Eran las dos de la mañana y la fiesta no parecía tener fin, Camila se había refugiado en la sala de don Damián después de haber soportado tanto escándalo. Se dejó caer en el viejo y muy costoso sillón de la sala, era tan cómodo que podría dormirse fácilmente, si no fuera por la música a todo volumen que hacía vibrar las ventanas y los cuadros en las paredes, o el doloroso dolor de pies por los tacones y el de espalda por estar perfectamente erguida, bien podría cerrar sus ojos y dormir placenteramente.
Un largo suspiro lleno de cansancio abandono su cuerpo, a esta hora, estuviera en su cama acostada, con el celular en la mano escribiéndose con su enamorado, Camila tenía pésimo gusto con los hombres o mala suerte, siempre escogía a puros canallas que llenaban de piedras su corazón, en este momento Arturo era el amor de su vida por decirlo de alguna manera, él es casi diez años mayor que ella; Él tiene treinta y cuatro años, es fotógrafo profesional, soltero, sin hijos aparentemente, casi el partido perfecto, le encanta vivir la vida al límite. Aunque ello lo quería, sentía que aquel hombre era solo para llenar aquellos momentos de eterna tristeza con un poco de sexo. Un ramito de violetas empezó a sonar a todo volumen, ella no pudo evitar cantarla, también esa era una de las canciones favoritas de su madre, recordaba las miles de veces que la vio bailar con aquellos novios pasajeros que llevaba a las reuniones familiares, Marbella disfrutaba esa canción y podía repetirla tantas veces como fuera posible, era una mujer que amaba tanto la vida; de nuevo se entristeció, su rostro se volvió sombrío y su corazón se apretó de dolor, cuando la realidad la golpeaba era difícil estar ahí, respirando ese aire caliente, saborear la comida, todo eso la hacía sentirse culpable. Porque ella no estaba a su lado, jamás, nunca de nuevo. Detrás de ella se escuchó el clic de una cerradura, las paredes cubiertas de madera falsa se abrieron y un hombre alto, desgarbado, un poco somnoliento, con un pantalón de mezclilla desvaído y camisa azul salió de su interior, él estaba descalzo, con el cabello alborotado, estiró los brazos lo más que pudo y sus huesos protestaron con un sonoro crujido por el movimiento. -¿Buenas noches?- Ella dijo, El hombre la miró, era tan guapo, muy guapo, con el rostro limpio y joven, cejas oscuras con pestañas largas y abundantes, tenía los labios rellenos y carnosos, la forma de su barbilla era sexi, cuadrada, la forma de su cuello era preciosa, con una gran manzana de Adán que subía y bajaba en un suave movimiento... Los ojos del galán brillaron en reconocimiento, él sabía quién era ella pero al parecer la chica parecía desconocerlo, lo cual no le asombro, puesto que él había cambiado, quizás demasiado, la última vez que vio a Camila Barragán era un mocoso de quince años, aún no había dado el último estirón y media un metro sesenta, su rostro de niño angelical era bonito pero ahora él media un metro ochenta y no se parecía nada al niño que ella dejó atrás cuando se fue del pueblo. Ahora podía presumir un delgado cuerpo musculoso, con una espalda ancha, fuertes brazos, cintura pequeña y amplio pecho, se sentía orgulloso de su abdomen marcado y plano. -¡Camila Barragán! Pensé que vendrías hasta mañana, me quedé dormido, no pude ir por ti a la terminal y al parecer no quisieron despertarme, ¿Llego tarde a tu fiesta?- Camila jamás en su vida había visto al sujeto, o al menos ella no lo recordaba, pero él había dicho su nombre con una voz tan seductora que se le aflojaron las piernas, dió gracias a Dios por estar sentada; era ese tipo de voz que a las mujeres encanta, ronca, áspera y suave al mismo tiempo, incluso su nombre sonó delicioso cuando se deslizo por esos labios de color cereza. Quiso pararse del sillón pero no pudo hacerlo, de alguna forma su culo quedó pegado al sofá, sus labios sellados con el mismo pegamento y sus ojos clavados en la oscura mirada del joven. El desconocido enarco una ceja cuando no obtuvo respuesta de la chica. Damián era un joven guapo, lo sabía, era muy popular en su universidad, donde las mujeres lo invitaban a salir casi todos los días, para desgracia de las jóvenes señoritas, Damián era esclavo de sus estudios y sus ambiciones, por lo que aún era soltero; él se acercó a Camila, ansioso por tocarla, ella estaba hermosa, más hermosa que cualquier chica de la ciudad o del pueblo, había cambiado muchísimo y al mismo tiempo nada, seguía siendo perfecta con su abundante cabello negro y largo, y sus ojos cafés brillantes, sus cejas arqueadas y escasas, sus largas pestañas oscuras, su diminuta boca en forma de corazón estaba pintada en rojo vino, era el mismo rostro redondeado que él recordada de muchos años en el pasado, la misma apariencia de muñeca de porcelana, etérea, valiente. Cuando se hablaba de Camila, la hija de doña Marbella se decía cosas maravillosas, de su generación fue la única que abandono el pueblo para ser libre, había estudiado una licenciatura en la ciudad y se había graduado un año antes con honores, en vez de regresar a casa con su título bajo el brazo y descansar, se aventuró más lejos para trabajar en el cruel mundo que no la necesitaba, ella ya lo tenía todo. Él le beso la mejilla y posó sus labios más tiempo del necesario, respirando el exquisito perfume de la muchacha, olía tan dulce como el caramelo, comestible, se preguntó si olería más dulce en otras partes y si sería capaz de deslizar su lengua en aquellas partes. Después de unos segundos de completa inmovilidad y mutismo Camila pudo ponerse en pie para saludar al chico, cuando él beso su mejilla sintió que fue demasiado rápido aunque seductor. Después sin previo aviso, el desconocido la abrazo con tal fuerza que sintió que la rompería en dos, el olor de su perfume era delicioso, pero el de su piel aún más, su nariz descansaba en su cuello, y entonces entendió el motivo de aquel poderoso abrazo, pues las palabras que salieron de su boca hizo que ella se aferrara a él con fuerzas y estúpidas lágrimas escaparan de sus ojos en silencio. Odiaba eso. - Siento mucho tu perdida, tu madre fue una mujer muy inteligente, muy sabia. - Damián se estremeció cuando la joven lo rodeo con sus brazos, ella acomodó su rostro en la curva de su cuello y sollozo silenciosamente. Él no pudo estar presente cuando la desgracia apagó a la familia Barragán, demasiado ocupado con los exámenes ni siquiera le avisaron de lo sucedido, se enteró tres días después cuando fue a visitar a doña Marbella y la encontró cerrada, con las cortinas corridas y un moño negro en la entrada, pensó que vería a Camila pero se encontró con Daniela Barragán, fue así que lo supo, para ese entonces Camila se había ido de nuevo. - Gracias, perdona. - Camila se alejó del chico y miró a otro lado, le daba vergüenza verse frágil, ella trataba de imitar a su madre, una mujer fuerte y elegante, por eso vestía ropas que no le pertenecían por así decirlo, pero a su madre le hubiera encantado mirarla vistiendo como una señora. - Soy Damián, por cierto, el hijo de don Damián obviamente. - Damián tuvo que presentarse, llevó una mano a la cabeza y alboroto su cabello negro, Camila abrió los ojos de la sorpresa y él se sintió alagado, él sabía su aspecto era distinto, pero viniendo de Camila el reconocimiento se sentía real. -¡Oh mi Dios! Sí que has crecido bastante, si no fuera por los tacones... Ella lo beso en las mejillas, saludándolo, reconociendo al niño de las mejillas redondas y la mirada angelical, Damián siempre fue educado con ella, respetuoso y hospitalario, pese a su cambio físico la sonrisa sincera y la modestia aún seguían presentes. - ¡Sí!... Han pasado ¿siete años? Casi no recuerdo la última vez que te vi. -- Mentira, lo recordaba, pero antes muerto que admitirlo, y vaya que estaba impresionado, Camila vestía como su difunta madre siempre quiso que ella vistiera, vestidos, joyas, maquillaje, tacones, cuando Camila era adolescente siempre usaba vaqueros y blusas, los converse o Adidas nunca abandonaban sus pies, pero ¿tacones? La joven alegaba que ella con tacones se rompería una pierna, ahora era toda una profesional. -¿Tenías doce? - los jóvenes caminaron al sofá más grande, donde se sentaron muy cerca uno del otro, Camila observó el lugar donde Damián había salido, había olvidado esa puerta secreta, era una pequeña habitación donde él tenía sus videojuegos, ahora quizás tendría otras cosas. - Quince, de hecho, era mi primer semestre en la prepa del pueblo, tú ya habías salido. - - ¡cierto! Me había ido a Villahermosa a estudiar, ¡Wow! No puedo creer que seas tú, ¡estás tan irreconocible!...- Camila miraba los labios de Damián mientras hablaba, no podía dejar de hacerlo, se sentía más cómoda de esa manera ya que los ojos del muchacho eran tan tentadores como para perderse en ellos. -Me haces sentir como un niño, ya tengo veintidós. - Ella se rio al verlo inflar el pecho y reconocerlo finalmente, ahí estaba Damián, el niño perfecto de la familia Orteaga. -Siempre serás un niño para mi Damián- Trato de sonreír por el comentario pero apenas y pudo forzarse, ¡Era el colmo! ni el estirón de veinte centímetros lo hacían lucir como hombre para ella, lo habían dejado en la zona de niños para siempre. -¿No deberías estar en tu fiesta? Estoy seguro que todo ese escándalo es por ti. Dijo, señalando con un gesto el ruido que venia del patio trasero. -Estoy muy cansada.- Respondió la joven haciendo un mohín con sus labios como si fuera una pequeña, él no pudo evitar sonreír al verla tan adorable. -Y sabes que nunca me han gustado las multitudes. -Recuerdo que te escondías en el despacho de mi papá cuando la música te daba dolor de cabeza, que bueno ver que ya lo toleras mejor. - Lo intente pero el despacho está cerrado. -Contestó Camila, Damián dejo salir una carcajada, ¿Cómo hacia esa mujer para ser tan bella? - Si tú quieres puedo hacerte el favor. ¿Quieres que lo abra para ti? -Ella sonrió provocativa al darse cuenta del doble sentido que podrían tener esas palabras y por el rostro inocente del joven que las pronuncio sin malicia. -¿El despacho? - contestó seductora, poniendo una mano en la rodilla del muchacho, él se quedó con la respiración contenida por unos minutos, sin saber muy bien a que se refería la dama y sintiéndose idiota al darse cuenta cuando ella dejo escapar una risa burlona, sin embargo no se dejó intimidar, deslizo su nerviosa mano encima de la de ella, era pequeña y delgada, pero sobre todo suave, acerco su rostro al oído de la chica como si estuviera a punto de contarle un terrible secreto, respiro su dulce aroma, sintió ganas de besar ese cuello pero se contuvo, él también sabia jugar. -Lo que tú desees... Ca-mi-la.... - Camila parpadeo confundida, él era como un imán que la atraía lentamente hacia sus labios, sin embargo la luz brillo en su cabeza de nuevo y se alejó, nerviosa, él hizo lo mismo con una sonrisa triunfante en el rostro.- O te llevó a tu casa, tú dime.- Miró de nuevo a la joven y sintió ansiedad por su atrevimiento, miles de veces le habían dicho que Camila debía ser como una hermana mayor, pero nunca sintió que fuera su hermana, Camila siempre fue muy bonita como para acelerar su corazón cada vez que la miraba.Camila estaba atrapada en el frenesí del deseo, sus manos actuaban por voluntad propia recorriendo la ancha espalda de aquel hombre, su perfume le había lavado el cerebro y ahora sólo podía desear una sola cosa, más, más de él.La boca de Damián besó el cuello de la chica, sus manos masajeaban sus senos, quería más de ella, Camila dejó escapar un largo y placentero grito cuando los dedos de Damián encontraron la entrada a su sexo, aquel sonido desapareció cualquier razonamiento en su cabeza, no podría ser más un caballero con ella, al menos no durante lo que quedaba de oscuridad.— Gracias por el favor— Camila miró a su acompañante salir del auto, espero pacientemente a que le abrieran la puerta, Damián seguía siendo un caballero, desde muy pequeño siempre se portaba así con cualquier mujer, estaba feliz que no hubiera cambiando eso, se mordió el labio y recorrió con la mirada el porte del susodicho, estaba tan bueno, más que el pan recién hecho, o las tortillas de maíz.— Para eso es
La señora Marbella había mandado a construir una pequeña terraza en el jardín cuando Camila tenía quince años, así su preciada hija estudiaría sin que nadie le molestara, un reconfortante escondite al que siempre podía ir cuando necesitaba privacidad. Habían llegado al lugar con la botella de vodka y varias cajas de jugo de arándano, Camila había puesto música para ambientar el oscuro espacio, mientras que Damián se había sentado en el suelo, el joven se sentía mareado después de beber el segundo trago, sus piernas se sentían ligeramente entumecidas y la boca reseca; abrió tanto como pudo los ojos, en la oscuridad, la dureza de Camila desaparecía; la silueta de su cuerpo lo seducía con un suave baile al ritmo de una lenta canción que se reproducía en el celular de la joven. —¿Estás bien?— Le pregunto a la chica, que había dejado de tararear y permanecía inmóvil, Damián encendió la lámpara de su celular, aunque la luz de la luna iluminaba perfectamente no le bastaba para observar el
Camila sintió un pequeño latigazo de dolor, jamás había estado con un hombre que la tuviera grande, al principio pensó que no podría con el trozo de carne que se levantaba firme, orgulloso de su tamaño, pero en cada centímetro ella anhelaba más, él se detuvo al escuchar los suaves quejidos de dolor de la muchacha, la alejo con amabilidad, preocupado. — ¿Qué haces? —Protesto, tratando de regresar nuevamente al regazo del joven, este la recibió entre sus brazos, pero alejando de su alcance lo que más quería.—Pensé que te había lastimado. Se disculpó, regalándole un beso en la punta de su nariz, eso hizo que el repentino enojo que vibro en su ser desapareciera mágicamente. Camila sonrió encantada. —Estoy bien, hombre tonto, solo quiero tenerte dentro de nuevo. — Sin pensarlo beso la seductora boca del hombre, llevando sus brazos alrededor de su cuello, enterrando sus dedos en las hebras de su cabello, se deleitó en su sabor a licor y pasta de dientes, en el calor abrazador que reinic
Por más que el tiempo pasaba las heridas de Camila se sentían recientes, todos los días eran como el primer día, dolorosos, inconcebibles, todos los días las heridas sangraban, todos los días dolía demasiado que lo único que deseaba era la muerte, su razón de vivir estaba muerta, ¿Por qué ella debería seguir viviendo? Realmente ella pensaba que no tenía nada que le importara, la vida se había vuelto tediosa, aburrida, sin la risa de su madre, sin el amor de su madre, estar viva no valía nada. La casa que Marbella les había heredado era hermosa, demasiado grande y llena de recuerdos en cada esquina, las hermanas Barragán tenían que ignorar el lugar que siempre estaría vacío y que nadie se atrevía a ocuparlo, para siempre estaría vacío, esperando a su dueña que nunca regresaría. Cuando llego a la cocina encontró a su cuñado dándole de comer a su pequeño sobrino, trato de sonreír, pero sus labios apenas se movieron para hacer una mueca seca. —Buenos días cuñado. — Dijo, después se sen
—No, no salgo con nadie por ahora— Dijo Camila. —¡Sí! —. Grito el joven, alzando el puño en señal de victoria, dejando escapar el aire cumulado y delatándose a sí mismo, todo al mismo tiempo. Ahí estaba escondido como un vil chismoso, usando una toalla alrededor de la cintura, pequeñas gotas de agua bajaban lentamente por su piel, trató de cubrir su pecho cruzando los brazos, pero hacerlo también le dio vergüenza, su rostro se pintó de rojo y sus ojos se clavaron directamente en los de ella. Jamás se había sentido como un niño como ahora. Asintió con una sonrisa nerviosa y siguió su camino al cuarto. —Hola, buenas tardes damas. — Dijo cuándo el picaporte no abría. Nervioso, empezó a sentir que la toalla se le caería. Era uno de esos momentos donde la vergüenza era obligatoria y el universo parecía querer humillarlo — ¡Damiancito por favor!— grito su madre al ver que el joven no podía entrar en su habitación, mientras tanto Camila llevo el vaso de limonada a la boca, observando al ho
Ella parecía no darse cuenta de lo sensual y bella que era, estaba sentada con las piernas cruzadas, reposaba su rostro sobre su mano mientras miraba el paisaje; su vestido se había levantado indiscretamente , mostrando un poco más de sus piernas; miro a su izquierda y Damián parecía distante, como si solo su cuerpo estuviera ahí en modo automático y sus pensamientos estuvieran en otro lugar del globo terráqueo; trató de calmarse y se preparó mentalmente para dejarle en claro que la noche pasada había sido un error que debía olvidar. Pero ¿Cómo empezaba? después de haberse calmado y meditado y sobre todo recordado un poco, había disfrutado tanto, los besos, el calor, las caricias, sería una hipocresía de su parte negarlo. Él encendió la radio, donde las canciones eran un popurrí variado de música romántica y regional mexicano, les esperaba quince minutos de camino y aún no sabía cómo romper el silencio. Un silencio un poco confuso, porque a pesar de las dudas y todo el lío que había e
— Métemela Damián, quiero que me la metas muy duro y sin compasión. — Él no pudo evitar soltar una carcajada, estaba un cien por ciento seguro que tendría que rogar mucho, saber que Camila también se moría por él, hacía que su ego se elevará rápidamente por las nubes. Sin demoras le quito la que quedaba de ropa, admirando el bello cuerpo de la fémina desnudo, era tan perfecta, un cuerpo hermoso en una hermosa chica, deslizo sus dedos por la suavidad de sus pechos firmes, grandes como pequeños melones maduros, las curvas de sus caderas tenían la forma de una guitarra. Damián empezó a besarla del cuello, acariciándole sus generosos pechos con ambas manos. — Harás lo que yo diga, como yo lo diga, ¿Estamos? — Ella lo apartó, hundiendo sus dedos entre su abundante cabello y jalándolo hacia atrás. Damián se sintió abochornado, usualmente es él quien tira del pelo. No tuvo más opción que tragarse la carcajada y relamer sus labios, esa mujer lo excitaba mucho, ella estaba salvaje y muy dom
Ella atravesó la sala a oscuras, guiándose por una luz lejana que brillaba por el pasillo, el eco de sus pasos y el silencio era tenebroso, podía incluso escuchar el golpeteo de su corazón en su pecho; llegó hasta la cocina, aunque las luces estaban encendidas no había nadie. Camila tenía ocho años cuando abrió los ojos, giro sobre si misma extendiendo la mano buscando la figura de su madre en la extensa cama, cuando no sintió su cuerpo, se sentó, la pequeña luz de la lámpara, alejaba un poco las sombras, iluminando la habitación con una cálida luz ambarina. Se bajó rápido de la cama, la frialdad del suelo le provoco escalofríos, su bata de dormir color rosa le llegaba hasta las rodillas, abrió la puerta mirando la luz en la cocina encendida, camino en silencio por la gran casa a oscuras, tocando la pared para no golpearse con nada en el camino. Su madre estaba frente a la estufa, calentaba la comida para que no se pusiera mala y pudiera comerse al día siguiente, al mismo tiempo que