KATIA VEGALa primera cosecha después del accidente fue una algarabía. Música, baile y mucha comida. Todas las copas llenas del vino que pronto saldría a la venta, mujeres bailando en las tinajas llenas de uvas y mucha diversión. Héctor, aunque fingió acompañarnos a regañadientes, no quitaba su atención de Rosa al verla bailar, luciendo sus largas y torneadas piernas cada vez que la falda tan liviana se levantaba en cada vuelta. Parecía una gitana, salvaje y astuta, seduciendo al rígido hombre de negocios que se moría de ganas por tenerla. Sabía que era cuestión de tiempo para que alguno de los dos cediera por completo y se acercaran un poco más. Estaba segura de que Rosa sería capaz de incendiar el corazón de ese abogado y, así mismo, ese abogado podría domar a esa fiera salvaje. Por su parte, Samuel y Emilia no dejaban de correr por todos lados y comer uvas, su delirio. Era su primera fiesta de la cosecha y parecían encajar muy bien con la celebración, mejor de lo que Marcos, quie
ARTURO VEGASalí del hospital consciente de que un cincuenta por ciento de mi cuerpo había sido afectado por el fuego, con quemaduras de segundo y tercer grado. No tuve intención de verme en un espejo, porque sabía que no me iba a reconocer, suficiente con sentir mi piel palpitante y crujiendo en cada movimiento, incluso respirar se volvía un acto doloroso.Los doctores me recetaron analgésicos fuertes, como opioides que me dejaban atarantado por largos ratos, pero no disminuían mi dolor. Lo más cercano para mitigarlo fue una prima hermana de la morfina que parecía peligrosa y adictiva, pero en este momento, no me importaba mucho, para mí, ya había perdido todo.Empujado en una silla de ruedas, llegué a mi departamento, el cual tendría que vender, pues al estar en planta alta, si un día se arruinaba el elevador, estaría perdi
KATIA VEGA—¡¿De qué me sirve que ya salieran de la panza de mi mami si no hacen nada?! —exclamó Samuel viendo a sus hermanitas sobre la cama—. ¿Son tontas?—¡Samuel! —exclamó Emilia.—No son tontas, pero aún están chiquitas. Cuando crezcan un poco más, podrán jugar contigo —dije divertida.—No lo sé… tengo mis dudas —agregó mi pequeño apoyando su carita en el borde de la cama, viendo a sus hermanas con más preguntas que respuestas, pero las niñas comenzaron a reír y estirar sus manitas hacia él, queriendo alcanzarlo—. ¿Qué hacen?—Qu
LISA GALINDOHabía tardado más en publicar el artículo en el periódico que Stella en desaparecer. A los pocos días se dio la noticia de que su cuerpo había desaparecido sin dejar rastro. Ningún doctor o enfermera daba crédito a lo que había pasado y ni siquiera las cámaras de seguridad habían captado algo, pero dentro de mí sabía que era lo que le había pasado, quien se la había llevado. —¿Estás feliz? —pregunté en la puerta de Arturo, pues al parecer la servidumbre no tenía permitido dejarme entrar.—Te dije que no quería volver a saber nada de ti —contestó mientras una de las hermosas enfermeras lo empujaban hacia mí, en su silla, y con una máscara que ocultaba su rostro desfigurado, así como un par de guantes de piel cubrían sus manos—. ¿Qué más quieres, Lisa? Ya me tienes harto… No sé de qué otra manera hacerte comprender que no te quiero aquí. —Stella desapareció… —dije intentando ignorar sus palabras hirientes.—Esa era la idea —contestó con un suspiro—. ¿Para eso viniste? —S
LISA GALINDO—Lo primero será curar su piel… Si empezamos por la columna, durante el manejo podemos provocar que la piel quemada se desprenda, haciendo que se vuelva un proceso complicado y doloroso —dijo la doctora del otro lado del escritorio mientras permanecía con la mirada perdida.Antes de aceptar formalmente el puesto de corresponsal, había algo más que tenía que hacer y eso era pagar mi deuda. No quería irme sin hacerlo. —Entiendo… —contesté melancólica, recordando como borré cada foto de Arturo que había atesorado, entregándole a él la única copia de mi más grande tesoro. Supongo que no tenía problemas en admitir a mí misma que me gustaba más que como un amigo. Era un hombre muy guapo, no por nada se había convertido en un actor muy acosado—. Solo que… el paciente no creo que esté dispuesto a escucharme. ¿Hay manera de que ustedes…? Que extraña consulta. ¿Cómo podía pedirles a los médicos que fueran ellos los que acudieran al paciente cuando en realidad debía de ser al revé
LISA GALINDOEn cuanto el procedimiento terminó y pude recuperarme de esa etapa de alucinaciones, dolor y sopor, no esperé a que los doctores vinieran a darme de alta. Me quité la bata y busqué mi ropa en el clóset.De pronto giré la cabeza para ver mi reflejó en el espejo detrás de mí, mi espalda ya no parecía deformada, tampoco tenía exceso de piel, por el contrario, era como si me hubiera enfundado un vestido sumamente apretado.Unas largas líneas nacían desde mis omoplatos y se unían hacia mi cintura, como una «v» que nunca se cerraba. Esas cicatrices serían las únicas que me quedarían como recuerdo de Arturo. Lo único que me haría pensar en él los años siguientes.&
ARTURO VEGA—La cirugía fue un éxito, la piel está en buenas condiciones, los inmunosupresores están ayudando a que tu cuerpo la acepte con mucha facilidad —dijo la doctora mientras revisaba con atención los injertos en mi brazo.—¿Quién donó la piel? —pregunté con actitud casual.—Lo siento, pero no tenemos permitido responder eso —agregó nerviosa, tomando distancia.—Así es, ella nos pidió que no mencionáramos su nombre…—¡Daniel! —exclamó la doctora regañando a su esposo quien parecía divertido.&mda
LISA GALINDOMientras peleaba con el vestido frente al espejo, recordaba que hacía un año Arturo se había cubierto con mi piel, aunque eso no era suficiente para que pudiera sentir empatía por mí. Cada día me pregunté un sinfín de veces cómo estaría, si su cuerpo no la habría rechazado, si sus piernas por fin estarían curadas o habría perdido la movilidad para siempre. Confiaba en los doctores que habían trabajado con él, eran los mejores de toda Europa.—Te ves preciosa… —dijo mi jefe en cuanto me vio en el vestíbulo del edificio donde se realizaría la reunión.—¿Bromeas? Te dije que no me gustaba esta clase de vestidos… —agregué molesta mientras me