Capítulo 2.

Y así comenzó todo para Nammi, horas y horas en las que la reina de chicago, le explico el porqué de tan sustanciosa paga, y es que en su club ingresaba solo gente importante, políticos, magnates, empresarios, mafiosos, asesinos, todos eran bienvenidos al infierno, como se llamaba el club principal que dirigía Valentina Constantini, todo estaba permitido allí, siempre que fuera para placer de ambos y consensuado, al menos de eso se trataba el club en lo que el edificio se refería, aunque en sus sótanos…era otra cosa, allí, era donde el verdadero infierno se desataba, un lugar neutro dispuesto para que las mafias hicieran sus acuerdos, y los mejores calabozos de torturas para quienes necesitaran implementar su justicia, la de la mafia, por supuesto, y Nammi, debería guardar silencio, sin importar lo que viera o escuchara, nada salía del infierno que la reina de Chicago manejaba, esa era su garantía, ni identidades, ni gustos, nada, y Nammi sería una tumba, o iría a parar a una.

Las semanas que siguieron fueron las más difíciles para la joven, adaptar a sus pobres e inocentes ojos a ver tanto sexo desenfrenado no fue nada en comparación a reprimir su curiosidad, ¿Por qué gritaban? ¿Por qué jadeaban? ¿Por qué se dejaban azotar? ¿Por qué les gustaba mirar? ¿Por qué les gustaba mostrarse? ¿Por qué les gustaba compartir mujer u hombres? ¿Por qué? Su mente se llenaba de ello, aun así, se adaptó, como siempre en su vida lo hizo, se adaptaría a lo que fuese con tal de conseguir su sueño.

— Hola mamá. — saludo Marco De Luca, apareciendo de la nada, mostrando la misma sonrisa que Salvatore.

— Madre. — dijo con la seriedad que lo caracterizaba Greco, pues podían ser gemelos, pero su carácter y manera de ser, eran muy diferentes, los príncipes De Luca eran como el día y la noche.

— Mis príncipes, ¿Qué los trae por aquí? — no era tonta, claro que no, si ella era la reina de la mafia, y sabia a la perfección que sus hijos pocas veces aparecían en el club, ellos eran más de estar y manejar todo Detroit, que de pasar sus noches en alguno de sus clubs.

— Te dije que solo se alegra cuando Dulce y los idiotas de esposos que tiene la visitan. — se quejo Marco, siempre dispuesto a hablar mal de sus tres cuñados, pues la Dulce princesa si bien había escapado de trabajar en la mafia, si practicaba la poligamia, como su madre.

— No se alegra por la princesa, su felicidad es por los pequeños, esos tres diablitos derriten el corazón de cualquiera y madre no es la excepción… — comenzó a explicar Greco.

— Buen intento, pero conmigo esas idioteces no funcionan… — intervino la mafiosa, pero de pronto sus labios se estiraron en una enorme sonrisa, ¿a quién engañaba? Si sus nietos la tenían en la palma de su mano, y es que ya ni siquiera le molestaba ser abuela tan joven. — ¿Ya vieron la foto que nos envió Dulce de mis nietos? Salvatore esta furioso. — no podía evitarlo, era una mafiosa, era la reina, pero como sus hijos lo habían dicho, ante sus nietos, no era nada más que un cubo de hielo derritiéndose bajo el sol.

— ¿Las pequeñas sombras de Italia? — leyó Marco el pie de la foto del pequeño Dante, y su rostro se cubrió de rojo, pues uno de los abuelos paternos del pequeño también era mafioso y era nada más y nada menos que su competencia, la gran sombra italiana. — Pero ¿que se cree Santoro? mis sobrinos manejaran Chicago y Detroit, nada de Italia… — Marco estaba tan furioso como su padre Salvatore y no era para menos, la hija mayor de la reina había tomado de esposos, a un sicario, un asesino y a uno de los hijos de la sombra de Italia, mismo mafioso que los había desterrado a ellos, los De Luca, de su Italia natal.

— Eres idiota como tu padre. — lo corto en limpio Valentina. — Es mejor que ellos reinen Italia, así sus hijos heredaran todo lo mío cuando muera.

— Para eso falta. — dijo Greco, odiaba cuando su madre hablaba de esa forma.

— ¿Para que muera? O ¿para tener nietos de ustedes? — y allí estaba nuevamente la presión de la mirada de Valentina Constantini, que era lo mismo que le colocaran un arma en sus cabezas.

— Para las dos cosas. — canturrearon los gemelos de 22 años.

— Señora… — Nammi, que hacia un mes trabajaba en el club, quedo en silencio al ver a los gemelos, los príncipes De Luca, en carne y hueso.

— Nammi, o dejas de decirme señora o volare tu linda cabecita. — rebatió molesta Valentina.

— Si señora. — respondió en automático la joven, y Greco rompió a reír dejando sorprendida a su madre y también a su gemelo, pues Greco no sonreía, ni siquiera con sus sobrinos.

— Tu debes ser la virgen. — dijo Marco, llamando la atención de la mujer que había quedado con la boca abierta al ver a Greco reír.

— Prefiero que me llamen Nammi. — era increíble la confianza y el poder que le brindaba la sola presencia de Valentina, Nammi sentía lo que era la seguridad, de tener a alguien respaldándote por primera vez en la vida.

— Nammi, como ya te habrás dado cuenta, ellos son mis diablitos, y puedes tratarlos como se te plazca, aquí nadie tiene más poder de decisión que tu con tu cuerpo. — sí, Nammi no podía estar más feliz de que Mirra la llevara a aquel lugar, y cada palabra de Valentina solo confirmaban que estaba en el mejor lugar en el que podía estar.

— Lo tendré en cuenta señ… Valentina, y solo queria decirle que los señores la están esperando en su habitación. — el rostro de la reina se ilumino, mientras que sus hijos solo negaban con la cabeza.

— Por favor, madre que usen protección, ya están viejos para darnos hermanos. — Marco recordó, porque siempre tomaba distancia antes de molestar a su madre, cuando sintió la pesada mano de la reina golpear su cabeza.

— Mocoso impertinente, mejor ve a conseguir esposa y dame nietos o yo les daré hermanos. — fue lo último que dijo, antes de salir haciendo retumbar sus grandes tacones, rumbo a la habitación donde sus reyes la esperaban más que dispuestos para complacerla.

— Entonces Nammi… — dijo de forma coqueta, Marco.

— Se todo de ustedes, sé que buscan vírgenes para follar y que ya han tomado a todas aquí, pues les tengo noticias, solo soy camarera, no estoy a la venta. —  aseguro con la cabeza en alto, sentía la protección de la reina sobre ella, sabía que nada le pasaría, sea a quien sea a quien rechazara.

— Eso dicen todas. — se jacto Marco.

— Pero yo no soy todas, soy Nammi.

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