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Capítulo 1: La noche es jóven.

Johana se detuvo frente a Mike, su figura esbelta y curvilínea bañada por la luz tenue de la habitación. Con movimientos lentos y deliberados, giró sobre sus tacones, exhibiendo su silueta como si fuera una escultura griega encarnada. Cada gesto suyo estaba calculado: el arqueo de su espalda, la forma en que sus dedos acariciaban su propio brazo, como si explorara su piel por primera vez. Mike, sentado al borde de la cama, la observaba con una mezcla de admiración y deseo, su sonrisa confiada revelando que sabía que esta noche sería inolvidable.

La blusa de tirantes escotada que Johana llevaba parecía hecha para resaltar cada curva de su cuerpo. La tela, ajustada pero suave, se movía con ella, acariciando su piel como si fuera una extensión de su sensualidad. La minifalda brillante que llevaba capturaba la luz con cada movimiento, creando destellos que parecían hipnotizar a Mike. Johana sonrió de manera provocativa, sus labios pintados de un rojo intenso que contrastaba con la palidez de su piel. Con una lentitud calculada, deslizó los dedos bajo los tirantes de su blusa, tensándolos brevemente antes de dejarlos caer por sus brazos. El sonido de la tela deslizándose sobre su piel fue casi imperceptible, pero para Mike, era como el preludio de algo mucho más intenso.

En un instante, sus dos prominentes atributos quedaron expuestos, rebotando ligeramente al liberarse de la tela. Mike contuvo la respiración, sus ojos recorriendo cada centímetro de su cuerpo con una intensidad que delataba su deseo. Johana, consciente del efecto que tenía sobre él, se acercó lentamente, balanceando sus caderas con un ritmo que parecía desafiar las leyes de la física. Cada paso que daba hacia la cama era una promesa, una invitación a un mundo de placer que solo ella podía ofrecer.

Cuando finalmente llegó al borde de la cama, Mike extendió una mano hacia ella, sus dedos rozando suavemente su muslo antes de envolverlo en un agarre firme pero tierno. Johana lo miró a los ojos, su mirada llena de una mezcla de desafío y sumisión, como si supiera que, a pesar de su aparente control, él era quien realmente llevaba las riendas en ese momento. Con un movimiento fluido, se inclinó hacia él, sus labios a solo un suspiro de distancia, y luego, con una sonrisa juguetona, se dejó caer sobre la cama a su lado.

La química entre ellos era palpable, una corriente eléctrica que recorría el aire y hacía que cada respiración, cada roce, fuera más intenso. Mike la rodeó con sus brazos, sus manos explorando su cuerpo con una mezcla de urgencia y reverencia. Johana respondió a su tacto con gemidos suaves y movimientos fluidos, su cuerpo arqueándose hacia él como si fuera imposible estar lo suficientemente cerca. La habitación parecía desaparecer a su alrededor, reduciéndose a solo ellos dos, a sus cuerpos entrelazados y al fuego que compartían.

Del otro lado de la pantalla, Vicente sentía cómo su cuerpo entero se tensaba, como si cada músculo, cada nervio, estuviera al borde de un precipicio. Su respiración se volvió entrecortada, casi dolorosa, mientras sus manos se aferraban a los bordes de la silla con una fuerza que le hacía temblar los dedos. La presión en su pecho aumentaba, como si una mano invisible lo estuviera aplastando desde dentro. Sus dientes se apretaron con tal fuerza que le dolían las mandíbulas, y una vena en su sien latía con un ritmo frenético, marcando el ritmo de su derrota inminente.

No pudo evitarlo. A pesar de todos sus esfuerzos, la tensión acumulada explotó en un instante de debilidad. Su cuerpo se relajó de golpe, pero no con alivio, sino con una sensación de vacío y derrota. La evidencia de su fracaso se escurrió entre sus dedos, manchando su puño cerrado y dejando una humedad fría que le recordaba lo que acababa de ocurrir. Cerró los ojos con fuerza, como si pudiera borrar la escena que había desencadenado todo, pero la imagen de Johana y Mike seguía ahí, grabada en su mente.

Mientras la claridad y el sopor invadían su cuerpo, Vicente lanzó una mirada medio abierta hacia la pantalla. Allí, Johana y Mike apenas comenzaban su festín, una escena que para él no era más que un recordatorio de lo inalcanzable: glorias que anhelaba, disfrutadas por un patán que probablemente también estaba ganando una fortuna con ello. Su respiración agitada se fue calmando lentamente, pero el peso de la culpa y el asco ya se habían instalado en su pecho, como una losa que lo aplastaba sin piedad. No supo cuánto tiempo pasó, pero probablemente fue más del que Johana llevaba encima de Mike en ese momento.

Con un movimiento torpe, cerró la ventana del reproductor de video y apagó el monitor. En la pantalla negra apagada, su reflejo apenas se distinguía, una silueta vacía y difuminada, desprovista de rasgos y humanidad. Se quedó mirando esa imagen borrosa de sí mismo, sintiendo cómo la vergüenza se mezclaba con el cansancio. Su cuerpo, ahora flácido y sin energía, parecía haber perdido toda vitalidad, como si la culpa lo hubiera consumido por dentro.

En ese momento, una voz lejana lo sacó de su ensueño. Era su madre, llamándolo desde la sala. "¡Vicente!" gritó, con ese tono que siempre usaba cuando quería que hiciera algo de inmediato. "¡Tu padre quiere hablar contigo! Descuelga tu teléfono."

La voz de su madre sonó como un eco lejano, pero lo suficiente para devolverlo a la realidad. Se levantó de la silla con torpeza, sintiendo cómo sus piernas temblaban bajo su peso. Mientras caminaba hacia el teléfono que estaba sobre su mesa de noche, no pudo evitar mirar hacia atrás, hacia el monitor apagado, como si ese objeto inanimado fuera testigo mudo de su debilidad. Respiró hondo, tratando de recomponerse, pero la culpa ya se había instalado en su mente, y sabía que no sería fácil deshacerse de ella.

Con un movimiento mecánico, Vicente descolgó el teléfono. "¿Hola?" dijo, intentando que su voz sonara normal, aunque el temblor en sus palabras delataba su estado.

"¿Te agarré ocupado?" preguntó su padre al otro lado de la línea, con ese tono casual pero perceptivo que siempre tenía. Vicente notó que su padre había captado algo en su voz, quizá la tensión o el agotamiento que aún lo embargaban.

"Ehh, no, no... bueno, estudiando," respondió Vicente, tratando de sonar convincente mientras se aferraba a la primera excusa que se le ocurrió. "Nos encargaron un ensayo, pero la información solo está en internet."

"Pero es viernes, hijo," dijo su padre con una risa suave. "Sal a que te dé el aire un rato. Para algo saqué el leasing de ese cochecito, ¿no?"

Vicente se quedó en silencio por un momento, sintiendo cómo la culpa que lo carcomía se mezclaba con la presión de mantener la fachada de normalidad. "Bueno, sí... de hecho tenemos una fiesta, pero es hasta más tarde," admitió, tratando de sonar entusiasmado.

"¡Eso! Muy bien," respondió su padre, con ese tono animado que siempre usaba cuando quería motivarlo. "Oye, ¿vas con una novia? ¿No te ha salido ninguna amiguita?"

Vicente sintió cómo el peso en su pecho se hacía más pesado. "Ehh... no," dijo, un poco decaído. "Quizá después."

"Hmmm... pues bueno," continuó su padre, sin insistir demasiado. "A ver si te sale algo en la fiesta. Me da gusto que estés bien y andes saliendo." Bajó un poco la voz, como si estuviera compartiendo un secreto. "No está escuchando tu madre, ¿cierto?"

Vicente no pudo evitar una risa breve, casi involuntaria. "Je, no creo."

"Bueno, ahí te dejo," dijo su padre, con esa mezcla de cariño y pragmatismo que siempre lo caracterizaba. "Nos llamamos mañana. Iré con los del proyecto a dar una vuelta por la playa. Dicen que hay un buen ambiente por ahí, con clubes y bares por todo el malecón”

Vicente colgó el teléfono y se dejó caer sobre la cama, hundiéndose en el colchón como si quisiera desaparecer en él. "Ojalá lo de la fiesta fuera una mentira y sí tuviera que escribir un ensayo," pensó, mirando el techo con una mezcla de fastidio y resignación. La idea de salir, de socializar, de fingir que estaba bien, le parecía agotadora. Pero lo que más lo inquietaba era saber que Valeria estaría allí.

El nombre le provocaba una sensación incómoda, como un nudo en el estómago que no se deshacía. Hacía unos días, había ocurrido algo que aún lo mortificaba. Estaban en la sala de una casa, rodeados de amigos, y Valeria estaba sentada en el sofá, riendo con alguien más. Vicente, que había estado observándola desde lejos, decidió acercarse. No recordaba bien qué lo llevó a hacerlo, pero en un momento de descuido, mientras pasaba junto a ella, su mano rozó su espalda. No fue un accidente, aunque luego intentó convencerse de que sí lo había sido. Él sabía que había querido tocarla, que había deseado sentir, aunque fuera un segundo de cercanía con ella.

Pero Valeria no lo tomó como algo casual. De inmediato, se giró hacia él con una mirada de sorpresa y disgusto. "¿Qué haces?" preguntó, con una voz lo suficientemente alta para que todos en la sala se dieran vuelta. Vicente sintió cómo el calor le subía por el cuello y se extendía por su rostro. Trató de balbucear una explicación, pero las palabras no salieron. En ese momento, todos los ojos estaban puestos en él, y el silencio incómodo que siguió fue peor que cualquier regaño.

Desde entonces, Valeria lo evitaba. No era abiertamente hostil, pero siempre mantenía una distancia prudente, como si supiera que él era capaz de repetir aquel incidente. Y Vicente, por su parte, no podía evitar sentirse avergonzado cada vez que la veía.

Justo cuando su tren de pensamientos comenzaba a hundirlo más en esa espiral de ansiedad, la vibración de su celular sobre la mesa lo sacó de golpe. El sonido seco del aparato contra la madera resonó en la habitación, seguido por el timbre insistente de una notificación. Vicente abrió los ojos y giró la cabeza hacia el teléfono, como si esperara que el dispositivo lo rescatara de sí mismo. Con un suspiro, se levantó de la cama y lo tomó en sus manos y lo abrió. La pantalla brillaba con un mensaje de Fumiko.

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