Con esa sensación de inquietud recorriéndola, encaminando sus pasos a donde, por su propio bien, no debería entrar, María decidió alejarse de eso que había llegado hasta ella, y tomó su mochila con la laptop, su celular y sus llaves, entonces cerró el gas, la toma de agua y las puertas del balcón, el patio y de la entrada para terminar subiendo a su coche y conducir por tres horas para llegar hasta la casa de su mamá.—¿Qué haces aquí? —le preguntó su madre al verla entrar a su habitación luego de escuchar a alguien entrar a su casa—. Es raro que vengas sin avisar.—Yo —titubeó María—..., estoy huyendo de una parte de mi pasado en Monterrey que me alcanzó hasta acá.—Ay, María —musitó la madre de la joven, sonriendo con benevolencia—, mi asustadiza y cobarde niña.María se abrazó a su mamá y las inmensas ganas de llorar, que le invadieron al ver a su madre, se fueron con tan solo respirar profundamente el aroma de la mujer que más amaba en la vida.La joven escritora estaba segura de
El fin de semana se terminó y, contrario a su costumbre y ganas, muy tempranito María conducía de regreso a la ciudad en que residía en la actualidad.La escritora había pasado un fin de semana muy agradable, tanto que pudo olvidarse a ratos de la razón que la había llevado a su ciudad natal. Pero, aunque le gustaría que sí, ella no podía establecerse en la comodidad, porque eso la hacía tomar decisiones que, por parecer fáciles, terminaban siendo siempre las equivocadas.Y es que claro que sería mucho más económico para ella volver a su ciudad, mucho más si regresaba a la casa de su madre; pero María Aragall estaba acostumbrada a hacer las cosas a su manera, sin rendirle demasiadas cuentas a nadie, por eso, aunque sabía qué seguro se amoldaría a la forma de vida con sus padres, ella prefería mantenerse en su apacible independencia.Lo primero que Mari hizo, tras entrar en su piso, fue abrir las ventanas y las puertas del balcón y del patio. Los espacios amplios eran lo suyo, pero est
“¿Podemos hablar?”Eso decía el mensaje que había recibido María en su antiguo teléfono en plena madrugada, pero que había leído hasta la mañana siguiente de haber sido enviado.Las manos de María temblaron. Ella creía tener una muy buena idea de lo que quería hablar Marcos con ella, pero había pasado tanto tiempo de su separación que no creía que tuviera caso ya; es decir, ¿para qué abrir las heridas ya cerradas? No le veía el caso.—No le voy a responder —dijo para sí misma, alejando el celular de ella tanto como le permitió su mano estirada.Pero, simplemente no podía ignorarlo, de haber podido hubiese contenido su enorme necesidad de saber algo de aquel que se aparecía, ahora sí de verdad, de nuevo en su vida.Antes, la joven escritora había sentido que el pasado la había alcanzado, pero era un pasado sin importancia, porque Marcos se había rendido de contactarla; sin embargo, ese chico que parecía haberle dado carpetazo a sus asuntos con ella meses atrás, estaba enviándole un nue
María llegó a Galerías y, justo en la entrada a una plaza comercial que, a diferencia de su cartera, ella disfrutaba mucho recorrer, la joven se preguntó qué rayos estaba haciendo.Y es que María Aragall no podía más con los nervios, estaba segura de que su estómago le jugaría una mala pasada en cualquier momento; y se arrepintió mucho más de haber caminado hasta ahí justo en el momento en que vio el enorme lugar, que era su destino compartido con alguien con quien no debería compartir nada más, a un paso de distancia.» No puedo hacer esto —dijo para sí misma y se dio la vuelta para regresar sus pasos por donde había llegado, pero, justo en ese momento, Marcos la alcanzó a ver desde un taxi de sitio que necesitaba andar un buen tramo antes de dar la vuelta y regresar al punto que tenía justo enfrente.El hombre, desesperado, tiró un par de billetes al taxista y se bajó del automóvil que lo llevaba, aprovechando que el semáforo estaba en rojo en alguna parte, pues la larga fila de aut
—Parece que solo queríamos vernos —dijo de pronto María, tras haber estado en completo silencio por un buen rato al lado del hombre con que se había reencontrado recién.—Yo no solo quería verte —aseguró Marcos, acariciando con su pulgar el dorso de una mano que no quería soltar—, pero, ahora que te veo, no sé ni por dónde empezar a disculparme contigo. Te hice mucho daño..., por idiota.María le miró con una sonrisa en la cara, esa disculpa le hacía mucho más bien del que había pensado que le haría.—Tuvimos mala suerte —excusó la joven, zafando su mano del agarre del otro y recogiéndola frente a su cuerpo, donde la cubrió con su otra mano—, no era nuestro destino y, por comer ansias, terminamos algo heridos.—¿De verdad piensas que no era nuestro destino? —cuestionó Marcos, dolido por el doble rechazo: físico y emocional.—Lo creo —concedió María—. Si estar juntos hubiera sido nuestro destino, ella no se habría aparecido justo en ese momento, tampoco yo habría tenido que regresar a
—Le pedí a todos los que sabían de mí que no dijeran nada —informó María, pensando que tal vez se arrepentía un poco de haber pedido aquello—, ellos solo estaban respetando mi decisión. En aquel entonces, yo no creía que pudiera verte de nuevo sin hacerme de nuevo pedacitos... Y creo que aún me siento un poco así, por eso estaba escapando cuando me atrapaste hoy.—Perdón —repitió Marcos, sintiendo cómo el dolor contraía su rostro y corazón—, de verdad perdón por todo. Yo me estaba volviendo loco, pero también estaba aterrado de que volver a verme te hiciera más daño, no quería eso, yo no podría perdonarme por lastimarte más de lo que ya lo había hecho.» Me rendí contigo —declaró el joven en un hilo de voz—, pero, de pronto mis mensajes te llegaron, los leíste y hasta escribiste esa entrada en tu blog, así que pensé que me arrepentiría mucho más de no intentar encontrarme contigo y dejarte ir solo así... María, no quiero dejarte ir de nuevo.—Yo no voy a ir a ninguna parte —aseguró Ma
Marcos entró a su habitación de hotel y tiró su chaqueta en la cama, dio media vuelta y se sentó en el piso dejando que la frustración se apoderara al fin de él por completo.Las cosas no habían salido para nada como él las había previsto, y eso le molestaba, pero Marcos tenía que admitir que había sido demasiado optimista cuando decidió ir por María.Y es que, el que ella le respondiera los mensajes al fin le había dado alas, así que voló directo al parachoques de un tráiler en movimiento, por eso se sentía aplastado.Sin ninguna idea de lo que iba a hacer después de eso, tomó su teléfono para hablar a su casa y contarle a su abuelo sus desventuras amorosas.—Te advertí que no sería fácil —dijo el señor Mateo al joven Marcos, que recordaba dicha advertencia con claridad y con amargura.—Sí, tampoco esperaba que fuera fácil —aseguró él, con la voz ahogada entre cien mil lágrimas que no quería dejar salir, pero que escapaban de sus ojos una a una—, pero ella dijo que no cree que la amo
—Mari —habló Marcos, que veía a la chica con la intención de irse, y que se detuvo cuando él le llamó—. Dices que nunca te amé, pero acudiré a una vieja y trillada para refutarte. Preciosa, no porque no te quiero como quieres que te quiera, eso significa que no te quiero.Mari, con la cara ardiendo de vergüenza, por recibir tales palabras casi en un grito en ese lugar lleno de gente, le recriminó con la mirada y respondió a pesar de que lo único que quería era quedarse callada y salir corriendo de aquel lugar.—No me gustan los trabalenguas, señor Durán —dijo la joven y caminó con rapidez hasta las oficinas destinadas para el trabajo con los autores o las reuniones ejecutivas.Marcos sonrió. Que la joven le respondiera le parecía una buena señal, porque significaba que él le provocaba algo. Por ahora eran sentimientos malos, pero, cuando ella se acostumbrara a sus atenciones, esos sentimientos se volverían incómodos y luego normales.María, por su parte, esperaba que no hubiera muchas