OLIVIA
Beep, beep, beep...
El molesto timbre del despertador penetra en los meandros de mi seminconsciencia.
Aprieto los párpados y sigo aferrada a Antonio como un pulpo, no quiero dejarle, he visto las miradas que le echan las demás.
¡Pero es mío!
Apoyo mi cabeza en los esculpidos y bronceados pectorales.
Beep... beep... beep...
Abro primero un ojo y luego el otro y la pantalla luminosa parpadea rítmicamente 8:00.
—Oh, Dios... —Otro sueño erótico interrumpido en el momento más hermoso.
¿Sabes cuando estás a punto de conseguir un objetivo y alguien o algo te rompe los huevos de la cesta?
Inconscientemente ya estás segura de que será un día de m****a. Con un salto felino me deshago de las mantas y me precipito al baño, ajusto la temperatura del agua y me meto en la ducha bajo el cálido chorro. Me enjabono con mi jabón preferido olor a vainilla y luego me enjuago rápidamente, con cuidado de no estropear el peinado que con tanto cariño me hizo anoche Amalia, mi peluquera de confianza.
Tuvo la intuición de acortar mi mata de pelo rizado hasta debajo de la nuca, peinándolo con suaves ondas y con pinceladas de mechas para iluminar el apagado cabello castaño.
Hoy tengo una cita muy importante, y si el trato se lleva a cabo, daré un buen empujón a los ingresos de mi pequeña agencia inmobiliaria.
Desde hace una semana me da un vuelco el corazón cada vez que recuerdo aquella llamada telefónica desde el otro lado del globo terráqueo, en la que una voz de mujer, con claro acento americano, me informaba de que Parker Real Estate Brokerage estaba interesada en comprar la propiedad, cerca de Todi, para la que recibí un poder de venta hace un año.
La señorita Miller, como se identificó, también había anunciado la visita del propio señor Parker para ver la propiedad.
¡Hoy es el gran día y estoy muy nerviosa!
He hecho varias búsquedas en internet sobre el señor Parker y la idea que tengo de él es clara, límpida, descarada: guapo, muy rico, playboy impenitente, pero con facilidad para los negocios. Es decir, todo un león tras su presa.
En la red hay fotos suyas siempre flanqueado por actrices, modelos internacionales, guapas directivas... y, rebuscando como una acosadora entre las noticias de su vida privada, comprobé que mide 1,80 metros, tiene unos preciosos ojos azules, pelo rubio y una sonrisa para acelerar el corazón y mojar bragas.
Treinta y ocho años y todavía soltero. Pero, ¿para qué necesita una esposa con toda la materia prima que tiene a su disposición?
Aparto la pregunta en lo más recóndito de mi cerebro.
No me interesa saber la respuesta, solo me interesa el aspecto financiero de él y los cientos de miles de euros que podría desembolsar por la compra del inmueble, incluyendo la importante comisión para mi agencia.
Tengo treinta y un años, dos amores que acabaron mal, un enamoramiento estratosférico en curso de Antonio, que, por cierto, no me da ni la hora. Punto y aparte. No más hombres. No más decepciones. Fuera el diente, fuera el dolor.
Me miro en el espejo con ropa interior de encaje negro, mi metro sesenta de estatura siempre me ha hecho sentir enana y por eso Amalia me convenció de cortarme el pelo, dice que así parezco más delgada y alta.
De hecho... Nunca he sido delgada, pero tengo curvas en todos los lugares adecuados y una cuarta talla de sujetador, mi único alarde y mi única preocupación, ya que esos seres de poco cerebro creados por Dios solo para arruinar nuestra existencia, antes de mirarme a los ojos, apuntan su mirada mucho más abajo.
¡Pervertidos!
Si la leyenda de las Amazonas hubiera sido real, los habríamos borrado de la faz de la tierra.
Me aplico un ligero velo de maquillaje en la cara y noto unas pequeñas líneas de expresión alrededor de mis ojos color chocolate —porque decir marrón sería menos moderno— y decido cubrirlas con una fuerte dosis de corrector.
Llevo un traje pantalón negro con una camisa de seda blanca debajo y unos botines de tacón de diez centímetros.
Ahora que lo pienso, los tacones y la campaña no tienen nada que ver, pero la imagen es importante en el trabajo que hago. ¿Quién se toma en serio a una enana?
Con un suspiro de frustración, me pongo un abrigo negro —según mi madre, el negro es poco favorecedor— y, cuando estoy a punto de salir, el teléfono empieza a sonar y aparece en la pantalla el nombre de mi querida madre, que es tacaña a la hora de dispensar centímetros de altura, pero generosa en las críticas.
—Madre querida, buenos días, por favor, date prisa que se me hace tarde. —No es que tenga prejuicios contra ella, pero la conozco desde hace más de treinta años y sé lo logorreica que puede ser.
—Olivia, no seas la insolente de siempre... es tu padre quien me pidió que te llamara —me dice con un claro tono de regaño. Ya me la imagino con las manos en las caderas y el ceño fruncido.
Mi padre, Federico Castello, es el mejor padre del mundo aunque solo sea por aguantar a mi madre durante cuarenta años.
Hace tres años tuvo un medio infarto y el médico le aconsejó que redujera el consumo de cigarrillos y el estrés, así que la tarea de dirigir la agencia familiar recayó en mí, ya que mi hermano Claudio está en Estados Unidos haciendo un post grado de estrategias publicitarias.
Mi padre tiene la propiedad de la agencia, que ya era de mi abuelo, y que algún día será mía por voluntad de ambos. Mis estudios universitarios me prepararon para asumir esta responsabilidad, de hecho, elegí graduarme en economía y negocios con una especialización en el sector inmobiliario y, al vivir y trabajar en Umbría, destino por excelencia para los extranjeros, hablo inglés como si fuera mi lengua materna.
Perdida en mis pensamientos, oigo el eco de la voz de Lauretta mientras procede a soltar una retahíla de palabras de las que solo entiendo la última.
—Mamá, perdóname pero estoy perdida, no sé de lo que hablas.
—Oli, amor, siempre estás en las nubes. Repito, tu padre quiere saber a qué hora es la cita para la venta —continúa impaciente, me lo deja claro el resoplido que no se molestó en disimular.
—Inspección mamá, no venta —le recuerdo, porque no llamo venta hasta que el dinero esté seguro en nuestra cuenta bancaria.
—Oh... llámalo como quieras. Pero, ¿te has vestido adecuadamente o de forma descuidada como sueles hacerlo?
Si no me hacía esa advertencia no sería mi madre. Inflo las mejillas, pongo los ojos en blanco y luego me echo un vistazo.
—Me puse el traje negro que me regalaste por Navidad. —Espero aplacarla con esta respuesta porque sus compras siempre son acertadas.
—¡Perfecto! —la oigo chillar de evidente emoción—. Y Oli, asegúrate de que mientras hables con el señor Miller parpadees con esos bonitos ojos que te di, ya que el resto... es un poco miserable…
—Parker, mamá... ¡Es el señor Parker! —respondo a punto de grito como mecanismo de autodefensa por haberme hecho sentir mal en cuanto a mi figura—. Miller es su secretaria. De todos modos, no voy a tener una cita caliente y... muchas gracias por la inyección de confianza —comento con sarcasmo—. Ahora voy a terminar la llamada, no quiero llegar tarde... sin embargo dile a papá que la cita es a las once.
No le di la oportunidad de responder y terminé la comunicación.
Mi amiga María tiene razón cuando dice que mi madre es un cangrejo con un pedo bajo la nariz. Afortunadamente, me parezco a mi padre en el carácter; de Lauretta me hubiera gustado heredar no solo los ojos color chocolate, sino también el físico alto y delgado, pero la madre naturaleza decidió otra cosa, eligiendo los genes de mi abuela paterna Ida.
Bajo las escaleras de mi casa con cuidado de no matarme, ya que los tacones que llevo son un arma de destrucción masiva.
Cuando el día comienza con una llamada telefónica de Lauretta, el epílogo suele ser una conclusión previsible: la desgracia está a la vuelta de la esquina.
En la planta baja del edificio se encuentra la oficina, que tiene una gran ventana que da a la calle principal del pueblo.
Al entrar me asomo inmediatamente para ver si Antonio, mi vecino de enfrente por el que llevo dos años babeando, ha abierto las puertas de su tienda de deportes.
Es una acción que realizo todas las mañanas y que él, astuto y seguro de sí mismo, nota y me guiña el ojo a cambio, avergonzándome cada vez.
Pero, ¿por qué las mujeres somos tan estúpidas? Siempre nos enamoramos de hombres muy altos, muy musculosos, con los bíceps y pectorales de Hulk, y luego nos sentimos mal si nos son infieles.
Bueno... esta mañana Antonio se puede ir a la m****a. ¡No lo veré! Ya he tenido mi dosis de desgracia con mi madre.
Recupero el expediente de la finca de Todi sobre la marcha y cierro la puerta del despacho.
Atravieso la puerta del edificio y la cierro tras de mí.
Mi auto está aparcado en su lugar habitual y cuando estoy a punto de abrirlo oigo al Increíble Hulk llamándome.
—Hola Olivia, buenos días, ¿a dónde vas con tanta prisa?
«No te vuelvas, no mires, ignóralo...» Me repito como un mantra.
Al introducir la llave en la cerradura de la puerta del auto, tengo una excusa para darle la espalda.
—Tengo una cita... y ya se me hace tarde... nos vemos...
Me apresuro a entrar y a girar la llave, por suerte el auto se pone en marcha a la primera, lo que no siempre es un hecho.
Antonio se pone delante del coche impidiéndome salir y me veo obligada a bajar la ventanilla para hablar con él.
—¿Qué te pasa esta mañana? —pregunta y lo noto algo molesto y sorprendido al mismo tiempo.
«¿Qué pasa súper macho, he hundido tu ego?»
—Te he explicado que llego tarde, apártate de mi camino —le increpo enfadada más conmigo misma que con él, a fin de cuentas sigo molesta por el sueño que le tenía como protagonista, pero él no lo sabe.
Esta mañana está especialmente atractivo con su pelo negro disparado en todas las direcciones por la gomina, su camisa blanca ajustada y sus vaqueros azul oscuro, parece un modelo de I*******m.
Muevo la palanca de cambios y me pongo en marcha, sin tener en cuenta, le paso a la derecha para evitar atropellarlo, pero no lo suficiente como para no rozarlo con el espejo retrovisor.
Te lo mereces, idiota, la era del victimismo ha terminado.
A partir de ahora odio oficialmente a los hombres, especialmente a los que están llenos de sí mismos y coleccionan mujeres como si fueran barajitas de Panini.
Cuando me encuentre con el señor Parker, debo disimular el asco que siento por los de su género, si no, adiós negocio.
STEVEN—Alan, explícale a este pedazo de imbécil, que es tu diente de oro el que hace sonar el escáner corporal... ¡por favor, no puedo más! —Llevamos casi una hora parados en la estación del aeropuerto de Fiumicino.Mi secretario y amigo Alan ha sido puesto patas arriba, disecado y obligado a desnudarse hasta los calzoncillos, y la policía del aeropuerto aún no está satisfecha.—Ya está bien... —en mi italiano atrofiado intento hacer entender a esos dementes, señalando la boca de Alan, que el problema se encuentra dentro.Los cielos se abren... Les veo encañonar sus armas cargadas frente a la boca del desgraciado que, blanco como un cadáver, la abre tanto que corre el riesgo de sufrir una parálisis facial.Levantando las manos en un gesto de rendición, se mete lentamente el dedo índice en la boca, señalando el punto ofensivo.Por fin lo entienden y se echan a reír como los imbéciles que son.—Bien, bien, vete, vete por favor... —Y hasta son ingeniosos.Alan me mira horrorizado y se v
STEVENLa veo salir y siento una contracción en la boca del estómago. Sé que he exagerado, pero mi límite de resistencia llegó al máximo cuando empezó a enumerar las ventajas de comprar la propiedad.Desde que era un niño, he odiado la patria de mi madre, o más bien ella me hizo odiarla y nunca he entendido por qué.Luego, de repente, se pone terca y me empuja hacia esta negociación, valle para entender a las mujeres.—Steve, ¿puedo decirte que fuiste un verdadero idiota? ¿Qué razón tenías para tratarla mal?Alan está furioso. Puedo reconocer el nivel de ira de mi amigo por la frecuencia de la vena que le late en la frente.Se acerca a la cima de la escalada y, mirando hacia abajo, empieza a reírse con ganas.—¿Qué es lo que te hace estar tan alegre? —Siento curiosidad y miro en la misma dirección que él. El duende nos engañó... se quitó los zapatos—. Chica inteligente —digo, admirando el trasero, resaltado por los pantalones ajustados, que se balancea con cada paso—. Hablando de chic
STEVENLa noche con las chicas termina como había planeado.Alan y yo los llevamos cada una a nuestra propia habitación de hotel e hicimos todo lo posible por mantener la reputación que hemos tenido durante años.Que no se diga que Steven y Alan no están a la altura de las expectativas.Pero estoy cansado del sexo estéril, hecho sin entusiasmo, como si fuera una rutina normal. He tenido tantas mujeres que ya no recuerdo sus nombres ni su aspecto físico. El estándar siempre ha sido el mismo: altas, delgadas, modelos, actrices, directivas... en definitiva, mujeres de éxito que no pasan desapercibidas.Miriam también encaja perfectamente en mis estándares, pero esta noche, por primera vez en mi vida, no he sentido nada.No hay nada en absoluto.La satisfice por puro sentido del deber, pero justo en el momento más bello, en lugar de los ojos verdes de Miriam, vi un par de ojos marrones, como los de una dama que conocí esta tarde, y me arriesgué a pasar la primera vergüenza de mi larga car
STEVEN—¿Qué has hecho?Estamos volando a Nueva York, cuando informo a Alan de la citación enviada a Olivia.—¿Y por qué harías eso si puedo preguntar?Alan es un hermano, antes de ser un amigo y asistente, pero no consideré oportuno informarle de ello.¿Por qué?No lo sé.Lo único que sé es que desde el momento en que la idea surgió en mi cabeza, no quise compartirla con nadie.—Tú conoce mi odio por Italia y no quería prolongar mi estancia. Al mismo tiempo, sé que mi madre me martirizará hasta que la complazca, así que... opté por una solución agradable para todas las partes. ¿Crees que a la señorita Castello no le gustará tomarse unas vacaciones a mi costa?Alan me mira con desconfianza, no muy convencido de mis motivos.—Si tú lo dices... ¿y dónde piensas tenerla? —Le pedí a Sarah que se encargara del viaje, hotel y viáticos, confío en ella y sé que elegirá lo mejor.—¿Crees que Castello aceptará trasladarse al otro lado del globo por una venta tan modesta? —pregunta con una mira
STEVENLlegué a la oficina al amanecer.El vigilante nocturno, cuando me vio pasar por la entrada principal del edificio donde tiene su sede mi empresa, se quedó de piedra. Lleva muchos años trabajando para mí y nunca me había visto llegar al trabajo a una hora tan inusual.—Buenos días, señor Parker —exclama, enmascarando la sorpresa tras una sonrisa de cortesía.—Buenos días, John, ¿todo bien esta mañana?—Sí señor, suave como la seda —dice con la mejor actitud del mundo, por eso me gusta contratar a este tipo de personas que siempre son positivas.Me cruzo con otro hombre de seguridad de camino a los ascensores y levanto la mano en señal de saludo.Mientras el ascensor asciende, me froto la mandíbula desgreñada por mi barba de dos días y me prometo afeitarme en cuanto llegue a la oficina, soy el jefe del garito y no puedo parecer un pordiosero.Estoy agitado, me siento como si estuviera sobre brasas, cualquier cosa que coma se me queda en el estómago, cualquier ruido me molesta y e
STEVENLa puerta se abre y Sarah hace pasar a las dos chicas al despacho.Mis ojos se encuentran inmediatamente con los de Olivia y todo desaparece a mi alrededor.¿Tan bien se veían la última vez?Inmediatamente mira hacia otro lado y Sarah tose para llamar mi atención.—Steven, ¿debo avisar a Alan de que han llegado nuestras invitadas? —Me pregunta y me mira con curiosidad para calibrar mi estado de ánimo.—Sí, por favor, llámalo. —Me levanto para ir hacia ellas y saludarlas como es debido—. Bienvenidas a Estados Unidos y a mi empresa, tomen asiento, por favor. —Señalo dos sillones colocados frente al escritorio.Olivia me mira con desconfianza, sin estar preparada para tanta amabilidad.Agacho ligeramente la cabeza para observarla mejor y me doy cuenta de que hoy parece más alta.Bajo la mirada y descubro el misterio: lleva unos zapatos con unos tacones de vértigo.—¿Le gustan mis zapatos, señor Parker? —pregunta con un ligero tono mordaz. Me sorprendió mirando sus pies.—No seño
STEVENSigo la salida de las dos mujeres con los ojos fijos en el trasero de Olivia.Hoy llevaba un traje rojo con una falda ajustada que le llegaba justo por encima de las rodillas y una chaqueta corta y ajustada con un top blanco debajo del que se ve el encaje del sujetador.Está guapísima con unos Louboutin negros de charol con la suela en el mismo rojo que el conjunto, hay que reconocer que la chica tiene buen gusto.Pero, ¿realmente no va a ir por ahí con ese aspecto?Aparte del insoportable frío que todavía hace estragos en la ciudad, será objeto de la atención de todos los hombres que tengan la suerte de cruzarse en su camino.¡No puede ser!Llamo a Mike por teléfono.—¿Señor? —responde tras el primer timbre.—¿Estás en el altavoz?—No señor.—Solo dime si los pájaros están en el nido —hablo en clave, esperando que me siga la corriente.—Sí, señor.—Bien... ahora cuelgo, dejas pasar unos minutos y luego cierras la ventana comunicante y me vuelves a llamar, las señoritas no debe
STEVENAlan me encuentra tumbado en el sofá, con el brazo doblado sobre la cabeza y un vaso de whisky apoyado en la mesita de café a mi lado.—¿Qué estamos celebrando? —aspira el contenido del vaso y arruga la nariz.No contesto, no tengo ganas de hablar, pero no contaba con la obstinación de mi amigo.—Steve, ¿me vas a decir qué pasa o debo seguir una corazonada?—¡No quiero hablar de ello! —respondo con brusquedad.Permanece en silencio durante unos instantes y luego me agarra por los brazos y tira de mí para que me siente con fuerza.—Vamos Steve... nunca ha habido secretos entre nosotros, siempre nos hemos contado todo —dice Alan mientras se sienta a mi lado.—Esto es ridículo. —Sonrío con la cara desencajada.—¿Qué crees que está mal? Soy rico, soy guapo —enumero con los dedos—, tengo una vida social satisfactoria, todas las mujeres caen a mis pies...—Pero te falta algo —concluye para mí con un tono empático.Aprieto los dientes para no contestar, pero ha acertado.—Oye, tío. —M