Tórrido —No te voy a hacer daño, ni mucho menos, Mariané. Y espero que sea de tu agrado la habitación.Se relajó. No había de que preocuparse, su tío era amable y lo único que le quedaba en la vida. Estaba siendo muy dulce y ella solo le daba, a cambio, desconfianza.—Gracias, tío Ismaíl. —soltó dulce. Su fina y cariñosa voz, fue como un soneto a oídos del hombre embelesado.Correspondió con una sonrisa curvada, paseando las yemas de sus dedos sobre una mejilla, trazando una caricia que se desvío a su comisura, entonces se apartó abrupto. Lo que acababa de hacer se lo reprochó su mente, convirtiéndose en una escena indecorosa en su consciencia.Pero lejos estaba de serlo, quizá no se sentía con ese derecho de volverse tan cercano a ella, no así de pronto. Ajena a lo que pensaba, Mariané continuó el escrutinio.Un tocador blanco de madera pulida y reluciente, le robó la atención: lleno de cremas y perfumes, ahí se imaginó peinando su larga cabellera fuego. Había una mesa en la que pe
Sin palabras, recordaba el baño de su antigua recámara como un diminuto espacio con una vieja ducha, un retrete y el lavamanos. Contempló las puertas de la ducha que eran transparentes, sin marco, con varios cabezales de lujo. Él le explicó conciso, que aquellos tres cabezales proporcionaban corrientes de agua relajantes. Le asintió con una tímida sonrisa. Continuó diciéndole que si prefería darse un baño, podía disfrutar de uno espumoso en la bañera. Siguió recorriendo el ostentoso lugar; váter, lavabo de mármol al igual que el piso y las paredes, encimeras sofisticadas de mármol traslúcido. Un armario con varios compartimientos para todo tipo de artículos, incluso medicinas y productos de aseo personal. —El suelo está climatizado, solo debes encender el termostato —explicó aunque la chiquilla seguro no sabía de lo que hablaba —. Luego te muestro, Mariané.—¿Puedo darme un baño con espumas, ahora? —inquirió dejando de lado un poco la timidez.—Cuando quieras. Si necesitas algo, no d
»Entre ella y yo existe un sentimiento complicado. Puedo verlo a través de su alma transparente y angelical. Desconoce el significado, mientras yo me lo guardo en secreto, incapaz de definir el inaceptable error de sentir esta atracción por un alma pura como ella«ComplicidadA la puesta del sol ya se estaba poniendo el camisón para dormir. La tela suave y liviana se amoldó a su cuerpo. Dio varios giros frente al espejo de cuerpo completo, bailando con cierta torpeza, creyéndose una bailarina o la princesa de un cuento de hadas. Aún sin acostumbrarse al lujo que la rodeada, sentía que no encajaba ahí. Todo lo que veía, tanteaba, sentía, estaba lejos de ella.Pero dentro de su naturaleza vivaz, soñadora e inocente no llegaba a ese punto de estar incómoda. Dejó la danza al escuchar dos toques secos sobre la puerta, entonces recordó que podría ser Brenda. Nerviosa, se aproximó caminando de puntillas. Respiró hondo, arrugando los dedos de los pies y giró con suma cautela el picaporte. S
Ismaíl hizo acto de presencia. Traía en la mano una copa de champagne que terminó de un sorbo. Se aflojó la corbata y tomó asiento al otro extremo de la mesa. Se removió incómoda en la silla. Sintió la potencia de sus zafiros posados en ella, haciendo que los bártulos temblaran entre sus dedos. Bajando la cabeza, los dejó encima de una servilleta doblada.—No te gusta la comida italiana, ¿cierto, Mariané? —indagó casi afirmando. La miraba estudiando sus movimientos. Al ver que se mantuvo taciturna, agregó —: eso sería extraño, después de todo tus raíces son italianas.Estaba tensa. Ni siquiera se movía. ¿Miedo? No estaba segura, tal vez solo era el hecho de no encontrar un puente, cruzarlo y romper con la desconfianza que se ancló en su interior. Ismaíl se aterrorizó de que la pequeña le temiera. Se aclaró la garganta llamando su atención. Ella levantó la cabeza con lentitud, como si no quisiera encontrarse con el lobo. Ismaíl, se le quedó mirando, casi era una mirada aguda, plagada d
Una PromesaMariané se acurrucó en la otomana que estaba en el living junto a la chimenea, tomando un chocolate humeante que hizo Rabab, la había conocido un par de días después de Brenda. De la mujer le llamó la atención que llevase una tela negra en la cabeza, la incertidumbre hizo que le preguntara a su tío. Al final supo que Rabab Manzur usaba siempre un Burka, así eran las cosas al otro lado del mundo y ella se mantenía fielmente a su cultura y religión, aunque estuviera en suelo americano.No discutió más acerca del tema. Lo que le dijo Ismaíl ese día le pareció un asunto complejo y abstruso en su totalidad. —Aquí estás, te estaba buscando por todos lados.La enérgica y americana irreverente, Marina Evans, apareció dejando el trote, soltando un suspiro al saberla enterita; solo estaba tomando un chocolate caliente, no afuera donde el invierno azotaba con violencia.—¿Ya llegó el señor Griezmann? —inquirió fatigada.No odiaba estudiar, pero es que el francés estirado terminaba s
El contacto visual se deshizo con el sonido del timbre. Ismaíl se levantó murmurando que había llegado la cena. Mientras tanto, se quedó en la otomana, incrédula a la idea de poder viajar el próximo verano a la isla de la que atesoraba gratos momentos.Su tío no tardó en regresar, traía dos cajas de pizza y gaseosas. Al final se sentaron cerca de la chimenea, sobre los cojines que habían esparcido encima del alfombrado persa.—Cuéntame de ti, me apena no saber mucho sobre mi sobrina —expresó observando de soslayo la pantalla trémula de su móvil. Ella le sonrió —. Siento que apenas llevas dos días aquí, aunque ya son varios meses, lo único que sé de ti es que te gusta el tiramisú, la lasaña, además le temes a las alturas, por otro lado te gusta la playa.—No me gustan los aviones, pero cuando papá y mamá tenían que viajar, ellos nunca me soltaban la mano. El aterrizaje es lo que me da más miedo.—Debes hacerte a la idea de que para ir a Italia debemos subir a un avión. Pero me sentaré
La aludida se estremeció, bajó la cabeza y se dedicó a mirar por la ventanilla esquivando cualquier contacto con él. Ismaíl, suspiró profundo y le dio un sorbo al vino, aún con el cristal entre sus labios, no dejó de observarla. No le habló con dureza, fue flexible; no demasiado severo, trató de convencerse.—Quiero que este verano sea inolvidable para ambos, sé que nos acercará más como familia —explicó cauto.Y era justo esa palabra, familia, azotando con fiereza los pensamientos febriles, desenlaces apasionantes y le recordaba el abismo entre los dos. Al tiempo que la tentación afloraba ignorando prohibiciones, el riesgo de caer y perder el juicio, se pintaba como una idea atractiva, sana y pasajera.Aquellos intrusos pensamientos rondaban su cabeza, a veces solo unas cuantas copas de Whisky lograba mitigar el deseo de tenerla, no solo en su imaginación.—Lo sé. —emitió desinflándose.—¿Lo sabes? —asintió asomando una media sonrisita —. Perdóname, no debí hablarte así, evitemos est
»La primavera debiera tener su nombre, porque ella florece en una sonrisa, una mirada y en su garganta donde descansa un vergel, florece el celestial canto de un ángel, al que deseo con ardor y locura, pero soy indigno de siquiera tocar sus alas«.PrimaveraLas estaciones fueron fugaces, los años pasaron deteniéndose en la primavera de ese año en que Mariané alcanzaba la edad de dieciséis años y una semana después le llegó su primera menstruación. Era toda una montaña rusa de emociones, enfadada, alegre, distante o depresiva. Odiaba no tener el control sobre sí, perder los estribos por una tontera. Ella no era así. Se desconocía al punto de asustarle y la impotencia de no saberse manejar provocaba el malhumor repentino. Esa tarde se enfureció porque su maleable cabellera no se desenredó con facilidad.No estaba Brenda que la ayudara.Resopló por enésima vez, perdiendo la paciencia. Mirándose en el espejo retornó el deseo de llorar, vaciar de su ojos hasta la última lágrima sobre el tu