Hicieron el trayecto en completo silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos, pero sin exteriorizárselo al otro. Bajaron del auto y como unos autómatas caminaron a la casa, entraron a la habitación del bebé, sin embargo, la tensión entre ellos era innegable.Cada uno pensaba que una vez que saliera de allí, iría a su propia habitación, sin embargo, cuando ambos se giraron y se tropezaron saltaron chispas, sin pronunciar palabra, él la tomó por la nuca y la besó con absoluta devoción.Decir que la pasión se desbordó entre ellos es poco, parecía que iban a incendiar la casa completa. Sin soltarse ni dejar de besarse, caminaron a la habitación donde dormía Angus, tropezando con muebles y paredes, en su frenesí de llegar a la cama. La ropa fue desapareciendo por el camino, dejando un rastro de prendas que narraba visualmente la urgencia de su encuentro. Solo se quedaron con su ropa interior.Una vez en el dormitorio, cayeron en la cama sin romper el beso. El aire a su alrededo
El corazón de Angus martilleó con determinación. Pivotó sobre sus talones, dispuesto a lanzarse tras su figura en retirada. Pero justo cuando daba el primer paso, el estridente timbre del teléfono rompió el silencio de la casa. La vacilación brilló en sus ojos. La urgencia de la llamada le ató y le hizo retroceder.Se acercó al teléfono, con los músculos tensos, por una mezcla de desgana y deber. Levantó el auricular y se lo acercó a la oreja. —Aló, ¿Quién habla? —Su voz era un rumor bajo, impaciente por la interrupción, pero sin esperar nada importante.“Señor Angus, soy el ama de llaves del señor George Turner” fue la respuesta, entrecortada y teñida de temor. Era la voz familiar de la señora Mendoza, el ama de llaves de los Turner. Sus palabras brotaron precipitadamente, rompiendo la quietud que se había apoderado de él. —¿Qué ocurre? —preguntó sin poder ocultar su inquietud.“Es sobre el señor George... ha tenido un infarto” respondió la mujer.La noticia fue como un golpe fís
Laudina sintió las primeras contracciones, se levantó, esperando que pronto pasaran, caminó de un lado a otro mientras su mirada periódicamente se posaba en la cama donde su esposo dormía por fin plácidamente, después de haber pasado horas trabajando. Otra contracción la atravesó y un leve quejido salió de sus labios, pensó que su esposo no se daría cuenta, pero este se sobresaltó, empezó a buscar a los lados, y cuando la vio en la puerta del baño, se paró de un salto.—Laudi mi amor —la llamó—, ¿Te pasa algo? —Lo siento, no quería despertarte, sé que estás muy cansado y solo quería que pudieras descansar un poco —dijo la mujer y en ese momento otra contracción la atravesó. —¿Qué ocurre? ¿Acaso son contracciones? —preguntó y ella asintió. —Sí, pero no sé si es falsa alarma —respondió ella. —Mejor vayamos al médico y salimos de dudas, quizás ya vengan nuestras pequeñas. Se vistió y recogió algo de ropa en silencio, mientras ella intentaba vestirse entre contracciones, no pudo evit
Laudina se quedó viéndolo, sorprendida, porque era la primera vez que Falconer tenía una desavenencia con ella; jamás lo había visto molesto, ni siquiera levantar la voz.—Lo siento mi amor… no estoy poniendo en duda tu valía como padre, sé que las amas y que mis hijas no podrían tener un mejor padre que tú… no quería ofenderte.Él asintió y suspiró, sintiéndose un poco avergonzado por cómo había reaccionado.—Yo también lo siento, no debí reaccionar de esa manera, Laudina, podía decirte lo mismo sin molestarme, pero es que amo a esas niñas desde el mismo momento en que supe que llegarían a nuestras vidas, las siento parte de mí y no quiero que con esa prueba de ADN me arrebates mis derechos de paternidad.Laudina asintió, al mismo tiempo que veía cómo su esposo observaba a sus hijas con profundo amor.Ella entendía su posición, pero ella necesitaba saber si sus hijas eran de Angus o de Falconer, no porque quisiera endilgarle la paternidad al primero, no, quería saberlo para sí mism
Al día siguiente, Laudina fue dada de alta, Falconer dejó el trabajo de su oficina para dedicarse una semana a ella y a las niñas, estaba encantado.—Amor, ¿No puedes cargar a las dos al mismo tiempo? —le dijo ella, mirándolo tomar a Claudia y después alzar a Falia.—¿Quién dijo que no puedo? Por mis princesas me convierto en un súper hombre —manifestó con una sonrisa.Esa faceta de hombre cariñoso y de buen padre hacía que se enamorara cada día más de él. Para ella él era perfecto, había sido la luz en la oscuridad. Se acercó a él y lo abrazó por detrás, mientras su esposo sonreía, nunca pensó que sería tan feliz a su lado, y agradecía al cielo por haber conocido al verdadero amor.Pasó una semana en las cuales debió adaptarse al cuidado de las niñas, más el de su madre, que no estaba bien del todo, era un trabajo agotador, que a veces la abrumaba.—No sé si soy buena madre, me da miedo que una de ellas crea que no la quiero, porque mientras llora una por hambre, la otra también lo h
Después de esas palabras, supo que ese tema no se volvería a tocar en esa casa, decidió que nunca sus niñas sabrían la verdad, para ellas su padre sería Falconer, un hombre tan maravilloso con el cual la vida le había dado una nueva oportunidad de amar y ser amada.Corrió hacia él y la abrazó, mientras ella no dejaba de llorar.—¿Cómo puede existir un hombre tan maravilloso como tú? A veces pienso que esto se trata de un sueño y temo despertar, y que nada de esto sea real —dijo en un susurro.—No le busques las cinco patas al gato Laudina —le dijo con cariño—, vive el ahora, el presente y ríe todo lo que quieras, esposa mía, sé feliz, yo soy feliz —pronunció con sinceridad.Cada palabra que salía de los labios de Falconer era como un bálsamo para su alma. El dolor que sintió antes pareció desvanecerse con cada caricia y cada dulce palabra que le dedicaba. Siguió sosteniéndola en sus brazos hasta que, finalmente, su llanto cesó.—Entiendo tus miedos —dijo suavemente—. Pero te prometo q
Al día siguiente, la casa continuó en un silencio inquietante. Los relojes parecían marcar el paso del tiempo con una melodía fúnebre, y las sombras de la ausencia de su madre se proyectaban en cada rincón. Hasta el gato, siervo fiel de su madre, parecía haberse sumido en una tristeza abrumadora. Se arrastraba por la casa con un maullido lastimero, como si también buscara a su dueña perdida.Por la tarde, cuando Falconer la vio, la invitó a salir a dar un paseo por el jardín.—Vamos mi amor, un paseo, te va a distraer y hacer sentir mejor —pronunció cariñosamente.—¿Crees que un paseo me ayudará a olvidar que perdí a mi madre? —preguntó en tono de molestia.Una expresión de tristeza se dibujó en el rostro de su esposo.—Sé que no puedo traerte de regreso a tu madre, pero si puedo hacer que te sientas mejor —ante sus palabras ella se sintió avergonzada y se disculpó.—Lo siento mi amor, sé que no debería haber dicho eso. Ando muy estresada. Por favor, olvídalo. Y claro que acepto ir c
Lo que ocurrió después fue muy doloroso para Laudina, sintió que el mundo se le derrumbó encima, el dolor en su pecho era insoportable, saber que nunca más podría ver la pequeña carita de su luneta, no la vería crecer, ni caminar, ni llamarla mamá.Se dejó caer en el suelo, deseando que también ella dejara de respirar para ir al lugar donde estuviera su hija.El dolor era tan grande, que tenía la sensación de que le habían perforado el corazón con un filoso cuchillo, no supo cuánto tiempo estuvo allí, hasta que vio acercarse a Falconer, quien se agachó a un lado de ella.Laudina lo miró con tristeza, sus ojos anegados de lágrimas y rojos de tanto que había llorado, era como si con esa pequeñína se hubiera ido la mitad de su corazón.Apenas verlo se le lanzó en los brazos, mientras repetía una y otra vez como una especie de mantra la misma oración.—Perdóname mi amor, fue mi culpa… fue mi culpa… mi culpa, no debí dormir… es mi culpa —su voz entrecortada y ronca de tanto gritar.Falcone