Los dedos de Alanis equilibraban delicadamente el último bloque de su altísima torre, sacando la lengua en señal de concentración. Su creación, un caprichoso mosaico de colores, se tambaleaba precariamente, amenazando con derrumbarse en cualquier momento. De repente, una sombra se cernió sobre su obra maestra cuando dos chicos de su clase, con una sonrisa burlona en la cara, se acercaron a la mesa. Sin previo aviso, dieron un manotazo a las torres, haciendo que los bloques multicolores repiquetearan sobre la mesa. Alanis se levantó de su asiento, agitando frenéticamente sus pequeñas manos mientras intentaba proteger sus estructuras de la embestida.—¡Basta! —gritó—, ¿Cómo pueden ser tan malvados? Me han tumbado mi torre —sollozó, pero sus lamentos quedaron ahogados bajo las risas de los demás; un chico incluso tiró bruscamente de sus trenzas, haciéndola estremecerse. Desde un rincón de la habitación, Óscar presenció la escena. Con el fuego encendiéndose en su pecho, se acercó y se
La puerta de la casa apenas se cerró tras ellos cuando Alanis, con sus ojos centelleantes de emoción, corrió hacia su madre y comenzó su relato. —¡Mamá, tengo un amigo! Él dijo que yo era su hemana ¡Tienes que ve a Ósca! Hoy me defendió de unos niños malos y luego... ¡pum! —exclamó, imitando un golpe con su pequeño puño cerrado—. Les dio duro a esos niños goselos que me molestan.Claudia sonrió ante la inocente bravuconería de su hija, pero una sombra cruzó su expresión cuando Alanis reveló el resto. —La maesta quelía castiga a Ósca, pelo mi papá lo defendió y su mamá invitó a come a papá —continuó Alanis, con esa despreocupada alegría infantil— Papá le dijo que puede ir cuando ella quiela.Claudia sintió una punzada de celos y molestia, al escuchar a su hija, un eco de su antigua inseguridad, se abrió paso. Pero era imposible que no le molestara ese ofrecimiento libre y abierto. A pesar de ello, no permitió que sus sentimientos se reflejaran en su rostro.—Vamos a darte un baño —di
Claudia respiró entrecortadamente, un preludio entrecortado de las lágrimas que ahora nublaban su visión. Esta vez no nacían de la molestia ni de la desconfianza, sino de un cóctel de conmoción, incredulidad, dolor que le produjo la noticia que se apoderó de su garganta. —¿Estás hablando en serio? —Su voz temblaba, enhebrándose en el silencio. Buscó en sus ojos un destello de broma, una señal de que todo aquello era un mal chiste, incluso un cruel engaño. Pero él se mantuvo firme, un centinela inquebrantable en medio del caos de sus emociones. —¡Oh por Dios! ¡No puede ser! —se cubrió la boca sin poder creer lo que estaba ocurriendo —, tienes que llevarme junto a él Andrew, necesito verlo, tocarlo, besarlo —insistió ella, una súplica envuelta en desesperación, mientras se arreglaba la ropa, como si quisiera que su petición fuera respondida en ese mismo momento.Él negó lentamente con la cabeza, el peso de la incertidumbre anclando su resolución. —No, Claudia, no podemos hacer eso
Finalmente, Andrew asintió, resignado, pero determinado. Sabía que no podía negarse a la petición de Claudia, no cuando ambos compartían el mismo anhelo desesperado de encontrar a su hijo perdido.—Está bien —murmuró, su voz apenas un susurro cargado de angustia y decisión—. Lo haremos. Pero debemos ser extremadamente cuidadosos, no podemos permitirnos cometer errores.Claudia asintió con gratitud, comprendiendo la magnitud de lo que estaban a punto de hacer. Se acercó a Andrew y lo abrazó con fuerza, buscando consuelo y fortaleza en su apoyo mutuo.—Gracias, Andrew. Sé que es arriesgado, pero es nuestra única opción —dijo con voz temblorosa, su corazón latiendo con una mezcla de esperanza y miedo.Andrew la sostuvo con ternura, prometiendo que todo estaría bien.—Lo sé, Claudia. Haremos lo que sea necesario para encontrar a nuestro hijo, sin importar los riesgos.Caminaron hacia donde estaba la pequeña, con su corazón lleno de esperanza y una determinación en sus miradas. Listos para
“Alanis los cabellos que tomes del pequeño Óscar deben venir de raíz, eso es con un puntito blanco”, recordó las palabras de su padre.“Entonces no puede ser cortado, sino con la puntita blanca”, se dijo, así que, mientras le cortaba el cabello a Óscar, tomó un mechón y se lo jaló con fuerza.—Ahhhh —gritó el pequeño Óscar cuando sintió el jalón de su amiga—. Alanis ¿Qué me estás haciendo? ¿Por qué me halas el cabello? —preguntó molesto.—Lo siento… es que tenías… —comenzó a decir, pero repentinamente se quedó en silencio.—¿Qué tenía? Solo me estás lastimando sin necesidad.—Claro que no… tenías un… piojo… eso es un piojo —cuando vio que su amigo aceptó sus palabras, respiró aliviada. Sin embargo, minutos después, cuando el pequeño Óscar la observó guardando en su morral todo lo que había recogido de él, frunció el ceño y se acercó a ella con recelo. —¿Por qué haces eso? —le preguntó y la niña saltó asustada.—¿Qué? —preguntó ella al mismo tiempo que estaba tratando de pensar—¿Por
Óscar se volvió hacia su madre, tratando de ocultar la evidencia del descubrimiento reciente. Su corazón latía con fuerza en su pecho y su rostro estaba tan pálido como una hoja de papel.—Estaba... buscando algo —balbuceó, intentando mantener la calma. La mujer levantó una ceja al ver el nerviosismo del pequeño.—¿Algo como qué, Óscar? —preguntó, apoyándose en el umbral de la puerta mientras cruzaba los brazos.La mirada fija de su madre hizo que Óscar se sintiera aún más culpable.—Mi... mi… mi pelota de fútbol —mintió, intentando sonar lo más convincente posible. Pero la ansiedad en su voz era evidente. —¿Por qué iba a estar tu pelota de fútbol en mi habitación...?— murmuró la mujer observándolo con sospecha. Se acercó poco a poco a él y entrecerró los ojos cuando vio unos mechones más cortos que otros y un pelón en el cuero cabelludo, se acercó y le tocó la cabeza.—¿Qué significa esto? ¿Por qué tienes esos mechones arrancados? ¿Qué pasa Óscar? ¿Te volviste a pelear? —lo reprend
Inmediatamente, Claudia se arrodilló frente a él, tomando sus pequeñas manos entre las suyas y con ojos colmados de determinación le preguntó—¿Y tú querrías venir con nosotros?El pequeño Óscar la miró con confusión, pero también con una pizca de esperanza. —¿Para siempre? —Con voz temblorosa, inquirió.Claudia asintió fervientemente, un gesto que hizo que las lágrimas amenazaran nuevamente con desbordarse.Andrew los escuchó y se preocupó.—Mi amor, no podemos hacer eso, nos acusarían de secuestro, tenemos que ver primero… —comenzó a decir Andrew, pero la determinación en el rostro de Claudia le hizo ver que ella no admitiría discusión y como solo vivía para complacerla, se vio accediendo a esa locura. Entretanto, Óscar se quedó en silencio, pareciendo considerar las palabras de Claudia, hasta que terminó asintiendo lentamente, todo lo que Claudia necesitaba para trazar su estrategia. Sin perder tiempo, se puso de pie y tomó a Andrew del brazo, arrastrándolo hacia un lado.—¡Vamo
El pecho de Claudia se agitó con una tempestad de indignación, sus ojos ardieron cuando la amarga ironía de la acusación la golpeó hasta la médula. —¿Ahora nosotros resultamos siendo los secuestradores, cuando fueron ellos quienes nos robaron a nuestro hijo? —. Su voz era una hoja de sierra que cortaba el silencio de la habitación. Andrew sintió un tumulto de emociones que se arremolinaron en su interior y dio un paso al frente. Su presencia fue un bálsamo calmante para sus nervios crispados. Extendió la mano y le apartó suavemente un mechón de pelo de la frente antes de apretar suavemente los labios contra su piel en un voto silencioso de solidaridad. —Te prometo que todo estará bien y saldremos de esto —murmuró, tejiendo con sus palabras un tierno capullo alrededor de su corazón. El teléfono, en la mano de Andrew, se sintió como una especie de salvavidas mientras esperaba la voz que marcaría el rumbo de su incierto futuro. Segundos después, la voz de su abogado rasgó el silenci