Habían pasado tres días desde el suceso. La casa, por ende, estaba tan silenciosa que el castaño ni siquiera podía soportar estar ahí. La verdad era que las únicas veces en las que veía a Ciabel y a Ciro era cuando bajaban a comer. A veces incluso comían en el cuarto. Estaba al tanto de que Ciro había estado más sensible desde ese momento, pero también la pelinegra. Se notaba en su rostro, la manera en la que parecía perderse en sus pensamientos cuando veía a un punto en específico. Le preocupaba honestamente. Empero, ¿qué podía hacer él? Había roto la confianza entre ambos. Le había dado espacio para que procesara lo que había sucedido. Por fortuna, había salido luego de pagar una fianza. Los testigos fueron suficientes como para establecer lo que pasó realmente aquel día. El timbre sonó. Estaba bebiendo café mientras leía un libro en la sala, recostado en el sillón. Hizo una respiración profunda, dejó ambas cosas sobre la mesa ratonera y se paró.Abrió la puerta. Logan, vestido
Lo que había ocurrido la había llenado de culpa y de un agotamiento emocional increíble. A decir verdad, en cuanto a Damián, estaba muy confundida y agobiada. No sabía cómo comportarse con él presente. Le debía muchas cosas. Hasta había arriesgado un poco su vida cuando decidió buscarla. No podía expresar el alivio que sintió cuando lo vio atravesar esa puerta. No lo había llamado, sino que llegó por cuenta propia. La había buscado, se preocupó por ella y no sabía cómo sentirse con eso.Empero, aún no olvidaba que tenían una distancia que respetar. Así que en la casa fingía que eran una especie de compañeros de trabajo bastante cercanos como para cenar juntos, pero no lo suficiente como para entablar una charla más allá de lo formal.Faltaba poco para la boda y la situación empeoraba día tras día, cuando se suponía que habían estado avanzando en la relación. Ciro estaba durmiendo cuando decidió que era buena idea bajar para charlar con él, necesitaba hacerlo para saber que estaba
Damián apenas acababa de procesar el beso. Seguía con la mirada clavada en el rostro de la pelinegra, incluso bajo la observación de Clarissa. Tiempo atrás, sin duda hubiera roto toda clase de contrato que tuviese con Ciabel a cambio de que la pelirroja volviera a su vida. Había paz cuando estaba con ella, puesto que se encargaba de la prensa por ambos. A diferencia suya, disfrutaba de la atención. Le agradaba. En cambio, con Ciabel era una montaña rusa. Cualquiera con dos dedos de frente hubiese preferido ir a lo seguro. A él no le gustaban los arcoíris. Las personas que expedían toda esa buena energía le inspiraban desconfianza. Disfrutaba de las tormentas en la que el cielo era oscuro y que solo los rayos, vivos, mortales y brillantes, eran capaces de iluminar. Eso era Ciabel.Le hacía mal y al mismo tiempo le daba luz. ¿Era oscuridad o era rayo? Probablemente ambas por cuestiones diferentes.—Creo que... ya debo irme —dijo la visitante, con desánimo. La observó. Dio un asent
Días después, ya había llegado el evento tan esperado por unos y criticado por otros: la boda de Damián Phoenix y la hermosa ex camarera.Ciabel estaba delante del espejo. Se había despertado temprano para la preparación y en todo ese transcurso no habló con el magnate ni una vez. Luego de esa extraña cercanía, las cosas habían vuelto a enfriarse. La diferencia era que ya no sentía la necesidad de esconderse, no tenía la sensación de estar estorbando. Estaba intentando ser razonable y sospechaba que él también estaba tratando.La visita de Clarissa había sido fotografiada por alguien, así que los chismes se habían extendido por las redes. El castaño decidió que aquello se frenaría con la repercusión del casamiento. Debían seguir con su vida y no estar pendiente siempre de lo que el resto pensaba. A él le daba igual lo que los demás creyeran. A ella no. Era algo complicado, puesto que había sido criada con la idea de que ser admirada y estar por encima de los demás era sinónimo de
Estaba a punto de casarse con Ciabel Armstrong. Y a pesar de que todo fuera una farsa, o al menos casi todo, no podía evitar sentirse el hombre más afortunado del mundo. No entendía su motivo. Ciabel era su perdición y tal vez por eso sí la detestaba. Lo iba a destruir tarde o temprano y la cosa se complicaría. Las puertas se abrieron y vio a su prometida avanzar hacia él de blanco. Parecía un sueño. Estaba tan preciosa. Lo veía y él la veía. Esas miradas no tenían nada de fingido. Estaban juntos en eso. No podían dejar las cosas atrás. Estaba cambiando la situación, pero ambos tenían sentimientos encontrados.Vio a Logan acercarse y flexionar su brazo hacia ella, para escoltarla hacia él. Todo parecía ir en cámara lenta. Hasta que por fin la princesa estaba frente a él, tan cerca que podía disfrutar de ver la manera en la que sus pupilas se dilatan un poco más al tenerlo cerca. Debía suceder lo mismo con las suyas propias ante la presencia de esa princesa. No podía negar lo inte
Oficialmente estaban casados. Habían sobrevivido a la noche de bodas tan esperada como unos campeones. Ciabel había actuado en automático. Apenas había entablado conversaciones y de todas ellas solo recordaba una breve y escasa charla con la madre de Damián, Emma, quien se había limitado a decirle: "—Espero que seas feliz". Lo que lejos de hacerla sentir bien, le recordó lo idiota que había sido tiempo atrás y el daño profundo que le causó al castaño y a su madre. Quiso vomitar.Desde el momento cero estaba consciente de que todo era una farsa, pero nunca se había sentido de esa manera hasta que estuvo en medio del salón de celebración rodeada de gente que la observaba, que opinaba, que desconfiaba. Y con razón. Ambos estaban montando una mentira. Eso pasaba por su mente mientras seguía con la vista en el techo. Las horas habían pasado y era plena madrugada cuando no podía pegar un ojo aún. Estaba exhausta, sí, totalmente, mas no lograba cerrar los ojos sin imaginarse a un Damián ad
—¿Qué? ¿Qué recordaste? —Damián arrugó las cejas y se sentó.Parpadeó, todavía recobrando la consciencia de lo que había pasado. Tomó asiento en la orilla de la cama, le dio la espalda al empresario y se puso de pie.—Y-yo solo... tengo que salir de aquí, tengo que irme, Damián —murmuró más para sí misma que para alguien externo. Caminó a tropezones hasta encontrar la salida, atravesó el pasillo y subió al ascensor. Terminó en la terraza, agitada. Corrió hacia el borde y se aferró a las rejas que impedían una caída mortal hacia el suelo. Cerró los ojos. Su respiración estaba hecha un desastre y para colmo, no sentía el aire. Se estaba asfixiando. Las manos, aún aferradas sobre el helado metal, temblaban por culpa de la ansiedad.Eso que apareció en su mente era un recuerdo de algo que había pasado hace mucho tiempo, algo que parecía importante y que había olvidado con el tiempo. Pero esos ojos claros y del tono de la miel ya sabía a quién pertenecía. Era muy difícil no identificarlo.
Sentir el cuerpo grande de Damián encima suyo era surrealista. Besarlo mientras estaba sobre su cuerpo, lo era aún más. Probablemente eso que estaban haciendo iba a transformarse en un problema, pero entonces no importaba. Estaba más que dispuesta a asumir las consecuencias ese día, en pensar por una vez en lo que deseaba, necesitaba y quería. En ese momento, era el magnate que ocasionaba cosquilleos en la zona baja de su vientre. Sus besos eran suaves, lentos, pacientes, pero de a poco la velocidad de estos empezó a aumentar mientras ella acariciaba su espalda. Subió una de sus manos hasta su cabello y enredó esta en él. Lo sintió apoyarse contra su entrepierna y gimió sorprendida y encantada al sentir su dureza presionar a través del pantalón sastre que todavía tenía puesto, el del casamiento. Sonrió contra la boca del contrario.—Mi querido esposo —susurró con diversión—. Mi querido esposo que está enamorado de mí me va a tratar con cariño. ¿No es cierto? —preguntó en voz baja—