CAPÍTULO 4

STEVEN

La noche con las chicas termina como había planeado.

Alan y yo los llevamos cada una a nuestra propia habitación de hotel e hicimos todo lo posible por mantener la reputación que hemos tenido durante años.

Que no se diga que Steven y Alan no están a la altura de las expectativas.

Pero estoy cansado del sexo estéril, hecho sin entusiasmo, como si fuera una rutina normal. He tenido tantas mujeres que ya no recuerdo sus nombres ni su aspecto físico. El estándar siempre ha sido el mismo: altas, delgadas, modelos, actrices, directivas... en definitiva, mujeres de éxito que no pasan desapercibidas.

Miriam también encaja perfectamente en mis estándares, pero esta noche, por primera vez en mi vida, no he sentido nada.

No hay nada en absoluto.

La satisfice por puro sentido del deber, pero justo en el momento más bello, en lugar de los ojos verdes de Miriam, vi un par de ojos marrones, como los de una dama que conocí esta tarde, y me arriesgué a pasar la primera vergüenza de mi larga carrera de playboy.

Ahora espero a que Miriam se vista y se vaya porque quiero estar solo para analizar lo que me está pasando.

—Steve por qué no me dejas pasar la noche, estoy cansada y... —me suplica e intenta aventurarse envuelta en la bata blanca con el logo del hotel.

—Ya sabes cuáles son las reglas... por favor, no insistas —le dijo con tono calmado, pretendo ser complaciente, pero por dentro siento que la ira aumenta.

—Estaba pensando que estamos muy bien juntos, nos divertimos y entonces... ¿por qué no intentar conocernos mejor?

—No Miriam, yo... me gusta salir contigo cuando vengo a Roma, pero no quiero ataduras ni exclusividad.

—Pero no quiero exclusividad —se acerca astutamente, arrastrándose a la cama—. Me gustaría visitarte en Nueva York y...

Salto de la cama y, completamente desnudo, me dirijo al baño.

—Ha estado bien, lo pasé muy bien, pero ahora me voy a duchar... cuando salgas cierra la puerta. —No le doy oportunidad de responder y me encierro en el baño.

Espero que haya captado la indirecta.

Me meto bajo el chorro caliente, quiero enjabonarme y quitarme el olor de Miriam del cuerpo, de repente siento náuseas y una sensación de repulsión hacia mí mismo.

¿En qué me he convertido?

En un día humillé a dos mujeres solo por el placer de hacerlo y no porque hubiera una razón real para ello.

Me acuerdo de la mirada dolida de la señorita Castello, Olivia, como descubrí en las redes sociales, y siento la necesidad de pedirle disculpas.

Salgo del baño y el cansancio desaparece de repente.

Tengo que idear un plan para volver a verla y esta vez jugaré en casa.

OLIVIA

La llamada telefónica con papá termina como había imaginado.

A pesar de los gritos de mamá de fondo, pude entender sus palabras de agradecimiento hacia mí y su clara afirmación de que me seguirá queriendo, aunque el acuerdo no salga adelante.

—Oli, mañana me pasaré por la agencia y revisaré la propuesta, quizá la suavice...

—No papi, no voy a bajar un euro de lo que se pidió, Parker es el ser más baboso que he conocido y por lo que he leído, le encanta jugar sucio... si no lo toma con nuestras condiciones, no vamos a hacer ningún trato con él. —Sigo furiosa con el tipejo con complejo de Dios.

Durante el día, cuanto más pensaba en su comportamiento abusivo, más lo odiaba.

Pero, ¿cómo hacer que mi padre entienda lo que yo sentía y sigo sintiendo?

—De todos modos, si te pasas por la agencia, te invito a un café. Un beso, papi. —Termino la llamada sin darle la oportunidad de responder.

Me dolían los pies, por culpa del señor P. Caminé descalza por la acera sembrada de guijarros.

En el calor del momento y con la adrenalina por las nubes, no sentí nada y ahora estoy pagando el precio.

Del botiquín de primero auxilios cojo el desinfectante y, sentada en el sofá, me dispongo a alejar una posible infección.

Todavía tengo el estómago hecho un nudo por todo el helado que me he tragado y el cansancio llega tan de repente como el sueño y me duermo como un pez gordo en el sofá.

Es el sonido del teléfono móvil el que me devuelve a la vida y con consternación me doy cuenta de que vuelve a ser de día.

¿Pero cuánto he dormido?

Oigo una música que viene de debajo de mi trasero y empujo entre los cojines para buscar el maldito aparato que me sacó de mi estado de descanso.

Miro la pantalla y veo que el número que me llama no está en la agenda.

—¿Hola? —respondo, curiosa por saber quién me llama a primera hora de la mañana, apenas siento el dolor en el cuello por mi mal postura al dormir en el sofá.

—Buenos días, señorita Castello... —Por la voz y el lenguaje utilizado reconozco inmediatamente a mi interlocutor—. ¿Señorita Miller?

—Ella habla...

—Llamo de parte del señor Parker. Me ha encargado que le diga que regresa a Nueva York debido a un compromiso imprevisto, pero que está muy interesado en tratar la propiedad que usted representa; por lo tanto, le gustaría reunirse con usted para hablar del tema —dice de inmediato.

—Pero si se ha ido, ¿cómo voy a reunirme con él? —pregunto incrédula.

—Tiene que venir a Nueva York, señorita. —Ante esas palabras el teléfono se me cae de las manos debido al asombro de tal propuesta que no vi venir.

Lo recupero con cierta urgencia, por suerte cayó en la alfombra.

—¿Sigue ahí la señorita Miller? —cuando la oigo confirmar, sigo hablando o más bien tartamudeando.

—Pero... cómo... nunca he estado en Nueva York...

—Lo arreglaré todo, no se preocupe. Le enviaré por correo electrónico el billete de avión y, a su llegada, encontrará nuestro coche y el conductor esperándole para llevarla directamente a su hotel. Queda claro que todo lo paga el señor Parker.

—Yo... ¿puedo pensar en ello? —digo tratando de no seguir tartamudeando, porque parezco estúpida.

¡Qué diablos, tendré derecho a sentirme ligeramente emocionada!

 —Se habrá dado cuenta de que el señor Parker no es conocido por su paciencia —dice en voz baja, como si le confiara un secreto—. Y tampoco corres detrás de nadie, le aconsejo que aproveche la oportunidad, puede que no se repita… No creo que le convenga arruinar la negociación.  

¡Maldición!

No me apetece en absoluto ceder ante esas condiciones y estoy a punto de mandarla a la m****a a ella y a su jefe, pero entonces pienso en mi padre y en la decepción que sentirá cuando sepa que soy una cobarde.

—Bien, organice el viaje —respondo con un gruñido, me es imposible no sentirme contra la espada y la pared—. Pero no iré sola —decido en el momento—. Mi secretaría me acompañará, le enviaré los datos hoy mismo —le doy esa condición y no aceptaré el rechazo, si me dice que no, entonces no iré, ni loca me iré a un país que no conozco para verme con un hombre que ni siquiera tolero.

La verdad, no tengo secretaria, pero sí una mejor amiga, que sé que estará encantada de acompañarme.

—Como desee, señorita Castello. Adiós —termina la llamada, dejándome aturdida en el sofá, por no haber puesto ninguna objeción a mi condición.  

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