Apenas Claudia se quedó dormida, Andrew se levantó, estirando la rigidez de sus miembros. Le dio un tierno beso en la frente y le susurró la promesa de que le devolvería a su hijo. Su rostro, pálido e inmóvil bajo las luces estériles, no respondió.Salió de allí con su padre, recorrió cada aeropuerto público o privado, estación de ferrocarril, buses, llenas de anuncios, pero sus esfuerzos no dieron resultado, le llegó las primeras luces del alba y se sintió derrotado porque no había dado con ninguna pista sobre su hijo.Su padre, una figura estoica que había capeado muchas tormentas, compartía el peso del silencio mientras buscaban todas las pistas posibles. Fue en las horas grises de la mañana, entre el zumbido de una máquina de café sobrecargada de trabajo en una comisaría poco iluminada, cuando una llamada rompió el silencio. —Un helicóptero, propiedad de Empresas Villasmil, surcó el cielo nocturno hasta una ciudad vecina. Desde allí, desapareció en el flujo clandestino de un aer
El corazón de Andrew latió con una furia que parecía querer escapar de su pecho, para su desgracia, minutos después Wanda murió. Los siguientes minutos de su muerte pasaron en un torbellino de dolor y desesperación, cada segundo una eternidad de rabia silenciosa. Con los ojos inyectados en sangre y las manos temblorosas, Andrew escuchó a su padre, una roca en medio del caos.—Vamos a ir al lugar del accidente. Necesitaba una dirección para su tormento, algo que hacer, una misión en esa batalla contra la desdicha.—Tenemos que encontrar algún indicio, algo que nos lleve donde pueden haber llevado al pequeño —dijo su padre con voz firme, aunque sus ojos revelaban la misma angustia que corroía a Andrew por dentro.El parque estaba desierto, las sombras de los árboles se proyectaron como espectros en el crepúsculo. La noche comenzó a cubrir las pistas con su manto oscuro, pero no habría descanso ni para Andrew ni para la esperanza que se aferraba a su ser. Juntos, padre e hijo, recorri
La mano de Leonor tembló ligeramente al cortar la llamada de su hijo, con el corazón, latiéndole con un cóctel de esperanza y temor. Cuando escuchó que Villasmil estaba pidiendo su presencia a cambio de saber el paradero de su nieto, no pudo negarse. Dejó a Claudia con su madre y decidió viajar, no podía dejar solo a su hijo, a pesar de su negativa de que fuera. El viaje a París fue borroso, impulsado por la singular concentración que había consumido a Leonor desde la desaparición de su nieto. La Ciudad de la Luz la recibió con su esplendor habitual, pero para Leonor bien podría haber sido un páramo desolado; toda la belleza estaba atenuada por el dolor de su corazón. A su llegada, Angus, la recibió con el ceño fruncido y las manos gesticulando con urgente cautela. —Leonor, no debes ir —, le suplicó, con voz grave y cargada de miedo protector. —Villasmil es peligroso. No puedo evitar la sensación de que esto es una trampa de su parte, él no sabe dónde está su nieto. Pero la determi
El quejido de Angus estalló en la sala, con una mueca de dolor, seguido por un silencio sordo. Los ojos del hombre se iluminaron con una sonrisa feroz, disfrutando el dolor que estaba infligiendo. —¡No! —gritó Leonor, saltando hacia ellos Lanzó un grito, observando con horror cómo el arma se hundía aún más en el cuerpo de Angus, como si quisiera dividirlo en dos. Sin pensar, intentó detenerlo, antes de que pudiera hacer algo, el hombre extendió el pie haciéndola caer, sin embargo, esa distracción fue todo lo que necesitó Angus, a pesar del dolor punzante que estaba sintiendo, no se dejó caer. Se mantuvo en pie usando todo su esfuerzo, mirándole de frente al hombre con aquellos ojos fijos, llenos de una terquedad y una valentía inquebrantables. —Es... es lo último que haces —dijo con voz entrecortada, pero firme. Y con un movimiento rápido y certero, Angus logró sacar la mano del hombre de su cuerpo, liberándose del arma, al mismo tiempo que la otra mano la doblaba y golpeaba la n
Tres años después. Los dedos de Claudia trabajaban con destreza, enrollando la cinta rosa pálido entre los rizos rebeldes de Alanis. El sol se asomaba por la ventana, bañando la habitación con un suave resplandor, pero no lograba alcanzar la tensión que se había instalado entre madre e hija. —No, mami, Alanis quiele su pelo suelto como tú y Anlea —protestó Alanis, alzando sus pequeñas manos para tirar del moño a medio formar. —Alanis, cielo, necesitas llevar el pelo recogido para la escuela; no querrás piojos, ¿Verdad?La voz de Claudia era suave, pero firme, incluso cuando evitó que los hábiles deditos de la niña deshicieran su trabajo. —Además, yo estaré en casa y Andrea, aún no va a la escuela —justificó Claudia. —¿Por qué Alea no va a la escuela y yo sí? —preguntó frunciendo el ceño. —Porque Andrea aún es una bebé de dos años —explicó con un suspiro—, el año que viene te acompañará. Con un resoplido, Alanis se cruzó de brazos, sus labios haciendo un mohín en un reflejo de t
Los dedos de Alanis equilibraban delicadamente el último bloque de su altísima torre, sacando la lengua en señal de concentración. Su creación, un caprichoso mosaico de colores, se tambaleaba precariamente, amenazando con derrumbarse en cualquier momento. De repente, una sombra se cernió sobre su obra maestra cuando dos chicos de su clase, con una sonrisa burlona en la cara, se acercaron a la mesa. Sin previo aviso, dieron un manotazo a las torres, haciendo que los bloques multicolores repiquetearan sobre la mesa. Alanis se levantó de su asiento, agitando frenéticamente sus pequeñas manos mientras intentaba proteger sus estructuras de la embestida.—¡Basta! —gritó—, ¿Cómo pueden ser tan malvados? Me han tumbado mi torre —sollozó, pero sus lamentos quedaron ahogados bajo las risas de los demás; un chico incluso tiró bruscamente de sus trenzas, haciéndola estremecerse. Desde un rincón de la habitación, Óscar presenció la escena. Con el fuego encendiéndose en su pecho, se acercó y se
La puerta de la casa apenas se cerró tras ellos cuando Alanis, con sus ojos centelleantes de emoción, corrió hacia su madre y comenzó su relato. —¡Mamá, tengo un amigo! Él dijo que yo era su hemana ¡Tienes que ve a Ósca! Hoy me defendió de unos niños malos y luego... ¡pum! —exclamó, imitando un golpe con su pequeño puño cerrado—. Les dio duro a esos niños goselos que me molestan.Claudia sonrió ante la inocente bravuconería de su hija, pero una sombra cruzó su expresión cuando Alanis reveló el resto. —La maesta quelía castiga a Ósca, pelo mi papá lo defendió y su mamá invitó a come a papá —continuó Alanis, con esa despreocupada alegría infantil— Papá le dijo que puede ir cuando ella quiela.Claudia sintió una punzada de celos y molestia, al escuchar a su hija, un eco de su antigua inseguridad, se abrió paso. Pero era imposible que no le molestara ese ofrecimiento libre y abierto. A pesar de ello, no permitió que sus sentimientos se reflejaran en su rostro.—Vamos a darte un baño —di
Claudia respiró entrecortadamente, un preludio entrecortado de las lágrimas que ahora nublaban su visión. Esta vez no nacían de la molestia ni de la desconfianza, sino de un cóctel de conmoción, incredulidad, dolor que le produjo la noticia que se apoderó de su garganta. —¿Estás hablando en serio? —Su voz temblaba, enhebrándose en el silencio. Buscó en sus ojos un destello de broma, una señal de que todo aquello era un mal chiste, incluso un cruel engaño. Pero él se mantuvo firme, un centinela inquebrantable en medio del caos de sus emociones. —¡Oh por Dios! ¡No puede ser! —se cubrió la boca sin poder creer lo que estaba ocurriendo —, tienes que llevarme junto a él Andrew, necesito verlo, tocarlo, besarlo —insistió ella, una súplica envuelta en desesperación, mientras se arreglaba la ropa, como si quisiera que su petición fuera respondida en ese mismo momento.Él negó lentamente con la cabeza, el peso de la incertidumbre anclando su resolución. —No, Claudia, no podemos hacer eso