Con este capítulo terminamos con la historia de Orena.
—Mamá… —susurró Diana con dolor al ver que el taxi en el que acababa de subirse su madre desaparecía de su campo de visión—. ¿No deberíamos ir a buscarla? —preguntó girándose para observar a su hermano. Fabián negó.—No.Todos se quedaron en silencio después de eso y comprendieron entonces que ya las cosas no podían cambiarse. Orena Arison estaba fuera de la mansión.Y posiblemente no regresaría nunca más. [...]La vida de Natalia pareció tomar su curso nuevamente. La amenaza de Roberto había sido eliminada.Ella era la única que tenía la custodia total y absoluta de sus tres hijos. No se los arrebatarían. Por otro lado, la universidad estaba siendo un poco cansada, pero satisfactoria. Se complacía con cada día que pasaba rodeada de libros y aprendiendo cosas nuevas. Amaba la carrera que había elegido. Todo parecía ir perfecto hasta entonces.Tenía un buen esposo y tres hijos maravillosos.Orena ya no le insultaba más. La mansión Arison finalmente se sentía como un hogar. N
Natalia no le contó a su esposo que había decidido retirarse el DIU. Deseaba que el embarazo fuera una total sorpresa para Fabián, así que una vez que se cumplieron las cuarenta y ocho horas recomendables después de la extracción, decidió que era el momento de comenzar con su misión: buscar a un bebé. Tenía miedo y muchas expectativas, pero sentía que esta era la decisión correcta. Sus hijos dentro de unos meses cumplirían cinco años de edad y estaba convencida de que serían unos buenos hermanos mayores. Ahora debía armarle una sorpresa a su marido. Fabián por lo general solía pasar tiempo en su despacho revisando los pendientes que tenía para el día anterior antes de dirigirse a la cama para dormir. Sabía que estaba a punto de cruzar la puerta en cualquier momento. Así que había ambientado la habitación para la ocasión. Tenía una botella de champán en una esquina, junto con dos copas para servir. Pétalos de rosas adornaban el camino desde la puerta hasta la cama. Y
—¿Qué es lo que ocurre contigo, Ana Paula?Las cortinas de la habitación se abrieron de golpe y la luz solar se filtró, haciendo que una mueca de malestar se dibujara en el rostro adormecido de la mujer.Acababa de despertar.Sus ojos estaban muy hinchados y su deseo de seguir existiendo era cada vez menor.¿Por qué la molestaban? ¿Por qué no podían dejarla en paz?—Mamá, déjame en paz —respondió desviando la mirada de los ojos acusadores de su progenitora.Siempre era la misma mirada, estaba harta. La mujer mayor negó. Renuente a permitir que la vida de su única hija se fuera por el drenaje sin poder hacer nada para impedirlo.—Basta ya de dar lástima —la regañó con dureza, aunque la preocupación era más fuerte que la reprimenda que tenía en la punta de la lengua. Se sentía desesperada, no sabía qué hacer para ayudarla a salir de ese estado en el que se había sumergido.Ana Paula no quería comer, no quería levantarse de la cama. Estaba muerta en vida. —De verdad, mamá, déjame sola
Natalia bajaba las escaleras con premura siguiendo los pasos firmes de su marido. Su corazón latía con fuerza y sus manos sudaban con ansiedad. La policía la estaba buscando.No se suponía que debería de recibir este tipo de visitas en un sábado por la mañana.Aquello era bastante inusual.Inesperado.Y por eso tenía un mal, muy mal presentimiento.De repente se encontró frente a la puerta de la mansión Arison, mientras su marido se encaraba con los policías. —Buenos días, oficiales, ¿qué necesitan con mi esposa? —preguntó él tratando de sonar amable, pero sin perder su toque de autoridad. El par de hombres uniformados enfocaron sus ojos en ella. —¿Es usted Natalia Arison? —indagaron sin rodeos.—Sí —su voz surgió débil y temblorosa. No lo pudo evitar, tenía miedo de lo que sea que vinieran a decir esos sujetos. —Estamos aquí para una investigación —soltó el oficial, mirándola fijamente como esperando que captara el mensaje sin decir nada más, pero realmente ella no tenía idea d
Dos días después, finalmente conseguía el valor necesario para levantarse de la cama y acudir a la consulta con su médico obstetra. No necesitaba hacerse una prueba de embarazo para saber que estaba en estado. Ya había vivido todos estos síntomas antes. Sus pequeños hijos se mostraban muy preocupados por su estado de ánimo, antes de irse a la escuela siempre acudían a su habitación y le daban un beso, le traían una flor o le pedían que se mejorara pronto. Sabía que estaba sufriendo por la “tía Aleja”, como solían llamarle ellos. Fabián les había explicado de una manera cuidadosa que la “tía Aleja” había partido al cielo y que ahora se encontraba en compañía de Dios. Los niños se mostraron muy tristes al inicio porque ya no la volverían a ver, pero luego comprendieron que esto era algo bueno y comenzaron a observar las estrellas con atención y a señalar el cielo. “¿Allá arriba es donde está la tía, mamá?”, le preguntaban con inocencia. Cada vez que Natalia los escuchaba, su cora
Ana Paula no podía dejar de sentirse nerviosa en medio de aquel evento. Se trataba de una gala benéfica, la cual estaba repleta de personas adineradas que acudían para parecer filántropos, aunque en el fondo a ninguno de ellos les interesaban las causas nobles que se debatían en ese lugar, únicamente acudían a ese tipo de eventos para desfilar con sus vestidos de lujo y sus mejores pendientes. Aquella era su primera aparición pública luego del escándalo de su divorcio.No se sentía para nada cómoda, pero aun así estaba tratando de retomar las riendas de su vida, así que sabía que estos sacrificios eran completamente necesarios para poder salir del estancamiento en el que se había sumergido durante meses.Alzó la barbilla y se obligó a ver directamente a los ojos a todas aquellas personas que la señalaban y que cuchicheaban a sus espaldas. Ella no tenía nada que ocultar ni nada de qué avergonzarse. En todo caso, el avergonzado debería ser otro: Roberto, por ejemplo.La mujer no pudo
Los días transcurrieron rápidamente y Natalia seguía sin contarle a su esposo la noticia sobre su embarazo.Hasta la fecha tenía una excusa válida para no asistir a sus clases, ya que estaba atravesando un duro duelo.Aun así, sabía que debía contarle.Estaba pensando seriamente en hacerlo esa misma noche en medio de una cena exclusivamente para los dos.Pero entonces una inoportuna visita interrumpió su calma.—Señora Natalia —la voz de Susi se escuchó desde el otro lado de la puerta.—Adelante —concedió, acomodándose mejor en su silla para recibir a la empleada.—Disculpe que le moleste, pero surgió algo —dijo la joven con una mirada apenada.Natalia se encontraba sentada en su escritorio, en un escritorio improvisado que había armado en su habitación para poder estudiar cómodamente.—Tranquila, Susi —le sonrió—. ¿Qué sucede?—Es el señor Roberto —informó la niñera.Ante la mención de ese nombre, sintió que su cuerpo se tensaba con desagrado.«¿Y ahora qué quería ese hombre?», pensó
Natalia estaba harta. Tenía una pila de dibujos sobre la mesa de su escritorio. Normalmente, esas pequeñas obras de arte realizadas por sus hijos no le disgustaban, por el contrario, le enternecían demasiado y no perdía oportunidad de comprarle a sus pequeños nuevos crayones. Sin embargo, ahora…No pudo evitar dar un vistazo al último cuadro de papel. La palabra “papá” escrita chuecamente. Había sido su hijo Damián el artista en esta oportunidad y había acudido a su habitación personalmente para explicarle los detalles de su dibujo. “Este es papá fuera de casa”, le había dicho con una expresión triste. Natalia no pudo evitar cuestionarle sobre su idea para hacer el dibujo. Resultó ser que la inspiración de su hijo se basaba en la creencia de que a su padre no se le permitía formar parte del hogar, porque su madre así lo decidía. En resumidas cuentas, la mala de la historia era ella. La villana. La cruel. La que no permitía que “el bueno e inocente” Roberto formará parte de