Estaba a punto de casarse con Ciabel Armstrong. Y a pesar de que todo fuera una farsa, o al menos casi todo, no podía evitar sentirse el hombre más afortunado del mundo. No entendía su motivo. Ciabel era su perdición y tal vez por eso sí la detestaba. Lo iba a destruir tarde o temprano y la cosa se complicaría. Las puertas se abrieron y vio a su prometida avanzar hacia él de blanco. Parecía un sueño. Estaba tan preciosa. Lo veía y él la veía. Esas miradas no tenían nada de fingido. Estaban juntos en eso. No podían dejar las cosas atrás. Estaba cambiando la situación, pero ambos tenían sentimientos encontrados.Vio a Logan acercarse y flexionar su brazo hacia ella, para escoltarla hacia él. Todo parecía ir en cámara lenta. Hasta que por fin la princesa estaba frente a él, tan cerca que podía disfrutar de ver la manera en la que sus pupilas se dilatan un poco más al tenerlo cerca. Debía suceder lo mismo con las suyas propias ante la presencia de esa princesa. No podía negar lo inte
Oficialmente estaban casados. Habían sobrevivido a la noche de bodas tan esperada como unos campeones. Ciabel había actuado en automático. Apenas había entablado conversaciones y de todas ellas solo recordaba una breve y escasa charla con la madre de Damián, Emma, quien se había limitado a decirle: "—Espero que seas feliz". Lo que lejos de hacerla sentir bien, le recordó lo idiota que había sido tiempo atrás y el daño profundo que le causó al castaño y a su madre. Quiso vomitar.Desde el momento cero estaba consciente de que todo era una farsa, pero nunca se había sentido de esa manera hasta que estuvo en medio del salón de celebración rodeada de gente que la observaba, que opinaba, que desconfiaba. Y con razón. Ambos estaban montando una mentira. Eso pasaba por su mente mientras seguía con la vista en el techo. Las horas habían pasado y era plena madrugada cuando no podía pegar un ojo aún. Estaba exhausta, sí, totalmente, mas no lograba cerrar los ojos sin imaginarse a un Damián ad
—¿Qué? ¿Qué recordaste? —Damián arrugó las cejas y se sentó.Parpadeó, todavía recobrando la consciencia de lo que había pasado. Tomó asiento en la orilla de la cama, le dio la espalda al empresario y se puso de pie.—Y-yo solo... tengo que salir de aquí, tengo que irme, Damián —murmuró más para sí misma que para alguien externo. Caminó a tropezones hasta encontrar la salida, atravesó el pasillo y subió al ascensor. Terminó en la terraza, agitada. Corrió hacia el borde y se aferró a las rejas que impedían una caída mortal hacia el suelo. Cerró los ojos. Su respiración estaba hecha un desastre y para colmo, no sentía el aire. Se estaba asfixiando. Las manos, aún aferradas sobre el helado metal, temblaban por culpa de la ansiedad.Eso que apareció en su mente era un recuerdo de algo que había pasado hace mucho tiempo, algo que parecía importante y que había olvidado con el tiempo. Pero esos ojos claros y del tono de la miel ya sabía a quién pertenecía. Era muy difícil no identificarlo.
Sentir el cuerpo grande de Damián encima suyo era surrealista. Besarlo mientras estaba sobre su cuerpo, lo era aún más. Probablemente eso que estaban haciendo iba a transformarse en un problema, pero entonces no importaba. Estaba más que dispuesta a asumir las consecuencias ese día, en pensar por una vez en lo que deseaba, necesitaba y quería. En ese momento, era el magnate que ocasionaba cosquilleos en la zona baja de su vientre. Sus besos eran suaves, lentos, pacientes, pero de a poco la velocidad de estos empezó a aumentar mientras ella acariciaba su espalda. Subió una de sus manos hasta su cabello y enredó esta en él. Lo sintió apoyarse contra su entrepierna y gimió sorprendida y encantada al sentir su dureza presionar a través del pantalón sastre que todavía tenía puesto, el del casamiento. Sonrió contra la boca del contrario.—Mi querido esposo —susurró con diversión—. Mi querido esposo que está enamorado de mí me va a tratar con cariño. ¿No es cierto? —preguntó en voz baja—
Irónicamente, habían consumido los votos que esperaba el resto que consumieran. Luego de eso, la relación entre los dos se volvió mucho más suelta que antes. Ninguno tenía miedo de expresar el agrado que tenía con el otro, ni tenían miedo de que un beso causara una distancia helada otra vez.Todo estaba bien, relajado, excepto por... Ciabel.Ciabel estaba extraña y Damián no lograba dimensionar la razón. A veces, después de darle un beso, todo se detenía, lo observaba con una sonrisa a modo de disculpa y se retiraba de la habitación.Algo estaba pasando y se escapaba de sus narices, pero cuando se lo preguntaba, no respondía. Decía que era un problema suyo y que no lo quería involucrar. No insistía mucho, ya que cuando hacía preguntas la única respuesta de la pelinegra era ponerse evasiva, nerviosa o callada. Llegó a pensar que se trataba de él mismo, que había hecho algo mal, mas cuando se acercaban el deseo sí que parecía mucho. El cariño no lucía falso. Intentaba no pensar en es
Ni siquiera ella misma podía entender la razón de sus acciones. Simplemente un día se cansó y deseó desaparecer. Así como se escuchaba. Solo estaba harta de tener que ser una sobreviviente y lo había querido, por un instante lo intentó y terminó en el hospital por ello.Gracias al cielo ningún reportero estaba enterado de la situación, aunque estaba segura de que pronto iban a intuirlo y entonces le tocaría tener que soportar otra ronda de opiniones absurdas.Lo que no le había dicho a Damián era que odiaba, dios realmente odiaba la manera en la que lo que los demás decían le afectaba. Eso le recordaba a sus padres, a su crianza, a la manera en la que la mente de ambos funcionaba y a la forma en la que le enseñaron a pensar. Había dejado atrás buscar complacer a todos, si lo hacía, era porque era parte del trato. Ya no lo soportaba.Así que respiró hondo, dispuesta a tolerar las consecuencias y por fin dijo lo que realmente tenía que decir.—Estar expuesta constantemente a las crítica
Miedo. Miedo, mucho miedo. Horror. Frío. Dolor. Esas eran las sensaciones que la atravesaron al estar otra vez en la cabeza de su yo adolescente. Al estar ahí, con la vista fija en el espejo, helada. Cuando se abrió la puerta todo lo que pudo pensar era en correr. Excepto que, si lo hacía, todo sería diez veces peor al volver, ya fuera obligada por un policía o por su cuenta, puesto que muy lejos no llegaría sin un sustento económico que la ayudase.Vio a su padre, alto, con una camisa desarreglada, ojeroso, despeinado. El olor a alcohol atravesó su nariz y quiso vomitar. Siempre quería hacer eso cada vez que él estaba cerca, puesto que su cercanía era sinónimo de todas esas cosas que la estaban atravesando en ese momento. Jamás había sentido ese nivel de asco hacia una persona, ese terror, no como en ese momento. Lo peor de todo era que su madre probablemente estaría igual o peor recostada en alguna habitación. Que no le importaba ni en lo más mínimo aquello de lo que él podía ser
Abrió la puerta con el ceño fruncido. Estaba demasiado confundido procesando la información como para recibir a su mejor amigo de una forma diferente. Sonrió un poco divertido al verlos.El pelirrojo mayor llevaba en sus brazos al pequeño Ciro. Verlos de cerca daba un poco de impresión debido al parecido y una pizca de envidia apareció en el fondo de su ser. Estaba un poco celoso, sí, de Ciro y de Ciabel. Se hizo a un lado para que entren.—¿Ciabel ya llegó? —preguntó tranquilo.—Hola a ti también, yo estoy bien —ironizó. Miró hacia el pequeño. Le dio una sonrisa amplia y sincera—. Hola campeón. Ya te extrañaba. Él le devolvió la sonrisa y rio bajo.—Hola, Dam. ¿Mamá?Ese era su apodo. La primera vez que le dirigió la palabra quiso gritar de euforia. Estaba contento de tener su confianza. Después de todo, lo quería demasiado. Tanto como a un padre a un hijo, cosa que Logan hubiera dicho que era algo preocupante, pero tenía la impresión de que el tío fatal tenía el mismo sentimiento