CAPÍTULO 3

STEVEN

La veo salir y siento una contracción en la boca del estómago. Sé que he exagerado, pero mi límite de resistencia llegó al máximo cuando empezó a enumerar las ventajas de comprar la propiedad.

Desde que era un niño, he odiado la patria de mi madre, o más bien ella me hizo odiarla y nunca he entendido por qué.

Luego, de repente, se pone terca y me empuja hacia esta negociación, valle para entender a las mujeres.

—Steve, ¿puedo decirte que fuiste un verdadero idiota? ¿Qué razón tenías para tratarla mal?

Alan está furioso. Puedo reconocer el nivel de ira de mi amigo por la frecuencia de la vena que le late en la frente.

Se acerca a la cima de la escalada y, mirando hacia abajo, empieza a reírse con ganas.

—¿Qué es lo que te hace estar tan alegre? —Siento curiosidad y miro en la misma dirección que él. El duende nos engañó... se quitó los zapatos—. Chica inteligente —digo, admirando el trasero, resaltado por los pantalones ajustados, que se balancea con cada paso—. Hablando de chicas... he organizado una noche para nosotros en Roma, tenemos tiempo para volver, registrarnos en el hotel, asearnos e ir al club.

—¿A quién has invitado? —pregunta Alan con curiosidad.

—A Miriam y a Laura

Son dos modelos que no desdeñan el lujo y un paseo con dos purasangres como nosotros, así que, cuando planifico un viaje a Italia, siempre los incluyo en el itinerario.

La discreción es importante en nuestro entorno, no hace falta nada para acompañar a las personas equivocadas y encontrarte al día siguiente en todas las portadas de la prensa rosa siendo señalado como un playboy; con Miriam y Laura nunca ha ocurrido. Los pactos son claros: cenamos, follamos y luego nos vamos por caminos distintos.

Llegamos al taxi y me doy cuenta de que no hay rastro del cacharro ni de su dueña.

Pienso en los ojos de la munchkin y en la mirada dolida de su rostro cuando le hice ver que no hago negocios con mujeres y vuelvo a sentir un apretón en el estómago.

Pero qué diablos... definitivamente es el hambre lo que lo está causando, de ninguna manera estoy sintiendo lástima por ella.

A fin de cuentas, fui honesto, para mí las mujeres solo sirven para un propósito y esta noche será un ejemplo de ello.

En el coche, Alan se quedó dormido, así que sacó mi móvil del bolsillo de la chaqueta y empiezo a buscar el perfil de la señorita Castello en varias redes sociales.

Nada... ella tiene cuentas privadas y no voy a pedirle amistad, podría tener una idea equivocada de mí, prefiero que siga pensando en mí como un cabrón sin escrúpulos.

Abro G****e y busco noticias escribiendo su nombre... nada, una completa desconocida.

Después de todo, ¿qué esperaba de una persona tan insignificante?

Pero esos ojos... y ese culo...

Intento desterrar su imagen de mi mente y sustituirla por una de Miriam con sus piernas largas, es mi igual, en todos los sentidos.

—Vaya... no es una mala chica —la voz de Alan interrumpe mi paranoia.

—La invité a propósito, sabía que te había impresionado la última vez...

—No estoy hablando de Laura, sino de la señorita Castello —señala mi amigo.

Siento un incómodo cosquilleo en la base del cuello que no sé lo que significa y me froto el cuello intentando evitarlo.

—¿Quién? ¿La duendecilla? —Intento ser sarcástico, pero olvido que Alan me conoce de toda la vida.

—A ti también te afectó, dime la verdad. He visto cómo la mirabas... era muy evidente... —dice mientras se ríe.

—¿Necesito recordarte cuáles son mis estándares cuando se trata de mujeres? Cuando salgamos esta noche lo recordarás, tenlo por seguro.

Alan empieza a reírse con ganas y yo le doy una palmadita en la espalda para que se calle.

OLIVIA

Conduzco al límite de los cien kilómetros por hora. Miro por los retrovisores laterales para asegurarme de que he dejado bastante atrás la propiedad.

¡Qué demonios!

Estoy tan furiosa que me arriesgo a que me multe el radar de velocidad y ¿por quién? Si hubiera imaginado remotamente que ese ser, además de bello y rico, era tan maleducado, habría enviado a mi alter ego: María.

Suena mi móvil y es ella quien me llama, no me extraña que estemos permanentemente conectadas.

Me pongo los auriculares bluethoot y respondo.

 —Hola amor de mi vida, ¿qué pasa?

—¿Qué que me pasa? Eres tú la que tiene que hablar —grita, haciendo que me piten los oídos—. Háblame de tu encuentro con el señor Mondo —termina con un suspiro.

—Del choque querrás decir. Un buen choque frontal... frente a pecho, ya que es medio metro más alto que yo —respondo con acidez mientras pongo atención a las señales del tráfico.

—Bueno... puesto así, es una perspectiva totalmente diferente... ¿fue tan malo? —se aventura, conociendo mi temperamento.

—María estoy tan enfurecida que si hablo de ello ahora mismo me arriesgo a un accidente automovilístico, así que te llamaré cuando esté en casa con un tarro de helado de un kilo —añado con tono imperativo.

—Vale nena, te llamo luego —termina rápidamente sin esperar mi respuesta.

María es mi amiga del corazón, la que siempre ha estado para mí en los buenos y en los malos momentos y, por tanto, conoce toda mi vida, como yo conozco la suya. Ella conoce todos los acontecimientos relacionados con mi existencia. Sabe cuándo debe callar y este es uno de esos momentos.

No sé cómo he conseguido llegar a casa ilesa y seguir evitando a Antonio, que hoy iba a pagar todos los males del universo, pero eso sí... Saco el tarro de helado del congelador sin ni siquiera cambiarme de ropa, me zampo una cucharada como si fuera la última cena y, con la boca llena y la lengua congelada, llamo a María.

—Ahora podemos hablar —la ataco al escuchar su respuesta.

—¿Te has calmado?

—No... no lo creo... —No puedo articular las palabras con la boca llena, así que trago antes de volver a intentarlo.

En realidad no.

—Cuéntame lo que ha pasado, sé que hace falta poco para que pierdas los nervios, pero al menos dime que no le has pegado. —Sí porque eso es algo que ya también he hecho en el pasado.

—No, está bien. El yoga me ha venido bien en ese sentido, he contado hasta diez y me he calmado. Incluso he pensado en la comisión que recibiré si no lo mato primero... —Me río para mis adentros por la broma.

—Dime... ¿está tan bueno como imaginábamos?

Más, más, mucho más...

—Es más guapo que su amigo Alan, es justo tu tipo, apuesto a que te haría botar la baba —prefiero pasar por alto el aspecto de Parker.

No puedo confesar que es guapo de cojones y tiene unos ojos azul cobalto que hicieron que mi corazón latiera más rápido desde el principio.

—Todo lo que puedo decirte de Parker es que es un hombre grosero, machista y depravado de la especie que más odio... —le cuento el breve intercambio que compartimos.

—Noooooo, madre de Dios... ¿y no le pegaste? Hermana, debo felicitarte por tu aplomo, ahora sí puedo decir que has entrado en el mundo de los adultos —se ríe, burlándose de mí.

—Ríete, ríete, no creo que lo vuelva a ver de todos modos. Tanto él como el apuesto Alan tenían caras de culo mientras miraban la ruina... Estoy segura de que no les ha gustado.

—Mierda... de todas formas si te vuelve a llamar, en la próxima reunión tienes que llevarme, no puedo perderme al guapo —me suplica; luego dirigimos la conversación a otro tema, hablamos por largo rato hasta que nos despedimos, acordando quedar al día siguiente para una noche de chicas cutre.

Vuelvo a pensar en el gilipollas... ¡qué nervios!

¿Quería tratar con un hombre? Pero digo, desde que el mundo comenzó, el poder ha estado en manos de los hombres y mira cómo hemos terminado.

Si las mujeres lo hubieran tenido, todo habría sido paz y amor, pero en cambio ellos, con su manía de protagonismo, nos han llevado al borde del abismo.

Cierro la tarrina de helado y la vuelvo a meter en el congelador, por este día he tenido mi dosis de calorías, calorías que por cierto siempre se depositan en dos lugares de mi cuerpo.

Decido llamar a papá para ponerle al corriente de los últimos acontecimientos, él me conoce y sabe que en cada negociación pongo todo mi empeño, es el único hombre en el mundo al que aprecio y quiero con todo mi corazón.

       

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