Damián apenas acababa de procesar el beso. Seguía con la mirada clavada en el rostro de la pelinegra, incluso bajo la observación de Clarissa. Tiempo atrás, sin duda hubiera roto toda clase de contrato que tuviese con Ciabel a cambio de que la pelirroja volviera a su vida. Había paz cuando estaba con ella, puesto que se encargaba de la prensa por ambos. A diferencia suya, disfrutaba de la atención. Le agradaba. En cambio, con Ciabel era una montaña rusa. Cualquiera con dos dedos de frente hubiese preferido ir a lo seguro. A él no le gustaban los arcoíris. Las personas que expedían toda esa buena energía le inspiraban desconfianza. Disfrutaba de las tormentas en la que el cielo era oscuro y que solo los rayos, vivos, mortales y brillantes, eran capaces de iluminar. Eso era Ciabel.Le hacía mal y al mismo tiempo le daba luz. ¿Era oscuridad o era rayo? Probablemente ambas por cuestiones diferentes.—Creo que... ya debo irme —dijo la visitante, con desánimo. La observó. Dio un asent
Días después, ya había llegado el evento tan esperado por unos y criticado por otros: la boda de Damián Phoenix y la hermosa ex camarera.Ciabel estaba delante del espejo. Se había despertado temprano para la preparación y en todo ese transcurso no habló con el magnate ni una vez. Luego de esa extraña cercanía, las cosas habían vuelto a enfriarse. La diferencia era que ya no sentía la necesidad de esconderse, no tenía la sensación de estar estorbando. Estaba intentando ser razonable y sospechaba que él también estaba tratando.La visita de Clarissa había sido fotografiada por alguien, así que los chismes se habían extendido por las redes. El castaño decidió que aquello se frenaría con la repercusión del casamiento. Debían seguir con su vida y no estar pendiente siempre de lo que el resto pensaba. A él le daba igual lo que los demás creyeran. A ella no. Era algo complicado, puesto que había sido criada con la idea de que ser admirada y estar por encima de los demás era sinónimo de
Estaba a punto de casarse con Ciabel Armstrong. Y a pesar de que todo fuera una farsa, o al menos casi todo, no podía evitar sentirse el hombre más afortunado del mundo. No entendía su motivo. Ciabel era su perdición y tal vez por eso sí la detestaba. Lo iba a destruir tarde o temprano y la cosa se complicaría. Las puertas se abrieron y vio a su prometida avanzar hacia él de blanco. Parecía un sueño. Estaba tan preciosa. Lo veía y él la veía. Esas miradas no tenían nada de fingido. Estaban juntos en eso. No podían dejar las cosas atrás. Estaba cambiando la situación, pero ambos tenían sentimientos encontrados.Vio a Logan acercarse y flexionar su brazo hacia ella, para escoltarla hacia él. Todo parecía ir en cámara lenta. Hasta que por fin la princesa estaba frente a él, tan cerca que podía disfrutar de ver la manera en la que sus pupilas se dilatan un poco más al tenerlo cerca. Debía suceder lo mismo con las suyas propias ante la presencia de esa princesa. No podía negar lo inte
Oficialmente estaban casados. Habían sobrevivido a la noche de bodas tan esperada como unos campeones. Ciabel había actuado en automático. Apenas había entablado conversaciones y de todas ellas solo recordaba una breve y escasa charla con la madre de Damián, Emma, quien se había limitado a decirle: "—Espero que seas feliz". Lo que lejos de hacerla sentir bien, le recordó lo idiota que había sido tiempo atrás y el daño profundo que le causó al castaño y a su madre. Quiso vomitar.Desde el momento cero estaba consciente de que todo era una farsa, pero nunca se había sentido de esa manera hasta que estuvo en medio del salón de celebración rodeada de gente que la observaba, que opinaba, que desconfiaba. Y con razón. Ambos estaban montando una mentira. Eso pasaba por su mente mientras seguía con la vista en el techo. Las horas habían pasado y era plena madrugada cuando no podía pegar un ojo aún. Estaba exhausta, sí, totalmente, mas no lograba cerrar los ojos sin imaginarse a un Damián ad
—¿Qué? ¿Qué recordaste? —Damián arrugó las cejas y se sentó.Parpadeó, todavía recobrando la consciencia de lo que había pasado. Tomó asiento en la orilla de la cama, le dio la espalda al empresario y se puso de pie.—Y-yo solo... tengo que salir de aquí, tengo que irme, Damián —murmuró más para sí misma que para alguien externo. Caminó a tropezones hasta encontrar la salida, atravesó el pasillo y subió al ascensor. Terminó en la terraza, agitada. Corrió hacia el borde y se aferró a las rejas que impedían una caída mortal hacia el suelo. Cerró los ojos. Su respiración estaba hecha un desastre y para colmo, no sentía el aire. Se estaba asfixiando. Las manos, aún aferradas sobre el helado metal, temblaban por culpa de la ansiedad.Eso que apareció en su mente era un recuerdo de algo que había pasado hace mucho tiempo, algo que parecía importante y que había olvidado con el tiempo. Pero esos ojos claros y del tono de la miel ya sabía a quién pertenecía. Era muy difícil no identificarlo.
Sentir el cuerpo grande de Damián encima suyo era surrealista. Besarlo mientras estaba sobre su cuerpo, lo era aún más. Probablemente eso que estaban haciendo iba a transformarse en un problema, pero entonces no importaba. Estaba más que dispuesta a asumir las consecuencias ese día, en pensar por una vez en lo que deseaba, necesitaba y quería. En ese momento, era el magnate que ocasionaba cosquilleos en la zona baja de su vientre. Sus besos eran suaves, lentos, pacientes, pero de a poco la velocidad de estos empezó a aumentar mientras ella acariciaba su espalda. Subió una de sus manos hasta su cabello y enredó esta en él. Lo sintió apoyarse contra su entrepierna y gimió sorprendida y encantada al sentir su dureza presionar a través del pantalón sastre que todavía tenía puesto, el del casamiento. Sonrió contra la boca del contrario.—Mi querido esposo —susurró con diversión—. Mi querido esposo que está enamorado de mí me va a tratar con cariño. ¿No es cierto? —preguntó en voz baja—
Irónicamente, habían consumido los votos que esperaba el resto que consumieran. Luego de eso, la relación entre los dos se volvió mucho más suelta que antes. Ninguno tenía miedo de expresar el agrado que tenía con el otro, ni tenían miedo de que un beso causara una distancia helada otra vez.Todo estaba bien, relajado, excepto por... Ciabel.Ciabel estaba extraña y Damián no lograba dimensionar la razón. A veces, después de darle un beso, todo se detenía, lo observaba con una sonrisa a modo de disculpa y se retiraba de la habitación.Algo estaba pasando y se escapaba de sus narices, pero cuando se lo preguntaba, no respondía. Decía que era un problema suyo y que no lo quería involucrar. No insistía mucho, ya que cuando hacía preguntas la única respuesta de la pelinegra era ponerse evasiva, nerviosa o callada. Llegó a pensar que se trataba de él mismo, que había hecho algo mal, mas cuando se acercaban el deseo sí que parecía mucho. El cariño no lucía falso. Intentaba no pensar en es
Ni siquiera ella misma podía entender la razón de sus acciones. Simplemente un día se cansó y deseó desaparecer. Así como se escuchaba. Solo estaba harta de tener que ser una sobreviviente y lo había querido, por un instante lo intentó y terminó en el hospital por ello.Gracias al cielo ningún reportero estaba enterado de la situación, aunque estaba segura de que pronto iban a intuirlo y entonces le tocaría tener que soportar otra ronda de opiniones absurdas.Lo que no le había dicho a Damián era que odiaba, dios realmente odiaba la manera en la que lo que los demás decían le afectaba. Eso le recordaba a sus padres, a su crianza, a la manera en la que la mente de ambos funcionaba y a la forma en la que le enseñaron a pensar. Había dejado atrás buscar complacer a todos, si lo hacía, era porque era parte del trato. Ya no lo soportaba.Así que respiró hondo, dispuesta a tolerar las consecuencias y por fin dijo lo que realmente tenía que decir.—Estar expuesta constantemente a las crítica