STEVEN
—¿Qué has hecho?
Estamos volando a Nueva York, cuando informo a Alan de la citación enviada a Olivia.
—¿Y por qué harías eso si puedo preguntar?
Alan es un hermano, antes de ser un amigo y asistente, pero no consideré oportuno informarle de ello.
¿Por qué?
No lo sé.
Lo único que sé es que desde el momento en que la idea surgió en mi cabeza, no quise compartirla con nadie.
—Tú conoce mi odio por Italia y no quería prolongar mi estancia. Al mismo tiempo, sé que mi madre me martirizará hasta que la complazca, así que... opté por una solución agradable para todas las partes. ¿Crees que a la señorita Castello no le gustará tomarse unas vacaciones a mi costa?
Alan me mira con desconfianza, no muy convencido de mis motivos.
—Si tú lo dices... ¿y dónde piensas tenerla?
—Le pedí a Sarah que se encargara del viaje, hotel y viáticos, confío en ella y sé que elegirá lo mejor.
—¿Crees que Castello aceptará trasladarse al otro lado del globo por una venta tan modesta? —pregunta con una mirada desdeñosa.
Pienso en ese pequeño pimiento de pelo rizado y los ojos más expresivos que he visto nunca e imagino su reacción ante la propuesta de Sarah.
Tengo que reírme.
—Creo que después de una serie de maldiciones dirigidas a mi persona, aceptará. He tomado información sobre su negocio, no navega en oro así que... ¿por qué no?
—Eres un cabrón. —Alan también se ríe porque sabe que nunca dejo nada al azar.
Aterrizamos en Nueva York a las ocho de la noche y lo primero que hago, nada más encender mi móvil, es llamar a Sarah Miller.
—Hola Steven —me saluda sin tantos formalismos entre nosotros hay mucha confianza, además de ser mi secretaria personal es una amiga especial, una de las pocas mujeres guapas con las que nunca he ligado.
En el momento de su contratación, estaba casada con un hombre muy violento y eran frecuentes las ocasiones en las que llegaba a la oficina llorando por la violencia verbal y física ejercida por su marido.
La ayudé a contratar un abogado para que la asistiera en su caso de separación y a conseguir una orden de alejamiento para que su marido no pudiera acercarse a ella.
Han pasado ya diez años desde los hechos, pero la complicidad y la amistad que nos une no ha cambiado.
—Hola Sarah... ¿cómo te fue con Olivia? —le pregunto sin rodeos.
—¿Ya hemos pasado a ese tipo de confianza? —se ríe, conociendo mi actitud—. Salió bien, prácticamente no le di la oportunidad de negarse pintándote como el bastardo que eres
—Uhmm... así que tengo una nueva fan —me río divertido—. ¿Para cuándo reservaste tu vuelo?
—Le di dos días para los preparativos... por cierto, trae a una supuesta secretaria con ella, espero que no sea un problema para ti.
—No, no me importa mientras concluyamos. Si no le entrego pronto a mamá un certificado de propiedad, me repudiará como hijo —me río, pero por dentro siento un frenesí y una expectación como no he tenido en años.
Me despido de Sarah y subo al coche donde me espera mi chófer para llevarnos a Alan y a mí a casa.
OLIVIA
Me alegro de que los tranquilizantes hayan hecho efecto y de que María duerma plácidamente en el asiento del avión que nos lleva a la Gran Manzana.
Todavía no puedo creerlo.
Estoy a punto de pisar suelo americano por primera vez en mi vida y por ello tengo que dar las gracias a Parker.
No puedo pensar en él como Steven.
Tengo que mantener la distancia incluso con mis pensamientos, de lo contrario me arriesgo a la confusión como me he arriesgado a un ataque al corazón durante dos días.
Al principio pensé que los latidos se debían únicamente al hecho de que me iba a los Estados Unidos, lo cual no es gran cosa, pero luego empecé a tener sueños extraños sobre Stev… y yo... Parker, juntos, en una cama.
¡Oh, Dios mío!
Me pongo roja solo de pensar en lo que he soñado, ¡además de los pectorales de Antonio!
Tengo que dejar de pensar en ese hombre en esos términos, no estoy a su altura y además no me importa, estoy aquí para cerrar un trato.
Está bien que haya terminado con los hombres... pero, ¿qué diablos, también tengo derecho a tener algunas necesidades ocultas?
Miro a María, es hermosa con su larga y lacia cabellera extendida sobre el respaldo del asiento, su piel olivácea tersa e intacta y sus largas piernas estiradas hasta tocar el asiento de enfrente.
Ella sería un partido perfecto para cualquier hombre.
La quiero mucho y nunca he sentido celos hacia ella, pero siempre he envidiado su aspecto físico.
Es una belleza típicamente mediterránea, de claro origen siciliano, pero en una virtud le gané.
Yo hablo inglés, cuando ella lo sabe a nivel escolar... espero que con Alan se entiendan, porque sí creo que a Parker le puede gustar.
La voz del piloto anuncia que estamos sobrevolando la ciudad de Nueva York y que en breve aterrizaremos en el aeropuerto JFK.
Despierto a mi amiga y juntas admiramos desde las ventanas la miríada de luces que hay debajo de nosotras.
Es de noche y no podemos ver mucho, pero para nosotras la emoción es inmensa y nos abrazamos con lágrimas en los ojos.
—Esperemos que el señor P. —Como le apodamos—, no se haya olvidado de nosotras —se queja María después de pasar por la aduana y recuperar nuestro equipaje.
—La señorita Miller me aseguró que habría alguien esperándonos —respondo, mirando a mi alrededor tratando de ubicarme en el aeropuerto.
No muy lejos veo a un anciano elegantemente vestido que agita un gran cartel que dice «Señorita Castello» y agito una mano para atraer su atención.
Me mira y se acerca con cautela.
—¿Es usted la señorita Castello?
—En persona —respondo, ofreciendo mi mano, que él toma en la suya, avergonzado.
Oops... ¿en América no se usa el saludo?
—Si quieren seguirme, he aparcado la limusina frente a la entrada del aeropuerto, las llevaré al hotel —dice cogiendo las dos grandes maletas que llevamos.
Como no sabíamos cuántos días íbamos a estar, nos trajimos medio armario, ¡que no se diga que las italianas no saben vestir!
Los trajes de la maleta son de los más variados.
Si hace calor estamos preparadas, si hace frío estamos preparadas, y si decidimos salir por la noche... ¿largo o corto? En caso de duda, trajimos las dos cosas.
Salimos a la calle y nos asalta el aire fresco de mayo de Nueva York, que nos obliga a subirnos la cremallera de la chaqueta y las solapas.
El coche de delante es increíble... al parecer Parker quiere impresionarnos, como si fuéramos un par de pueblerinas.
El conductor nos abre la puerta y con un gesto galante de la mano nos invita a entrar.
Subimos con cierta inquietud y nos sentamos una al lado del otra cogidas de la mano.
Nos aterra ensuciar los asientos de cuero beige, así que solo apoyamos el trasero en ellos, tenemos la espalda rígida y la mirada alucinada es lo que vemos a través de las ventanillas.
—Señoritas, el señor Parker les envía sus saludos y les desea una agradable estancia en Nueva York, además me ha encargado que les informe de que les esperará mañana por la mañana en su despacho para revisar los documentos —dice el chófer echándonos un vistazo a través del espejo retrovisor mientras conduce hábilmente entre el tráfico.
—Señor...
—Señorita, llámeme Mike, solo Mike —me pide con una gentil sonrisa.
—Bueno... Mike ¿cómo llegaremos a las oficinas del señor Parker? —pregunto amablemente.
—Iré yo personalmente a recogerles, no tiene que preocuparse por nada. ¿Estará bien a las diez de la mañana? —nos informa, mirándonos desde el espejo.
—No hay problema, con una noche de sueño nos pondremos al día con el jet lag —digo con confianza y le devuelvo una sonrisa amable.
Llegamos al hotel... o más bien al gran hotel, porque Parker nos vuelve a sorprender.
Las cinco estrellas sobre el cartel «Palace Hotel» nos dejan sin palabras.
—Señor... Mike ¿está seguro de que no se ha equivocado de destino? —me tiembla la voz, no es que no esperara hoteles de esta envergadura en Nueva York, solo que no esperaba hospedarme en una maravilla arquitectónica como esta.
Sonríe con empatía.
—No hay errores, señoritas, el señor Parker siempre elige lo mejor para sus invitados. ¿Quiere que le acompañe al interior? —me dice mientras le entrega el equipaje al botones.
—No, gracias. No queremos molestarte más. Hasta mañana.
Asiente con la mano, agacha un poco la cabeza.
—Hasta mañana, señoritas, que descansen —Nos desea geniudamente y se dirige de nuevo a la limosina.
Luego desaparece entre el tráfico, dejándonos todavía atónitas y boquiabiertas ante el edificio.
STEVENLlegué a la oficina al amanecer.El vigilante nocturno, cuando me vio pasar por la entrada principal del edificio donde tiene su sede mi empresa, se quedó de piedra. Lleva muchos años trabajando para mí y nunca me había visto llegar al trabajo a una hora tan inusual.—Buenos días, señor Parker —exclama, enmascarando la sorpresa tras una sonrisa de cortesía.—Buenos días, John, ¿todo bien esta mañana?—Sí señor, suave como la seda —dice con la mejor actitud del mundo, por eso me gusta contratar a este tipo de personas que siempre son positivas.Me cruzo con otro hombre de seguridad de camino a los ascensores y levanto la mano en señal de saludo.Mientras el ascensor asciende, me froto la mandíbula desgreñada por mi barba de dos días y me prometo afeitarme en cuanto llegue a la oficina, soy el jefe del garito y no puedo parecer un pordiosero.Estoy agitado, me siento como si estuviera sobre brasas, cualquier cosa que coma se me queda en el estómago, cualquier ruido me molesta y e
STEVENLa puerta se abre y Sarah hace pasar a las dos chicas al despacho.Mis ojos se encuentran inmediatamente con los de Olivia y todo desaparece a mi alrededor.¿Tan bien se veían la última vez?Inmediatamente mira hacia otro lado y Sarah tose para llamar mi atención.—Steven, ¿debo avisar a Alan de que han llegado nuestras invitadas? —Me pregunta y me mira con curiosidad para calibrar mi estado de ánimo.—Sí, por favor, llámalo. —Me levanto para ir hacia ellas y saludarlas como es debido—. Bienvenidas a Estados Unidos y a mi empresa, tomen asiento, por favor. —Señalo dos sillones colocados frente al escritorio.Olivia me mira con desconfianza, sin estar preparada para tanta amabilidad.Agacho ligeramente la cabeza para observarla mejor y me doy cuenta de que hoy parece más alta.Bajo la mirada y descubro el misterio: lleva unos zapatos con unos tacones de vértigo.—¿Le gustan mis zapatos, señor Parker? —pregunta con un ligero tono mordaz. Me sorprendió mirando sus pies.—No seño
STEVENSigo la salida de las dos mujeres con los ojos fijos en el trasero de Olivia.Hoy llevaba un traje rojo con una falda ajustada que le llegaba justo por encima de las rodillas y una chaqueta corta y ajustada con un top blanco debajo del que se ve el encaje del sujetador.Está guapísima con unos Louboutin negros de charol con la suela en el mismo rojo que el conjunto, hay que reconocer que la chica tiene buen gusto.Pero, ¿realmente no va a ir por ahí con ese aspecto?Aparte del insoportable frío que todavía hace estragos en la ciudad, será objeto de la atención de todos los hombres que tengan la suerte de cruzarse en su camino.¡No puede ser!Llamo a Mike por teléfono.—¿Señor? —responde tras el primer timbre.—¿Estás en el altavoz?—No señor.—Solo dime si los pájaros están en el nido —hablo en clave, esperando que me siga la corriente.—Sí, señor.—Bien... ahora cuelgo, dejas pasar unos minutos y luego cierras la ventana comunicante y me vuelves a llamar, las señoritas no debe
STEVENAlan me encuentra tumbado en el sofá, con el brazo doblado sobre la cabeza y un vaso de whisky apoyado en la mesita de café a mi lado.—¿Qué estamos celebrando? —aspira el contenido del vaso y arruga la nariz.No contesto, no tengo ganas de hablar, pero no contaba con la obstinación de mi amigo.—Steve, ¿me vas a decir qué pasa o debo seguir una corazonada?—¡No quiero hablar de ello! —respondo con brusquedad.Permanece en silencio durante unos instantes y luego me agarra por los brazos y tira de mí para que me siente con fuerza.—Vamos Steve... nunca ha habido secretos entre nosotros, siempre nos hemos contado todo —dice Alan mientras se sienta a mi lado.—Esto es ridículo. —Sonrío con la cara desencajada.—¿Qué crees que está mal? Soy rico, soy guapo —enumero con los dedos—, tengo una vida social satisfactoria, todas las mujeres caen a mis pies...—Pero te falta algo —concluye para mí con un tono empático.Aprieto los dientes para no contestar, pero ha acertado.—Oye, tío. —M
STEVEN¿Mi amor? ¿Con quién estás hablando?La miro mientras se levanta del sillón dándome la espalda.Se detiene frente a María, que la mira fijamente, con el ceño fruncido, como si le dijera con la mirada que termine con una llamada bastante inapropiada.—Vale, te llamaré más tarde para informarte de la hora de llegada... tómatelo con calma... mándame la ubicación y déjanos un armario amplio... jaja... te quiero, nos vemos esta noche. —Por fin termina con la maldita llamada. Se hace un silencio incómodo en la habitación, María se mete nerviosamente un chicle en la boca, que mastica ruidosamente, mientras Alan se sirve un vaso de agua y Olivia vuelve a sentarse frente a mí, mirándome descaradamente.—¿Dónde tenemos que firmar? —pregunta con falsa inocencia.Aprieto los dientes y abro la carpeta con las copias del contrato, arrojando los documentos sobre el escritorio, justo bajo sus ojos.Ahora mismo está preciosa, con sus ojos marrones brillando con desafío y su carnosa boca torci
STEVENAlan entra en el despacho y cierra rápidamente la puerta.Me encuentra inmóvil, con las manos en las caderas y la cara contorsionada por la ira, en el mismo lugar donde tuve a Olivia en brazos.Todavía no puedo superar las palabras que me dijo antes de huir como una cobarde, cuando para mí oler su perfume y sentir la suavidad de su forma sobre mí era una sensación excitante y embriagadora.Quise besarla, probar el néctar de sus labios, pero me apartó como si fuera el ser más baboso del planeta. Y luego esa frase sibilina... sobre que no está incluida en el contrato.¿Pero quién necesita de eso? Nunca he tenido que pagar por una mujer, y menos por una como ella, estoy acostumbrado a más.—Steve... ¿estás bien? —Alan me mira preocupado y me toca el brazo para llamar mi atención—. Olivia pasó junto a mí, como si el diablo le pisara los talones, ¿qué pasó?Me doy la vuelta y, de espaldas a él, camino hacia el escritorio, todo ello sin pronunciar palabra. Estoy demasiado enfadado y
STEVENMe quedo en el coche con las manos ancladas al volante, dejando a Alan el honor de meter a las chicas en el asiento trasero. Les abre galantemente la puerta del deportivo y les ayuda a subir.—Gracias Alan —dice Olivia, tomando asiento detrás del asiento del conductor—. ¿Cuánto tardaremos en llegar? —pregunta, ignorándome descaradamente.—En llegar al helipuerto unos veinte minutos y luego...—¿Helipuerto? ¿No vamos en coche? —le interrumpió ella, confundida.—Olivia, en coche tarda casi tres horas, los Parker tienen un helicóptero... Y en media hora estaremos en los Hamptons.La miro desde el espejo y la veo parpadear sorprendida, captando el reflejo de mis ojos. No entiendo cuál es el problema y decido intervenir.—¿Tienes miedo a volar? —le pregunto sin dejar de mirarla.—A mí no me da miedo, pero a María le aterra viajar en avión, para venir a Estados Unidos se ha atiborrado de tranquilizantes.La joven afectada nos mira confusa, no entiende de qué estamos hablando, pero a
STEVENEntro en la abarrotada sala con Olivia del brazo, orgulloso de mostrarla.Hace un rato, cuando se quitó la capa de los hombros, pude admirar el atuendo que había elegido para la noche y, créanme, no deja nada a la imaginación y me encuentro sumamente molesto por las miradas de los hombres presentes.Como de costumbre, mi madre exagera con el número de invitados, y aunque conozco a todos, me sobresalta el bullicio procedente de los diversos apiñamientos que se han formado.Ahí... ¡la reina me ha visto!Con una brillante sonrisa se acerca a mí, saludando a las personalidades presentes.Nuestra familia es muy prominente en la acomodada Nueva York, y desde temprana edad he masticado pan y política; de hecho, reconozco a dos senadores y sus recaderos entre los invitados.—Steven... querido, bienvenido —me da un beso en la mejilla contenta de verme.Su afecto es sincero, me adora como yo a ella.Sé poco de su vida antes de su matrimonio con mi padre, pero por lo poco que pude extraer