Camila estaba atrapada en el frenesí del deseo, sus manos actuaban por voluntad propia recorriendo la ancha espalda de aquel hombre, su perfume le había lavado el cerebro y ahora sólo podía desear una sola cosa, más, más de él.
La boca de Damián besó el cuello de la chica, sus manos masajeaban sus senos, quería más de ella, Camila dejó escapar un largo y placentero grito cuando los dedos de Damián encontraron la entrada a su sexo, aquel sonido desapareció cualquier razonamiento en su cabeza, no podría ser más un caballero con ella, al menos no durante lo que quedaba de oscuridad. — Gracias por el favor— Camila miró a su acompañante salir del auto, espero pacientemente a que le abrieran la puerta, Damián seguía siendo un caballero, desde muy pequeño siempre se portaba así con cualquier mujer, estaba feliz que no hubiera cambiando eso, se mordió el labio y recorrió con la mirada el porte del susodicho, estaba tan bueno, más que el pan recién hecho, o las tortillas de maíz. — Para eso estamos señorita, para servir. — Damián ofreció su mano a la joven, ella la aceptó de buena y gana y salió del coche, camino a la entrada de su casa y empezó a buscar las llaves. — ¿Quieres pasar un rato? — Pregunto, mirando al joven de reojo, él estaba apoyado sobre el auto, con los brazos cruzados y una sonrisa en el rostro. Sintió un nudo en el estómago al pensar en las cosas que quería hacerle, no era bueno, no era correcto, pero su parte codiciosa deseaba al chico. Una noche, solo una vez. — ¿Por una tasita de café? — Camila sonrió a Damián, estúpido hombre guapo y vil, la ponía nerviosa, no podía negarlo pero tampoco iba admitirlo, se giró hacia él cuando logro abrir todas las puertas, imitó su pose, sonriendo tentadoramente, una noche volvió a repetirse, solo una noche. — Podría ser...— dijo, deslizando las palabras lentamente como el caramelo fundido. Mirarla era como ver las puertas del cielo abiertas, un camino lleno de promesas maravillosas, sin retorno. — Me encantaria pasar— Le susurro la chica, estaba tan nerviosa que le temblaban las manos, su vientre se apretó y empezó a sentir latir su interior de anhelo. Él dio un paso hacia ella, mirando como la imponente mujer parecía volverse más delicada, más pequeña conforme avanzaba. — Después de tí — Para su sorpresa, los ojos de la dama parecieron brillar de puro deleite, con la espalda recta y los brazos cruzados, se adentró a la casa donde lentamente las luces se fueron encendiendo a su paso. Respiro profundamente, controlar sus ansias nunca había sido tan difícil, seco sus manos húmedas de sudor en la parte delantera de sus vaqueros, entro en la casa, cerrando las puertas para que nadie más entrara, sintió que estaba dentro de un sueño, tenía miedo de despertar. Después de dos largos años de ausencia la casa de su madre seguía exactamente igual, como si la mujer nunca se hubiera marchado, los muebles seguían estando en el mismo sitio, la televisión y el equipo de sonido en la sala, muchos cuadros de ella en las paredes, las puertas de madera barnizadas, las perillas relucientes y el calor del día evaporándose al abrir las ventanas, miro el cuarto de su madre, cerrado, sin ninguna luz adentro, se detuvo unos segundos mirando el picaporte, sabía que al abrir aquella puerta nadie estaría adentro, pero aun así la esperanza en su pecho hizo doler su corazón; — ¿Camila? — La voz del muchacho la regreso al presente, sintió la soledad esfumarse cuando sus ojos hicieron contacto con los él, le tomo la mano, sonriendo al sentir el calor en su piel fría; caminaron hacia la cocina. — ¿Y cómo te ha ido en Cancún? — Pregunto después que la chica soltó su mano para ir a la alacena, miro sus caderas, deteniéndose demasiado en la redondez de su trasero, se imaginó a si mismo detrás de ella, agarrándola por la cintura, pegando sus labios en su delicado cuello para dejar besos húmedos en esa suave piel morena, trago el nudo en su garganta, desviando la mirada a otra parte. — Es demasiado ruidoso, algunas veces puedes dormir con la suave melodía de una lluvia de balas por tu colonia. — Contesto, riéndose de sus palabras; Damián sonrió, vacilante, volvió a mirarla cuando sintió su presencia más cerca. — Pará ti, es como el año nuevo. — Ambos rieron al mismo tiempo, recordando esos instantes de su niñez; el padre de Damián disparaba al cielo doce veces cada fin de año y aunque hubo muchas protestas por los invitados, la mayoría ya estaban tan ebrios que apenas que se daban cuenta de lo que estaba pasando. Hasta que una vez le cayó una bala en el pie a un invitado. Desde entonces los disparos se detuvieron. Camila había sacado una botella de vodka y otra de kaluha de la alacena, dos vasos rocas y leche evaporado del refrigerador. Damian enarco una ceja, no era fan del licor. — ¿Cómo te gusta más, ruso negro o blanco? — Camila ponía dos cubos de hielo lo bastante grande para llenar los vasos, puso el vodka y el kaluha y miró a Damián esperando su respuesta, la cara del chico era un poema, se debatía entre el horror y la curiosidad. —Creo que me gustan más las rusas.— Su respuesta la hizo parpadear de incredulidad, sonrio nuevamente y no pudo evitar sonrojarse, Damian observo cada detalle de aquel color carmesí que cubria las mejillas de Camila, se sentia nervioso y atraido, pero sin dunda alguna, más nervioso. sus manos temblaban. —El ruso blanco lleva la leche y el ruso negro solo Kaluha y el vodka y las rusas para mí son...— Damián miro las manos de Camila tocarse sus generosos senos y juntarlos, su rostro era sensual y la vista de sus pechos moverse de arriba y abajo era tan sexi, definitivamente quería una rusa — Tú elige por mí. — Dijo en vez de arrastrarla hasta sus brazos. Camila terminó las bebidas al agregar la crema y revolver con una cuchara. coloco el vaso al alcance del joven, sin dejar de mirarlo, sus ojos negros eran pasionales, podía sentir como la acariciaba con la mirada. Olía maravillosamente a café, Damián tomó un sorbo, era un trago dulce y refrescante, parecía café frío con leche, se tomó el vaso con rapidez y lo dejó delante de ella. Nunca había tomado más que una cerveza de vez en cuando, era la primera vez que probaba el licor y aunque al comienzo no sintió más que el dulzor, sintió como su cuerpo empezaba a calentarse con demasiada rapidez. — Está vez, tómalo despacio, no es carrera Damián— Dijo Camila con una sonrisa en sus labios, le hizo otro ruso blanco y con ademan de la cabeza lo invito a seguirla.La señora Marbella había mandado a construir una pequeña terraza en el jardín cuando Camila tenía quince años, así su preciada hija estudiaría sin que nadie le molestara, un reconfortante escondite al que siempre podía ir cuando necesitaba privacidad. Habían llegado al lugar con la botella de vodka y varias cajas de jugo de arándano, Camila había puesto música para ambientar el oscuro espacio, mientras que Damián se había sentado en el suelo, el joven se sentía mareado después de beber el segundo trago, sus piernas se sentían ligeramente entumecidas y la boca reseca; abrió tanto como pudo los ojos, en la oscuridad, la dureza de Camila desaparecía; la silueta de su cuerpo lo seducía con un suave baile al ritmo de una lenta canción que se reproducía en el celular de la joven. —¿Estás bien?— Le pregunto a la chica, que había dejado de tararear y permanecía inmóvil, Damián encendió la lámpara de su celular, aunque la luz de la luna iluminaba perfectamente no le bastaba para observar el
Camila sintió un pequeño latigazo de dolor, jamás había estado con un hombre que la tuviera grande, al principio pensó que no podría con el trozo de carne que se levantaba firme, orgulloso de su tamaño, pero en cada centímetro ella anhelaba más, él se detuvo al escuchar los suaves quejidos de dolor de la muchacha, la alejo con amabilidad, preocupado. — ¿Qué haces? —Protesto, tratando de regresar nuevamente al regazo del joven, este la recibió entre sus brazos, pero alejando de su alcance lo que más quería.—Pensé que te había lastimado. Se disculpó, regalándole un beso en la punta de su nariz, eso hizo que el repentino enojo que vibro en su ser desapareciera mágicamente. Camila sonrió encantada. —Estoy bien, hombre tonto, solo quiero tenerte dentro de nuevo. — Sin pensarlo beso la seductora boca del hombre, llevando sus brazos alrededor de su cuello, enterrando sus dedos en las hebras de su cabello, se deleitó en su sabor a licor y pasta de dientes, en el calor abrazador que reinic
Por más que el tiempo pasaba las heridas de Camila se sentían recientes, todos los días eran como el primer día, dolorosos, inconcebibles, todos los días las heridas sangraban, todos los días dolía demasiado que lo único que deseaba era la muerte, su razón de vivir estaba muerta, ¿Por qué ella debería seguir viviendo? Realmente ella pensaba que no tenía nada que le importara, la vida se había vuelto tediosa, aburrida, sin la risa de su madre, sin el amor de su madre, estar viva no valía nada. La casa que Marbella les había heredado era hermosa, demasiado grande y llena de recuerdos en cada esquina, las hermanas Barragán tenían que ignorar el lugar que siempre estaría vacío y que nadie se atrevía a ocuparlo, para siempre estaría vacío, esperando a su dueña que nunca regresaría. Cuando llego a la cocina encontró a su cuñado dándole de comer a su pequeño sobrino, trato de sonreír, pero sus labios apenas se movieron para hacer una mueca seca. —Buenos días cuñado. — Dijo, después se sen
—No, no salgo con nadie por ahora— Dijo Camila. —¡Sí! —. Grito el joven, alzando el puño en señal de victoria, dejando escapar el aire cumulado y delatándose a sí mismo, todo al mismo tiempo. Ahí estaba escondido como un vil chismoso, usando una toalla alrededor de la cintura, pequeñas gotas de agua bajaban lentamente por su piel, trató de cubrir su pecho cruzando los brazos, pero hacerlo también le dio vergüenza, su rostro se pintó de rojo y sus ojos se clavaron directamente en los de ella. Jamás se había sentido como un niño como ahora. Asintió con una sonrisa nerviosa y siguió su camino al cuarto. —Hola, buenas tardes damas. — Dijo cuándo el picaporte no abría. Nervioso, empezó a sentir que la toalla se le caería. Era uno de esos momentos donde la vergüenza era obligatoria y el universo parecía querer humillarlo — ¡Damiancito por favor!— grito su madre al ver que el joven no podía entrar en su habitación, mientras tanto Camila llevo el vaso de limonada a la boca, observando al ho
Ella parecía no darse cuenta de lo sensual y bella que era, estaba sentada con las piernas cruzadas, reposaba su rostro sobre su mano mientras miraba el paisaje; su vestido se había levantado indiscretamente , mostrando un poco más de sus piernas; miro a su izquierda y Damián parecía distante, como si solo su cuerpo estuviera ahí en modo automático y sus pensamientos estuvieran en otro lugar del globo terráqueo; trató de calmarse y se preparó mentalmente para dejarle en claro que la noche pasada había sido un error que debía olvidar. Pero ¿Cómo empezaba? después de haberse calmado y meditado y sobre todo recordado un poco, había disfrutado tanto, los besos, el calor, las caricias, sería una hipocresía de su parte negarlo. Él encendió la radio, donde las canciones eran un popurrí variado de música romántica y regional mexicano, les esperaba quince minutos de camino y aún no sabía cómo romper el silencio. Un silencio un poco confuso, porque a pesar de las dudas y todo el lío que había e
— Métemela Damián, quiero que me la metas muy duro y sin compasión. — Él no pudo evitar soltar una carcajada, estaba un cien por ciento seguro que tendría que rogar mucho, saber que Camila también se moría por él, hacía que su ego se elevará rápidamente por las nubes. Sin demoras le quito la que quedaba de ropa, admirando el bello cuerpo de la fémina desnudo, era tan perfecta, un cuerpo hermoso en una hermosa chica, deslizo sus dedos por la suavidad de sus pechos firmes, grandes como pequeños melones maduros, las curvas de sus caderas tenían la forma de una guitarra. Damián empezó a besarla del cuello, acariciándole sus generosos pechos con ambas manos. — Harás lo que yo diga, como yo lo diga, ¿Estamos? — Ella lo apartó, hundiendo sus dedos entre su abundante cabello y jalándolo hacia atrás. Damián se sintió abochornado, usualmente es él quien tira del pelo. No tuvo más opción que tragarse la carcajada y relamer sus labios, esa mujer lo excitaba mucho, ella estaba salvaje y muy dom
Ella atravesó la sala a oscuras, guiándose por una luz lejana que brillaba por el pasillo, el eco de sus pasos y el silencio era tenebroso, podía incluso escuchar el golpeteo de su corazón en su pecho; llegó hasta la cocina, aunque las luces estaban encendidas no había nadie. Camila tenía ocho años cuando abrió los ojos, giro sobre si misma extendiendo la mano buscando la figura de su madre en la extensa cama, cuando no sintió su cuerpo, se sentó, la pequeña luz de la lámpara, alejaba un poco las sombras, iluminando la habitación con una cálida luz ambarina. Se bajó rápido de la cama, la frialdad del suelo le provoco escalofríos, su bata de dormir color rosa le llegaba hasta las rodillas, abrió la puerta mirando la luz en la cocina encendida, camino en silencio por la gran casa a oscuras, tocando la pared para no golpearse con nada en el camino. Su madre estaba frente a la estufa, calentaba la comida para que no se pusiera mala y pudiera comerse al día siguiente, al mismo tiempo que
Llovía Las gotas de lluvia rebotaban contra el techo de lámina de la cocina, el eco del diluvio era un sonido intenso que llenaba toda la casa, no muy lejos de su habitación podía imaginar cómo se formaban los charcos de agua en el patio, el canto de las ranas y grillos que se unían gentilmente como una sinfonía somnolienta; con los ojos cerrados contaba el lapso que tardaban los truenos en retumbar la tierra. Jamás hubiera esperado que amaneciera nublado, apenas ayer el sol estaba en la plenitud del cielo, con una temperatura arriba de los cuarenta grados. Si estuviera en Cancún un clima lluvioso hubiera sido perfecto, lastimosamente en el pueblo de San pedro, la lluvia significaba que no habría luz por lo menos hasta que pasara la tormenta; por lo tanto, a escasos minutos de haber empezado a llover la luz se fue, dejando a Camila sumergida en los sonidos del viento, la lluvia, los truenos y los miles de recuerdos que se reproducían en su cabeza como una serie de televisión. Marbel