El pecho de Claudia se agitó con una tempestad de indignación, sus ojos ardieron cuando la amarga ironía de la acusación la golpeó hasta la médula. —¿Ahora nosotros resultamos siendo los secuestradores, cuando fueron ellos quienes nos robaron a nuestro hijo? —. Su voz era una hoja de sierra que cortaba el silencio de la habitación. Andrew sintió un tumulto de emociones que se arremolinaron en su interior y dio un paso al frente. Su presencia fue un bálsamo calmante para sus nervios crispados. Extendió la mano y le apartó suavemente un mechón de pelo de la frente antes de apretar suavemente los labios contra su piel en un voto silencioso de solidaridad. —Te prometo que todo estará bien y saldremos de esto —murmuró, tejiendo con sus palabras un tierno capullo alrededor de su corazón. El teléfono, en la mano de Andrew, se sintió como una especie de salvavidas mientras esperaba la voz que marcaría el rumbo de su incierto futuro. Segundos después, la voz de su abogado rasgó el silenci
Jérémie tragó con fuerza, tratando de aplacar el nudo en su garganta. Sintió la presión de la situación como un gran peso apretando su pecho.—Entiendo —apenas logró murmurar.Paseó su mirada por su oficina, sabía que Melissa tenía parte de culpa en todo esto, pero él también era responsable de alguna manera, porque no debió haberla dejado sola haciendo algo tan importante.Después de colgar el teléfono, se quedó un rato en silencio. La ira y frustración hervían en su interior, pero sabía que no podía permitirse perder el control. No ahora. Tenía que mantener la cabeza fría y pensar en una estrategia.Decidió regresar a la casa, caminó hasta la biblioteca y se sentó frente al escritorio. Sacó un papel y comenzó a escribir en él, mientras múltiples preguntas se formaban en su interior.“¿Podía confiar en Melissa?”, se preguntó, caminó hacia la caja fuerte para buscar los documentos que tenía él sobre la adopción, pero al revisar no los encontró, por eso salió a buscarla por toda la cas
El leve golpe de los cubiertos sobre la porcelana llenó la acogedora cocina mientras Andrew y Claudia en compañía de sus hijos se preparaban para desayunar, con la luz de la mañana arrojando un cálido resplandor sobre su comida. —¿Te gusta el queso? —le preguntó Claudia y el niño asentía—, sabes que puedes decirme todo lo que te gusta comer y yo te lo preparo —dijo ella orgullosa.Alanis se le acercó y le susurró al oído.—Dile a mamá que te haga un pastel de piña, son tan licas —dijo traviesa.Y como al parecer la debilidad del pequeño era Alanis, no tardó en hacer su petición.—Me gustaría, por favor, comer una torta de piña.Claudia miró con sospecha a su hija, porque sabía que ella había influenciado en la decisión de su hermano, pero antes de que pudiera reprenderla, el agudo sonido del teléfono de Andrew se coló en el paisaje doméstico, un intruso recordatorio del mundo que había más allá de sus paredes. Andrew miró el identificador de llamadas con expresión tensa: era su abog
El suave tintineo del cristal contra la madera acentuó la penumbra del bar cuando Jérémie y la chica se sentaron en una mesa apartada al fondo. Con un hábil gesto, él indicó al camarero que les llevara una botella, sin apartar los ojos de la cara de ella, un estudio de despreocupación bajo el resplandor ámbar de los apliques de pared. Cuando empezaron a hablar, el murmullo de los demás clientes se desvaneció en el fondo y su burbuja privada de realidad pasó a un segundo plano.—Dime, ¿Cómo te llamas? —aventuró Jeremías con despreocupada curiosidad, agitando el líquido de su vaso—. ¿A qué te dedicas? ¿Adónde te lleva la vida cada mañana?Su respuesta llegó como una corriente de aire frío en una habitación cálida,—Si te soy sincera, la verdad es que no me interesa compartir la historia de mi vida contigo ni con nadie. Mejor bebamos y hablemos de trivialidades —. Las comisuras de sus labios apenas se levantaron, una pseudo sonrisa que no llegó al fondo de sus ojos. —No planeo socializa
La mente de Jérémie era un lienzo en blanco, embadurnado con la confusión de su situación actual. Se masajeó las sienes, intentando en vano evocar algún recuerdo que explicara la presencia de esa mujer en su habitación. Sintió que la habitación giró ligeramente mientras él se esforzaba por concentrarse, pero antes de que pudiera recomponer nada, ella se puso en pie, un torbellino de furia que se dirigía hacia él.—¡¿Qué me hiciste?! —la voz de la mujer atravesó la bruma, aguda y acusadora. —seguro me drogaste y abusaste de mí. Él retrocedió y levantó los brazos a la defensiva cuando ella se abalanzó sobre él, golpeándolo, arañando el aire con los dedos. Sus ojos, salvajes e implacables, sus uñas se clavaron en su pecho con una intensidad que no solo le produjo dolor, sino también un escalofrío. Jérémie sabía que debía ser cauteloso, andar con pies de plomo en medio de la tormenta que ella encarnaba.—¡No! Yo no haría algo así —, protestó, con voz firme, pero teñida por la incertidum
El corazón de Daniela latía con fuerza en su pecho, un tamborileo rítmico que parecía hacerse eco del caos que se desarrollaba ante ella.Ella lo observó, tenía las cejas fruncidas con aparente desconcierto mientras los agentes se acercaban.La confusión grabada en su rostro era casi convincente, pero Daniela sabía que no debía fiarse de las apariencias; sus años de experiencia, le habían mostrado que el culpable podía fingir ser inocente, además, las pruebas estaban en contra de él, aunado a su abuso en contra de ella.No pudo evitar que las imágenes de lo ocurrido el día anterior llegaran a su mente, ella lo vio salir al baño, se quedó sentada, tomó un trago y se sintió mareada, se le acercaron un par de hombres que era como guardaespaldas y lo último que escuchó antes de perder la conciencia “El jefe se encaprichó con la pelirroja y la quiere en su cama”.Se alejó de donde estaban deteniendo al hombre porque ya había cometido errores y no quería viciar el procedimiento. Aunque trat
Jérémie permanecía inmóvil, con las manos cuidadosamente cruzadas sobre la mesa, como una imagen de tranquila resignación. Su aprobación flotaba en el aire, reduciendo el procedimiento a una mera formalidad. La sala permaneció en silencio, salvo por el ocasional trasiego de papeles o el suave carraspeo, como si las paredes estuvieran conteniendo la respiración a la espera del pronunciamiento del juez.El juez, una figura imponente con un semblante que no revelaba ningún atisbo de parcialidad, miraba por encima de sus gafas con un escrutinio que parecía ir más allá del momento presente. Respiró lenta y pausadamente, como antes de una tormenta o una revelación. —Escuchadas las argumentaciones legales de ambas partes y habiendo discutido las cuestiones de derechos parentales, considerando el interés superior del niño y la estabilidad emocional, luego de un análisis exhaustivo, y conociendo la complejidad del caso y el dolor de todas las partes involucradas. Y dada la falta de oposició
El corazón de Andrew palpitó con una mezcla de emociones mientras observaba a Jérémie, cuyos ojos grandes reflejaban la nobleza de su reciente acto. Él y Claudia intercambiaron miradas cargadas de un silencioso respeto antes de acercarse al pequeño. Sin dudarlo, Andrew se inclinó, sus brazos fuertes y seguros levantaron a su hijo en un abrazo protector. Con un gesto juguetón, desordenó los mechones castaños del niño, intentando infundirle algo de ligereza tras el peso de sus acciones.—Todo va a estar bien, campeón —le aseguró con una voz que buscaba ser tan convincente para Óscar como para sí mismo.El camino hacia la mansión estuvo lleno de conversaciones entrecortadas y risas forzadas, el aire vibraba con un tipo de júbilo que no lograba ocultar completamente la inquietud subyacente. Los pensamientos de Andrew danzaban con una mezcla de preocupación y admiración por lo que había hecho el padre adoptivo de Óscar, al punto que le costaba creer que ese hombre le hubiese arrebatado a