso. Recuerda que estás a prueba.

Asiento y de inmediato me subo a las escaleras que me llevarán hasta el cartel, está bastante alto, pero eso no es un problema para mí. En cambio, el sol, eso sí que es abrazador. Por suerte había traído una gorra y ropa cómoda.

Comienzo enseguida mi trabajo, me dieron un balde de agua con jabón y una enorme esponja sujeta a un palo largo. Limpiar esta cosa no puede ser tan complicado.

Apenas empapo la esponja, un montón de agua me chorrea encima, cayendo sobre mi cara. Me limpio los ojos y trato de continuar con lo que estoy haciendo, tener los brazos levantados es más agotador de lo que imaginé.

El agotamiento me hace dejar caer los brazos de un tirón. En mi estupidez, no me di cuenta de lo que eso significaba.

—¡No! —grito. La esponja con el palo empuja el balde de metal, que se precipita junto con todo el contenido de agua sucia.

Me encojo de hombros y cierro los ojos mientras escucho el estruendo.

—Ay no, por favor no —suplico para mí misma. Debajo de mí hay una fila de carros tan lujosos que nunca en mi vida podría costear.

Termino de bajar las escaleras solo para encontrarme que el balde de los mil demonios aterrizó contra el parabrisas de un Ferrari rojo.

—¡No, no! ¿Por qué a mí?

El parabrisas está hecho trizas, la pintura del capó está rayada, y todo lo demás, empapado con el agua sucia.

Esto tiene que ser una broma del destino, no puede ser que me pase esto ni bien comienzo.

—¡¿Qué hiciste?! —El grito me hace girar bruscamente. Un muchacho un poco más joven que yo, se acerca con las manos en la cabeza.

—¿Es tuyo? Yo lo siento tanto, fue un accidente.

—¡No! No es mío, pero mi cabeza rodará cuando el dueño se entere, me matará, voy a morir —vaticina de forma dramática.

Por la forma en la que lo dice, no suena a que sea una exageración.

—No, no, yo me haré cargo, fue mi culpa. ¿Tiene seguro tal vez?

—¡Por supuesto que lo tiene!

—Déjame ir a solucionarlo, pediré que lo arreglen.

—Es de la empresa Marriot, ahí está —señala el edificio, que en realidad está justo en frente.

—Bien, iré, descuida, ya vuelvo.

Salgo corriendo, así como estoy, no tengo tiempo de cambiarme. El edificio por dentro se siente tan diferente al ambiente de afuera. Aquí todo está fresco y se ve muy elegante.

Me acerco hasta la recepción, la señorita que me recibe me da una mirada de pies a cabeza con desdén.

—Buenos días, necesito hablar con algún encargado para saber cómo reparar un auto por medio del seguro.

—¿Usted tiene seguro con nosotros? Lo dudo —susurra eso último creyendo que no la escuché.

—No, es para…

—Entonces asesórese por allá —dice señalando un poste con folletos.

—Mire señorita, solo quiero saber cómo reparar un auto con el seguro, ¿no cree que pueda contestarme eso? —pregunto ofuscada. Sé que no es mi mejor actitud, pero la de ella me enerva.

—¡Igualada! Aquí nos reservamos el derecho de admisión, con esas fachas no la puedo recibir.

—¿Así atienden a la gente aquí? ¡Qué servicio tan desagradable!

—¿Qué está pasando aquí?

De pronto, un hombre de traje sale de un ascensor. Se acerca al escuchar lo que he dicho. Por su ropa, parece ser alguien de más rango que ella, pero eso no es lo que me asombra, sino lo atractivo que es. Tengo que sacudir la cabeza para no quedarme como tonta mirándolo fijamente.

—Que esta mujer no quiere atenderme, hay un Ferrari rojo allá afuera que necesita urgente ser reparado, yo no tengo dinero, pero quizá en cuotas pueda pagarlo, ¡por favor, se lo suplico!

La chica se queda callada, parece que de pronto ha enmudecido. El hombre me mira de pies a cabeza y entonces dice:

—¿Qué es lo que dices que le ha pasado al auto?

—Una pequeña cosita, nada más… se le rompió el parabrisas —murmuro con las mejillas encendidas.

—¿Qué?

—Lo siento, por favor, no deje que el dueño se entere, lo pagaré de a poco, estoy desesperada por favor, no tengo dinero y es mi primer día y… —Mi voz se quiebra, ahora sí que tengo ganas de llorar.

Escucho a la recepcionista aguantarse la risa. El hombre de traje suspira y me mira con algo de pena.

—Ese auto me pertenece, tendrás que pagar los daños que causaste, no doy contemplaciones.

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