Capítulo 5.

Nammi sintió que las piernas le temblaban, cada habitación del pasillo tenía una luz blanca encendida fuera, la señal que se utilizaba para que todos evacuaran las instalaciones, se suponía que se utilizaría en casos de incendios, aunque ahora se estaban usando para informar la peor de las noticias, al menos así lo sintió la joven, había estado con ellos solo unas horas antes, era imposible que la reina estuviera… no, no podía ni pensarlo.

— ¡Bairon! — grito con desespero y aferrando el brazo de uno de los encargados del club, cuando la reina no estaba. — ¿Qué es lo que dicen? — pregunto temblando y no era para menos.

— Murieron, los reyes… la reina… está en las noticias, hicieron volar su avión privado, cuando hicieron escala por un desperfecto en Nueva York. — el hombre ya canoso no se molestó por quitar la lagrima que caía por su mejilla, se sentía tan vacío como cada uno de los empleados, sentían que habían perdido su corazón. — Dile que debe marcharse. — dijo el mayor apuntando a un hombre enmascarado que aún estaba de pie en la puerta, viendo y escuchando todo. — Que salga por detrás, debo ocultar cada registro, y nadie puede quedarse aquí, no sabemos si corremos peligro.

Nammi no podía moverse, ni siquiera podía respirar, no lo comprendía, ¿cómo Bairon podía pensar en eso en un momento como ese? aunque claro, por algo la reina lo dejaba a cargo de su principal club, todos le temían a la reina, pero en su ausencia… ¿Quiénes eran amigos y quienes enemigos?

— Lo siento. — dijo con seriedad el hombre de cabello negro y solo entonces Nammi recordó que debían marcharse, al igual que ya todos lo estaban haciendo, quizás Bairon tenía razón, tal vez corrían peligro si permanecían allí.

— Debe… debe marcharse. — susurro viendo por última vez el pasillo y como ya todo estaba vacío, ¿cuánto tiempo perdió? No lo sabía. — Le recomiendo que se retire por esta puerta… — las indicaciones de Nammi se perdieron en cuanto cerró la puerta principal y le dio la espalda al desconocido, que no era otro que Luc.

Luc Ambiorix había arribado solo un par de horas antes a Chicago, en un completo anonimato que le había costado muchos billetes, aunque ese era el menor de sus problemas, su corazón estaba cansado y la idea del suicidio rondaba cada vez con más frecuencia su mente, luego de informarle al señor Baggio, del accidente de su hija en su mansión, todo se complicó, el mayor no dejaba de dar sus especulaciones a la prensa, una peor que otra, desde que los Ambiorix pertenecían a un culto satánico que realizaba ofrendas humanas, hasta la más peligrosa, decir que Luc pertenecía a la mafia, si bien con los dichos del señor Baggio, su padre, Antonny Ambiorix,  se veía obligado a mantener una distancia más que prudencial de Luc, algo que el hombre agradecía, esos mismos dichos lo ponían en la mira de personas que él no conocía y no queria conocer, lo más patético de todo… sus negocios cada vez iban mejor, ya sea porque a la gente le llamaba la atención el misterio que lo rodeaba o por puro morbo, incluso comenzó a ponerse paranoico, Luc creía que las personas que hacían negocios con él, solo los hacían con la intención de que este confesara algo que no era, la mafia nunca le gusto, podía ser un hombre de mano dura, pero no se creía capaz de matar a sangre fría como lo hacía su padre.

— Por fin. — murmuro cuando vio la fachada del club, e inmediatamente hizo lo que Neizan le aconsejo, colocar su mascara incluso antes de ingresar.

No era eso lo único que rondaba por su cabeza, la idea de que debía tomar a una virgen a como diera lugar, tampoco lo dejaba tranquilo, sabía que, si Neri le había dado esa orden, porque si, sabía que era una orden, era porque no conseguiría por las buenas lo que necesitaba, aun cuando ingreso en la habitación, se removió incomodo, tratando de no pensar en lo que haría, rezando porque todo saliera bien.

Pero como ya lo sabía, él estaba maldito, y ni siquiera por algo que Luc hubiera hecho, no, él estaba pagando las culpas de su padre.

— Lo siento.

Susurro viendo bajo la luz blanca del pasillo a una joven temblorosa, de ojos verdosos, sus grandes labios temblaban tratando de contener el llanto que pedía salir, era joven, no una niña, pero si aún tenía la juventud y sobre todo la inocencia brillando en sus iris, ¿Cómo era posible que aun fuera virgen? y él… tenía que arrebatarle eso. Se maldijo, una y otra vez, incluso pensó en regresar a Paris, matar a su hijo para librarlo de su sufrimiento y luego acabar con su vida, nunca había matado a nadie, jamás había siquiera robado un beso de una mujer, pero la vida lo estaba arrinconando, ¿el infierno existe? Se pregunto estando seguro de que si existiera él pasaría toda la eternidad allí.

Con la mano en uno de sus bolsillos acomodo su pene erecto, no por excitación, y es que había tomado sus precauciones, una píldora azul y barios tragos le dieron la herramienta y el falso coraje para llevar a cabo su misión.

— Lo siento.

Repitió una vez más, aunque ahora Nammi comprendió que no se debía a que le estaba dando el pésame, sino que era por lo que le iba a hacer.

— No, suéltame. — el pánico bailo en sus grandes ojos cuando la sujeto. — ¡Dije que No! — grito con el terror saliendo por sus poros, cuando la redujo contra el respaldo de uno de los sofás de cuero. — ¡Déjame maldito! — se removió tratando de liberarse de su agarre, pero ya era tarde, la palabra maldito se repetía en la mente de Luc.

— Sí, soy un maldito. — admitió cuando pudo sujetar sus manos en su espalda con las mismas bragas de algodón que le había arrancado solo un instante antes.

— Por favor, por favor, te lo suplico. — comenzó a implorar, tal vez al comprender que no tenía la fuerza para luchar contra semejante hombre o quizás, fue el hecho de saber que nadie vendría a ayudarla, no con lo que estaba sucediendo. — No, no, no.

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