Ismaíl hizo acto de presencia. Traía en la mano una copa de champagne que terminó de un sorbo. Se aflojó la corbata y tomó asiento al otro extremo de la mesa. Se removió incómoda en la silla. Sintió la potencia de sus zafiros posados en ella, haciendo que los bártulos temblaran entre sus dedos. Bajando la cabeza, los dejó encima de una servilleta doblada.—No te gusta la comida italiana, ¿cierto, Mariané? —indagó casi afirmando. La miraba estudiando sus movimientos. Al ver que se mantuvo taciturna, agregó —: eso sería extraño, después de todo tus raíces son italianas.Estaba tensa. Ni siquiera se movía. ¿Miedo? No estaba segura, tal vez solo era el hecho de no encontrar un puente, cruzarlo y romper con la desconfianza que se ancló en su interior. Ismaíl se aterrorizó de que la pequeña le temiera. Se aclaró la garganta llamando su atención. Ella levantó la cabeza con lentitud, como si no quisiera encontrarse con el lobo. Ismaíl, se le quedó mirando, casi era una mirada aguda, plagada d
Una PromesaMariané se acurrucó en la otomana que estaba en el living junto a la chimenea, tomando un chocolate humeante que hizo Rabab, la había conocido un par de días después de Brenda. De la mujer le llamó la atención que llevase una tela negra en la cabeza, la incertidumbre hizo que le preguntara a su tío. Al final supo que Rabab Manzur usaba siempre un Burka, así eran las cosas al otro lado del mundo y ella se mantenía fielmente a su cultura y religión, aunque estuviera en suelo americano.No discutió más acerca del tema. Lo que le dijo Ismaíl ese día le pareció un asunto complejo y abstruso en su totalidad. —Aquí estás, te estaba buscando por todos lados.La enérgica y americana irreverente, Marina Evans, apareció dejando el trote, soltando un suspiro al saberla enterita; solo estaba tomando un chocolate caliente, no afuera donde el invierno azotaba con violencia.—¿Ya llegó el señor Griezmann? —inquirió fatigada.No odiaba estudiar, pero es que el francés estirado terminaba s
El contacto visual se deshizo con el sonido del timbre. Ismaíl se levantó murmurando que había llegado la cena. Mientras tanto, se quedó en la otomana, incrédula a la idea de poder viajar el próximo verano a la isla de la que atesoraba gratos momentos.Su tío no tardó en regresar, traía dos cajas de pizza y gaseosas. Al final se sentaron cerca de la chimenea, sobre los cojines que habían esparcido encima del alfombrado persa.—Cuéntame de ti, me apena no saber mucho sobre mi sobrina —expresó observando de soslayo la pantalla trémula de su móvil. Ella le sonrió —. Siento que apenas llevas dos días aquí, aunque ya son varios meses, lo único que sé de ti es que te gusta el tiramisú, la lasaña, además le temes a las alturas, por otro lado te gusta la playa.—No me gustan los aviones, pero cuando papá y mamá tenían que viajar, ellos nunca me soltaban la mano. El aterrizaje es lo que me da más miedo.—Debes hacerte a la idea de que para ir a Italia debemos subir a un avión. Pero me sentaré
La aludida se estremeció, bajó la cabeza y se dedicó a mirar por la ventanilla esquivando cualquier contacto con él. Ismaíl, suspiró profundo y le dio un sorbo al vino, aún con el cristal entre sus labios, no dejó de observarla. No le habló con dureza, fue flexible; no demasiado severo, trató de convencerse.—Quiero que este verano sea inolvidable para ambos, sé que nos acercará más como familia —explicó cauto.Y era justo esa palabra, familia, azotando con fiereza los pensamientos febriles, desenlaces apasionantes y le recordaba el abismo entre los dos. Al tiempo que la tentación afloraba ignorando prohibiciones, el riesgo de caer y perder el juicio, se pintaba como una idea atractiva, sana y pasajera.Aquellos intrusos pensamientos rondaban su cabeza, a veces solo unas cuantas copas de Whisky lograba mitigar el deseo de tenerla, no solo en su imaginación.—Lo sé. —emitió desinflándose.—¿Lo sabes? —asintió asomando una media sonrisita —. Perdóname, no debí hablarte así, evitemos est
»La primavera debiera tener su nombre, porque ella florece en una sonrisa, una mirada y en su garganta donde descansa un vergel, florece el celestial canto de un ángel, al que deseo con ardor y locura, pero soy indigno de siquiera tocar sus alas«.PrimaveraLas estaciones fueron fugaces, los años pasaron deteniéndose en la primavera de ese año en que Mariané alcanzaba la edad de dieciséis años y una semana después le llegó su primera menstruación. Era toda una montaña rusa de emociones, enfadada, alegre, distante o depresiva. Odiaba no tener el control sobre sí, perder los estribos por una tontera. Ella no era así. Se desconocía al punto de asustarle y la impotencia de no saberse manejar provocaba el malhumor repentino. Esa tarde se enfureció porque su maleable cabellera no se desenredó con facilidad.No estaba Brenda que la ayudara.Resopló por enésima vez, perdiendo la paciencia. Mirándose en el espejo retornó el deseo de llorar, vaciar de su ojos hasta la última lágrima sobre el tu
Lo imitó negando y asintiendo a la vez. Confuso arrugó el ceño, a punto de inquirir nuevamente.—No es lo que cree, ella está bien —se apresuró a decir. Soltó un suspiro aliviado —. Hoy subí a hacer la cama de la niña y encontré las sábanas manchadas de sangre, es su primer periodo. Hablé con ella, estaba un poco asustada, y le dije que es normal lo que le está pasando a su cuerpo, ya sabe, la típica conversación que debiera darle una madre a su hija. Intenté ser lo más concisa posible, por ahora resolvimos el problema, si sabe de que hablo…Parpadeó incrédulo. El día había llegado, y no tenía remota idea de cómo manejar con ello.—Por supuesto —respondió al cabo de unos segundos procesando la noticia —. Le compraré lo que necesita, quizá deba acompañarme, las compras se me dan fatal.—Es que debo irme ahora, se me presentó un incidente familiar. No puedo quedarme, pero puedo hacerle una lista, así no se hace líos.—Me parece perfecto. Gracias por avisarme.Le pasó un bolígrafo y una
»Ella es una flor que me ha hecho perder la cabeza. Pálida como el desapacible invierno pero con el alma calurosa de un veranillo. Me alejo evitando derretir su inocencia, corro presagiando que quedándome solo marchitaré sus pétalos escarlatas. Hasta que la distancia fue nada más un espejismo y decidimos saltar a nuestro propio abismo«.DeseoUn roce inocente, palpitaciones disparadas y su agradable hálito perdiéndose en su aliento. Pronunció su nombre como un loco y despertó aliviado de que fuera un sueño, pero en el fondo de su ser reclamaba con urgencia los dulces labios de Mariané, besarla con avidez y delirio. Bajo la noche oscura que llenaba su habitación, se revolvió el cabello, soltó sonoros suspiros que cargaban con la vergüenza y horror que sentía soñando indecoros con su sobrina. ¿Qué sucedía con él? ¿qué estaba haciéndole esa chiquilla? Los últimos días no podía dejar de pensarla; ella siempre estaba presente en su mente; sus manías, la delicadeza de sus gestos y su sen
A solas respiró profundo, recogió los cuadernos esparcidos en la mesa y lo llevó todo a su habitación. Se lanzó a la cama expulsando un suspiro de felicidad. Al fin podría escuchar las canciones de su playlist en Spotify.Haciéndose bolita recordó que poco faltaba para verano, quizá al igual que el año pasado no iría a ningún lugar del mundo. Mejor no se hacía ilusiones y de paso se ahorraba la molestia. Pasó con los cascos puestos largo y tendido. Tras una ducha caliente, Brenda le llevó la cena. Comió sentada en el sofá blanco, observando a través del cristal de puertas corredizas hacia al balcón, como la tarde se alejaba pintando el horizonte de naranja y un rosa armonioso.—Cielito, ten un feliz fin de semana, te quiero.—Y yo a ti, Brenda. Hasta pronto. —la besó en la mejilla.Al rato se animó a ver un canal de videos musicales online. Buscó en el armario un vestido organdí y regresó al compás de la música, con dificultad imitó los pasos de baile algo complejos. Cantó a todo pulm