CAPÍTULO 5

STEVEN

     

—¿Qué has hecho?

Estamos volando a Nueva York, cuando informo a Alan de la citación enviada a Olivia.

—¿Y por qué harías eso si puedo preguntar?

Alan es un hermano, antes de ser un amigo y asistente, pero no consideré oportuno informarle de ello.

¿Por qué?

No lo sé.

Lo único que sé es que desde el momento en que la idea surgió en mi cabeza, no quise compartirla con nadie.

—Tú conoce mi odio por Italia y no quería prolongar mi estancia. Al mismo tiempo, sé que mi madre me martirizará hasta que la complazca, así que... opté por una solución agradable para todas las partes. ¿Crees que a la señorita Castello no le gustará tomarse unas vacaciones a mi costa?

Alan me mira con desconfianza, no muy convencido de mis motivos.

—Si tú lo dices... ¿y dónde piensas tenerla? 

—Le pedí a Sarah que se encargara del viaje, hotel y viáticos, confío en ella y sé que elegirá lo mejor.

—¿Crees que Castello aceptará trasladarse al otro lado del globo por una venta tan modesta? —pregunta con una mirada desdeñosa.

Pienso en ese pequeño pimiento de pelo rizado y los ojos más expresivos que he visto nunca e imagino su reacción ante la propuesta de Sarah.

Tengo que reírme.

—Creo que después de una serie de maldiciones dirigidas a mi persona, aceptará. He tomado información sobre su negocio, no navega en oro así que... ¿por qué no?

—Eres un cabrón. —Alan también se ríe porque sabe que nunca dejo nada al azar.

Aterrizamos en Nueva York a las ocho de la noche y lo primero que hago, nada más encender mi móvil, es llamar a Sarah Miller.

—Hola Steven —me saluda sin tantos formalismos entre nosotros hay mucha confianza, además de ser mi secretaria personal es una amiga especial, una de las pocas mujeres guapas con las que nunca he ligado.

En el momento de su contratación, estaba casada con un hombre muy violento y eran frecuentes las ocasiones en las que llegaba a la oficina llorando por la violencia verbal y física ejercida por su marido.

La ayudé a contratar un abogado para que la asistiera en su caso de separación y a conseguir una orden de alejamiento para que su marido no pudiera acercarse a ella.

Han pasado ya diez años desde los hechos, pero la complicidad y la amistad que nos une no ha cambiado.

—Hola Sarah... ¿cómo te fue con Olivia? —le pregunto sin rodeos.

—¿Ya hemos pasado a ese tipo de confianza? —se ríe, conociendo mi actitud—. Salió bien, prácticamente no le di la oportunidad de negarse pintándote como el bastardo que eres

—Uhmm... así que tengo una nueva fan —me río divertido—. ¿Para cuándo reservaste tu vuelo?

—Le di dos días para los preparativos... por cierto, trae a una supuesta secretaria con ella, espero que no sea un problema para ti.

—No, no me importa mientras concluyamos. Si no le entrego pronto a mamá un certificado de propiedad, me repudiará como hijo —me río, pero por dentro siento un frenesí y una expectación como no he tenido en años.

Me despido de Sarah y subo al coche donde me espera mi chófer para llevarnos a Alan y a mí a casa.

OLIVIA

Me alegro de que los tranquilizantes hayan hecho efecto y de que María duerma plácidamente en el asiento del avión que nos lleva a la Gran Manzana.

Todavía no puedo creerlo.

Estoy a punto de pisar suelo americano por primera vez en mi vida y por ello tengo que dar las gracias a Parker.

No puedo pensar en él como Steven.

Tengo que mantener la distancia incluso con mis pensamientos, de lo contrario me arriesgo a la confusión como me he arriesgado a un ataque al corazón durante dos días.

Al principio pensé que los latidos se debían únicamente al hecho de que me iba a los Estados Unidos, lo cual no es gran cosa, pero luego empecé a tener sueños extraños sobre Stev…  y yo... Parker, juntos, en una cama.

¡Oh, Dios mío!

Me pongo roja solo de pensar en lo que he soñado, ¡además de los pectorales de Antonio!

Tengo que dejar de pensar en ese hombre en esos términos, no estoy a su altura y además no me importa, estoy aquí para cerrar un trato.

Está bien que haya terminado con los hombres... pero, ¿qué diablos, también tengo derecho a tener algunas necesidades ocultas?

Miro a María, es hermosa con su larga y lacia cabellera extendida sobre el respaldo del asiento, su piel olivácea tersa e intacta y sus largas piernas estiradas hasta tocar el asiento de enfrente.

Ella sería un partido perfecto para cualquier hombre.

La quiero mucho y nunca he sentido celos hacia ella, pero siempre he envidiado su aspecto físico.

Es una belleza típicamente mediterránea, de claro origen siciliano, pero en una virtud le gané.

Yo hablo inglés, cuando ella lo sabe a nivel escolar... espero que con Alan se entiendan, porque sí creo que a Parker le puede gustar.

La voz del piloto anuncia que estamos sobrevolando la ciudad de Nueva York y que en breve aterrizaremos en el aeropuerto JFK.

Despierto a mi amiga y juntas admiramos desde las ventanas la miríada de luces que hay debajo de nosotras.

Es de noche y no podemos ver mucho, pero para nosotras la emoción es inmensa y nos abrazamos con lágrimas en los ojos.

—Esperemos que el señor P. —Como le apodamos—, no se haya olvidado de nosotras —se queja María después de pasar por la aduana y recuperar nuestro equipaje.

—La señorita Miller me aseguró que habría alguien esperándonos —respondo, mirando a mi alrededor tratando de ubicarme en el aeropuerto.

No muy lejos veo a un anciano elegantemente vestido que agita un gran cartel que dice «Señorita Castello» y agito una mano para atraer su atención.

Me mira y se acerca con cautela.

—¿Es usted la señorita Castello?

—En persona —respondo, ofreciendo mi mano, que él toma en la suya, avergonzado.

Oops... ¿en América no se usa el saludo?

—Si quieren seguirme, he aparcado la limusina frente a la entrada del aeropuerto, las llevaré al hotel —dice cogiendo las dos grandes maletas que llevamos.

Como no sabíamos cuántos días íbamos a estar, nos trajimos medio armario, ¡que no se diga que las italianas no saben vestir!

Los trajes de la maleta son de los más variados.

Si hace calor estamos preparadas, si hace frío estamos preparadas, y si decidimos salir por la noche... ¿largo o corto? En caso de duda, trajimos las dos cosas.

Salimos a la calle y nos asalta el aire fresco de mayo de Nueva York, que nos obliga a subirnos la cremallera de la chaqueta y las solapas.

El coche de delante es increíble... al parecer Parker quiere impresionarnos, como si fuéramos un par de pueblerinas.  

El conductor nos abre la puerta y con un gesto galante de la mano nos invita a entrar.

Subimos con cierta inquietud y nos sentamos una al lado del otra cogidas de la mano.

Nos aterra ensuciar los asientos de cuero beige, así que solo apoyamos el trasero en ellos, tenemos la espalda rígida y la mirada alucinada es lo que vemos a través de las ventanillas.

—Señoritas, el señor Parker les envía sus saludos y les desea una agradable estancia en Nueva York, además me ha encargado que les informe de que les esperará mañana por la mañana en su despacho para revisar los documentos —dice el chófer echándonos un vistazo a través del espejo retrovisor mientras conduce hábilmente entre el tráfico.

—Señor...

—Señorita, llámeme Mike, solo Mike —me pide con una gentil sonrisa.

—Bueno... Mike ¿cómo llegaremos a las oficinas del señor Parker? —pregunto amablemente.

—Iré yo personalmente a recogerles, no tiene que preocuparse por nada. ¿Estará bien a las diez de la mañana? —nos informa, mirándonos desde el espejo.

—No hay problema, con una noche de sueño nos pondremos al día con el jet lag —digo con confianza y le devuelvo una sonrisa amable.

Llegamos al hotel... o más bien al gran hotel, porque Parker nos vuelve a sorprender.

Las cinco estrellas sobre el cartel «Palace Hotel» nos dejan sin palabras.

—Señor... Mike ¿está seguro de que no se ha equivocado de destino? —me tiembla la voz, no es que no esperara hoteles de esta envergadura en Nueva York, solo que no esperaba hospedarme en una maravilla arquitectónica como esta.  

Sonríe con empatía.

—No hay errores, señoritas, el señor Parker siempre elige lo mejor para sus invitados. ¿Quiere que le acompañe al interior? —me dice mientras le entrega el equipaje al botones.

—No, gracias. No queremos molestarte más. Hasta mañana.

Asiente con la mano, agacha un poco la cabeza.

—Hasta mañana, señoritas, que descansen —Nos  desea geniudamente y se dirige de nuevo a la limosina.

Luego desaparece entre el tráfico, dejándonos todavía atónitas y boquiabiertas ante el edificio.

       

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