—Parece que solo queríamos vernos —dijo de pronto María, tras haber estado en completo silencio por un buen rato al lado del hombre con que se había reencontrado recién.—Yo no solo quería verte —aseguró Marcos, acariciando con su pulgar el dorso de una mano que no quería soltar—, pero, ahora que te veo, no sé ni por dónde empezar a disculparme contigo. Te hice mucho daño..., por idiota.María le miró con una sonrisa en la cara, esa disculpa le hacía mucho más bien del que había pensado que le haría.—Tuvimos mala suerte —excusó la joven, zafando su mano del agarre del otro y recogiéndola frente a su cuerpo, donde la cubrió con su otra mano—, no era nuestro destino y, por comer ansias, terminamos algo heridos.—¿De verdad piensas que no era nuestro destino? —cuestionó Marcos, dolido por el doble rechazo: físico y emocional.—Lo creo —concedió María—. Si estar juntos hubiera sido nuestro destino, ella no se habría aparecido justo en ese momento, tampoco yo habría tenido que regresar a
—Le pedí a todos los que sabían de mí que no dijeran nada —informó María, pensando que tal vez se arrepentía un poco de haber pedido aquello—, ellos solo estaban respetando mi decisión. En aquel entonces, yo no creía que pudiera verte de nuevo sin hacerme de nuevo pedacitos... Y creo que aún me siento un poco así, por eso estaba escapando cuando me atrapaste hoy.—Perdón —repitió Marcos, sintiendo cómo el dolor contraía su rostro y corazón—, de verdad perdón por todo. Yo me estaba volviendo loco, pero también estaba aterrado de que volver a verme te hiciera más daño, no quería eso, yo no podría perdonarme por lastimarte más de lo que ya lo había hecho.» Me rendí contigo —declaró el joven en un hilo de voz—, pero, de pronto mis mensajes te llegaron, los leíste y hasta escribiste esa entrada en tu blog, así que pensé que me arrepentiría mucho más de no intentar encontrarme contigo y dejarte ir solo así... María, no quiero dejarte ir de nuevo.—Yo no voy a ir a ninguna parte —aseguró Ma
Marcos entró a su habitación de hotel y tiró su chaqueta en la cama, dio media vuelta y se sentó en el piso dejando que la frustración se apoderara al fin de él por completo.Las cosas no habían salido para nada como él las había previsto, y eso le molestaba, pero Marcos tenía que admitir que había sido demasiado optimista cuando decidió ir por María.Y es que, el que ella le respondiera los mensajes al fin le había dado alas, así que voló directo al parachoques de un tráiler en movimiento, por eso se sentía aplastado.Sin ninguna idea de lo que iba a hacer después de eso, tomó su teléfono para hablar a su casa y contarle a su abuelo sus desventuras amorosas.—Te advertí que no sería fácil —dijo el señor Mateo al joven Marcos, que recordaba dicha advertencia con claridad y con amargura.—Sí, tampoco esperaba que fuera fácil —aseguró él, con la voz ahogada entre cien mil lágrimas que no quería dejar salir, pero que escapaban de sus ojos una a una—, pero ella dijo que no cree que la amo
—Mari —habló Marcos, que veía a la chica con la intención de irse, y que se detuvo cuando él le llamó—. Dices que nunca te amé, pero acudiré a una vieja y trillada para refutarte. Preciosa, no porque no te quiero como quieres que te quiera, eso significa que no te quiero.Mari, con la cara ardiendo de vergüenza, por recibir tales palabras casi en un grito en ese lugar lleno de gente, le recriminó con la mirada y respondió a pesar de que lo único que quería era quedarse callada y salir corriendo de aquel lugar.—No me gustan los trabalenguas, señor Durán —dijo la joven y caminó con rapidez hasta las oficinas destinadas para el trabajo con los autores o las reuniones ejecutivas.Marcos sonrió. Que la joven le respondiera le parecía una buena señal, porque significaba que él le provocaba algo. Por ahora eran sentimientos malos, pero, cuando ella se acostumbrara a sus atenciones, esos sentimientos se volverían incómodos y luego normales.María, por su parte, esperaba que no hubiera muchas
—¿Puedes parar con el acoso? —preguntó María, molesta, al guapo hombre que la había seguido todo el camino a su casa.—¿Y tú puedes parar con tu tonto orgullo? —cuestionó Marcos, mirando a la joven que, furiosa, le encaraba después de casi media hora de camino ignorándole.—Esto no es mi tonto orgullo, es el dolor de heridas reales —aseguró la joven un tanto ofendida porque el otro desestimara sus emociones y sentimientos.—María, no hagas como que no lo ves —pidió Marcos Durán en un todo suplicante—. Está tan claro que incluso yo lo noté. Cariño, si tú siguieras adolorida me evitarías a toda costa, pero la verdad es que estás disfrutando de la atención, por eso no me mandas al diablo de una vez por todas.—Marcos, te he mandado al diablo día con día, pero no te rindes —señaló la joven escritora—. Y, para ser sincera, ya me cansé de todo esto. ¿Qué es lo que pretendes en realidad? ¿Quieres que renuncie a mi actual empleo? No lo voy a hacer. Marcos, este es el trabajo de mis sueños, po
—Mamá —habló la joven para la mujer que le llamaba—, ¿crees que soy una persona orgullosa?—Por supuesto que lo eres, cariño —respondió la mujer—. Siempre lo has sido, desde bebé. Orgullosa y mula. Las cosas tenían que ser cuando las pedías y como las pedías o ya no las aceptabas. Pero, ¿por qué preguntas eso ahora?—Marcos dijo que yo no lo quería perdonar porque eso heriría mi orgullo —explicó la joven—. Sentí que decía que eso era lo único que estoy protegiendo, cuando lo que intento proteger es mi corazón.—Ay, mi nena —dijo la madre de María en un tono que a la chica le molestaba, aunque siempre terminara sonriendo tras hacer mala cara—. El corazón se protege comiendo sano y haciendo ejercicio, para evitar los triglicéridos y el colesterol alto; de ahí en más no puedes hacer nada por él. Pero, ¿por qué sigues mencionando a Marcos? Pensé que él era un asunto olvidado.—No lo es —declaró María—, él no me deja darle carpetazo a su asunto.—Achis —hizo la mayor esa muletilla que a Ma
—Para, por favor —suplicó la despeinada y desarreglada joven, que salía usando una bata sobre un vestido que no se había logrado quitar por lo ebria que había llegado a su casa horas atrás—. Me estás matando, hombre.—Dijiste que si...—Shhh —hizo la joven con los ojos entrecerrados por todo el dolor y sueño que tenía, interrumpiendo a Marcos y silenciándolo al poner su dedo sobre los labios del chico—. Son las cuatro de la mañana, y tengo resaca.María dijo lo mismo que su hermana, porque era lo mismo lo que le molestaba a ella.» Diles que se callen, por favor —suplicó la castaña a un joven empresario que se sentía feliz de sentirla cerca y de no ser rechazado.Marcos negó con la cabeza, sonriendo. La chica que se aferraba a su chaqueta, y que escondía su desalineado rostro en su pecho, era su razón de estar ahí, y de alguna manera sentía que había hecho bien yendo a molestarla en ese que había prometido sería su último intento.—Gracias por todo, chicos —dijo Marcos en voz muy alta
María estaba sentada en la orilla de su cama, rebobinando en su cabeza la noche anterior. Y es que recordaba que, luego de caer ebria en su cama, había comenzado a soñar con esa serenata que había pedido.La joven también recordaba haber soñado que Marcos la había levantado en brazos y llevado a la habitación donde pasarían su luna de miel; entonces vio pasar ante sus ojos la historia más feliz del mundo, con ellos haciendo una nueva familia... y despertó con un mensaje de ese hombre que le advertía que no se podía arrepentir, que estarían juntos para siempre y que la amaba con toda su vida.—No fue un sueño —murmuró María Aragall y saltó en respuesta a los golpes en su puerta.—Hasta que te amaneció —casi gritó su madre, provocando que el dolor en su cabeza aumentara—. ¿Planeabas dormir todo el día?—Justo ahora quiero dormir toda la vida —respondió la joven, ganándose un trapazo en la cara con la franela que su madre se había estado secando las manos luego de cocinar la comida, segu