Capítulo 68. Una macabra mujer.

Los pasos resonaron en el suelo frío del hospital, marcando el ritmo de un corazón desbocado. La silla de ruedas ya no era una necesidad; el deseo de proteger a su familia había obrado un milagro, dándole fuerzas para ponerse de pie y caminar de nuevo. Pero ahora, esa misma esperanza se teñía de ansiedad mientras aguardaban, inmóviles en la sala de espera, colgados de cada tic tac del reloj que medía la eternidad.

Las manos, que antes celebraban su propio renacimiento, ahora estaban entrelazadas, sudorosas, apretando las de su madre, que compartía con él la espera silenciosa. La mirada perdida en la puerta blanca, donde, en cualquier momento, la noticia de Claudia y sus pequeños pendía como una espada de Damocles.

Finalmente, la puerta se abrió con un suspiro mecánico y un médico apareció, su bata blanca ondeando como el presagio de un augurio desconocido. Con pasos medidos se acercó, cada uno, un golpe al pecho que apenas contenía la respiración.

—Vamos a tener que hacer una cesárea
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