Tu amor mi maldición.
Tu amor mi maldición.
Por: Cristina López
Capítulo 1.

Nammi estaba concentrada en su trabajo, ser una enfermera no era fácil y Dios lo sabía, pudiera ser que no ostentara un gran título como los doctores que la rodeaban, quienes muchas veces la felicitaban por su trabajo, pero ella hacia el trabajo sucio, el tedioso, pero además, era quien brindaba esa primera sonrisa, esa palabra de aliento y quien llevaba tranquilidad, todo se trataba de la empatía, desde el niño más pequeño, al adulto mayor, ella no hacia distinción, no importaba si era tomar la temperatura, colocar una inyección, dar una píldora, sostener la mano de los pacientes al vomitar, no importaba que, ella estaba siempre dispuesta a estar allí, era su segunda pasión, y ¿Cuál era la primera? Ser diseñadora de modas, desde pequeña soñó con ello.

— ¿Has pensado en lo que te dije? — la joven giro a ver a la morena y su peinado afro.

— No lo sé Mirra, se dice muchas cosas de ese club, más de Valentina Constantini y su harem de hombres. — respondió botando las gasas con sangre que habían ocupado para detener el sangrado de un paciente.

— La reina no vive del que dirán, ella vive para que los demás hablen, quien pudiera tener su suerte… aunque yo le di una buena mamada a Ezzio y una vez folle con Leonzio. — la cara de espanto de Nammi lo decía todo. — Obviamente que fue antes que la reina tomara a los De Luca como suyos, aprecio demasiado mi vida como para así sea, ver a sus hombres.

— Lo que sea, pero a lo que me refiero…

— Tu virginidad estará a salvo, créeme niña, esos club son más seguros que caminar en medio de la ciudad al anochecer, lo sé por experiencia, si estas bajo la protección de la reina, nadie te toca, nadie te mira si tu no quieres, además… —la morena que ya ostentaba algunas canas se mordió el labio inferior con picardía.

— ¿Además? — cada vez que Mirra recordaba sus años de juventud y como se ganaba la vida, a Nammi le daban ganas de romper la promesa que le había hecho a su padre, mantenerse virgen hasta su casamiento, algo que veía poco probable, ya que cada novio que la joven había tenido la botaba luego de un tiempo, ser pura, ya no se cotizaba como en años pasados, los hombres ya no perdían el tiempo con santas, y mucho menos querían ejercer de maestros a la hora de tener sexo, más les atraían las mujeres que sabían complacerlos.

— ¿Quién dice y terminas siendo una princesa? — sugirió con picardía.

— ¿De qué rayos hablas?

— Dios niña, ¿vives en marte? De los príncipes, ¿de qué voy a hablar? Dicen que tienen un gusto especial por las vírgenes, incluso se rumorea que Greco es casto, ya sabes, aun no moja su paquete en una vagina.

— ¡¿Cómo diablos sabes todo eso?! — indago mientras los colores se le subían a la cara, y no era vergüenza, era solo el hecho de saber que a ese par de gemelos le gustaban las mujeres como ella, vírgenes.

— Nammi, para que lo comprendas de una vez, yo trabaje en ese club, Valentina Constantini, me salvo, de más de una forma y los reyes, me ayudaron a llegar a donde estoy, conozco a los príncipes desde que nacieron, soy como de la familia. — y no mentía, esa morena bien podría estar dirigiendo uno de los clubs que poseía la reina, pero su pasión era ese hospital, donde llego como enfermera y ahora era una doctora recibida, la mejor ginecóloga.

— Quizás… si me llevas…

— Niña, hubieras comenzado por allí, claro que te llevare.

Y así lo hizo, apenas terminaron con su turno, Mirra la subió a su automóvil y emprendieron el viaje.

Nammi trataba de mantenerse tranquila, solo pediría empleo de mesera, claro que eso podía hacerlo en cualquier restaurante, o cafetería, pero según Mirra, en el club de la reina, podía ganar en una noche la paga de un mes, que dan en cualquier otro lugar, y solo debía trabajar los fines de semana, aunque claro que eso era por una razón y pronto lo sabría.

La fachada no decía mucho del lugar, aunque solo la alfombra roja que estaban colocando en la entrada, como cada noche, podía apostar que valía lo mismo que el departamento que rentaba, pero apenas paso las puertas, un mundo nuevo apareció frente a ella, las luces estaban encendidas en su totalidad, pues aún estaban preparando el lugar, las copas resplandecían, las bebidas que aguardaban ser consumidas, brillaban tratando de llamar la atención de quien entrara, incluso a Nammi que nunca se le dio por beber más de una cerveza se le hacía agua la boca con solo verlas, pero a medida que subía las escaleras, eso sí que la dejo con la boca abierta, las habitaciones estaban siendo aseadas, si a eso se le podía llamar habitaciones, algunas eran oscuras y más parecían cámaras de torturas, otras tenían tanta iluminación que parecían el cielo, hasta que al fin llegaron a la última habitación, una que rezaba en la puerta, oficina principal.

— Adelante. — se escuchó una voz profunda que a Nammi la puso a temblar.

— Leonzio, siempre es un placer escuchar tu profunda voz. —dijo con sorna la morena al abrir la puerta.

—Sé que aun mojas tus bragas de solo oírme. — se jacto uno de los mayores.

— Ay mi león, tú te quieres quedar sin follar y de espectador hoy ¿verdad?

Era un mundo nuevo y casi delirante, para Nammi, frente a la joven había seis hombres, que, si bien los conocía de revistas, esto era otra cosa, pero más que los hombres, había una persona que tenía toda su atención, una mujer sentada en el único escritorio del lugar y a su alrededor, seis hombres que la adoraban incluso con la mirada.

— Solo estoy jugando mujer. — se apresuró a decir Leonzio y Mirra rompió a reír a carcajadas.

— Mi bella reina, cada vez estas más joven, ¿a qué demonio adoras?

— A ninguno Mirra, esto que vez es el resultado de una crema a base de semen y más semen, ¿quieres saber dónde más lo coloco? — Nammi veía como todos reían y no comprendía porque sentía que se quemaba, aunque luego dedujo que era la misma vergüenza que la hacía arder.

— ¿Quién es la niña que nos ve con espanto? — Rocco De Luca, era fácil reconocerlo, el único de los De Luca que tenía sus ojos grises, el único por el que la reina moriría, y viviría.

— Ella es Nammi, es como mi hija y …

— Deja que ella hable Mirra, a no ser que sea muda. — Lupo, el único con cabello largo, se decía que había matado a más de una docena de hombres, a comparación de sus hermanos y primos la cifra era baja, salvo por el detalle que los mataba con sus manos.

— Hola. — dijo con la garganta seca la joven al ver que Mirra solo quedo en silencio. — Soy Nammi Anouk y queria saber si puedo trabajar aquí. — siete pares de ojos la escaneaban de pies a cabeza, su confianza se mantuvo firme, no se sentía fea, pues sabía que no lo era, su cabello largo y medio ondulado con un color natural entre el chocolate y el castaño claro, su piel cremosa adornada con un par de pecas, sus ojos verdes claro, que a veces parecían celestes, y su boca, esa que muchas veces le causo problemas en el colegio, pues sus compañeros se burlaban de ella, mismos que después rogaban probarla, era grande y carnosa, y así como  su rostro tenía sus encantos, su cuerpo obviamente también los tenía.

— ¿Bailarina? —  pregunto Rocco al ver sus caderas, pero Valentina negó.

— ¿Sexo oral? — indago Ezzio, el más morenos de los De luca, y Nammi abrió sus ojos con espanto. — Su boca es grande. — se explicó al ver la mirada fría de su mujer, la reina estaba perdiendo la paciencia.

— Acrobacia en telas… — comenzó a sugerir Ángelo, el más pecoso de los italianos.

— Trabaja como enfermera, sus manos se pueden dañar. — lo interrumpió Salvatore, quien parecía enojado con algo que estaba viendo en su móvil.

— Camarera. — sentencio Valentina e inconscientemente Nammi asintió. — Se nota que es virgen. — y ahora si tenía la atención de todos una vez más, incluso de Salvatore, quien le sonrió.

— Quizás quieras conocer a mis hijos. — indago mostrando una sonrisa que más que provocar confianza asusto a la joven.

— No… — dijo casi en grito y la reina levanto una ceja. — No lo tomen a mal, pero pretendo mantenerme virgen y no quiero problemas, solo necesito dinero…

— Mis hijos saben tratar a una mujer, créeme que todas las que han estado con ellos ha sido por voluntad.

— Lo siento. — susurro al ver que la reina se ponía de pie, ya se imaginaba muerta antes del anochecer.

— No lo hagas, nunca temas a levantar tu voz, a decir no, incluso a gritarlo, sean mis hijos, o el mismo rey del mundo, incluso el diablo, mientras tú me seas fiel, la reina no te dejara caer.

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