Capitulo 3. Refugio

Ofelia llego al restaurante sin problema alguno, estaba agradecida con el cielo porque nadie estuvo detrás de ella. Su única preocupación era su hermana, dejarla sola no era una opción y menos en su condición. Pero, ¿qué otra cosa podía hacer?, solo confiar en Gabriela que se iría derecho hasta el colegio.

Y si esa niña no lo hacía, y ella se enteraba de algo, le iba a ir muy mal.

La pelinegra cree que lo mejor hubiera sido contarle la verdad a su hermana, para que estuviera al tanto de la situación, pero luego pensó que quizás no era buena idea. Estaba hecha un lío.

[…]

Horas más tarde, Ofelia había terminado su turno completo. Ese día salía un poco más temprano, y era bueno, puesto que no tenía que caminar en la noche hasta su casa. La pelinegra abandona la cafetería, ajusta su abrigo, mira hacia ambos lados y toma el camino hasta la parada.

Por salir temprano, no tenía opción de transporte. Pero no importaba, porque aún estaba muy claro para caminar por su calle. Sin embargo, eso no quería decir que no fuese peligroso, en vista de lo que ella había presenciado.

Camina hasta la parada, cuando observa el autobús que la deja cerca de casa. La pelinegra corre hacia el mismo, y logra tomarlo a tiempo. En cuanto toma asiento, mira por la ventana y se percata de un coche que se encontraba aparcado muy cerca de la estación de transporte.

El corazón de Ofelia se agita con fuerza, ese coche era el mismo que había visto aquella noche. Ella abre los ojos y detalla bien el automóvil, descartando la posibilidad de que fuese el mismo, pero era imposible no reconocer ese carro.

Ella se sienta correctamente en su asiento mientras que aprieta sus labios, ¡si la estaban siguiendo! Esos hombres la vieron perfectamente aquella noche, sabían quién era, y donde trabajaba. Y si eso era así, entonces; conocían a su hermana y hasta donde vivía.

El terror estaba barriendo con sus sentidos, significaba que en cualquier momento ella y su hermana podrían…

Ofelia niega, no podía estar pensando en cosas negativas. Ella vuelve la mirada hacia atrás, y se percata que el coche ya no estaba. Mira hacia al frente, era inútil intentar no preocuparse.

Al cabo de varios minutos, la pelinegra llego a su parada. Estaba algo retirada de su casa, pero en unos minutos conseguiría llegar, pero no más al cruzar la primera cuadra, divisa a su hermana hablando con unas vecinas del edificio continúo al de ellas. No era que le disgustase esas chicas, lo que le molestaba era que lo hiciera en la calle y a esas horas.

Debería estar protegida en casa, puesto que hace dos horas había salido de clases… Ofelia apresura el paso hasta donde estaba su hermana, ajena a su cercanía. La pelinegra hace girar el cuerpo de Gabriela, la cual queda sorprendida por su presencia.

—¡Ofelia! —Exclama con sorpresa.

—¿Qué estás haciendo aquí, Gabriela? —Susurra para no dejarla en ridículo ante sus amigas, pero ellas la conocían muy bien, así que todas se dispersaron en el acto.

—Solo estaba conversando, no estaba haciendo nada malo.

—Con que estés aquí afuera, ya es bastante malo. Hace dos horas que saliste de clases, ¿Por qué te has salido de casa?, sabes que es peligroso.

—Siempre es peligroso, todo para ti es peligroso. Debes dejar ese trauma que tienes, te vas a volver una vieja demasiado rápido, Ofelia.

—¿Crees que esto es un juego? —Toma a su hermana del brazo —. Piensas que soy así contigo por joderte la vida, yo te estoy protegiendo, y tú pareces no entender eso.

—Lo único que veo, es que intentas controlar mi vida. ¡Eso es todo!

La pelinegra aprieta la mandíbula, era la típica adolescente rebelde que no entendía cuando estaba rodeada de peligro.

—No vamos a discutir esto aquí, vamos para la casa de una vez.

—Si, como quieras —La joven pone los ojos en blanco.

En cuanto ambas se dirigen al edificio, Ofelia detecta aquel coche que vio cerca del restaurante, estaba aparcado tan solo a unos pocos metros de ellas dos. Ella se detiene y toma a su hermana de la mano, la joven la mira confundida. Pero ella no sabe qué hacer para que su hermana estuviera a salvo.

—¿Qué te pasa? Vamos a la casa de una vez.

—Gabriela…—Susurra.

—¿Qué ocurre? —La castaña frunce el ceño al ver palidez en el rostro de su hermana.

En eso, Ofelia observa que alguien se baja del coche y se queda allí, mirándola fijamente. Su corazón comenzó a latir con más fuerza, temía por su hermana, ella no tenía nada que ver con lo que ella había visto.

—Oye, te has puesto pálida. ¿Estás bien? ¿Vamos a la casa o no?

—No.

Al decir aquella palabra, Ofelia arrastra a su hermana en el sentido contrario. Ambas empiezan a caminar rápidamente, alejándose del edificio y acercándose más a la avenida principal.

 —¿A dónde vamos? ¿Qué ocurre?

—Nada…

—Ofelia, ¿Qué rayos te pasa?

La pelinegra no le responde a su hermana, a cambio en eso observa aquella construcción que llevaba en proceso desde hace un tiempo. Aún quedaban muchos trabajadores en el lugar, eran hombres grandes, Ofelia pensó que quizás alguno de ellos pudiera ayudarla o quizás le sirviera para ahuyentar a sus acosadores.

Y como bien sabia, ninguno de ellos pertenecía a la calle donde vivía. Seguramente, no les tendrían miedo a los hombres que estaban detrás de ella.

—¿Por qué vamos a la construcción? ¡Estás loca, Ofelia! Nos van a correr de este lugar.

—Guarda silencio.

Ambas llegaron hasta donde un tumulto de hombres se encontraba en un círculo, ella miró hacia atrás, y se percató de que aquel hombre que se bajó del coche la estaba siguiendo en compañía de otro. Pero al ver que ellas entraron en la construcción, se detuvo en la entrada disimuladamente.

Ella se detuvo cerca de todos los empleados de ese terreno sintiéndose algo protegida, mientras que mordía sus labios al ver aquel sujeto que no le quitaba los ojos de encima. Sabía que eso iba a suceder, solo que no contó que fuese justamente con la compañía de su hermana.

—¿Por qué estas mirando a ese sujeto, Ofelia? ¿Qué has visto? —Su hermana la confronta con voz baja.

—Yo…

—¿Qué fue lo que paso? —La joven la mira preocupada.

—Es que… yo… Gabriela, esto es complicado —Musita la mayor.

—Buenas tardes, señoritas.

Ambas chicas dan un respingo y de inmediato se dan la vuelta. Las dos observan a un hombre bien vestido para estar metido en aquel inhóspito lugar. Al principio su expresión carencia de amabilidad, pero un par de segundos después, cambio su expresión y se volvió un poco más humano.

—¿Qué las trae por aquí? Saben que esto es propiedad privada, ¿verdad? —Las hermanas se miran a la cara y luego lo vuelven a mirar a él.

—Siento mucho que hayamos entrado en estos terrenos, señor. Lo que pasa es que…—Ofelia mira por encima de su hombro para ver aquel sujeto, pero ya no estaba —. Nosotras ya nos íbamos.

Adriel mira a ambas mujeres, pero más que nada, sus ojos estaban puestos en la pelinegra. La castaña era tan solo una niña, asumió que eran familia, puesto que se parecían un poco. Desde que entraron en sus terrenos las diviso a lo lejos, luego las observo detenerse a escasos metros de sus empleados y allí se quedaron.

Le pareció bastante extraño que ellas no dijeran nada, creyó que eran unos de los revoltosos que no estaban conforme con la construcción. Pero simplemente, se quedaron allí paradas conversando. Se preguntó si habían sido enviadas para joder nuevamente la maquinaria.

Tenía que averiguarlo, no se podía dar el lujo de reparar más maquinarias. Por esa razón, salió del círculo en el que estaba metido, y se acercó a ellas cuando ambas estaban distraídas. Y en cuanto se dieron la vuelta, él descubro que la mayor de las dos, ya la conocía.

Bueno, no la conocía, pero si la había visto esa misma mañana. ¡Era la misma mujer!

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