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Capítulo 2: Candor Tropical

El malecón de la ciudad costera brillaba bajo la luz tenue de las farolas, mientras las olas rompían suavemente contra el muro de piedra. Un grupo de hombres, vestidos con trajes que delataban su procedencia foránea, caminaba por el paseo marítimo. Sus risas y conversaciones se mezclaban con el murmullo del mar y el eco lejano de la música que salía de los bares cercanos.

"Estamos lejos de nuestras esposas, deberíamos buscar algo de diversión," dijo uno de ellos, ajustándose el nudo de la corbata con una sonrisa cómplice.

"Si quieren, sigan ustedes. Yo ya tengo planes para esta noche," respondió Julian.

"¿Planes? ¿Vas a pasar la noche hablando por teléfono con tu familia?" preguntó el primero, riendo entre dientes.

"No, esta vez no," contestó Julian, sacudiendo la cabeza con una sonrisa astuta. "Ya hablé con ellos lo suficiente esta semana. Alguien más me espera aquí."

"¿Alguien más? ¿Quién? ¿Melisa? ¿La del año pasado?" preguntaron los otros, sorprendidos y con una mezcla de curiosidad y admiración.

Julian asintió, recordando cómo, el año anterior, había dejado una llama encendida en Melisa, la joven ingenua y tímida escritora que vivía en uno de los apartamentos cercanos. Solo él había logrado penetrar su armadura, ganándose un lugar en su vida y en su corazón.

"Por cierto," añadió uno de los hombres, "deberías invitar a tu hijo cuando salga de vacaciones. Entre todos podríamos enseñarle a 'cazar'."

Julian soltó una risa breve y sacudió la cabeza. "Mi hijo no necesita de sus lecciones. Además, tiene que aprender por su cuenta. No está pasando por un buen momento."

Después de despedirse de sus compañeros, Julian se adentró en un callejón estrecho que lo llevó a un conjunto de apartamentos modestos pero acogedores. Subió las escaleras con paso firme, sabiendo exactamente a dónde se dirigía. Al llegar a la puerta de Melisa, tocó suavemente y esperó.

La puerta se abrió lentamente, revelando a Melisa, cuya expresión de sorpresa se transformó rápidamente en una sonrisa tímida pero genuina. "Julian," susurró, como si no pudiera creer que estuviera allí.

"Melisa," respondió él, entrando en el apartamento y cerrando la puerta detrás de sí. "He estado pensando en ti."

Melisa bajó la mirada, jugueteando nerviosamente con el borde de su suéter. "Yo también he pensado en ti," confesó, su voz temblorosa pero llena de sinceridad. "Añoraba tu compañía."

Julian se acercó a ella, colocando una mano suavemente en su mejilla. "No tienes que añorar nada más," murmuró, inclinándose para capturar sus labios en un beso tierno pero apasionado. Melisa respondió con una entrega dulce y sincera, permitiendo que Julian la guiara una vez más hacia un mundo donde solo existían ellos dos.

El beso se profundizó, y Julian deslizó sus manos por la espalda de Melisa, sintiendo cómo su cuerpo respondía a su tacto. Melisa, embargada por la emoción y el deseo, dejó escapar un suspiro que Julian capturó con otro beso, más intenso y demandante. Sus manos exploraron cada curva, cada línea, como si estuviera redescubriendo un territorio que ya conocía pero que nunca dejaba de sorprenderlo.

"Julian," susurró Melisa entre besos, "he esperado tanto este momento."

"Yo también," respondió él, deslizando los dedos por su cuello y sintiendo cómo su pulso se aceleraba bajo su tacto. "Nunca he podido olvidarte."

Melisa cerró los ojos, dejándose llevar por las sensaciones que Julian despertaba en ella. Cada caricia, cada beso, era una promesa de que esta noche sería tan mágica como la del año pasado. Julian la llevó suavemente hacia el sofá, donde se sentaron, sus cuerpos entrelazados en un abrazo que parecía no tener fin.

"Eres tan hermosa," murmuró Julian, apartándose un momento para mirarla a los ojos. "Y tan especial para mí."

Melisa sonrió, sintiendo cómo el calor de sus palabras la envolvía. "Eres el único que me hace sentir así," confesó, acariciando su rostro con ternura.

Julian capturó su mano y la besó suavemente, antes de continuar su exploración. Cada movimiento era lento, deliberado, como si quisiera saborear cada instante. Melisa, perdida en el éxtasis de su toque, se entregó por completo, permitiendo que Julian la llevara a un lugar donde solo existían ellos dos y el fuego que los unía.

Julian deslizó sus labios desde la boca de Melisa hasta su cuello, donde dejó una estela de besos suaves pero insistentes. Cada contacto de sus labios contra su piel parecía encender una chispa que recorría todo su cuerpo. Melisa inclinó la cabeza hacia un lado, permitiéndole más acceso, mientras sus manos se aferraban a los hombros de Julian, como si temiera que todo aquello fuera un sueño del que pudiera despertar en cualquier momento.

"Julian," susurró, su voz temblorosa pero llena de deseo. "No sabes cuánto te he extrañado."

Él respondió con un murmullo casi inaudible, más un roce de labios que palabras, mientras sus manos descendían por su espalda, explorando cada curva con hambre de prisionero. Melisa sintió cómo su respiración se aceleraba, cómo su cuerpo respondía a cada caricia, a cada movimiento de Julian. Era como si él conociera cada uno de sus secretos, cada uno de sus puntos más sensibles.

Julian deslizó una mano hacia su cintura, tirando suavemente de ella para acercarla más a su cuerpo. Melisa no opuso resistencia, dejándose llevar por la corriente de sensaciones que Julian despertaba en ella. Sus labios encontraron los de Julian nuevamente, y esta vez el beso fue más profundo, más urgente, como si ambos intentaran recuperar el tiempo perdido.

Melisa, embargada por la pasión, deslizó sus manos por el pecho de Julian, sintiendo los latidos de su corazón bajo la tela de su camisa. Julian, en respuesta, desabrochó lentamente los botones de su blusa, revelando la piel suave y cálida que había debajo. Melisa contuvo la respiración cuando sus dedos rozaron su clavícula, trazando un camino lento pero seguro hacia su interior.

"Eres tan hermosa," murmuró Julian, apartándose un momento para mirarla a los ojos.

Melisa sonrió, sintiendo cómo el calor de sus palabras la envolvía. "Me he guardado solo para tí," confesó, acariciando su rostro con ternura.

Julian no se apresuraba. Cada movimiento era deliberado, como si quisiera memorizar cada centímetro de su piel. Con un gesto suave, deslizó la blusa por los hombros de Melisa, dejándola caer al suelo. Ella tembló bajo su mirada, pero no por frío, sino por la intensidad de lo que estaba sintiendo. Julian la miró en su más puro esplendor, sediento y asombrado.

"Eres increíble," murmuró, mientras sus manos descendían por sus brazos hasta encontrar las suyas. Entrelazó sus dedos con los de ella y la guió hacia el sofá, donde se sentaron, sus cuerpos tan cerca que apenas había espacio para el aire entre ellos.

Melisa se dejó llevar, permitiendo que Julian la reclinara suavemente sobre los cojines. Él se posó sobre ella, sosteniendo su peso con los brazos para no aplastarla, pero lo suficiente para que ella sintiera su presencia envolvente. Sus labios encontraron los de Melisa nuevamente, y esta vez el beso fue más profundo, más urgente, sus lenguas reencontrándose en un regocijo como de peces.

Julian deslizó una mano por su costado, sintiendo cómo su piel respondía a su tacto. Melisa arqueó la espalda, buscando más contacto, más de él. Julian respondió a su silenciosa petición, deslizando su mano hacia su espalda para desabrochar su sostén con un movimiento hábil. Melisa contuvo la respiración cuando la prenda cayó, revelando su pecho al aire fresco de la habitación.

"Julian," susurró, su voz temblorosa pero llena de deseo.

"Shh," respondió él, capturando sus labios en otro beso mientras sus manos exploraban su cuerpo con una mezcla de adoración y hambre. Melisa se entregó por completo, permitiendo que Julian la llevara al fuego que los unía.

Entonces, la mano debilitada dejó caer el libro sobre su pecho. Gloria se sentía Melisa en todo su esplendor y no necesitó más. Abrazó su peluche con fuerza, apretándolo contra su cuerpo como si fuera Julian, que también era Pablo, el jugador del equipo de béisbol de su ciudad que tanto le gustaba. Sus labios susurraban en voz baja, casi como un lamento: "Oh, Pablo... oh, Julian..." mientras sus manos acariciaban el peluche con una mezcla de ternura y desesperación.

Gloria cerró los ojos, imaginando cómo sería tener un cuerpo como el de Melisa. "Si mis … no fueran tan pequeños... y mis … fueran rosados como los de ella," pensó, sintiendo cómo el calor de la fantasía la envolvía. "Si mi cintura fuera más delgada, si mis piernas fueran más largas... entonces, tal vez, alguien como Julian o Pablo me miraría de esa manera."

Sus manos se deslizaron por el peluche, imaginando que eran las manos de Julian—o de Pablo—explorando su cuerpo. Lo apretó contra su pecho, sintiendo cómo el relleno suave del peluche se hundía bajo su agarre. Luego, lentamente, lo bajó hacia su vientre, donde lo presionó con más fuerza, como si quisiera que la sensación fuera real. "Si mi piel fuera lechosa como la de Melisa," susurró, "si tuviera curvas... entonces, tal vez, él querría tocarme así."

Gloria se estremeció, imaginando cómo sería sentir las manos de Julian o Pablo conociendo por primera vez su cuerpo, explorando cada curva, cada pliegue. Movió el peluche entre sus piernas, apretándolo con fuerza mientras un suspiro escapaba de sus labios. "Oh, Pablo... oh, Julian..." repetía, como si los nombres fueran un conjuro que pudiera hacer realidad sus fantasías.

Pero la realidad siempre se colaba, fría e implacable. Gloria abrió los ojos y miró el peluche, ahora arrugado y deformado por su agarre. No era Julian. No era Pablo. Era solo un trozo de tela relleno, incapaz de devolverle el abrazo que tanto anhelaba. Con un suspiro tembloroso, lo apartó de su cuerpo y lo dejó caer al lado de la cama, sintiendo cómo la fantasía se desvanecía, dejándola sola una vez más. Sus manos, aún tibias por el contacto imaginario, se posaron sobre su vientre, donde el calor de la fantasía aún resonaba como un eco lejano. Un estremecimiento recorrió su cuerpo, un último suspiro de placer que se mezcló con la amargura de la desilusión. Sus piernas, antes tensas, se relajaron lentamente, y un leve temblor recorrió sus muslos mientras el ritmo de su respiración volvía a la normalidad. Por un instante, se sintió realizada, como si el mundo hubiera girado solo para ella, como si todo aquello que había imaginado hubiera sido real.

Ese  instante duró poco. De repente, un sonido agudo y estridente cortó el silencio de la habitación. La alarma del despertador. Eran las 6 de la mañana. Gloria parpadeó, desorientada, mientras el sonido penetrante la sacaba de su ensueño. Su corazón, que momentos antes latía con una calma satisfecha, comenzó a acelerarse de golpe. Miró a su alrededor, confundida, como si no reconociera su propio cuarto. La luz del amanecer se filtraba por las cortinas, iluminando el desorden de su habitación: el libro tirado en el suelo, el peluche abandonado cerca de sus pies, las páginas de la novela abiertas y arrugadas.

"¿Toda la noche...?" murmuró, llevándose las manos a la cabeza. Su voz sonó ronca, casi irreconocible. El pánico comenzó a apoderarse de ella mientras recordaba fragmentos de la noche: las horas pasadas leyendo, las fantasías repetidas una y otra vez, el tiempo perdiéndose en un bucle de deseos y ensoñaciones. "No, no, no...", susurró, apretando los puños contra sus sienes. Su cuerpo, que momentos antes había estado relajado, ahora se tensaba de nuevo, pero esta vez por la angustia.

Se levantó de la cama de un salto, sintiendo cómo las piernas le temblaban bajo su propio peso. Miró el reloj una y otra vez, como si esperara que las manecillas hubieran retrocedido mágicamente. Pero no. Eran las 6 de la mañana. El miedo la invadió por completo, hasta que de repente recordó: era sábado. No había escuela. Se había olvidado de apagar la alarma la noche anterior. "Vaya manera de pasar el viernes por la noche", pensó, con una mezcla de alivio y vergüenza.

Se dejó caer de nuevo en la cama, sintiendo cómo el colchón cedía bajo su peso. Su mente comenzó a divagar, recordando lo que se suponía que una chica de 16 años debería estar haciendo un sábado por la mañana. "Debería estar ayudando a mamá con el desayuno, o acompañando a papá a hacer las compras", pensó, mordiéndose el labio inferior. "O tal vez, si fuera como las demás, estaría planeando una salida al cine con amigas, o yendo a un café a reírnos de cosas tontas". Pero en lugar de eso, ahí estaba, envuelta en las sábanas arrugadas, con una novela barata tirada en el piso y el peluche a sus pies, como un testigo silencioso de sus fantasías.

"¿Qué estoy haciendo con mi vida?", se preguntó, aunque la respuesta era clara: nada de lo que se esperaba de alguien de su edad. No tenía planes emocionantes, ni citas, ni siquiera la energía para levantarse y hacer algo productivo. En lugar de eso, se acomodó de nuevo en la cama, hundiéndose en la almohada y cerrando los ojos. El cansancio la envolvía como una manta pesada, pero su mente no podía dejar de divagar.

"Julian...", susurró para sí misma, imaginando cómo sería estar con él en esa playa lejana donde trabajaba. Se lo imaginaba bronceado, con una camisa blanca desabrochada que dejaba ver su torso musculoso, caminando por la orilla mientras el sol se ponía. "Él me miraría de otra manera si estuviera ahí", pensó, sintiendo cómo la envidia hacia Melisa se mezclaba con el deseo. "Me llevaría a cenar a un restaurante frente al mar, y me diría que soy la única en quien piensa, incluso estando tan lejos".

"Y Pablo...", añadió, recordando cómo lo había visto una vez en el parque, corriendo con esa energía que parecía iluminar todo a su alrededor. "Si fuera como Melisa, tal vez él me invitaría a uno de sus partidos. Me sentaría en las gradas, y cada vez que hiciera un home run, me miraría solo a mí". Sus pensamientos se mezclaban, difusos, mientras el sueño comenzaba a arrastrarla de nuevo. "Tal vez en mis sueños...", murmuró, casi inconsciente, antes de que el silencio y la oscuridad la envolvieran por completo.

Y así, Gloria se quedó dormida, con los nombres de Julian y Pablo bailando en su mente, y la promesa de un sábado que, como siempre, probablemente pasaría entre fantasías y deseos incumplidos. El peluche seguía a su lado, inmóvil, mientras el libro yacía en el suelo, como un recordatorio de que la realidad siempre estaba a solo un suspiro de distancia.

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