María Aragall seguía escribiendo su nuevo libro, que bajo su seudónimo sería el primero, y que entraba ya a la etapa final.Le restaban un par de revisiones y la elección del diseño, después de eso trabajaría en otro proyecto de cartas, pero ya no serían para una revista juvenil, sino para una compilación de cartas en un libro que hablaran sobre las emociones desde diversas situaciones de vida.Tras todo lo perdido, habiendo sentido que su vida perdía sentido, sabía un poco cómo expresar que ese no era el final. La vida no se acaba hasta que se termina, aunque a veces no lo parezca de esa manera, y eso esperaba reflejar mediante diversos relatos redactados a manera de cartas para los lectores que se identificaran en esas emociones y situaciones.El proyecto estaba aprobado. A manera de curar esa ansiedad y nostalgia que a veces, sin aparente razón, le invadían, ya había escrito un par de cartas largas donde contaba su agonía y se aseguraba a sí misma que, aunque en ese momento no lo v
Dicen por ahí que, al paso del tiempo, a todo se acostumbra uno, y María se acostumbró a la presencia de su nuevo compañero de piso, con quien pasaba todas las mañanas y las noches en su hogar.Danilo almorzaba y cenaba con la bella escritora, a veces salían juntos por las noches y pasaban todo el fin de semana haciendo turismo por la enorme ciudad en que la chica vivía; y aun así, en todo el tiempo que estuvieron juntos, no pasaron de ser buenos compañeros de piso.El diplomado de Danilo duraba cuatro meses y, en la mitad del tiempo, ambos se sentían tan cómodos el uno con el otro que parecía que habían vivido juntos toda la vida. A los quehaceres se adaptaron, cada uno hacía los propios, así que no había disgustos innecesarios, incluso descubrieron sus gustos compartidos.Salir a caminar por las mañanas era, si acaso, lo único que ella jamás haría con él, porque a Mari le gustaba levantarse tarde luego de trasnochar en el celular. Ese vicio iba a volverla loca, estaba segura, pero s
El tiempo continuó pasando, y el plazo para volver a Monterrey se cumplió para Danilo.—¿Por qué no te vas conmigo? —cuestionó el joven hombre a una chica que le veía comenzar a llenar unas maletas que no había visto por cuatro meses—. Monterrey te extraña, también mi abuela, y yo te voy a extrañar mucho más.María negó con la cabeza mientras sonreía casi lacónica, Monterrey era un lugar que no había soñado con volver a pisar, porque le dolía lo que esa ciudad representaba.—Yo no tengo nada a que volver —aseguró la joven—. Y, como mis amigos que viven en Monterrey tienen mucho dinero, es mejor para ellos y para mí que ellos vengan cuando quieran verme a que yo me desahucie económicamente para ir a encontrarlos.—Mari —habló Danilo, acercándose a la joven—, me encantas de verdad.Mientras el joven hablaba, había abrazado a la otra por la cintura, atrayéndola a él para terminar hablando en su cuello, disfrutando de un aroma que jamás había olido antes de ella y que en serio le encantab
Con esa sensación de inquietud recorriéndola, encaminando sus pasos a donde, por su propio bien, no debería entrar, María decidió alejarse de eso que había llegado hasta ella, y tomó su mochila con la laptop, su celular y sus llaves, entonces cerró el gas, la toma de agua y las puertas del balcón, el patio y de la entrada para terminar subiendo a su coche y conducir por tres horas para llegar hasta la casa de su mamá.—¿Qué haces aquí? —le preguntó su madre al verla entrar a su habitación luego de escuchar a alguien entrar a su casa—. Es raro que vengas sin avisar.—Yo —titubeó María—..., estoy huyendo de una parte de mi pasado en Monterrey que me alcanzó hasta acá.—Ay, María —musitó la madre de la joven, sonriendo con benevolencia—, mi asustadiza y cobarde niña.María se abrazó a su mamá y las inmensas ganas de llorar, que le invadieron al ver a su madre, se fueron con tan solo respirar profundamente el aroma de la mujer que más amaba en la vida.La joven escritora estaba segura de
El fin de semana se terminó y, contrario a su costumbre y ganas, muy tempranito María conducía de regreso a la ciudad en que residía en la actualidad.La escritora había pasado un fin de semana muy agradable, tanto que pudo olvidarse a ratos de la razón que la había llevado a su ciudad natal. Pero, aunque le gustaría que sí, ella no podía establecerse en la comodidad, porque eso la hacía tomar decisiones que, por parecer fáciles, terminaban siendo siempre las equivocadas.Y es que claro que sería mucho más económico para ella volver a su ciudad, mucho más si regresaba a la casa de su madre; pero María Aragall estaba acostumbrada a hacer las cosas a su manera, sin rendirle demasiadas cuentas a nadie, por eso, aunque sabía qué seguro se amoldaría a la forma de vida con sus padres, ella prefería mantenerse en su apacible independencia.Lo primero que Mari hizo, tras entrar en su piso, fue abrir las ventanas y las puertas del balcón y del patio. Los espacios amplios eran lo suyo, pero est
“¿Podemos hablar?”Eso decía el mensaje que había recibido María en su antiguo teléfono en plena madrugada, pero que había leído hasta la mañana siguiente de haber sido enviado.Las manos de María temblaron. Ella creía tener una muy buena idea de lo que quería hablar Marcos con ella, pero había pasado tanto tiempo de su separación que no creía que tuviera caso ya; es decir, ¿para qué abrir las heridas ya cerradas? No le veía el caso.—No le voy a responder —dijo para sí misma, alejando el celular de ella tanto como le permitió su mano estirada.Pero, simplemente no podía ignorarlo, de haber podido hubiese contenido su enorme necesidad de saber algo de aquel que se aparecía, ahora sí de verdad, de nuevo en su vida.Antes, la joven escritora había sentido que el pasado la había alcanzado, pero era un pasado sin importancia, porque Marcos se había rendido de contactarla; sin embargo, ese chico que parecía haberle dado carpetazo a sus asuntos con ella meses atrás, estaba enviándole un nue
María llegó a Galerías y, justo en la entrada a una plaza comercial que, a diferencia de su cartera, ella disfrutaba mucho recorrer, la joven se preguntó qué rayos estaba haciendo.Y es que María Aragall no podía más con los nervios, estaba segura de que su estómago le jugaría una mala pasada en cualquier momento; y se arrepintió mucho más de haber caminado hasta ahí justo en el momento en que vio el enorme lugar, que era su destino compartido con alguien con quien no debería compartir nada más, a un paso de distancia.» No puedo hacer esto —dijo para sí misma y se dio la vuelta para regresar sus pasos por donde había llegado, pero, justo en ese momento, Marcos la alcanzó a ver desde un taxi de sitio que necesitaba andar un buen tramo antes de dar la vuelta y regresar al punto que tenía justo enfrente.El hombre, desesperado, tiró un par de billetes al taxista y se bajó del automóvil que lo llevaba, aprovechando que el semáforo estaba en rojo en alguna parte, pues la larga fila de aut
—Parece que solo queríamos vernos —dijo de pronto María, tras haber estado en completo silencio por un buen rato al lado del hombre con que se había reencontrado recién.—Yo no solo quería verte —aseguró Marcos, acariciando con su pulgar el dorso de una mano que no quería soltar—, pero, ahora que te veo, no sé ni por dónde empezar a disculparme contigo. Te hice mucho daño..., por idiota.María le miró con una sonrisa en la cara, esa disculpa le hacía mucho más bien del que había pensado que le haría.—Tuvimos mala suerte —excusó la joven, zafando su mano del agarre del otro y recogiéndola frente a su cuerpo, donde la cubrió con su otra mano—, no era nuestro destino y, por comer ansias, terminamos algo heridos.—¿De verdad piensas que no era nuestro destino? —cuestionó Marcos, dolido por el doble rechazo: físico y emocional.—Lo creo —concedió María—. Si estar juntos hubiera sido nuestro destino, ella no se habría aparecido justo en ese momento, tampoco yo habría tenido que regresar a