El ulular de las sirenas fue creciendo calle abajo, atravesando la bruma de pánico que se había instalado como una vestidura sobre él. En unos instantes, la ambulancia se detuvo frente a la casa y los paramédicos, instrumentos de precisión en medio del caos, salieron disparados. Trabajaron con rapidez y urgencia, colocando a Claudia en una camilla con el cuidado de quienes se han enfrentado a innumerables emergencias.Andrew dio un paso, luego otro, un movimiento fluido que no había sentido en años. Sin embargo, ni una sola persona se detuvo para maravillarse ante el muchacho que había estado inválido y que ahora caminaba a zancadas detrás de la conmoción.Sus padres, con caras de preocupación, apresuradamente subieron al coche, el miedo mezclado con la tensión y el frío del aire.Él, sin embargo, entró en la ambulancia sin vacilar, agarrando la mano de Claudia con un fervor nacido de la desesperación: un salvavidas que los unía en medio de la tormenta que amenazaba con separarlos.—
Los pasos resonaron en el suelo frío del hospital, marcando el ritmo de un corazón desbocado. La silla de ruedas ya no era una necesidad; el deseo de proteger a su familia había obrado un milagro, dándole fuerzas para ponerse de pie y caminar de nuevo. Pero ahora, esa misma esperanza se teñía de ansiedad mientras aguardaban, inmóviles en la sala de espera, colgados de cada tic tac del reloj que medía la eternidad.Las manos, que antes celebraban su propio renacimiento, ahora estaban entrelazadas, sudorosas, apretando las de su madre, que compartía con él la espera silenciosa. La mirada perdida en la puerta blanca, donde, en cualquier momento, la noticia de Claudia y sus pequeños pendía como una espada de Damocles.Finalmente, la puerta se abrió con un suspiro mecánico y un médico apareció, su bata blanca ondeando como el presagio de un augurio desconocido. Con pasos medidos se acercó, cada uno, un golpe al pecho que apenas contenía la respiración.—Vamos a tener que hacer una cesárea
Los párpados de Claudia se abrieron, revelando una mirada cansada, pero satisfecha, mientras se aclimataba a las suaves tonalidades de la habitación del hospital. El viaje de la inconsciencia a la realidad fue una suave deriva, y allí, materializándose en su aturdimiento, estaba Andrew, su firme ancla en todas las tormentas. También estaban su madre y sus suegros, agrupados cerca de ella con sus rostros marcados por la preocupación y la alegría, sin embargo, fue la expresión de su esposo la que captó por completo su atención.—Estás aquí —murmuró Claudia, su voz era apenas un leve susurro, pero cargada de emoción. Las comisuras de sus labios se alzaron en una débil media sonrisa, el esfuerzo era monumental, pero valía la pena. Frágil, pero rodeada de amor, se sentía como un libro viejo, gastado aunque atesorado. —Estaba segura… que era la primera mirada… que vería al despertar… y no me equivoqué… te amo.—Yo te amo más mi amor, y quiero darte las gracias por todo lo que has hecho,
Las manos de Wanda temblaron ligeramente cuando acostó al niño en el asiento trasero. Un suave murmullo tranquilizador escapó de sus labios para calmar el tenue sollozo del pequeño. Con movimientos rápidos y de temor, se colocó frente al volante y el motor ronroneó bajo su tacto.Sorteó el tráfico con una calma que contradecía el caos de sus pensamientos, y el espejo retrovisor le devolvió la imagen del bebé: un pequeño peón en un juego mucho más grande de lo que él podía comprender. Respiró hondo y activó el manos libres, con un leve nudo de temor en su estómago.—Padre —pronunció. La voz de Wanda era una mezcla de determinación y desesperación cuando la llamada se conectó, cortando el zumbido de la carretera. —Me he llevado al hijo de Andrew Davis, el nieto de tu peor enemigo —expresó con tono de orgullo.Hubo una pausa al otro lado de la línea, cargada con el peso de las palabras no dichas, antes de que la voz de su padre se entrecortara, aguda y profesional. “¿En qué quieres que
Los pasos de Andrew resonaron en el suelo del pasillo del hospital, un contrapunto rítmico al tamborileo errático de su propio corazón. Se pasó una mano temblorosa por el pelo revuelto, con la mente acelerada, buscando la forma de enmarcar las palabras que destrozarían el mundo de Claudia. La idea de mirarla a los ojos expectantes y decirle la verdad le arañaba las entrañas. Habían estado esperando este momento para convertirse en una familia completa, y ahora...—¡Andrew! —La voz de su padre atravesó su confusión. La cara de Angus estaba marcada por la confusión mientras se acercaba, con las cejas fruncidas por la preocupación. —¿Por qué tardas tanto? Claudia está ansiosa por conocer a sus hijos. ¿La van a buscar para que los vea o van a traer al campeón? La visión de su padre, normalmente la roca en cualquier tormenta, solo amplificó la sensación de impotencia de Andrew. Se detuvo en seco, su mirada se clavó en la de Angus, una silenciosa súplica de comprensión brilló en sus o
Andrew respiró entrecortadamente y clavó los ojos en Villasmil frente a él.—No sé de qué me hablas, es tu problema si no me crees —respondió el hombre con frialdad, aparentando una fina capa de confusión pintada sobre su rostro, por lo demás ilegible.—¡Desgraciado! ¡Voy a matarte! —exclamó apretando más su codo contra la garganta del hombre.Pero antes de que Andrew pudiera hacer algo más, de pronto entró un imponente grupo de guardias armados. Agarraron con mano de hierro los brazos de Andrew y lo pusieron en pie con una fuerza que no admitía resistencia, lo mismo hicieron con su padre.—No sé de dónde sacas tus hipótesis, pero te aseguro que no tengo el mínimo conocimiento del paradero de mi hija —continuó el hombre, imperturbable mientras Andrew y su padre eran empujados hacia la salida—. Además, lo que ella haga o quien tenga problema es asunto suyo, no me metas en ellos.Las palabras provocaron mayor rabia en Andrew, quien estaba seguro de que ese hombre, frente a él, era capaz
Apenas Claudia se quedó dormida, Andrew se levantó, estirando la rigidez de sus miembros. Le dio un tierno beso en la frente y le susurró la promesa de que le devolvería a su hijo. Su rostro, pálido e inmóvil bajo las luces estériles, no respondió.Salió de allí con su padre, recorrió cada aeropuerto público o privado, estación de ferrocarril, buses, llenas de anuncios, pero sus esfuerzos no dieron resultado, le llegó las primeras luces del alba y se sintió derrotado porque no había dado con ninguna pista sobre su hijo.Su padre, una figura estoica que había capeado muchas tormentas, compartía el peso del silencio mientras buscaban todas las pistas posibles. Fue en las horas grises de la mañana, entre el zumbido de una máquina de café sobrecargada de trabajo en una comisaría poco iluminada, cuando una llamada rompió el silencio. —Un helicóptero, propiedad de Empresas Villasmil, surcó el cielo nocturno hasta una ciudad vecina. Desde allí, desapareció en el flujo clandestino de un aer
El corazón de Andrew latió con una furia que parecía querer escapar de su pecho, para su desgracia, minutos después Wanda murió. Los siguientes minutos de su muerte pasaron en un torbellino de dolor y desesperación, cada segundo una eternidad de rabia silenciosa. Con los ojos inyectados en sangre y las manos temblorosas, Andrew escuchó a su padre, una roca en medio del caos.—Vamos a ir al lugar del accidente. Necesitaba una dirección para su tormento, algo que hacer, una misión en esa batalla contra la desdicha.—Tenemos que encontrar algún indicio, algo que nos lleve donde pueden haber llevado al pequeño —dijo su padre con voz firme, aunque sus ojos revelaban la misma angustia que corroía a Andrew por dentro.El parque estaba desierto, las sombras de los árboles se proyectaron como espectros en el crepúsculo. La noche comenzó a cubrir las pistas con su manto oscuro, pero no habría descanso ni para Andrew ni para la esperanza que se aferraba a su ser. Juntos, padre e hijo, recorri