Capítulo 4.

Habían pasado dos años desde que Nammi comenzó a trabajar en el club de la reina, dos años en los cuales consiguió el dinero que necesitaba, para cumplir su sueño, ya había adquirido un departamento en parís, pequeño, pero amueblado y cerca de la universidad de diseño, hoy se enfrentaba a su último fin de semana de trabajo en el club, algo que le causaba más nostalgia que hace una semana atrás cuando dejo el hospital.

—  Pero Valentina, esto es mucho dinero. —  dijo viendo el cheque que la reina le acababa de entregar.

—  Es lo que mereces, aunque aún sigo pensando que te verías muy bien al lado de mis hijos, o al menos siendo la dueña de uno. —  la joven solo sonrió y negó con la cabeza.

—  Por favor, mamá, ya lo intentamos, pero esta mujer no cae por nuestros encantos… creo que le gustan los feos. —  se quejó Marco.

—  Creo que nuestro error fue verla y tratarla como la hermana que siempre quisimos, una que se hiciera respetar y no que se revolcara con tres idiotas y se embarazara. —  Greco parecía que jamás perdonaría a Dulce por haber decidido tener una vida pacífica lejos de la mafia y eso se notaba.

—  Mira Greco… — comenzó a decir Lupo como cada vez que los gemelos hablaban de esa forma de su hermana mayor.

—  Si me permite. —  intervino Nammi y es que en esos dos años se había ganado el aprecio no solo de los príncipes, también de la reina y sus reyes, por lo que Lupo le hizo una señal para que continuara. —  Creo que son ustedes los que aún no lo comprenden. —  dijo la joven mostrando una de sus grandes sonrisas, esas que hacían suspirar a Greco, aunque tratara de negarlo. —  Nadie manda en el corazón, señoritos De Luca, su hermana lo sabe y lo acepta, ella por lo poco que la conozco, supo poner su corazón, su amor, por sobre cualquier sueño y eso no es algo que todos puedan hacer, algunos no son tan valientes para reconocer y aceptar el amor como se les presenta, asique dejen de juzgarla, que cuando el amor llegue a ustedes… poco les importara la opinión de los demás, y reconozcan de una buena vez que su hermana será siempre la dulce princesa. —finalizo de regañar a los gemelos, dejándolos con la cabeza gacha.

—  Y esa es la puta razón por la que te quiero en mi familia. —  la reina era de temer si era tu enemiga, pero como amiga, era la mejor, sin importar nada.

La joven fue a su lugar luego de limpiar las lágrimas que derramo, pues Valentina y los reyes De Luca partirían esa tarde a Europa, el cumpleaños de sus nietos estaba cerca y como era costumbre los reyes viajaban una semana antes para disfrutar de los pequeños, mientras que los gemelos lo harían al día siguiente, la joven sabía que eso no era una despedida definitiva, pues ella regresaría, o ese era el plan, iría por su sueño y una vez cumplido, regresaría a Chicago.

—Siempre serás la dueña de mis sueños más perversos, aunque debo admitir que aún no estoy listo para casarme. —giro sonriendo, ya no se asustaba por la cercanía de ese hombre, dos años fueron más que suficientes para conocer a los príncipes De Luca.

—No es necesario mentir Marco, tu no estas hecho para el compromiso y yo no soy de las que comparten, ni se dejan compartir. —rebatió palmeando su hombro.

—Rayos, tienes razón, aunque también debo admitir que ya perdí el gusto por las vírgenes, pero por ti haría una excepción. —sugirió con picardía y Nammi solo negó con la cabeza.

—Me siento alagada, pero…

—Ese siempre fue el problema, los peros, en fin, toma, un pequeño presente de nuestra parte. —la joven tomo el boleto de avión que Marco le ofreció.

—Gracias, pero ya tengo uno para el Martes…

—Ya no, lo cancelamos, este sale justo al amanecer, y es en primera clase, Nammi, si vas a soñar hazlo en grande y convierte en realidad ese sueño lo antes posible, y por cierto ya enviamos tus maletas a tu nuevo departamento, solo debes salir de aquí y subir a esa puta avión. —la joven abrió sus ojos a más no poder.

—Ustedes… empacaron mi ropa y …

—Esa fue la mejor parte, vimos cada una de tus bragas… todo muy recatado, si debo ser honesto, esperaba encontrar una que otra de encaje y …

—Cierra el pico Marco. —aun así, la joven regreso la vista al boleto, le daba el tiempo justo de cumplir su horario de trabajo y llegar al aeropuerto. —Parece que me están echando. —susurro un poco dolida, más aún porque Greco no estaba allí.

—Nada más alejado de la realidad, mientras más rápido te largues… más pronto regresaras. —el castaño dejo un beso en su frente y luego de guiñarle un ojo, se marchó, sabiendo que el club quedaba a cargo de los encargados, como cada vez que sus padres viajaban a algún lado, y él… no queria verla partir, prefería recordarla así, a su merced, sonriendo, salió jurando que no regresaría al club, hasta que ella regresara, ya que, para Marco, Nammi era su mejor amiga.

La noche siguió su curso, con una Nammi que desbordaba felicidad y alegría.

— Siempre me encanto tu aroma, es un perfume único. — Greco, sin importar el tiempo que pasara, sería el único hombre que la pondría a dudar de la promesa que le hizo a su padre.

— Y tú siempre tan silencioso. — lo acuso al darse la vuelta, y fue cuando se sorprendió de tenerlo tan cerca, Greco no era así, él siempre mantenía su distancia, una prudente, una que les dejaba lugar a ambos para pensar.

— Estaré esperando por ti, si en dos años no avance, es porque se que una vez que te haga mía, ya no te dejare ir. — susurro frente a ella, acariciando su mejilla y produciendo que su corazón golpeara contra su pecho como nunca lo había hecho.

— Greco… — su voz se atoraba en su garganta, mientras su cuerpo temblaba, aunque no precisamente de miedo.

— Serás mi esposa Nammi, lo juro, tú serás mi reina algún día. — no pudo responder, no le dio tiempo, los labios del joven mafioso tomaron los de ella con pasión, desespero y algo más, algo que la hizo suspirar. — Y no pienso compartirte con nadie, ni siquiera con Marco.

Fue lo último que dijo y ella solo pudo quedar de pie, viendo su espalda perderse entre la multitud, los años habían pasado, de eso no había dudas, pero las reglas siempre se mantenían, los clientes de la reina contaban con el anonimato total si así lo deseaban.

— Nammi, un cliente quiere ser servido por una virgen. — canturreo Amapola, una joven pelirroja que además de ser mesera, sabia sacarle provecho a su amplia boca.

— Solo dame su bebida y quita esa sonrisa de perra en celo, acabo de desperdiciar mi única oportunidad con Greco, no pienso follar con nadie que no sea él. — se permitió ser honesta, porque debía ser muy estúpida para dejar ir a ese hombre que bien sabia era tan puro como ella.

— Lastima, morirás virgen. — se burló la pelirroja, tratando de ocultar el odio que sentía por la única mujer del club que había despertado y mantenido el interés de los gemelos De Luca.

— Que así sea entonces.

Ya no perdió el tiempo con Amapola, ni con ningún otra, ella tenía sus convicciones, sueños y promesas, quizás era terquedad, quizás solo queria ser una buena hija, aunque su padre no pudiera verla.

Vio una vez más el número de la habitación, una VIP, de esas que solo usaban los altos gobernantes e inclusive hombres religiosos, la única que tenía otra salida además de la principal, por si algún reportero lograba lo imposible, ingresar al club de los pecados.

— Permiso, buenas noches caballero, aquí esta lo que solicito. — dijo con tranquilidad, ya no le temblaban las piernas como los primeros días, mucho menos se asustaba por ver algo que sus inocentes ojos no hubieran visto antes, pues en dos años trabajando allí, ya había visto mucho más que cualquier humano que viera porno a diario.

— Quítate la ropa. — Dijo casi con desespero Luc, el mes se había cumplido, y su hijo empeoraba a pasos agigantados, fue entonces que Nammi levanto la vista, un poco incrédula, se suponía que todos eran notificados de la insignia que su uniforme lucia, la dama de la reina, el pequeño pero notorio broche la había salvado en más de una ocasión de clientes que no comprendían lo que era un no, desde el comienzo.

— Disculpe caballero. — no podía ver su rostro, ya que estaba cubierto con un antifaz, pero sin lugar a duda no era un jovencito el que estaba frente a ella, su porte, su voz, todo gritaba que era un hombre. — Pero solo soy una camarera. — concluyo y acomodo su chaqueta, quizás y el hombre no podía leer lo que en ella decía, Nammi era propiedad de la reina y pobre de quien quisiera tocarla.

— Dime tu precio, pagare lo que quieras. — la joven se incomodó aún más al ver al hombre en toda su altura.

— Gracias, señor, pero no estoy a la venta, solo soy la camarera. — repitió dando un paso hacia la puerta, puede ser que sus gritos fueran acallados por la música, pero sabía que solo debía abrir la puerta y tocar el botón que estaba frente a ella en el pasillo y llegarían los custodios a poner en su lugar al impertinente hombre.

— Eres la única virgen en este club. — la acuso Luc como si eso fuera un pecado. — ¿No se supone que aquí se puede comprar todo? — definitivamente era un cliente nuevo se dijo Nammi y trato de recordar que a veces las reglas no están claras para los principiantes.

— Así es, pero…

— Bien ¡dime tu maldito precio! — solo fue un parpadeo, y de pronto lo tenía frente a ella, obligándola a levantar su cabeza para poder ver esos pozos oscuro que el hombre tenía por ojos.

— Ya le dije que no me vendo y será mejor que mantenga la distancia o deberé informarle a la reina. — aseguro con voz temblorosa pero aun así pudiendo salir del agarre del mayor. — Y créame que a ella no le importara quien es usted y…

Los gritos que provenían desde fuera de la habitación VIP, los silenciaron a ambos, a Luc, porque fuera lo que fuera que estaba sucediendo, lo podía perjudicar si alguien lo fotografiaba en un lugar como ese y a Nammi, porque escuchaba el llanto de sus compañeras, fue eso lo que la llevo a terminar de abrir la puerta y al fin saber que era lo que sucedía.

— La reina ha caído, ¡la reina está muerta!

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