Andrew tenía los ojos clavados en el médico, sus manos agarraron los bordes de la fina sábana del hospital con una intensidad que reflejó la desesperada esperanza que parpadeó en su mirada, mientras esperaba la respuesta del médico.—Andrew —empezó el médico, con una voz que combinaba seguridad profesional y empatía genuina —, si podrás volver a caminar.Hizo una breve pausa, dejando que las palabras calaran hondo, observando cómo aliviaron físicamente el peso de los hombros caídos de Andrew. —Aunque no va a ser de la noche a la mañana, va a ser un proceso gradual, pero hemos visto recuperaciones en casos similares como el tuyo.Con esas palabras, una frágil semilla de determinación echó raíces en el pecho de Andrew. El camino que tenía por delante se presentaba difícil y escarpado, pero la posibilidad de recuperar la capacidad de andar despertó una resistencia a la que se aferró con fiereza. A medida que el médico exponía el plan, cada palabra se convertía en un peldaño en la ment
El olor estéril del hospital se mezcló con el murmullo de las enfermeras en sus puestos mientras Andrew era conducido a una habitación para recuperación. Los restos de la anestesia lo sujetaban con suavidad, lejos de las duras luces y los pitidos de los monitores que rodeaban su cama. Leonor rondaba cerca de él, con los ojos recorriendo todas las vías y tubos conectados a su hijo, con el impulso de extender la mano y abrazarlo, luchando contra la eficiencia clínica del espacio. Claudia, igualmente atraída por Andrew, se mantuvo firme, con su presencia como un voto silencioso de apoyo. —Clau, pienso que deberías ir a casa a descansar, estás embarazada y debes cuidar de mi nieto —la voz de Leonor era un susurro deshilachado por el cansancio —. Yo puedo quedarme cuidando a mi hijo mientras descansas. Sin embargo, la expresión en el rostro de la chica, dejó en evidencia lo poco atractivo que le resultaba la idea. —Lo siento, pero no quiero alejarme de él, además usted se ve más cansad
La luz de la mañana se derramó en la habitación, proyectando un suave resplandor sobre la figura convaleciente de Andrew Davis, sentado contra sus almohadas. Con una sonrisa Wanda entró por la puerta, apenas vio al señor Davis caminó hacia él y lo saludó con confianza, luego con paso decidido y directo se acercó a la cama donde yacía Andrew, con los ojos clavados en su paciente con tal concentración que Claudia bien podría haber sido invisible, porque ni siquiera una sola ojeada le dio.Claudia, sentada junto a la cama, sintió el escozor de no haber sido tenida en cuenta, una ira latente que crecía en su interior como una marea, respiró profundo aunque decidida a mostrar su incomodidad. Separó los labios para hablar, para afirmar su presencia, pero fue la voz de Andrew la que llenó la habitación, un timbre tranquilo, pero firme, que detuvo a Wanda en seco.—Wanda —comenzó él, clavándole una mirada que llevaba el peso de verdades no dichas entre ellos—, antes de continuar, hay algo q
Las manos de Wanda se movieron con facilidad y sus dedos presionaron en los tendones de la pierna de Andrew, devolviendo la fuerza a unos músculos que llevaban demasiado tiempo, inactivos. La habitación que había habilitado para eso, estaba llena de los sonidos rítmicos de su trabajo, interrumpidos por los pitidos constantes del monitor que registraba sus progresos. Claudia estaba sentada en una silla junto a la mesa de terapia, como una centinela inquebrantable. Su presencia era un voto silencioso que Andrew sentía en cada mirada que compartían, en cada apretón de su mano. —Lo estás haciendo muy bien, Andrew —, dijo Wanda, con una nota de ánimo que se entremezclaba con su neutralidad profesional. —Vemos mejoras en cada sesión, pronto podrás volver a caminar.Le dedicó una sonrisa de agradecimiento a Wanda, pero sus ojos buscaron a Claudia, encontrando consuelo en su cálida mirada. Su conexión se había profundizado con cada reto compartido; sus vidas estaban entrelazadas ahora, no
Claudia estaba sentada en la sala de rehabilitación que habían preparado en la casa para las sesiones de fisioterapia de Andrew, como todos los días, pero su cansancio era abrumador.Sus párpados se agitaron en una batalla perdida contra el sueño, las palabras de la sesión de terapia se difuminaban en un zumbido somnífero. Cada parpadeo se hacía más pesado y su cabeza se movía como si estuviera lastrada con plomo. Andrew la observó desde la especie de camilla donde había empezado a hacer terapias, sentada a su lado, fijándose en la caída de su postura y en la forma en que el cansancio marcaba las líneas de sus rasgos, normalmente brillantes. Una punzada de preocupación se retorció en su pecho, instándole a aliviar su malestar.—Amor, creo que es egoísta, de mi parte tenerte aquí en esas condiciones, lo mejor es que descanses —susurró, apartándole un mechón de pelo de la cara. Claudia abrió los ojos y, por un momento, pareció dispuesta a protestar, a insistir en quedarse a su lado.
Con una mueca de esfuerzo, Andrew se incorporó y balanceó las piernas sobre el borde de la cama. Los brazos ni siquiera le temblaron, mientras desplazaba su peso hacia la silla de ruedas, que se había convertido en su sombra desde el accidente. Ya lo hacía con menos esfuerzo y con mayor rapidez, porque durante todas las noches el mismo se masajeaba los músculos, y hacía movimientos que poco a poco le devolvían la vida a sus tercos músculos, estaba convencido que era cuestión de días para levantarse de esa silla de ruedas. Una vez sentado, cogió el teléfono con firmeza y habló con su médico.—Doctor Henderson —comenzó, con voz resuelta, a pesar de la opresión en la garganta —, necesito un nuevo fisioterapeuta. Ya no puedo seguir trabajando con Wanda. Quiero que me recomiende preferiblemente un terapeuta varón.Hubo una pausa antes de que el tono profesional del médico llenara el vacío. “¿Hay alguna razón, en particular, Andrew? ¿Sabes que es bastante perjudicial para tú recuperación
El ulular de las sirenas fue creciendo calle abajo, atravesando la bruma de pánico que se había instalado como una vestidura sobre él. En unos instantes, la ambulancia se detuvo frente a la casa y los paramédicos, instrumentos de precisión en medio del caos, salieron disparados. Trabajaron con rapidez y urgencia, colocando a Claudia en una camilla con el cuidado de quienes se han enfrentado a innumerables emergencias.Andrew dio un paso, luego otro, un movimiento fluido que no había sentido en años. Sin embargo, ni una sola persona se detuvo para maravillarse ante el muchacho que había estado inválido y que ahora caminaba a zancadas detrás de la conmoción.Sus padres, con caras de preocupación, apresuradamente subieron al coche, el miedo mezclado con la tensión y el frío del aire.Él, sin embargo, entró en la ambulancia sin vacilar, agarrando la mano de Claudia con un fervor nacido de la desesperación: un salvavidas que los unía en medio de la tormenta que amenazaba con separarlos.—
Los pasos resonaron en el suelo frío del hospital, marcando el ritmo de un corazón desbocado. La silla de ruedas ya no era una necesidad; el deseo de proteger a su familia había obrado un milagro, dándole fuerzas para ponerse de pie y caminar de nuevo. Pero ahora, esa misma esperanza se teñía de ansiedad mientras aguardaban, inmóviles en la sala de espera, colgados de cada tic tac del reloj que medía la eternidad.Las manos, que antes celebraban su propio renacimiento, ahora estaban entrelazadas, sudorosas, apretando las de su madre, que compartía con él la espera silenciosa. La mirada perdida en la puerta blanca, donde, en cualquier momento, la noticia de Claudia y sus pequeños pendía como una espada de Damocles.Finalmente, la puerta se abrió con un suspiro mecánico y un médico apareció, su bata blanca ondeando como el presagio de un augurio desconocido. Con pasos medidos se acercó, cada uno, un golpe al pecho que apenas contenía la respiración.—Vamos a tener que hacer una cesárea