Orena perdió la cuenta de todos los intentos de Darío por impedir esa boda. La discusión que presenció en el despacho de Augusto Arison, fue el inicio de una serie de sucesos que le dejaron un agrio sabor de boca. Padre e hijo se enzarzaron en una disputa que terminó con el puño de Augusto clavado en la mejilla derecha de su único hijo. —Te casarás con ella y punto —vociferó el hombre fuera de sus casillas, mientras sujetaba el cuello de la camisa del muchacho y lo empujaba contra una mesa aledaña.Orena jadeó, horrorizada, estuvo a punto de decirle que no, que ella tampoco deseaba ese compromiso y que por favor lo soltará, pero sabía en su interior que aquello no era cierto. Siempre había fantaseado con casarse con Darío, ¿con quién más se casaría sino con él?Así que se quedó callada como la egoísta que era.Albergaba la esperanza de que con el tiempo, Darío aceptará su destino, justo como ella lo había hecho cuando sus padres le informaron de su mala fortuna.Pero el tiempo pasó
Darío no quería tocarla. No necesitaba que se lo dijera con palabras, podía leerlo claramente en toda su cara. Orena no dejaba de retorcerse los dedos, ansiosa, mientras se encontraba encerrada en el baño. Se suponía que debía salir del cubículo y enfrentarse a su marido, quien debería estarla esperando en la cama. Era su noche de boda, lo normal era que… hicieran cosas. La madre de Darío le había comprado una hermosa pieza de lencería y no estaba muy convencida de que le quedara bien. Su piel era pálida y su cuerpo era pequeño y huesudo. Sentía que el muchacho no se excitaría al verla y eso le aterraba.—Eres hermosa —dijo débilmente a la chica en el espejo.Su reflejo le sonrió tristemente y entonces decidió que era el momento de enfrentarse a su nueva realidad. Era una mujer casada.Y debía cumplir con su primera labor como tal. Unirse en cuerpo y alma a su marido.El problema era que…Orena finalmente salió del baño para encontrarse con una habitación completamente vacía.
Al inicio su vida sexual había sido un completo calvario. Acababa de perder la virginidad, pero Darío la trataba como si fuera toda una experta en la cama. Nunca le daba tiempo de acostumbrarse a la invasión repentina. La penetraba de golpe y se movía igual de rápido. Su intención era buscar su propio disfrute, no le importaba el de ella. Pero, de cierta forma, se sentía aliviada de que ahora al menos la buscara, aunque fuera únicamente para tener sexo. Un día, cansada de vivir bajo el yugo de los padres de su marido, le pidió que compraran su propia casa y se mudaran juntos. Los dos solos. Su esposo accedió. Se sintió muy feliz eligiendo el lugar donde tendría su propia familia y donde ese matrimonio quizás viese la luz de una vez por todas. Al poco tiempo quedó embarazada. Su vida matrimonial parecía mejorar. O bueno, al menos su marido se había alegrado ante la noticia de su embarazo. Y eso la hizo sentir muy feliz. Hasta que descubrió que tenía una amante.
—Mamá… —susurró Diana con dolor al ver que el taxi en el que acababa de subirse su madre desaparecía de su campo de visión—. ¿No deberíamos ir a buscarla? —preguntó girándose para observar a su hermano. Fabián negó.—No.Todos se quedaron en silencio después de eso y comprendieron entonces que ya las cosas no podían cambiarse. Orena Arison estaba fuera de la mansión.Y posiblemente no regresaría nunca más. [...]La vida de Natalia pareció tomar su curso nuevamente. La amenaza de Roberto había sido eliminada.Ella era la única que tenía la custodia total y absoluta de sus tres hijos. No se los arrebatarían. Por otro lado, la universidad estaba siendo un poco cansada, pero satisfactoria. Se complacía con cada día que pasaba rodeada de libros y aprendiendo cosas nuevas. Amaba la carrera que había elegido. Todo parecía ir perfecto hasta entonces.Tenía un buen esposo y tres hijos maravillosos.Orena ya no le insultaba más. La mansión Arison finalmente se sentía como un hogar. N
Natalia no le contó a su esposo que había decidido retirarse el DIU. Deseaba que el embarazo fuera una total sorpresa para Fabián, así que una vez que se cumplieron las cuarenta y ocho horas recomendables después de la extracción, decidió que era el momento de comenzar con su misión: buscar a un bebé. Tenía miedo y muchas expectativas, pero sentía que esta era la decisión correcta. Sus hijos dentro de unos meses cumplirían cinco años de edad y estaba convencida de que serían unos buenos hermanos mayores. Ahora debía armarle una sorpresa a su marido. Fabián por lo general solía pasar tiempo en su despacho revisando los pendientes que tenía para el día anterior antes de dirigirse a la cama para dormir. Sabía que estaba a punto de cruzar la puerta en cualquier momento. Así que había ambientado la habitación para la ocasión. Tenía una botella de champán en una esquina, junto con dos copas para servir. Pétalos de rosas adornaban el camino desde la puerta hasta la cama. Y
—¿Qué es lo que ocurre contigo, Ana Paula?Las cortinas de la habitación se abrieron de golpe y la luz solar se filtró, haciendo que una mueca de malestar se dibujara en el rostro adormecido de la mujer.Acababa de despertar.Sus ojos estaban muy hinchados y su deseo de seguir existiendo era cada vez menor.¿Por qué la molestaban? ¿Por qué no podían dejarla en paz?—Mamá, déjame en paz —respondió desviando la mirada de los ojos acusadores de su progenitora.Siempre era la misma mirada, estaba harta. La mujer mayor negó. Renuente a permitir que la vida de su única hija se fuera por el drenaje sin poder hacer nada para impedirlo.—Basta ya de dar lástima —la regañó con dureza, aunque la preocupación era más fuerte que la reprimenda que tenía en la punta de la lengua. Se sentía desesperada, no sabía qué hacer para ayudarla a salir de ese estado en el que se había sumergido.Ana Paula no quería comer, no quería levantarse de la cama. Estaba muerta en vida. —De verdad, mamá, déjame sola
Natalia bajaba las escaleras con premura siguiendo los pasos firmes de su marido. Su corazón latía con fuerza y sus manos sudaban con ansiedad. La policía la estaba buscando.No se suponía que debería de recibir este tipo de visitas en un sábado por la mañana.Aquello era bastante inusual.Inesperado.Y por eso tenía un mal, muy mal presentimiento.De repente se encontró frente a la puerta de la mansión Arison, mientras su marido se encaraba con los policías. —Buenos días, oficiales, ¿qué necesitan con mi esposa? —preguntó él tratando de sonar amable, pero sin perder su toque de autoridad. El par de hombres uniformados enfocaron sus ojos en ella. —¿Es usted Natalia Arison? —indagaron sin rodeos.—Sí —su voz surgió débil y temblorosa. No lo pudo evitar, tenía miedo de lo que sea que vinieran a decir esos sujetos. —Estamos aquí para una investigación —soltó el oficial, mirándola fijamente como esperando que captara el mensaje sin decir nada más, pero realmente ella no tenía idea d
Dos días después, finalmente conseguía el valor necesario para levantarse de la cama y acudir a la consulta con su médico obstetra. No necesitaba hacerse una prueba de embarazo para saber que estaba en estado. Ya había vivido todos estos síntomas antes. Sus pequeños hijos se mostraban muy preocupados por su estado de ánimo, antes de irse a la escuela siempre acudían a su habitación y le daban un beso, le traían una flor o le pedían que se mejorara pronto. Sabía que estaba sufriendo por la “tía Aleja”, como solían llamarle ellos. Fabián les había explicado de una manera cuidadosa que la “tía Aleja” había partido al cielo y que ahora se encontraba en compañía de Dios. Los niños se mostraron muy tristes al inicio porque ya no la volverían a ver, pero luego comprendieron que esto era algo bueno y comenzaron a observar las estrellas con atención y a señalar el cielo. “¿Allá arriba es donde está la tía, mamá?”, le preguntaban con inocencia. Cada vez que Natalia los escuchaba, su cora