El malecón de la ciudad costera brillaba bajo la luz tenue de las farolas, mientras las olas rompían suavemente contra el muro de piedra. Un grupo de hombres, vestidos con trajes que delataban su procedencia foránea, caminaba por el paseo marítimo. Sus risas y conversaciones se mezclaban con el murmullo del mar y el eco lejano de la música que salía de los bares cercanos.
"Estamos lejos de nuestras esposas, deberíamos buscar algo de diversión," dijo uno de ellos, ajustándose el nudo de la corbata con una sonrisa cómplice.
"Si quieren, sigan ustedes. Yo ya tengo planes para esta noche," respondió Julian.
"¿Planes? ¿Vas a pasar la noche hablando por teléfono con tu familia?" preguntó el primero, riendo entre dientes.
"No, esta vez no," contestó Julian, sacudiendo la cabeza con una sonrisa astuta. "Ya hablé con ellos lo suficiente esta semana. Alguien más me espera aquí."
"¿Alguien más? ¿Quién? ¿Melisa? ¿La del año pasado?" preguntaron los otros, sorprendidos y con una mezcla de curiosidad y admiración.
Julian asintió, recordando cómo, el año anterior, había dejado una llama encendida en Melisa, la joven ingenua y tímida escritora que vivía en uno de los apartamentos cercanos. Solo él había logrado penetrar su armadura, ganándose un lugar en su vida y en su corazón.
"Por cierto," añadió uno de los hombres, "deberías invitar a tu hijo cuando salga de vacaciones. Entre todos podríamos enseñarle a 'cazar'."
Julian soltó una risa breve y sacudió la cabeza. "Mi hijo no necesita de sus lecciones. Además, tiene que aprender por su cuenta. No está pasando por un buen momento."
Después de despedirse de sus compañeros, Julian se adentró en un callejón estrecho que lo llevó a un conjunto de apartamentos modestos pero acogedores. Subió las escaleras con paso firme, sabiendo exactamente a dónde se dirigía. Al llegar a la puerta de Melisa, tocó suavemente y esperó.
La puerta se abrió lentamente, revelando a Melisa, cuya expresión de sorpresa se transformó rápidamente en una sonrisa tímida pero genuina. "Julian," susurró, como si no pudiera creer que estuviera allí.
"Melisa," respondió él, entrando en el apartamento y cerrando la puerta detrás de sí. "He estado pensando en ti."
Melisa bajó la mirada, jugueteando nerviosamente con el borde de su suéter. "Yo también he pensado en ti," confesó, su voz temblorosa pero llena de sinceridad. "Añoraba tu compañía."
Julian se acercó a ella, colocando una mano suavemente en su mejilla. "No tienes que añorar nada más," murmuró, inclinándose para capturar sus labios en un beso tierno pero apasionado. Melisa respondió con una entrega dulce y sincera, permitiendo que Julian la guiara una vez más hacia un mundo donde solo existían ellos dos.
El beso se profundizó, y Julian deslizó sus manos por la espalda de Melisa, sintiendo cómo su cuerpo respondía a su tacto. Melisa, embargada por la emoción y el deseo, dejó escapar un suspiro que Julian capturó con otro beso, más intenso y demandante. Sus manos exploraron cada curva, cada línea, como si estuviera redescubriendo un territorio que ya conocía pero que nunca dejaba de sorprenderlo.
"Julian," susurró Melisa entre besos, "he esperado tanto este momento."
"Yo también," respondió él, deslizando los dedos por su cuello y sintiendo cómo su pulso se aceleraba bajo su tacto. "Nunca he podido olvidarte."
Melisa cerró los ojos, dejándose llevar por las sensaciones que Julian despertaba en ella. Cada caricia, cada beso, era una promesa de que esta noche sería tan mágica como la del año pasado. Julian la llevó suavemente hacia el sofá, donde se sentaron, sus cuerpos entrelazados en un abrazo que parecía no tener fin.
"Eres tan hermosa," murmuró Julian, apartándose un momento para mirarla a los ojos. "Y tan especial para mí."
Melisa sonrió, sintiendo cómo el calor de sus palabras la envolvía. "Eres el único que me hace sentir así," confesó, acariciando su rostro con ternura.
Julian capturó su mano y la besó suavemente, antes de continuar su exploración. Cada movimiento era lento, deliberado, como si quisiera saborear cada instante. Melisa, perdida en el éxtasis de su toque, se entregó por completo, permitiendo que Julian la llevara a un lugar donde solo existían ellos dos y el fuego que los unía.
Julian deslizó sus labios desde la boca de Melisa hasta su cuello, donde dejó una estela de besos suaves pero insistentes. Cada contacto de sus labios contra su piel parecía encender una chispa que recorría todo su cuerpo. Melisa inclinó la cabeza hacia un lado, permitiéndole más acceso, mientras sus manos se aferraban a los hombros de Julian, como si temiera que todo aquello fuera un sueño del que pudiera despertar en cualquier momento.
"Julian," susurró, su voz temblorosa pero llena de deseo. "No sabes cuánto te he extrañado."
Él respondió con un murmullo casi inaudible, más un roce de labios que palabras, mientras sus manos descendían por su espalda, explorando cada curva con hambre de prisionero. Melisa sintió cómo su respiración se aceleraba, cómo su cuerpo respondía a cada caricia, a cada movimiento de Julian. Era como si él conociera cada uno de sus secretos, cada uno de sus puntos más sensibles.
Julian deslizó una mano hacia su cintura, tirando suavemente de ella para acercarla más a su cuerpo. Melisa no opuso resistencia, dejándose llevar por la corriente de sensaciones que Julian despertaba en ella. Sus labios encontraron los de Julian nuevamente, y esta vez el beso fue más profundo, más urgente, como si ambos intentaran recuperar el tiempo perdido.
Melisa, embargada por la pasión, deslizó sus manos por el pecho de Julian, sintiendo los latidos de su corazón bajo la tela de su camisa. Julian, en respuesta, desabrochó lentamente los botones de su blusa, revelando la piel suave y cálida que había debajo. Melisa contuvo la respiración cuando sus dedos rozaron su clavícula, trazando un camino lento pero seguro hacia su interior.
"Eres tan hermosa," murmuró Julian, apartándose un momento para mirarla a los ojos.
Melisa sonrió, sintiendo cómo el calor de sus palabras la envolvía. "Me he guardado solo para tí," confesó, acariciando su rostro con ternura.
Julian no se apresuraba. Cada movimiento era deliberado, como si quisiera memorizar cada centímetro de su piel. Con un gesto suave, deslizó la blusa por los hombros de Melisa, dejándola caer al suelo. Ella tembló bajo su mirada, pero no por frío, sino por la intensidad de lo que estaba sintiendo. Julian la miró en su más puro esplendor, sediento y asombrado.
"Eres increíble," murmuró, mientras sus manos descendían por sus brazos hasta encontrar las suyas. Entrelazó sus dedos con los de ella y la guió hacia el sofá, donde se sentaron, sus cuerpos tan cerca que apenas había espacio para el aire entre ellos.
Melisa se dejó llevar, permitiendo que Julian la reclinara suavemente sobre los cojines. Él se posó sobre ella, sosteniendo su peso con los brazos para no aplastarla, pero lo suficiente para que ella sintiera su presencia envolvente. Sus labios encontraron los de Melisa nuevamente, y esta vez el beso fue más profundo, más urgente, sus lenguas reencontrándose en un regocijo como de peces.
Julian deslizó una mano por su costado, sintiendo cómo su piel respondía a su tacto. Melisa arqueó la espalda, buscando más contacto, más de él. Julian respondió a su silenciosa petición, deslizando su mano hacia su espalda para desabrochar su sostén con un movimiento hábil. Melisa contuvo la respiración cuando la prenda cayó, revelando su pecho al aire fresco de la habitación.
"Julian," susurró, su voz temblorosa pero llena de deseo.
"Shh," respondió él, capturando sus labios en otro beso mientras sus manos exploraban su cuerpo con una mezcla de adoración y hambre. Melisa se entregó por completo, permitiendo que Julian la llevara al fuego que los unía.
Entonces, la mano debilitada dejó caer el libro sobre su pecho. Gloria se sentía Melisa en todo su esplendor y no necesitó más. Abrazó su peluche con fuerza, apretándolo contra su cuerpo como si fuera Julian, que también era Pablo, el jugador del equipo de béisbol de su ciudad que tanto le gustaba. Sus labios susurraban en voz baja, casi como un lamento: "Oh, Pablo... oh, Julian..." mientras sus manos acariciaban el peluche con una mezcla de ternura y desesperación.
Gloria cerró los ojos, imaginando cómo sería tener un cuerpo como el de Melisa. "Si mis … no fueran tan pequeños... y mis … fueran rosados como los de ella," pensó, sintiendo cómo el calor de la fantasía la envolvía. "Si mi cintura fuera más delgada, si mis piernas fueran más largas... entonces, tal vez, alguien como Julian o Pablo me miraría de esa manera."
Sus manos se deslizaron por el peluche, imaginando que eran las manos de Julian—o de Pablo—explorando su cuerpo. Lo apretó contra su pecho, sintiendo cómo el relleno suave del peluche se hundía bajo su agarre. Luego, lentamente, lo bajó hacia su vientre, donde lo presionó con más fuerza, como si quisiera que la sensación fuera real. "Si mi piel fuera lechosa como la de Melisa," susurró, "si tuviera curvas... entonces, tal vez, él querría tocarme así."
Gloria se estremeció, imaginando cómo sería sentir las manos de Julian o Pablo conociendo por primera vez su cuerpo, explorando cada curva, cada pliegue. Movió el peluche entre sus piernas, apretándolo con fuerza mientras un suspiro escapaba de sus labios. "Oh, Pablo... oh, Julian..." repetía, como si los nombres fueran un conjuro que pudiera hacer realidad sus fantasías.
Pero la realidad siempre se colaba, fría e implacable. Gloria abrió los ojos y miró el peluche, ahora arrugado y deformado por su agarre. No era Julian. No era Pablo. Era solo un trozo de tela relleno, incapaz de devolverle el abrazo que tanto anhelaba. Con un suspiro tembloroso, lo apartó de su cuerpo y lo dejó caer al lado de la cama, sintiendo cómo la fantasía se desvanecía, dejándola sola una vez más. Sus manos, aún tibias por el contacto imaginario, se posaron sobre su vientre, donde el calor de la fantasía aún resonaba como un eco lejano. Un estremecimiento recorrió su cuerpo, un último suspiro de placer que se mezcló con la amargura de la desilusión. Sus piernas, antes tensas, se relajaron lentamente, y un leve temblor recorrió sus muslos mientras el ritmo de su respiración volvía a la normalidad. Por un instante, se sintió realizada, como si el mundo hubiera girado solo para ella, como si todo aquello que había imaginado hubiera sido real.
Ese instante duró poco. De repente, un sonido agudo y estridente cortó el silencio de la habitación. La alarma del despertador. Eran las 6 de la mañana. Gloria parpadeó, desorientada, mientras el sonido penetrante la sacaba de su ensueño. Su corazón, que momentos antes latía con una calma satisfecha, comenzó a acelerarse de golpe. Miró a su alrededor, confundida, como si no reconociera su propio cuarto. La luz del amanecer se filtraba por las cortinas, iluminando el desorden de su habitación: el libro tirado en el suelo, el peluche abandonado cerca de sus pies, las páginas de la novela abiertas y arrugadas.
"¿Toda la noche...?" murmuró, llevándose las manos a la cabeza. Su voz sonó ronca, casi irreconocible. El pánico comenzó a apoderarse de ella mientras recordaba fragmentos de la noche: las horas pasadas leyendo, las fantasías repetidas una y otra vez, el tiempo perdiéndose en un bucle de deseos y ensoñaciones. "No, no, no...", susurró, apretando los puños contra sus sienes. Su cuerpo, que momentos antes había estado relajado, ahora se tensaba de nuevo, pero esta vez por la angustia.
Se levantó de la cama de un salto, sintiendo cómo las piernas le temblaban bajo su propio peso. Miró el reloj una y otra vez, como si esperara que las manecillas hubieran retrocedido mágicamente. Pero no. Eran las 6 de la mañana. El miedo la invadió por completo, hasta que de repente recordó: era sábado. No había escuela. Se había olvidado de apagar la alarma la noche anterior. "Vaya manera de pasar el viernes por la noche", pensó, con una mezcla de alivio y vergüenza.
Se dejó caer de nuevo en la cama, sintiendo cómo el colchón cedía bajo su peso. Su mente comenzó a divagar, recordando lo que se suponía que una chica de 16 años debería estar haciendo un sábado por la mañana. "Debería estar ayudando a mamá con el desayuno, o acompañando a papá a hacer las compras", pensó, mordiéndose el labio inferior. "O tal vez, si fuera como las demás, estaría planeando una salida al cine con amigas, o yendo a un café a reírnos de cosas tontas". Pero en lugar de eso, ahí estaba, envuelta en las sábanas arrugadas, con una novela barata tirada en el piso y el peluche a sus pies, como un testigo silencioso de sus fantasías.
"¿Qué estoy haciendo con mi vida?", se preguntó, aunque la respuesta era clara: nada de lo que se esperaba de alguien de su edad. No tenía planes emocionantes, ni citas, ni siquiera la energía para levantarse y hacer algo productivo. En lugar de eso, se acomodó de nuevo en la cama, hundiéndose en la almohada y cerrando los ojos. El cansancio la envolvía como una manta pesada, pero su mente no podía dejar de divagar.
"Julian...", susurró para sí misma, imaginando cómo sería estar con él en esa playa lejana donde trabajaba. Se lo imaginaba bronceado, con una camisa blanca desabrochada que dejaba ver su torso musculoso, caminando por la orilla mientras el sol se ponía. "Él me miraría de otra manera si estuviera ahí", pensó, sintiendo cómo la envidia hacia Melisa se mezclaba con el deseo. "Me llevaría a cenar a un restaurante frente al mar, y me diría que soy la única en quien piensa, incluso estando tan lejos".
"Y Pablo...", añadió, recordando cómo lo había visto una vez en el parque, corriendo con esa energía que parecía iluminar todo a su alrededor. "Si fuera como Melisa, tal vez él me invitaría a uno de sus partidos. Me sentaría en las gradas, y cada vez que hiciera un home run, me miraría solo a mí". Sus pensamientos se mezclaban, difusos, mientras el sueño comenzaba a arrastrarla de nuevo. "Tal vez en mis sueños...", murmuró, casi inconsciente, antes de que el silencio y la oscuridad la envolvieran por completo.
Y así, Gloria se quedó dormida, con los nombres de Julian y Pablo bailando en su mente, y la promesa de un sábado que, como siempre, probablemente pasaría entre fantasías y deseos incumplidos. El peluche seguía a su lado, inmóvil, mientras el libro yacía en el suelo, como un recordatorio de que la realidad siempre estaba a solo un suspiro de distancia.
“no piensas venir???"El mensaje apareció en la pantalla de su teléfono, directo y sin rodeos. Vicente se quedó mirando las palabras, sintiendo cómo un suspiro se escapaba de sus labios. Había olvidado que ya había quedado con sus amigos, y aunque lo último que quería era ir, tampoco quería fallarles.Se levantó de la cama con cierta pesadez, su mente todavía divagando entre la idea de quedarse en casa y buscar mas videos, o salir y terminar de una vez con aquello que consideraba una obligación social. Caminó hacia el clóset y eligió lo primero que encontró: unos pantalones caqui algo arrugados y una playera polo morada con rayas horizontales blancas. No era su mejor combinación, pero no planeaba impresionar a nadie. Con el tiempo justo, tomó un desodorante y lo roció generosamente sobre su piel y su ropa. No había tiempo para una ducha; de todos modos, su plan era regresar temprano.Al bajar las escaleras, su madre lo detuvo. Estaba en la cocina, limpiándose las manos en un trapo y m
Las paredes estaban cubiertas por cortinas de terciopelo rojo sangre, un foco estroboscópico giraba desde el techo y una neblina artificial flotaba sobre el suelo como si el cuarto estuviera poseído por el espíritu de una discoteca abandonada. Gloria, ataviada con un corpiño de látex negro que brillaba bajo la luz morada, avanzaba hacia el centro de la habitación. Sus tacones de aguja, de 15 centímetros, crujían sobre tablas mientras una música latía con un beat hipnótico.Julian y Pablo estaban sentados en sendos tronos de oro, sus miradas clavadas en ella como lobos ante un banquete. Julian, con una camisa blanca desabrochada hasta el ombligo y pantalones de cuero ajustados, mordía una rosa artificial. Pablo, por su parte, llevaba un uniforme de béisbol inexplicablemente desgarrado, mostrando un torso grueso y velloso.—¿Alguien quiere una zorra caliente? —preguntó Gloria con una voz que pretendía ser ronca, pero que sonó más a resfriado de invierno.Sin esperar respuesta, comenzó a
El contraste entre la sala y el patio era inmediato. El sonido amortiguado de la música quedaba al fondo, como un eco lejano, y la iluminación era más tenue, con solo un par de lámparas de mesa encendidas.Rick e Iván estaban sentados en un sofá doble, enfrascados en una conversación sobre videojuegos. Las manos de Rick hacían gestos rápidos, como si estuviera explicando una mecánica complicada, mientras Iván asentía con la cabeza, claramente metido en el tema.En un sillón individual, Fumiko estaba reclinada cómodamente, con una pierna cruzada sobre la otra, absorta en la pantalla de su celular. Sus dedos se movían con rapidez sobre el teclado, y la luz azul del dispositivo iluminaba su rostro con un resplandor sutil.Vicente apenas dio un paso dentro cuando los dos chicos levantaron la vista.—¡Vicente! —Iván fue el primero en saludarlo, con un gesto de alivio—. Qué bueno que llegaste.Rick sonrió y le hizo una seña para que se acercara.—Estábamos tratando de cerrar un debate.Vice
Vicente cruzó la puerta apresurado, con el corazón martillándole el pecho y la cara aún ardiendo.—Oye, eso fue rápido. —Iván lo recibió con un tono ligero, sin malicia, pero sin poder ocultar la sorpresa.Antes de que Vicente pudiera siquiera formular una respuesta, Fumiko lo examinó de un vistazo y exclamó:—¡Vienes hecho un tomate!Vicente estiró la playera hacia abajo con un gesto tenso y se dejó caer en el sillón más cercano, hundiéndose en el asiento sin levantar la vista. No quería ver a nadie.Rápidamente tomó un cojín y lo colocó sobre su regazo, como un reflejo automático de protección.Rick, que había estado observando en silencio, resopló con media sonrisa.—Al menos no viene llorando.Vicente sintió un nudo en la garganta, pero decidió no responder.Fumiko se acercó, apoyando una mano en el respaldo del sillón con esa familiaridad que siempre lo calmaba. Pero esta vez, Vicente se encogió hacia un lado, como si su mera presencia fuera un recordatorio de lo ocurrido. Por pr
Esta historia se desarrolla en un universo ficticio, una fantasía contemporánea sin magia, sin dragones, sin androides. Imaginen un lugar donde la estética pulcra y tecnológica de Japón se fusiona con el fuego vibrante y multicultural de Latinoamérica. Un mundo donde la disciplina y el avance tecnológico coexisten con la pasión, la diversidad y el calor humano que solo los hispanos pueden aportar.Aquí, las calles están impecables, los trenes siempre llegan a tiempo y los edificios, aunque no sean rascacielos, tienen un encanto modesto pero ordenado, como si cada ladrillo hubiera sido colocado con cuidado y propósito. Es una ciudad de pequeña a mediana escala, donde no hay lugar para lo marginal; la pobreza existe, pero luce diferente, más discreta, como si estuviera envuelta en un manto de dignidad. Hay talleres familiares, mercados al aire libre y pequeños negocios que dan vida a cada barrio, creando un tejido social donde todos tienen un lugar, ya sea para trabajar, estudiar o sim
Johana se detuvo frente a Mike, su figura esbelta y curvilínea bañada por la luz tenue de la habitación. Con movimientos lentos y deliberados, giró sobre sus tacones, exhibiendo su silueta como si fuera una escultura griega encarnada. Cada gesto suyo estaba calculado: el arqueo de su espalda, la forma en que sus dedos acariciaban su propio brazo, como si explorara su piel por primera vez. Mike, sentado al borde de la cama, la observaba con una mezcla de admiración y deseo, su sonrisa confiada revelando que sabía que esta noche sería inolvidable.La blusa de tirantes escotada que Johana llevaba parecía hecha para resaltar cada curva de su cuerpo. La tela, ajustada pero suave, se movía con ella, acariciando su piel como si fuera una extensión de su sensualidad. La minifalda brillante que llevaba capturaba la luz con cada movimiento, creando destellos que parecían hipnotizar a Mike. Johana sonrió de manera provocativa, sus labios pintados de un rojo intenso que contrastaba con la palidez