La luz de la mañana se derramó en la habitación, proyectando un suave resplandor sobre la figura convaleciente de Andrew Davis, sentado contra sus almohadas. Con una sonrisa Wanda entró por la puerta, apenas vio al señor Davis caminó hacia él y lo saludó con confianza, luego con paso decidido y directo se acercó a la cama donde yacía Andrew, con los ojos clavados en su paciente con tal concentración que Claudia bien podría haber sido invisible, porque ni siquiera una sola ojeada le dio.Claudia, sentada junto a la cama, sintió el escozor de no haber sido tenida en cuenta, una ira latente que crecía en su interior como una marea, respiró profundo aunque decidida a mostrar su incomodidad. Separó los labios para hablar, para afirmar su presencia, pero fue la voz de Andrew la que llenó la habitación, un timbre tranquilo, pero firme, que detuvo a Wanda en seco.—Wanda —comenzó él, clavándole una mirada que llevaba el peso de verdades no dichas entre ellos—, antes de continuar, hay algo q
Las manos de Wanda se movieron con facilidad y sus dedos presionaron en los tendones de la pierna de Andrew, devolviendo la fuerza a unos músculos que llevaban demasiado tiempo, inactivos. La habitación que había habilitado para eso, estaba llena de los sonidos rítmicos de su trabajo, interrumpidos por los pitidos constantes del monitor que registraba sus progresos. Claudia estaba sentada en una silla junto a la mesa de terapia, como una centinela inquebrantable. Su presencia era un voto silencioso que Andrew sentía en cada mirada que compartían, en cada apretón de su mano. —Lo estás haciendo muy bien, Andrew —, dijo Wanda, con una nota de ánimo que se entremezclaba con su neutralidad profesional. —Vemos mejoras en cada sesión, pronto podrás volver a caminar.Le dedicó una sonrisa de agradecimiento a Wanda, pero sus ojos buscaron a Claudia, encontrando consuelo en su cálida mirada. Su conexión se había profundizado con cada reto compartido; sus vidas estaban entrelazadas ahora, no
Claudia estaba sentada en la sala de rehabilitación que habían preparado en la casa para las sesiones de fisioterapia de Andrew, como todos los días, pero su cansancio era abrumador.Sus párpados se agitaron en una batalla perdida contra el sueño, las palabras de la sesión de terapia se difuminaban en un zumbido somnífero. Cada parpadeo se hacía más pesado y su cabeza se movía como si estuviera lastrada con plomo. Andrew la observó desde la especie de camilla donde había empezado a hacer terapias, sentada a su lado, fijándose en la caída de su postura y en la forma en que el cansancio marcaba las líneas de sus rasgos, normalmente brillantes. Una punzada de preocupación se retorció en su pecho, instándole a aliviar su malestar.—Amor, creo que es egoísta, de mi parte tenerte aquí en esas condiciones, lo mejor es que descanses —susurró, apartándole un mechón de pelo de la cara. Claudia abrió los ojos y, por un momento, pareció dispuesta a protestar, a insistir en quedarse a su lado.
Con una mueca de esfuerzo, Andrew se incorporó y balanceó las piernas sobre el borde de la cama. Los brazos ni siquiera le temblaron, mientras desplazaba su peso hacia la silla de ruedas, que se había convertido en su sombra desde el accidente. Ya lo hacía con menos esfuerzo y con mayor rapidez, porque durante todas las noches el mismo se masajeaba los músculos, y hacía movimientos que poco a poco le devolvían la vida a sus tercos músculos, estaba convencido que era cuestión de días para levantarse de esa silla de ruedas. Una vez sentado, cogió el teléfono con firmeza y habló con su médico.—Doctor Henderson —comenzó, con voz resuelta, a pesar de la opresión en la garganta —, necesito un nuevo fisioterapeuta. Ya no puedo seguir trabajando con Wanda. Quiero que me recomiende preferiblemente un terapeuta varón.Hubo una pausa antes de que el tono profesional del médico llenara el vacío. “¿Hay alguna razón, en particular, Andrew? ¿Sabes que es bastante perjudicial para tú recuperación
El ulular de las sirenas fue creciendo calle abajo, atravesando la bruma de pánico que se había instalado como una vestidura sobre él. En unos instantes, la ambulancia se detuvo frente a la casa y los paramédicos, instrumentos de precisión en medio del caos, salieron disparados. Trabajaron con rapidez y urgencia, colocando a Claudia en una camilla con el cuidado de quienes se han enfrentado a innumerables emergencias.Andrew dio un paso, luego otro, un movimiento fluido que no había sentido en años. Sin embargo, ni una sola persona se detuvo para maravillarse ante el muchacho que había estado inválido y que ahora caminaba a zancadas detrás de la conmoción.Sus padres, con caras de preocupación, apresuradamente subieron al coche, el miedo mezclado con la tensión y el frío del aire.Él, sin embargo, entró en la ambulancia sin vacilar, agarrando la mano de Claudia con un fervor nacido de la desesperación: un salvavidas que los unía en medio de la tormenta que amenazaba con separarlos.—
Los pasos resonaron en el suelo frío del hospital, marcando el ritmo de un corazón desbocado. La silla de ruedas ya no era una necesidad; el deseo de proteger a su familia había obrado un milagro, dándole fuerzas para ponerse de pie y caminar de nuevo. Pero ahora, esa misma esperanza se teñía de ansiedad mientras aguardaban, inmóviles en la sala de espera, colgados de cada tic tac del reloj que medía la eternidad.Las manos, que antes celebraban su propio renacimiento, ahora estaban entrelazadas, sudorosas, apretando las de su madre, que compartía con él la espera silenciosa. La mirada perdida en la puerta blanca, donde, en cualquier momento, la noticia de Claudia y sus pequeños pendía como una espada de Damocles.Finalmente, la puerta se abrió con un suspiro mecánico y un médico apareció, su bata blanca ondeando como el presagio de un augurio desconocido. Con pasos medidos se acercó, cada uno, un golpe al pecho que apenas contenía la respiración.—Vamos a tener que hacer una cesárea
Los párpados de Claudia se abrieron, revelando una mirada cansada, pero satisfecha, mientras se aclimataba a las suaves tonalidades de la habitación del hospital. El viaje de la inconsciencia a la realidad fue una suave deriva, y allí, materializándose en su aturdimiento, estaba Andrew, su firme ancla en todas las tormentas. También estaban su madre y sus suegros, agrupados cerca de ella con sus rostros marcados por la preocupación y la alegría, sin embargo, fue la expresión de su esposo la que captó por completo su atención.—Estás aquí —murmuró Claudia, su voz era apenas un leve susurro, pero cargada de emoción. Las comisuras de sus labios se alzaron en una débil media sonrisa, el esfuerzo era monumental, pero valía la pena. Frágil, pero rodeada de amor, se sentía como un libro viejo, gastado aunque atesorado. —Estaba segura… que era la primera mirada… que vería al despertar… y no me equivoqué… te amo.—Yo te amo más mi amor, y quiero darte las gracias por todo lo que has hecho,
Las manos de Wanda temblaron ligeramente cuando acostó al niño en el asiento trasero. Un suave murmullo tranquilizador escapó de sus labios para calmar el tenue sollozo del pequeño. Con movimientos rápidos y de temor, se colocó frente al volante y el motor ronroneó bajo su tacto.Sorteó el tráfico con una calma que contradecía el caos de sus pensamientos, y el espejo retrovisor le devolvió la imagen del bebé: un pequeño peón en un juego mucho más grande de lo que él podía comprender. Respiró hondo y activó el manos libres, con un leve nudo de temor en su estómago.—Padre —pronunció. La voz de Wanda era una mezcla de determinación y desesperación cuando la llamada se conectó, cortando el zumbido de la carretera. —Me he llevado al hijo de Andrew Davis, el nieto de tu peor enemigo —expresó con tono de orgullo.Hubo una pausa al otro lado de la línea, cargada con el peso de las palabras no dichas, antes de que la voz de su padre se entrecortara, aguda y profesional. “¿En qué quieres que