Capítulo 13
Cruz se sentaba en mi habitación y leía mi diario todo el día y toda la noche sin comer ni beber.

Era como si me conociera de verdad por primera vez.

Cuando leía el momento de mi felicidad, se echaba a reír. Cuando leía el momento de mi tristeza, volvía a enrojecer los ojos.

Hasta que leyó todo el diario se dio cuenta de lo mucho que le quería antes.

Y toda mi tristeza venía básicamente de él.

Se acurrucó en el suelo y besó ligeramente el diario entre sus brazos como si me besara la cara: —Clara, lo siento, lo siento. Lo siento mucho, vuelve, vuelve a mí.

Y yo me senté a su lado, observándolo todo con rostro inexpresivo.

¿Y de qué servía el arrepentimiento? ¿Podía el arrepentimiento devolverme la vida? No me conmovían unas lágrimas de un asesino.

Al día siguiente, Cruz buscó a los de la caravana que viajaban con nosotros el día que desapareció Melinda para interrogarlos.

Cuando se enteró de que no era que yo hubiera dejado atrás a Melinda deliberadamente en aquel momento, sino que a Me
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