Óscar se volvió hacia su madre, tratando de ocultar la evidencia del descubrimiento reciente. Su corazón latía con fuerza en su pecho y su rostro estaba tan pálido como una hoja de papel.—Estaba... buscando algo —balbuceó, intentando mantener la calma. La mujer levantó una ceja al ver el nerviosismo del pequeño.—¿Algo como qué, Óscar? —preguntó, apoyándose en el umbral de la puerta mientras cruzaba los brazos.La mirada fija de su madre hizo que Óscar se sintiera aún más culpable.—Mi... mi… mi pelota de fútbol —mintió, intentando sonar lo más convincente posible. Pero la ansiedad en su voz era evidente. —¿Por qué iba a estar tu pelota de fútbol en mi habitación...?— murmuró la mujer observándolo con sospecha. Se acercó poco a poco a él y entrecerró los ojos cuando vio unos mechones más cortos que otros y un pelón en el cuero cabelludo, se acercó y le tocó la cabeza.—¿Qué significa esto? ¿Por qué tienes esos mechones arrancados? ¿Qué pasa Óscar? ¿Te volviste a pelear? —lo reprend
Inmediatamente, Claudia se arrodilló frente a él, tomando sus pequeñas manos entre las suyas y con ojos colmados de determinación le preguntó—¿Y tú querrías venir con nosotros?El pequeño Óscar la miró con confusión, pero también con una pizca de esperanza. —¿Para siempre? —Con voz temblorosa, inquirió.Claudia asintió fervientemente, un gesto que hizo que las lágrimas amenazaran nuevamente con desbordarse.Andrew los escuchó y se preocupó.—Mi amor, no podemos hacer eso, nos acusarían de secuestro, tenemos que ver primero… —comenzó a decir Andrew, pero la determinación en el rostro de Claudia le hizo ver que ella no admitiría discusión y como solo vivía para complacerla, se vio accediendo a esa locura. Entretanto, Óscar se quedó en silencio, pareciendo considerar las palabras de Claudia, hasta que terminó asintiendo lentamente, todo lo que Claudia necesitaba para trazar su estrategia. Sin perder tiempo, se puso de pie y tomó a Andrew del brazo, arrastrándolo hacia un lado.—¡Vamo
El pecho de Claudia se agitó con una tempestad de indignación, sus ojos ardieron cuando la amarga ironía de la acusación la golpeó hasta la médula. —¿Ahora nosotros resultamos siendo los secuestradores, cuando fueron ellos quienes nos robaron a nuestro hijo? —. Su voz era una hoja de sierra que cortaba el silencio de la habitación. Andrew sintió un tumulto de emociones que se arremolinaron en su interior y dio un paso al frente. Su presencia fue un bálsamo calmante para sus nervios crispados. Extendió la mano y le apartó suavemente un mechón de pelo de la frente antes de apretar suavemente los labios contra su piel en un voto silencioso de solidaridad. —Te prometo que todo estará bien y saldremos de esto —murmuró, tejiendo con sus palabras un tierno capullo alrededor de su corazón. El teléfono, en la mano de Andrew, se sintió como una especie de salvavidas mientras esperaba la voz que marcaría el rumbo de su incierto futuro. Segundos después, la voz de su abogado rasgó el silenci
Jérémie tragó con fuerza, tratando de aplacar el nudo en su garganta. Sintió la presión de la situación como un gran peso apretando su pecho.—Entiendo —apenas logró murmurar.Paseó su mirada por su oficina, sabía que Melissa tenía parte de culpa en todo esto, pero él también era responsable de alguna manera, porque no debió haberla dejado sola haciendo algo tan importante.Después de colgar el teléfono, se quedó un rato en silencio. La ira y frustración hervían en su interior, pero sabía que no podía permitirse perder el control. No ahora. Tenía que mantener la cabeza fría y pensar en una estrategia.Decidió regresar a la casa, caminó hasta la biblioteca y se sentó frente al escritorio. Sacó un papel y comenzó a escribir en él, mientras múltiples preguntas se formaban en su interior.“¿Podía confiar en Melissa?”, se preguntó, caminó hacia la caja fuerte para buscar los documentos que tenía él sobre la adopción, pero al revisar no los encontró, por eso salió a buscarla por toda la cas
El leve golpe de los cubiertos sobre la porcelana llenó la acogedora cocina mientras Andrew y Claudia en compañía de sus hijos se preparaban para desayunar, con la luz de la mañana arrojando un cálido resplandor sobre su comida. —¿Te gusta el queso? —le preguntó Claudia y el niño asentía—, sabes que puedes decirme todo lo que te gusta comer y yo te lo preparo —dijo ella orgullosa.Alanis se le acercó y le susurró al oído.—Dile a mamá que te haga un pastel de piña, son tan licas —dijo traviesa.Y como al parecer la debilidad del pequeño era Alanis, no tardó en hacer su petición.—Me gustaría, por favor, comer una torta de piña.Claudia miró con sospecha a su hija, porque sabía que ella había influenciado en la decisión de su hermano, pero antes de que pudiera reprenderla, el agudo sonido del teléfono de Andrew se coló en el paisaje doméstico, un intruso recordatorio del mundo que había más allá de sus paredes. Andrew miró el identificador de llamadas con expresión tensa: era su abog
El suave tintineo del cristal contra la madera acentuó la penumbra del bar cuando Jérémie y la chica se sentaron en una mesa apartada al fondo. Con un hábil gesto, él indicó al camarero que les llevara una botella, sin apartar los ojos de la cara de ella, un estudio de despreocupación bajo el resplandor ámbar de los apliques de pared. Cuando empezaron a hablar, el murmullo de los demás clientes se desvaneció en el fondo y su burbuja privada de realidad pasó a un segundo plano.—Dime, ¿Cómo te llamas? —aventuró Jeremías con despreocupada curiosidad, agitando el líquido de su vaso—. ¿A qué te dedicas? ¿Adónde te lleva la vida cada mañana?Su respuesta llegó como una corriente de aire frío en una habitación cálida,—Si te soy sincera, la verdad es que no me interesa compartir la historia de mi vida contigo ni con nadie. Mejor bebamos y hablemos de trivialidades —. Las comisuras de sus labios apenas se levantaron, una pseudo sonrisa que no llegó al fondo de sus ojos. —No planeo socializa
La mente de Jérémie era un lienzo en blanco, embadurnado con la confusión de su situación actual. Se masajeó las sienes, intentando en vano evocar algún recuerdo que explicara la presencia de esa mujer en su habitación. Sintió que la habitación giró ligeramente mientras él se esforzaba por concentrarse, pero antes de que pudiera recomponer nada, ella se puso en pie, un torbellino de furia que se dirigía hacia él.—¡¿Qué me hiciste?! —la voz de la mujer atravesó la bruma, aguda y acusadora. —seguro me drogaste y abusaste de mí. Él retrocedió y levantó los brazos a la defensiva cuando ella se abalanzó sobre él, golpeándolo, arañando el aire con los dedos. Sus ojos, salvajes e implacables, sus uñas se clavaron en su pecho con una intensidad que no solo le produjo dolor, sino también un escalofrío. Jérémie sabía que debía ser cauteloso, andar con pies de plomo en medio de la tormenta que ella encarnaba.—¡No! Yo no haría algo así —, protestó, con voz firme, pero teñida por la incertidum
El corazón de Daniela latía con fuerza en su pecho, un tamborileo rítmico que parecía hacerse eco del caos que se desarrollaba ante ella.Ella lo observó, tenía las cejas fruncidas con aparente desconcierto mientras los agentes se acercaban.La confusión grabada en su rostro era casi convincente, pero Daniela sabía que no debía fiarse de las apariencias; sus años de experiencia, le habían mostrado que el culpable podía fingir ser inocente, además, las pruebas estaban en contra de él, aunado a su abuso en contra de ella.No pudo evitar que las imágenes de lo ocurrido el día anterior llegaran a su mente, ella lo vio salir al baño, se quedó sentada, tomó un trago y se sintió mareada, se le acercaron un par de hombres que era como guardaespaldas y lo último que escuchó antes de perder la conciencia “El jefe se encaprichó con la pelirroja y la quiere en su cama”.Se alejó de donde estaban deteniendo al hombre porque ya había cometido errores y no quería viciar el procedimiento. Aunque trat