ARTURO VEGAVer a mi hija llorando me partió el alma, me acerqué a ella y su mirada traspasó mi corazón. —Por favor, papito, no te enojes conmigo —pidió entre los brazos de su abuela. —¿Cómo podría enojarme contigo, mi princesita linda? —dije limpiando las lágrimas de sus mejillas—. ¿Sabes lo hermoso que fue saber que existías? ¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? No me importó hacer lo que fuera necesario para encontrarte. Cuando vi tus ojos supe que eras mi niña, mi hija, con la que soñaba intentando imaginar cómo te verías, cómo sonaría tu voz.—¿Y cómo suena su «voz» diciendo tantas mentiras? —preguntó Stella detrás de mí—. ¡Por ti esa niña está consentida! ¡Ahora me quiere echar la culpa del accidente! ¿Cómo puedes creer en lo que dice? ¡Los niños son mentirosos por naturaleza!—¡Cállate! —grité furioso, girando hacia ella—. Emilia no es una mentirosa…—Emilia está en mi contra, igual que todos… Me duele que te pongas de su lado cuando yo solo soy una víctima en todo esto —d
KATIA VEGA—Aprecio que alguien tuviera la consideración de avisarme… —refunfuñe viendo a Rosa y Lisa al pie de la cama, con sus caras llenas de lástima y preocupación.Marcos había salido junto con Arturo y Héctor, acompañado de un grupo considerable de trabajadores, dejando la finca prácticamente vacía. Mi pequeño Samuel se había perdido junto a Emilia. Supe de inmediato que Emilia quería huir antes de terminar viviendo con Stella lejos de nosotros, y Samuel, como su buen amigo, la siguió.—Marcos no quería mencionarlo porque tenía miedo de que tú… ya sabes —dijo Rosa viendo mi abdomen abultado.—¿Qué hay
MARCOS SAAVEDRALlegamos corriendo hasta orillas de la finca, todos los trabajadores veían como su hogar se convertía en cenizas. Las más cercanas a las llamas eran Rosa y la abuela, quien lloraba desconsolada. Héctor corrió hacia ellas, angustiado principalmente por Rosa, a quien limpió el hollín de las mejillas. —¿Estás bien? —preguntó en un susurró y ella asintió, pero su semblante aún demostraba angustia.—Katia y Lisa siguen adentro… —Rosa buscó mi mirada, suplicando en silencio que entrara, cuando volteó hacia Arturo su lástima cambió por reproche—. Fue Stella. —Héctor, quédate aquí con los niños y el resto, apresura a los bomberos antes de que se pierda todo —dije entregándole a Samuel en sus brazos.—¡No! ¡Papito! ¡No me dejes! ¡No! ¡Es muy peligroso! —exclamó mi pequeño aterrado en cuanto me acerqué a las llamas, estirando sus bracitos hacia mí para que regresara. —Tengo que ir por mamá y por tus hermanitos… —contesté con media sonrisa y acaricié su mejilla—. Todo estará b
ARTURO VEGALa madera golpeó mi cuerpo, aplastándolo contra el suelo. Mi mirada se nubló y el humo me estaba complicando el respirar. Cuando levanté la mirada, supliqué por haber hecho las cosas bien y tomar la mejor elección. A un metro de mí, la mujer que había decidido salvar comenzaba a recobrar la razón mientras tosía, en cuanto se levantó supe que mis esfuerzos no habían sido en vano y pese al dolor, me sentí más tranquilo. —¡Arturo! —exclamó esa hermosa pelirroja corriendo hacia mí, hincándose a mi lado, intentando desesperadamente levantar la viga—. ¡Aguanta!—Solo vete… —dije posando mi única mano libre sobre su espalda—. Sal de aquí. Sus ojos se llenaron de lágrimas y pude notar la desesperación en su semblante. —No te dejaré… —contestó con voz rota.—¿En verdad estás llorando por mí? —pregunté fingiendo estar divertido y estiré mi mano hasta que recogí una de sus lágrimas—. Vete, Lisa… Antes de que todo caiga. —Iré por ayuda… No pienso abandonarte —agregó acariciando mi
KATIA VEGAEl terror había pasado, mis pequeñas estaban sanas y salvas, después de discutirlo mucho, Marcos y yo acordamos que se llamarían Paula y Daniela, siendo Paula mi niña más tranquila, la que casi no lloraba y cuando lo hacía, rápido encontraba consuelo en los brazos de Marcos, ese era su sitio favorito, en cambio Daniela odiaba que la envolviéramos en sus cobijas, tenía aptitudes de escapista, y era la menos paciente a la hora de comer, pero cuando la arrullaba y le cantaba era la primera en caer dormida. Al parecer cada una había escogido a su papá favorito, aunque para nosotros no había una favorita. Cuando por fin las niñas estaban fuera de peligro y me dieron de alta, la mitad de mi corazón se quedó adentro del hospital, con mi hermano, el cual no quiso dejarme verlo, argumentando que mi prioridad eran mis hijas, pero… ¿no podía darle, aunque fueran cinco minutos de mi día al hombre que tanto quería y con el que crecí? Pues para él no era una opción y mi consuelo era que
KATIA VEGAEl viñedo del señor Torrejón parecía un paraíso. Era hermoso y amplio. Tal vez no era tan memorable como el de mi abuela, pero sería suficiente para que la empresa no sufriera pérdidas considerables mientras nuestro viñedo familiar era reconstruido y recuperaba su antigua gloria. —De lo que salía de la finca de tu abuela, se tenía que destinar una parte de las ganancias a tus padres. Dado que se perdió… pasará mucho tiempo para que ellos vuelvan a ver un centavo —dijo Marcos con la vista fija en la plantación mientras arrullaba a Paula. —¿No importa que la empresa siga produciendo? —pregunté jugueteando con Daniela, quien se aferraba a mi mano mientras mordisqueaba mi meñique, parecía una cachorra de lobo y no una humanita. —No, el contrato estipula que solo lo que correspondiera a ese viñedo familiar. Tomando en cuenta que, desde que se planta la vid hasta que da frutos que puedan ser útiles para el vino, hay un lapso de entre cuatro y ocho años, bueno… tus padres tendr
KATIA VEGALa primera cosecha después del accidente fue una algarabía. Música, baile y mucha comida. Todas las copas llenas del vino que pronto saldría a la venta, mujeres bailando en las tinajas llenas de uvas y mucha diversión. Héctor, aunque fingió acompañarnos a regañadientes, no quitaba su atención de Rosa al verla bailar, luciendo sus largas y torneadas piernas cada vez que la falda tan liviana se levantaba en cada vuelta. Parecía una gitana, salvaje y astuta, seduciendo al rígido hombre de negocios que se moría de ganas por tenerla. Sabía que era cuestión de tiempo para que alguno de los dos cediera por completo y se acercaran un poco más. Estaba segura de que Rosa sería capaz de incendiar el corazón de ese abogado y, así mismo, ese abogado podría domar a esa fiera salvaje. Por su parte, Samuel y Emilia no dejaban de correr por todos lados y comer uvas, su delirio. Era su primera fiesta de la cosecha y parecían encajar muy bien con la celebración, mejor de lo que Marcos, quie
ARTURO VEGASalí del hospital consciente de que un cincuenta por ciento de mi cuerpo había sido afectado por el fuego, con quemaduras de segundo y tercer grado. No tuve intención de verme en un espejo, porque sabía que no me iba a reconocer, suficiente con sentir mi piel palpitante y crujiendo en cada movimiento, incluso respirar se volvía un acto doloroso.Los doctores me recetaron analgésicos fuertes, como opioides que me dejaban atarantado por largos ratos, pero no disminuían mi dolor. Lo más cercano para mitigarlo fue una prima hermana de la morfina que parecía peligrosa y adictiva, pero en este momento, no me importaba mucho, para mí, ya había perdido todo.Empujado en una silla de ruedas, llegué a mi departamento, el cual tendría que vender, pues al estar en planta alta, si un día se arruinaba el elevador, estaría perdi