KATIA VEGA—Sufriste de un intento de aborto… —dijo la doctora mientras Marcos, sentado a mi lado, tenía atrapada mi mano entre las suyas, con la mirada perdida, afectado por la noticia—. Recomiendo que tenga reposo absoluto y no haga viajes largos de momento. También debe de evitar cualquier noticia que la altere.—Pide mucho, doctora… —contesté y bajé la mirada hacia mi vientre. Mis bebés estaban sufriendo por mi culpa, por permitir que lo que estaba ocurriendo me afectara. —Pues es lo mínimo que tiene que hacer para conservarlos. Quiero creer que no desea perder a sus bebés —dijo con firmeza antes de salir de la habitación, dándonos un momento a solas. —¿Cómo está Samuel? —Por estar en esa maldita cama, no pude acompañar a mi bebé. —Se dislocó el codo… por suerte no tuvo ninguna fractura —contestó Marcos poniéndose de pie.—No lo dejes solo… Nos necesita —pedí con mirada suplicante.—Rosa está cuidándolo… —No es suficiente, necesita de sus padres. Es nuestra responsabilidad…—K
KATIA VEGA—Toc, toc… ¿Podemos pasar? —preguntó Arturo llevando a Emilia consigo.—¡Mi amor! —exclamé alzando las manos hacia Emilia, quien al principio pareció dudosa en acercarse. —Anda, ve con tía Katia —la motivó Arturo y justo cuando dio el primer paso hacia mí, se puso a llorar desconsolada. —¡Mamita! —exclamó lanzándose a mis brazos. Aunque la expresión no le agradó del todo a Arturo, se mantuvo al margen—. ¡Perdóname! ¡Yo te quiero mucho! ¡No quise lastimar a Samuel, mucho menos provocar que pudieras perder a mis hermanitos! —¡Aquí estás, cara de perro! —exclamó Rosa dándole una palmada a Arturo—. Necesito que me ayudes con algo…—¿No ves que estoy con Katia? —preguntó mi hermano molesto.—¡Anda! Será rápido. Solo necesito que revises el lote de botellas que llegó —insistió Rosa.—¿No lo puedes hacer tú? —Mmm… déjame pensarlo… ¡No! —Rosa se colgó del brazo de Arturo y tiró de él, haciendo que, a regañadientes, decidiera seguirla. Esperé un par de minutos mientras acaricia
ROSA MARTÍNEZ—¿Sabes qué? Últimamente parece que sí, que me estoy convirtiendo en un imbécil —contestó Héctor furioso como si yo fuera la culpable.—¡A mi no me hables así! —exclamé tan enojada como él—. Yo no tengo la culpa de no ser la clase de mujer tonta y floja que te gusta. ¡Disculpa por tener más metas en la vida que solo encontrar un hombre que me mantenga!—¿Me dirás que parte de tu interés en Arturo no es que te mantenga? —dijo con sorna, queriendo reír, pero el coraje que traía no se lo permitía—. Tantos años como amigos y ahora que otra mujer se le acerca, resulta que lo amas. ¿Tienes miedo de que te quieran quitar tu mina
MARCOS SAAVEDRADesde que Katia estaba delicada, ella dormía sola en la cama, pues no quería que por un descuido la lastimara. Le prometí que dormiría en la habitación contigua, pero no podía conciliar el sueño sin ella, así que cuando caía rendida, me dormía en el sillón al lado de su cama, viéndola dormir hasta que el sueño también llegaba a mí.Ese día, mientras esperaba a que ella despertara, turnaba mi atención entre su hermoso rostro y el contrato prenupcial. El que había conseguido Stella era el original y eso había metido en problemas a Lisa, esa reportera insolente.En cuanto escuché esos suaves ronquidos saliendo de los labios de Katia, me incliné hacia ella y acarici&eac
ARTURO VEGA—¿Está todo bien? —preguntó Stella al notar que no tenía intenciones de follar esa mañana. Después de leer los papeles que me había entregado Héctor y saber que Lisa estaba encerrada, me sentía extraño y el peso en mi pecho era cada vez más grande, al punto de asfixiarme.—Sí, solo… saldré al viñedo a dar una vuelta, nos vemos en el desayuno. —Necesitaba aire y tiempo para pensar, así que sin esperar su respuesta abandoné la habitación mientras me cerraba la camisa.Cuando bajaba las escaleras encontré a Emilia, ayudando a Rosa a llevar el pan recién horneado hacia la mesa. En cuanto me vio, su alegría se disparó, pero cuando avanzó hacia mí su rostro se fue endureciendo hasta volverse una mueca de incertidumbre y tristeza. Así había estado desde el accidente de Samuel. MARCOS SAAVEDRAEsperé pacientemente fuera de la prisión, perdiendo el tiempo con Héctor, fingiendo que hablábamos de algún asunto importante. —¿Cuánto tiempo más seguiremos esperando? —preguntó mi abogado viendo su reloj de pulso. —¿Ansioso por regresar a la finca? No te apures, Rosa no irá a ningún lado. No encontró las palabras para responderme, pero fue notorio su buen humor al pensar en ella. Bien decían que a todos nos llegaba la hora, incluso en el amor, por muy bueno o malo que fueras, y a Héctor le había llegado. —¡Saavedra! —Arturo avanzaba hacia mí con determinación y el ceño fruncido. Nunca lo había visto tan rabioso—. Tenemos que hablar. —¿Arturo? —Fingí no esperar verlo aquí. Era obvio que yo mismo lo había traído, o esa era mi intención—. ¿De dónde demonios saliste? Héctor frunció el ceño y me vio con desconcierto por un momento, sabiendo que todo el camino cuidamos de que Arturo nos siguiera como para ahora negarlo. Parecía estar resolviendo una ecuación muy complCapítulo 116: Un corazón partido por la mitad
KATIA VEGA—¡Ya estoy cansada! —exclamó Lisa y alzó sus manos hacia nosotros—. Tengo cada dedo lleno de ampollas. Yo saco fotos, escribo artículos, no soy granjera. Marcos y yo llegamos a la conclusión de que a veces un clavo si puede sacar otro clavo. Por mucho que Arturo estuviera obsesionado con Stella, Lisa era su amiga, habían compartido momentos agradables y por cómo reaccionó cuando ella estaba encerrada, era seguro que no la dejaría morir sola. —¿Qué hay de Arturo? ¿No te ha ayudado? —pregunté preocupada. —Todos los días… —admitió Lisa sentándose en el borde de la cama—, pero en cuanto Stella se asoma, él finge que no estaba conmigo. Lo tiene dominado. —Está encaprichado… —contesté tallándome la cara, desesperada. —Es cuestión de tiempo —agregó Marcos sentado a mi lado, besando el dorso de mi mano como si eso le ayudara a pensar. —Todos creen y aceptan que Stella es una floja e insoportable, me he esforzado en demostrar que soy mejor… pero Arturo no lo ve y nunca lo verá…
ARTURO VEGAVer a mi hija llorando me partió el alma, me acerqué a ella y su mirada traspasó mi corazón. —Por favor, papito, no te enojes conmigo —pidió entre los brazos de su abuela. —¿Cómo podría enojarme contigo, mi princesita linda? —dije limpiando las lágrimas de sus mejillas—. ¿Sabes lo hermoso que fue saber que existías? ¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? No me importó hacer lo que fuera necesario para encontrarte. Cuando vi tus ojos supe que eras mi niña, mi hija, con la que soñaba intentando imaginar cómo te verías, cómo sonaría tu voz.—¿Y cómo suena su «voz» diciendo tantas mentiras? —preguntó Stella detrás de mí—. ¡Por ti esa niña está consentida! ¡Ahora me quiere echar la culpa del accidente! ¿Cómo puedes creer en lo que dice? ¡Los niños son mentirosos por naturaleza!—¡Cállate! —grité furioso, girando hacia ella—. Emilia no es una mentirosa…—Emilia está en mi contra, igual que todos… Me duele que te pongas de su lado cuando yo solo soy una víctima en todo esto —d