Jérémie permanecía inmóvil, con las manos cuidadosamente cruzadas sobre la mesa, como una imagen de tranquila resignación. Su aprobación flotaba en el aire, reduciendo el procedimiento a una mera formalidad. La sala permaneció en silencio, salvo por el ocasional trasiego de papeles o el suave carraspeo, como si las paredes estuvieran conteniendo la respiración a la espera del pronunciamiento del juez.El juez, una figura imponente con un semblante que no revelaba ningún atisbo de parcialidad, miraba por encima de sus gafas con un escrutinio que parecía ir más allá del momento presente. Respiró lenta y pausadamente, como antes de una tormenta o una revelación. —Escuchadas las argumentaciones legales de ambas partes y habiendo discutido las cuestiones de derechos parentales, considerando el interés superior del niño y la estabilidad emocional, luego de un análisis exhaustivo, y conociendo la complejidad del caso y el dolor de todas las partes involucradas. Y dada la falta de oposició
El corazón de Andrew palpitó con una mezcla de emociones mientras observaba a Jérémie, cuyos ojos grandes reflejaban la nobleza de su reciente acto. Él y Claudia intercambiaron miradas cargadas de un silencioso respeto antes de acercarse al pequeño. Sin dudarlo, Andrew se inclinó, sus brazos fuertes y seguros levantaron a su hijo en un abrazo protector. Con un gesto juguetón, desordenó los mechones castaños del niño, intentando infundirle algo de ligereza tras el peso de sus acciones.—Todo va a estar bien, campeón —le aseguró con una voz que buscaba ser tan convincente para Óscar como para sí mismo.El camino hacia la mansión estuvo lleno de conversaciones entrecortadas y risas forzadas, el aire vibraba con un tipo de júbilo que no lograba ocultar completamente la inquietud subyacente. Los pensamientos de Andrew danzaban con una mezcla de preocupación y admiración por lo que había hecho el padre adoptivo de Óscar, al punto que le costaba creer que ese hombre le hubiese arrebatado a
Dos semanas después Allí estaban con una silenciosa expectación que llenaba la sala. Dos semanas de conversaciones susurradas, de esperas y de asentimientos extraoficiales y miradas de simpatía habían conducido a la familia Davis a este preciso momento. Estaban sentados uno al lado del otro, con las manos tan apretadas que sus nudillos brillaban blancos bajo la luz estéril del tribunal. La respiración colectiva pareció contenerse cuando el juez entró con aire definitivo, arrastrando su toga tras de sí, como si la marea del destino los arrastrara hacia la orilla de su futuro. Los ojos de la familia Davis seguían cada uno de sus pasos, trazando el camino que esperaban que les llevara de vuelta a su hijo. —Siéntense, por favor —, entonó el juez con solemnidad, y los presentes obedecieron, el crujido de las sillas marcando el silencio. Claudia y Andrew intercambiaron una mirada, una conversación silenciosa en la más breve de las miradas. Había miedo, pero por encima de todo, una
Nadie sabe lo que tiene… Sinopsis Leonor siempre ha estado enamorada del heredero de la familia Davis, sueña con que algún día él se fije en ella, en una conversación con su padre, le dice que está dispuesta a conquistarlo como sea… lo que no sabe es que su padre se tomará literalmente sus palabras y usará cualquier artimaña para unirlos. Por su parte, Augus Davis no está dispuesto a enamorarse de ninguna caprichosa niña rica, ni cumplir los deseos de su padre, según él su amor está destinado a Laudina, una de las chicas de servicio que robó su corazón. Sin embargo, unas terribles circunstancias lo obligan a casarse con Leonor Turner, pero ni siquiera eso lo hará ceder y a pesar de transcurrir el tiempo, evita involucrarse sentimentalmente con ella, hasta que cansada de esperar su amor, Leonor decide ponerle fin a ese matrimonio y es en ese momento cuando él se da cuenta que nadie sabe lo que tiene… hasta que lo pierde. Capítulo 1: Una propuesta. La mirada de Leonor se detuvo en A
Angus se paseó por la bulliciosa sala, recorriendo con la mirada un rincón tras otro hasta que se vio a Laudina caminando hacia la cocina, no dudó en ir tras ella. Sorteó las sillas colocadas a lo largo del salón, a los invitados parlanchines con la gracia de un depredador, y pronto llegó a su lado mientras ella servía una bandeja de bebidas. —Hola, guapa —saludó con una inclinación despreocupada de la cabeza, la voz suave como el whisky añejo. Laudina, sorprendida, se dio la vuelta tan deprisa que la bandeja que llevaba casi se le cae de las manos y termina en el piso. Los vasos se tambalearon en el borde, amenazando con caer al suelo, pero los sostuvo justo a tiempo. —¿Se le ofrece algo, joven? —preguntó con la voz ligeramente temblorosa, delatando sus nervios. —¿Qué tal un beso tuyo? —Las palabras de Angus eran juguetonas, una sonrisa depredadora bailaba en sus labios mientras se inclinaba hacia ella. El calor subió por el cuello de Laudina, tiñendo sus mejillas de un suave ro
Leonor buscó con su mirada a Angus, deseaba tener un acercamiento con él, de hecho se había armado de valor para hacerlo, pero como no lo vió comenzó a caminar hacia el interior de la casa. Sintió un vuelco en el corazón cuando la puerta de la despensa se abrió repentinamente con un chirrido y Angus salió con una sonrisa de satisfacción y una chica de servicio metiéndose la blusa en la falda. Una punzada aguda recorrió el pecho de Leonor; se sintió traicionada. Se dio la vuelta para escapar sin ser vista, pero la voz irritada de Angus detuvo su huida.—¿Qué haces aquí? Que yo sepa tu fiesta es en el salón ¿Acaso no te dijo tu padrino que era allí? —pronunció con desprecio —¿Qué haces merodeando por aquí? —le preguntó con los ojos entrecerrados.Ella se sintió decepcionada, triste, nerviosa, no necesitaba ser muy inteligente para saber lo que había pasado entre esos dos.Ella abrió la boca para hablar, pero las palabras se aferraron a su garganta, tercas e inflexibles. —Yo... yo sol
A Leonor le dolía el corazón con el peso de mil piedras. Corría, cada paso golpeaba el pavimento al ritmo de sus sienes palpitantes. Sus sollozos resonaron en el jardín y a ella no le importó que la escuchara. Una sinfonía lúgubre que acompañaba su huida. Su pecho se agitó rápidamente, sus respiraciones eran agudas e irregulares. Se sentía disminuida, reducida a la nada por la enormidad de su angustia.Encontró un banco solitario y se desplomó sobre él, con el cuerpo tembloroso mientras se entregaba a su dolor. El mundo se desdibujó a su alrededor, indistinto y sin importancia.No se dio cuenta de los pasos que se acercaban, hasta que escuchó la voz de su padre, con el rostro marcado por la preocupación. —Leonor —, pronunció con voz temerosa al verla totalmente desconsolada— ¿Qué te pasa mi niña? Se acercó rápidamente y se arrodilló ante ella.Ella negó con la cabeza el paso a las palabras y, en su lugar, lo rodeó con los brazos, aferrándose a su cuello. Su súplica era simple y cru
Angus cuadró los hombros al acercarse a su padre de manera desafiante, quien se alzaba frente a él como una figura tallada en piedra. Los ojos del hombre, agudos y calculadores, seguían cada paso de Angus. Con una desafiante inclinación de la barbilla, Angus dejó que una sonrisa se dibujara en sus labios.—No soy tu peón, Anthony —declaró Angus tuteando a su padre—. Tus empresas, tu dinero... no me harán cambiar de opinión. Amo a otra mujer, es a ella a quien escogí para casarme y ser la madre de mis hijos, y esa es mi última palabra. Desherédame si quieres, no me importa nada, no voy a ceder a tu chantaje —espetó con firmeza.La mano de su padre se apretó en un puño, los nudillos blanqueados, producto de la histeria que le producía las palabras de su hijo. —No me desafiarás por un caprichoso de falda Angus. ¡Eres mi hijo! ¡Harás lo que yo te ordene! Lo quieras o no —, espetó, con la voz teñida de una fría furia.—Lo has dicho bien, eres mi padre, no mi dueño —replicó Angus, inquebra